—Mierda. Entonces no puede salir a la luz del sol de ninguna manera —dije yo.
—¿De verdad no sabías eso? —preguntó Aphrodite.
—Stevie Rae no ha sido precisamente una persona de fácil conversación desde que… bueno, desde que murió.
—Pero ¿la has visto y has hablado con ella?
Yo me callé y me puse en pie delante de Aphrodite de modo que ella tuviera que mirarme a los ojos.
—Escucha, no puedes hablar con nadie acerca de Stevie Rae.
—¡No!, ¿en serio? Pues fíjate: se me había ocurrido poner un anuncio en el periódico de la escuela.
—¡Hablo en serio, Aphrodite!
—¡No me trates como si fuera una estúpida! Si alguien se enterara de lo de Stevie Rae, aparte de nosotras, entonces Neferet lo sabría. Sería inevitable, ya que ella puede leerle el pensamiento a prácticamente todo el mundo. Bueno, excepto a nosotras, claro.
—¿A ti tampoco puede leerte el pensamiento?
La sonrisa que esbozó Aphrodite estaba tan llena de satisfacción, que resultaba ligeramente odiosa.
—Jamás ha sido capaz. ¿Cómo crees, sino, que me he salido con la mía en tantas cosas durante tanto tiempo?
—Encantador.
Recordé perfectamente lo puta que había sido Aphrodite como líder de las Hijas Oscuras. De hecho, desde el momento de conocerla, ella había sido una egoísta, una mala persona y además me había resultado decididamente odiosa. Sí, sus visiones me habían ayudado a salvar a mi abuela y a Heath, pero ella me había dejado bien claro que le daba igual salvarlos que no, y que solo me había ayudado porque obtenía algo a cambio. Así que fruncí el ceño y pregunté:
—Bien, pues ahora vas a tener que molestarte en explicarme por qué me cuentas todo esto. ¿Qué sacas tú a cambio?
Aphrodite abrió inmensamente los ojos en un gesto burlón, haciéndose la inocente, y con un acento ridículo de belleza sureña, contestó:
—Pero ¡cómo!, ¿qué quieres decir? ¡Yo te ayudo porque tú y tus amigos habéis sido siempre tan amables conmigo…!
—¡Corta el rollo, Aphrodite!
La expresión de su rostro y su voz volvieron entonces a la normalidad.
—Digamos simplemente que tengo mucho que compensar.
—¿A quién? ¿A Stevie Rae?
—A Nyx —contestó Aphrodite mientras apartaba la vista de mí—. Tú probablemente no lo comprendas, porque eres muy poderosa y tienes dones de Nyx que para ti son nuevos; vamos, que eres doña Perfecta. Pero cuando lleves un tiempo con esos dones en tu poder, quizá descubras que no siempre es tan fácil hacer lo correcto. Hay otras cosas, otras personas que se interponen en tu camino. Cometerás errores —se mofó Aphrodite—. Bueno, puede que tú no. Pero yo sí los cometí. Puede que en realidad me importe una mierda tu Stevie Rae o cualquiera de esta escuela, pero Nyx sí que me importa —continuó con voz trémula—. Sé lo que es vivir creyendo que la Diosa te ha dado la espalda, y no quiero volver a sentirlo nunca más.
Yo alargué la mano y toqué su brazo.
—Pero Nyx jamás te ha dado la espalda. Eso fueron solo mentiras que contó Neferet para que nadie creyera en tus visiones. Tú sabes que Neferet está detrás de eso en lo que se ha convertido Stevie Rae, ¿verdad?
—Lo sé desde la visión en la que vi a Heath morir —contestó Aphrodite con una sonrisa forzada—. Menos mal que no puede leernos la mente. No sé qué sería capaz de hacerle a un iniciado cualquiera, sin ningún poder, si algún día llegara a enterarse de lo horrible que es.
—Pues ella sabe que yo sí sé lo horrible que es.
—¡Debes estar de broma!
—No, y además sabe que voy tras ella —añadí yo.
Entonces vacilé, pero luego pensé que al diablo. Resultaba extraño que al final fuera Aphrodite (también conocida como la bruja del infierno) la única persona de todo el planeta con la que yo podía hablar libremente.
—Neferet trató de borrarme el recuerdo de la noche en la que salvé a Heath de esos chicos no muertos. Y durante un tiempo funcionó, pero yo enseguida me di cuenta de que algo andaba mal. Utilicé el poder de los elementos para curarme la memoria y, bueno, le di a entender a Neferet que recordaba lo ocurrido.
—¿Se lo diste a entender?
—Bueno —respondí yo, moviéndome nerviosamente—, ella me amenazó. Me dijo que nadie me creería si decía algo de ella. Y, vaya, me cabreé. Así que le dije que me daba igual si ningún iniciado ni vampiro me creía, porque Nyx sí que me creía.
—Apuesto a que eso le jodió —sonrió Aphrodite.
—Sí, desde luego que sí —confirmé yo. De hecho, solo de pensar en cuánto había fastidiado a Neferet, yo misma me ponía enferma—. Y justo en ese momento, se marchó de vacaciones de invierno. No he vuelto a verla desde entonces.
—Pero pronto volverá.
—Lo sé.
—¿Estás asustada? —preguntó Aphrodite.
—Aterrada —contesté yo.
—No te culpo. Bueno, pues esto es lo que yo sé por mis visiones. Tenemos que llevar a Stevie Rae a algún lugar seguro, y separada del resto de esas cosas. Y hay que hacerlo ya. Antes de que vuelva Neferet. Hay cierto tipo de conexión entre ellas dos. Yo no lo comprendo, pero está ahí, aunque sé que está mal —explicó Aphrodite, al tiempo que hacía un gesto como si estuviera saboreando algo desagradable—. De hecho, todo el asunto ese de los monstruos muertos no muertos está mal. Y luego hablan de criaturas desagradables.
—Stevie Rae es distinta del resto.
Aphrodite me lanzó una miradita como diciendo que, desde luego, ella no estaba de acuerdo.
—Piénsalo —dije yo—. ¿Por qué iba Nyx a concederle a una iniciada un don tan poderoso como la afinidad con la tierra para después dejarla morir? ¿Y más tarde no morir? —pregunté yo. Hice una pausa. Luchaba buscando el modo de hacerme comprender—. Creo que la conexión con la tierra es la razón por la cual Stevie Rae conserva una parte de su humanidad, y creo en serio que si consigo… si conseguimos ayudarla, ella encontrará el resto. O quizá encontremos nosotras el modo de curarla, de devolverla a su estado de iniciada o de vampira adulta. Y quizá, si se arregla lo de Stevie Rae, entonces eso signifique que hay una posibilidad también para los demás.
—¿Y tienes alguna idea de cómo vas ayudarla?
—No. Ni idea —dije yo. Luego sonreí—. Pero ahora tengo a una poderosa iniciada con visiones y afinidad con la tierra para ayudarme.
—¡Genial! Ahora me siento mucho mejor.
No quise admitirlo ante Aphrodite, pero lo cierto era que poder hablar con ella acerca de Stevie Rae, además de contar con su ayuda para tratar de averiguar qué hacer, me hacía sentirme mucho mejor. Infinitamente mejor.
—De todos modos —iba diciendo Aphrodite—, ¿cómo vamos a encontrar a Stevie Rae? Y no esperes que te acompañe a reptar por esos sucios túneles para ir a buscarla —continuó, haciendo una mueca de asco con los labios.
—De hecho, he quedado con ella en el quiosco de Philbrook esta noche a eso de las tres.
—¿Y crees que va a aparecer?
—La he sobornado. Le dije que le llevaría ropa country, así que creo que sí —contesté sin dejar de morderme el labio.
Aphrodite sacudió la cabeza.
—Así que se muere y se no muere, ¿y todavía le gusta la ropa hortera?
—Eso parece.
—¡Eso sí que es triste!
—Sí —suspiré yo.
Yo quería a Stevie Rae, pero hasta yo tenía que admitir que se vestía como una paleta.
—Bien, y ¿adónde piensas llevarla después de darle la ropa?
No me pareció oportuno mencionar que pretendía llevarla directamente a la bañera.
—No lo sé. No he tenido tiempo de pensar mucho más que en darle la ropa y la… eh… sangre.
—¡Sangre!
—La necesita. Sangre humana. O se vuelve loca.
—¿Y no está ya bastante loca?
—¡No! Simplemente tiene problemas.
—¿Problemas?
—Bueno, muchos problemas —afirmé yo rotundamente.
—Vale. Lo que tú digas. Pero tienes que decidir adónde vas a llevarla. No puede quedarse con el resto de las cosas esas. Eso no le conviene —dijo Aphrodite.
—Iba a tratar de convencerla para volver aquí, a la escuela. Me imaginé que, al estar todos los vampiros fuera, podría esconderla fácilmente.
—No puedes traerla aquí —dijo Aphrodite, que de pronto se puso pálida—. Es aquí donde la he visto morir. En el sueño. Por segunda vez.
—¡Mierda! Entonces no sé qué demonios voy a hacer —admití yo.
—Supongo que podrías llevarla a mi antigua casa —dijo Aphrodite.
—¡Sí, estupendo! ¡Tus padres son tan comprensivos! Me parece una idea genial, Aphrodite.
Ella hizo un gesto de exasperación y añadió:
—Mis padres no están. Se han marchado esta mañana temprano para pasar tres semanas esquiando en Breckenridge. Además, no se quedaría dentro de la casa. Mis padres viven en una de esas mansiones que antes eran de un rico magnate del petróleo, justo al final de la calle del museo Philbrook. Tiene un apartamento sobre el garaje que en su día solía ser para los sirvientes. Ya no se usa, excepto cuando viene mi abuela de visita, pero mi madre acaba de meterla en una de esas residencias de lujo, de alta seguridad, así que por eso no hay que preocuparse. Todo debería de funcionar, ya sabes; la electricidad, el agua, y todo eso.
—¿Y crees que allí estará bien?
—Estará a salvo, no como aquí —contestó Aphrodite mientras se encogía de hombros.
—Está bien, entonces la llevaré allí.
—¿Y a ella le parecerá bien?
—Sí —mentí yo—. Le diré que la nevera está llena de sangre —añadí con un suspiro—. Aunque no sé de dónde voy a sacar un solo vaso de sangre, y menos aún una nevera llena.
—De la cocina.
—¿De tu casa? —pregunté yo, completamente confusa.
—¡No, Jesús! De la de aquí. Aquí tienen sangre. En una nevera grande, de acero inoxidable, en la cocina. Para los vampiros. Llegan cargamentos de sangre fresca procedente de donantes humanos continuamente. Todos los mayores lo saben. A veces se usa en los rituales.
—Eso servirá, sobre todo porque ahora mismo apenas hay nadie por aquí. Seguro que puedo entrar en la cocina y llevarme algo de sangre sin que me pillen —dije yo. Inmediatamente fruncí el ceño—. Por favor, dime que no la tienen en una tartera o algo así.
Cierto, aunque me gustaba la sangre de verdad, la idea de bebérmela seguía repugnándome. Lo sé, necesitaba terapia. Otra vez.
—Está en bolsas, como en los hospitales. No hay razón para ponerse nerviosa.
A esas alturas habíamos girado ya automáticamente hacia la derecha, y volvíamos hacia los dormitorios.
—Tienes que venir conmigo —dije yo de pronto.
—¿A la cocina?
—No, me refiero a ver a Stevie Rae. Tienes que llevarnos a tu casa y enseñarnos cómo entrar en el apartamento y todo eso.
—No va a querer verme —dijo Aphrodite.
—Ya lo sé, pero tendrá que superarlo. Ella sabe que tu visión salvó a mi abuela. Cuando le diga que tu nueva visión va a salvarla a ella, simplemente tendrá que creerlo —afirmé. Me alegraba que mi voz sonara tan confiada, porque desde luego yo no me sentía para nada segura—. Aunque puede que al principio sea mejor que te escondas y que esperes hasta que yo haya hablado con ella antes de que te vea.
—Escucha, estoy tratando de hacer lo correcto, pero no voy a ocultarme de una chica a la que solía usar de nevera.
—¡No la llames así! —solté yo—. ¿Alguna vez se te ha ocurrido pensar que puede que tus problemas y la razón por la que te han ocurrido tantas cosas terribles no fueran Neferet y toda la mierda en la que está metida, sino en gran parte tu cochina actitud de mierda?
Aphrodite alzó las cejas y ladeó la cabeza, gesto que la hizo parecer un pájaro rubio.
—Sí, ya lo he pensado, pero yo no soy como tú. No soy tan positiva ni tan santurrona. Dime una cosa: tú crees que la gente es básicamente buena, ¿verdad?
La pregunta me sorprendió, pero me encogí de hombros y contesté:
—Sí, eso creo.
—Pues yo no. Yo creo que la mayor parte de la gente, y me da igual que sean vampiros o humanos, son mierda. Hacen teatro. Fingen que son buena gente, pero están a solo un paso de mostrar su verdadera gilipollez.
—Esa es una forma muy deprimente de vivir la vida —comenté yo.
—Tú la llamas deprimente, yo la llamo realista.
—Pero entonces, ¿cómo puedes confiar nunca en nadie?
Aphrodite apartó la vista de mí antes de contestar:
—No confío en nadie. Así resulta todo mucho más fácil. Ya lo descubrirás —dijo, volviendo de nuevo la vista hacia mí. Yo no fui capaz de leer la extraña expresión de sus ojos—. El poder cambia a la gente.
—Yo no voy a cambiar.
Iba a decir algo más, pero entonces pensé en que hacía pocos meses, si alguien me hubiera dicho que iba a darme el lote con un hombre hecho y derecho mientras tenía no uno, sino dos novios distintos, yo le habría dicho que de ninguna manera. Así que, ¿no significaba eso que había cambiado?
Aphrodite sonrió como si pudiera leerme la mente.
—No estaba hablando de ti. Hablaba de la gente que hay a nuestro alrededor.
—¡Ah! —exclamé yo—. Aphrodite, no pretendo ser desagradable ni nada de eso, pero creo que sé elegir a mis amigos mejor que tú.
—Ya veremos. Y hablando de amigos, ¿no deberías estar dirigiéndote al cine ahora mismo para encontrarte con ellos?
Yo suspiré antes de contestar:
—Sí, pero me es imposible ir. Tengo que conseguir la sangre para Stevie Rae, la ropa, y también quiero parar en el Wal-Mart para comprar uno de esos teléfonos de usar y tirar. Se me ha ocurrido que sería una buena idea dárselo para que así pueda llamarme.
—Bien. ¿Por qué no me recoges fuera de la puerta trampa que hay en el muro este hacia las dos y media? Eso nos dará tiempo de sobra para llegar a Philbrook antes que Stevie Rae.
—Suena perfecto. Solo necesito subir a mi habitación, recoger la ropa de Stevie Rae y mi bolso, y salir de aquí.
—Bien, pero yo iré a los dormitorios primero.
—¿Cómo? —pregunté yo.
Aphrodite me lanzó una mirada como preguntándome si era boba.
—No queremos que la gente te vea conmigo. Pensarán que somos amigas o algo ridículamente parecido.
—Aphrodite, no me importa lo que piense la gente.
Ella giró los ojos en sus órbitas y contestó:
—Pero a mí sí.
Entonces echó a correr hacia los dormitorios, por delante de mí.
—¡Eh! —la llamé yo. Ella giró la cabeza por encima del hombro—. ¡Gracias por ayudarme!
Aphrodite frunció el ceño y contestó:
—No importa. Pero no vayas diciéndolo por ahí. Lo digo en serio. ¡No digas nada! ¡Shhhh!
Sacudió la cabeza y se apresuró a entrar.