Sabía que Stevie Rae había llegado al quiosco antes que yo. No podía verla, pero sí olerla. ¡Puaj! En serio, ¡Puaj! Esperaba que un baño y un poco de champú pudieran acabar con ese hedor, pero en cierto modo lo dudaba. Después de todo, ella estaba… bueno, muerta.
—Stevie Rae, sé que estás en alguna parte —grité lo más bajo que pude.
Cierto, los vampiros tienen la habilidad de moverse silenciosamente y de crear una especie de burbuja de invisibilidad a su alrededor. Los iniciados también la tienen. Solo que simplemente no está tan desarrollada. Pero siendo como soy una iniciada extrañamente dotada, puedo moverme por ahí bastante bien sin ser vista por nadie, como por ejemplo un guardia de seguridad del museo, que pudiera estar mirando por la ventana a las tres de la madrugada. Sentía la suficiente confianza en mi habilidad para no ser vista en la penumbra de los bellos jardines del museo, pero no tenía tanta confianza como para creer que pudiera extender esa habilidad y cubrir a Stevie Rae. En otras palabras; necesitaba encontrarla y sacarla de allí cuanto antes.
—Sal de donde estés. Tengo tu ropa, un poco de sangre, y el último CD de Kenny Chesney.
Añadí eso último directamente a modo de soborno. Stevie Rae siempre había estado ridículamente enamorada de Kenny Chesney. No, yo tampoco lo comprendo.
—¡La sangre! —siseó una voz desde los arbustos al pie del quiosco; una voz que podría haber sido la de Stevie Rae de haber estado ella realmente muy constipada y de haber perdido por completo la cabeza.
Yo rodeé el quiosco, asomando la cabeza por el espeso pero bien recortado follaje.
—¿Stevie Rae?
Con los ojos relucientes y de un horrible color rojizo dorado, Stevie Rae salió tambaleándose de los arbustos hacia mí.
—¡Dame la sangre!
¡Oh, Dios mío!, parecía una loca de remate. A toda prisa saqué la bolsa de sangre de mi bolso y se la tendí.
—Espera un segundo, tengo unas tijeras por alguna parte…
Con un gruñido realmente desagradable, Stevie Rae rasgó y abrió el pico de la bolsa con los dientes (más bien con los colmillos) y se bebió toda la sangre de un trago. Apretó la bolsa para vaciarla bien y finalmente la arrojó al suelo. Jadeaba como si hubiera corrido en una carrera cuando finalmente alzó la vista hacia mí.
—No essh bonito, ¿eh?
Yo sonreí y traté de ocultar lo horrorizada que estaba lo mejor que pude.
—Bueno, mi abuela siempre dice que una gramática y una educación correctas le hacen a uno más atractivo, así que la próxima vez podrías dar las gracias en lugar de sisear.
—¡Necesito más sangre!
—Tengo cuatro paquetes más. Están en la nevera del lugar donde te vas a quedar. ¿Quieres cambiarte de ropa aquí, o prefieres esperar a llegar allí y tomar una ducha? Está aquí al lado, al final de esta misma calle.
—¿De qué estás hablando? ¡Tú simplemente dame la ropa y la sangre!
Ya no tenía los ojos de un rojo tan reluciente, pero a pesar de todo su aspecto era horrible y parecía una loca. Estaba incluso más pálida y más delgada que la noche anterior. Yo respiré hondo.
—Esto tiene que parar, Stevie Rae.
—Esto es lo que soy ahora. Y no va a parar. Porque yo no voy a cambiar —afirmó ella. Luego señaló el tatuaje del perfil de la luna creciente de su frente—. Ya jamás se coloreará, porque yo siempre estaré muerta.
Yo me quedé mirando el perfil de esa luna creciente. ¿Se estaba desvaneciendo? Sin lugar a dudas me pareció que estaba menos marcada o, al menos, menos destacada, lo cual no podía ser bueno. Y eso me espabiló.
—Tú no estás muerta.
Eso fue todo lo que se me ocurrió decir.
—Me siento muerta.
—Está bien, vale, pareces como muerta. Y sé que yo, cuando llevo unas pintas de mierda, me siento también como una mierda. Quizá sea por eso por lo que te sientes tan mal —expliqué yo. Metí la mano en mi bolsa y saqué las botas de cowboy—. Mira lo que te he traído.
—Ningunas botas pueden arreglar los problemas del mundo.
Ese era un tema sobre el que solían discutir Stevie Rae y las gemelas, y por eso la voz de Stevie Rae tenía cierta nota de exasperación.
—No es eso lo que decían las gemelas.
—¿Y qué dirían las gemelas si me vieran ahora?
El tono familiar de su voz al hacer esa pregunta al menos sí acabó con la frialdad y la indiferencia de su voz.
Yo la miré a los ojos. Los de Stevie Rae seguían rojos.
—Dirían que necesitas un baño y que deberías cambiar de actitud, pero también estarían increíblemente contentas de verte viva.
—No estoy viva. Eso es lo que estoy tratando de hacerte comprender.
—Stevie Rae, no voy a comprenderlo nunca porque te veo andar y hablar. No creo que estés muerta en absoluto… creo que estás cambiada. No cambiada como yo, transformándote en lo que reconocemos como un vampiro adulto. A ti te está ocurriendo un tipo diferente de cambio, y creo que es un cambio más difícil que el que me está ocurriendo a mí. Por eso es por lo que estás atravesando todo esto. ¿Quieres, por favor, darme una oportunidad para que te ayude? ¿No podrías intentar pensar que puede que todo salga bien?
—No sé cómo puedes estar tan segura de eso —dijo ella.
Yo le respondí desde lo más profundo de mi alma, y en el momento de pronunciar las palabras supe que eran las correctas.
—Estoy segura de que estarás bien porque estoy segura de que Nyx sigue amándote, y ella ha permitido que ocurra esto por alguna razón.
La esperanza que cruzó por los ojos rojos de Stevie Rae resultó casi dolorosa de ver.
—¿De verdad no crees que Nyx me haya abandonado?
—Nyx no te ha abandonado, y yo tampoco.
Hice caso omiso de la peste y la abracé con fuerza. Ella no me devolvió el abrazo, pero tampoco se apartó de mí ni me pegó un mordisco en el cuello, así que supongo que íbamos progresando.
—Vamos. El sitio que te he encontrado para quedarte está al final de la calle.
Eché a caminar creyendo que me seguiría, cosa que hizo tras solo unos segundos de vacilación. Acortamos por los jardines y salimos por Rockford, la calle a la que da la entrada principal del museo. La mansión de Aphrodite (bueno, en realidad se trata de la mansión de los locos de sus padres) ocupaba el número veintisiete de esa misma calle. Caminé por el centro de la calle en medio de la oscuridad, sintiéndome un poco como si estuviera en un sueño y concentrándome en rodearnos a las dos de silencio e invisibilidad. Stevie Rae me seguía un par de pasos por detrás. Todo parecía muy oscuro y anormalmente silencioso. Yo alcé la vista por encima de las invernales ramas de los enormes árboles que se alineaban a lo largo de la calle. Hubiera debido ver una luna casi llena, pero las nubes se habían extendido por el cielo, oscureciendo un vago brillo blanco en el lugar en que hubiera debido de estar el astro. Hacía frío, y yo me alegraba de que mi metabolismo hubiera cambiado y me protegiera del azote del viento. Me pregunté si los cambios del tiempo le afectaban a Stevie Rae, y estaba a punto de preguntárselo cuando de repente ella habló.
—Esto no va a gustarle a Neferet.
—¿Esto?
—Que esté contigo en lugar de con los otros —dijo Stevie Rae, que parecía verdaderamente nerviosa y que se frotaba una mano contra la otra.
—Tranquila, Neferet no sabrá que estás conmigo. O al menos no lo sabrá hasta que nosotras no estemos listas para que ella lo sepa —dije yo.
—Lo sabrá en cuanto vuelva y vea que no estoy con los demás.
—No, solo sabrá que tú no estás. Pero podría haberte pasado cualquier cosa —dije yo. Entonces se me ocurrió una idea tan increíble, que me detuve de repente como si me hubiera topado con un árbol—. ¡Stevie Rae! ¡Ya no tienes que estar cerca de vampiros adultos para estar bien!
—¿Eh?
—¡Eso demuestra que has cambiado! ¡No estás tosiendo ni muriéndote!
—Zoey, eso ya me ha pasado, ya estoy muerta.
—¡No, no, no! No me refiero a eso —dije yo. La agarré del brazo e hice caso omiso del hecho de que ella se soltara y diera un paso atrás de inmediato—. Puedes existir sin vampiros. Solo otro vampiro adulto puede hacer eso. Así que es justo como yo he dicho. Tú has cambiado, solo que se trata de otro cambio distinto.
—¿Y eso es bueno?
—¡Sí!
Yo no estaba tan segura como aparentaba, pero estaba decidida a mantener una actitud positiva delante de Stevie Rae. Además, ella no tenía demasiado buen aspecto. Quiero decir que tenía peor aspecto de lo normal en ella.
—¿Qué te pasa?
—¡Necesito sangre! —exclamó Stevie Rae, limpiándose la cara con una mano trémula—. Esa bolsita no es suficiente. Ayer no me dejaste comer, así que no he comido nada desde anteayer. Es… es horrible cuando no como —explicó. Stevie Rae ladeó extrañamente la cabeza como si estuviera escuchando voces en el viento—. Puedo oír la sangre susurrar por sus venas.
—¿Las venas de quién? —pregunté yo, tan intrigada como asqueada.
Ella hizo un gesto con el brazo a su alrededor; un gesto salvaje y elegante al mismo tiempo.
—De los humanos que duermen a nuestro alrededor —contestó. Su voz se había convertido en un ronco murmullo. Algo en su tono me hacía desear acercarme a ella, a pesar de que sus ojos rojos volvían a brillar y de que olía tan mal que sentía deseos de taparme la nariz—. Uno de ellos está despierto —añadió al tiempo que señalaba la mansión de la derecha, delante de la cual estábamos paradas—. Es una chica… una adolescente… está sola en la habitación…
La voz de Stevie Rae era como una atractiva canción. Mi corazón había comenzado a latir agitadamente dentro del pecho.
—¿Cómo sabes todo eso? —pregunté yo en un susurro.
Ella desvió sus ardientes ojos hacia mí y respondió:
—Yo sé muchas cosas. Sé que sientes deseo por la sangre. Lo huelo. No hay ninguna razón por la que no puedas ceder a ese deseo. Podemos entrar en la casa. Podemos ir a la habitación donde está esa chica y tomarla juntas. La compartiré contigo, Zoey.
Por un momento me sentí perdida en la obsesión que veía en los ojos de Stevie Rae y en mi propia necesidad. No había probado la sangre humana desde que Heath me había dado a saborear un poco hacía un mes. Todo mi cuerpo mantenía el recuerdo de aquel exquisito trago como un tentador secreto. Hechizada por completo, escuché como Stevie Rae tejía una tela de araña de oscuridad que me enredaba en sus bellas y pegajosas profundidades.
—Puedo enseñarte cómo entrar en la casa. Yo ahora no puedo entrar en la casa de otra persona a menos que me invite, pero una vez dentro… —explicó Stevie Rae, que acto seguido se echó a reír.
Fue una risa que me sacó de mi ensimismamiento. Stevie Rae solía tener la risa más encantadora del mundo. Era una risa feliz, joven, inocente y enamorada de la vida. En cambio lo que salió de su boca en ese momento fue algo malévolo, un eco retorcido de aquella antigua alegría.
—El apartamento está dos casas más allá. Hay sangre en la nevera —dije yo.
De inmediato me di la vuelta y eché a caminar calle abajo con rapidez.
—No está ni caliente, ni fresca —objetó ella de mal humor, a pesar de que de nuevo me seguía.
—Está lo suficientemente fresca, y hay un microondas. Puedes calentarla.
Ella no volvió a decir nada más, así que llegamos a la mansión en unos pocos minutos. Yo la guié hasta el apartamento del garaje, abrí la puerta exterior y entré. Había subido la mitad del tramo de las escaleras cuando me di cuenta de que Stevie Rae no me seguía. Corrí escaleras abajo y la vi de pie, fuera, en medio de la oscuridad. Lo único que resultaba visible de ella eran los ojos rojos.
—Tienes que invitarme a entrar —dijo.
—Ah, lo siento —contesté yo. No me había enterado bien de lo que ella me había dicho por el camino, así que me sorprendió aquella nueva demostración de cuánto había cambiado Stevie Rae—. Eh, pasa —añadí deprisa.
Stevie Rae dio un paso adelante y atravesó la barrera invisible. Soltó un grito doloroso, que finalmente se convirtió en un gruñido. Sus ojos brillaron al mirarme.
—Creo que tu plan no va a funcionar. No puedo entrar ahí.
—Creía que habías dicho que solo necesitabas que te invitaran.
—Sí, pero tiene que ser alguien que viva en la casa. Tú no vives aquí.
Aphrodite se asomó por encima de mí, y su fría y educada voz (preocupadamente parecida a la de su madre) gritó:
—¡Yo vivo aquí! ¡Entra!
Por fin Stevie Rae traspasó el umbral sin ningún problema. Comenzó a subir las escaleras, y casi había llegado arriba cuando debió de caer en la cuenta de que era la voz de Aphrodite. Vi su rostro cambiar de inexpresivo a peligroso mientras entrecerraba los ojos.
—¡Me has traído a su casa! —me gritó Stevie Rae, hablándome a mí mientras la miraba a ella.
—Sí, y la razón es muy sencilla de explicar —dije yo.
Pensé en agarrarla por si acaso salía disparada, pero luego recordé lo extrañamente fuerte que se había vuelto, así que en lugar de ello me concentré en mí misma y me pregunté si mi afinidad con el viento podría ayudarme a cerrar la puerta de golpe antes de que Stevie Rae escapara.
—¿Cómo vas a explicarlo? ¡Tú sabes que yo odio a Aphrodite! —exclamó ella que, por fin, me miró a mí—. Yo me muero, ¿y ahora te haces amiga de ella?
Yo abrí la boca para asegurarle a Stevie Rae que Aphrodite y yo no éramos exactamente coleguitas, pero entonces la arrogante voz de Aphrodite me interrumpió.
—¡Vuelve a la tierra! Zoey y yo no somos amigas. Tu pandilla de lerdos sigue intacta. La única razón por la que estoy implicada en esto es porque Nyx tiene un extraño sentido del humor. ¡Así que entra o lárgate al infierno, como quieras! ¡Como si a mí me importara…!
La voz de Aphrodite se desvaneció al darse la vuelta bruscamente para entrar en el apartamento.
—¿Confías en mí? —le pregunté a Stevie Rae.
Ella me miró a los ojos durante lo que me pareció un rato larguísimo antes de contestar:
—Sí.
—Entonces entra —añadí, terminando de subir las escaleras.
Stevie Rae me siguió de mala gana.
Aphrodite estaba tirada en el sofá, fingiendo que veía la cadena de televisión MTV. Al entrar nosotras arrugó la nariz y dijo:
—¿Qué es ese olor tan desagradable? Parece como si alguien se hubiera muerto y… Bueno, no importa. El baño está allí —añadió, mientras señalaba hacia el fondo del apartamento.
Yo le tendí mi bolsa a Stevie Rae, diciendo:
—¡Vamos allá! Hablaremos cuando salgas.
—La sangre primero —dijo Stevie Rae.
—Ve para allá y yo te llevaré una bolsa.
Stevie Rae estaba observando a Aphrodite, que veía la televisión.
—Llévame dossss —siseó.
—Bien, te llevaré dos.
Sin decir una sola palabra más, Stevie Rae salió del salón. Yo observé su forma de andar extraña y salvaje.
—¡Vaya! Repugnante, asquerosa y totalmente desagradable —susurró Aphrodite—. Podrías haberme avisado, ¿no?
—Lo intenté. Pero tú creías que lo sabías todo, ¿no te acuerdas? —contesté yo, susurrando a mi vez. Luego me apresuré a ir a la cocina a por las bolsas de sangre—. Y también dijiste que serías amable.
Llamé a la puerta del baño. Stevie Rae no contestó, así que abrí despacio y asomé la cabeza. Ella tenía los vaqueros, la camiseta y las botas en las manos, y estaba de pie, en medio del precioso baño, contemplando la ropa. Estaba en parte de espaldas a mí, así que yo no podía estar del todo segura, pero en aquel momento pensé que quizá estuviera llorando.
—Te he traído la sangre —dije en voz baja.
Stevie Rae se sacudió, se pasó una mano por la cara y después dejó las botas y la ropa sobre la encimera de mármol, junto al lavabo. Entonces alargó la mano hacia las bolsas. Se las di junto con un par de tijeras que había cogido en la cocina.
—¿Necesitas ayuda para encontrar algo?
Stevie Rae volvió a sacudir la cabeza. Entonces, sin mirarme, preguntó:
—¿Estás ahí esperando porque sientes curiosidad por saber qué aspecto tengo desnuda o porque quieres echar un trago de sangre?
—Ninguna de las dos cosas —contesté yo con voz perfectamente normal. Me negaba a enfadarme con ella cuando era evidente que solo trataba de provocarme—. Estaré en el salón. Puedes tirar tu ropa vieja fuera; yo me encargaré de deshacerme de ella —añadí, cerrando la puerta del baño con firmeza.
Aphrodite sacudía la cabeza sin dejar de mirarme en cuanto entré en el salón.
—¿De verdad crees que puedes arreglar eso?
—¡Baja la voz! —susurré yo. Entonces me dejé caer pesadamente en el extremo opuesto del sofá—. Y no, no creo que yo sola pueda arreglarla. Creo que Nyx, tú y yo juntas podemos arreglarla.
—Huele tan mal como la pinta que tiene —comentó Aphrodite con un escalofrío.
—Soy tan consciente de ello como ella misma.
—Yo solo digo: ¡puaj!
—Di lo que quieras, pero no se lo digas a ella.
—Entonces, para que conste, quiero decir que no me siento segura con esa chica —dijo Aphrodite, alzando la mano como si estuviera haciendo un juramento—. Tengo tres palabras a propósito de ella: «bomba de relojería». Creo que aterraría incluso a tu panda de lerdos.
—De verdad que me encantaría que dejaras de llamarlos así —dije yo.
Dios, sí que estaba harta.
—Pero si es que no se os ocurren más que planes friquis —dijo ella.
—¿Cómo?
No tenía ni idea de qué estaba hablando.
—Había fines de semana en los que tú y tu pandilla os quedabais a hacer maratones para ver las sagas de La guerra de las galaxias o El señor de los anillos enteros.
—Bueno, ¿y qué?
Aphrodite giró los ojos en sus órbitas con teatralidad.
—Que no te des cuenta de lo rarito que es eso es otra prueba de que tengo razón. Sin duda sois una panda de lerdos.
Oí que la puerta del baño se abría y se cerraba en cuestión de segundos, así que no me molesté en contestarle a Aphrodite que sí, que en realidad sí sabía lo rarito que sonaba, pero que esos fines de semana eran muy divertidos. Sobre todo cuando uno lo hace con todos sus amigos y además come palomitas y se pasa toda la película hablando de lo atractivos que son Anakin y Aragorn. (A mí me gusta también un poco Legolas, pero las gemelas dicen que es gai. Damien, por supuesto, también lo adora). Agarré la bolsa de la basura de debajo del fregadero de la cocina, y metí dentro la maloliente ropa de Stevie Rae. Luego la arrojé por las escaleras del apartamento.
—¡Repugnante! —exclamó de nuevo Aphrodite.
Yo volví a dejarme caer en el sofá sin hacerle caso y me quedé viendo la tele, aunque en realidad tampoco le prestaba ninguna atención.
—¿Es que no piensas hablar de eso? —preguntó Aphrodite, dirigiendo la barbilla en dirección al baño.
—Stevie Rae es «ella», no es una cosa.
—Pues huele a cosa.
—Y no, no vamos a hablar de ella hasta que ella no venga aquí con nosotras —afirmé, tajante.