Tras ese comentario no tan positivo, Stevie Rae se giró y salió disparada como un tornado por el callejón para desaparecer en medio de la oscura suciedad. Yo me encaminé mucho más lentamente hacia el Escarabajo. Estaba triste y nerviosa, y tenía demasiadas cosas en las que pensar, así que, en lugar de ir directamente de vuelta a la escuela, pasé primero por la Casa Internacional de las Tortitas del sur de Tulsa, en la calle Setenta y Uno, abierta las veinticuatro horas, y pedí un batido de chocolate gigante y un montón de galletas con trozos de chocolate para poder reflexionar en el coche mientras comía compulsivamente.
Suponía que las cosas habían salido bien con Stevie Rae. Quiero decir que, al fin y al cabo, ella había accedido a verme al día siguiente. Y no había tratado de darme un mordisco, lo cual tampoco estaba tan mal. Por supuesto, todo aquel asunto de que ella estuviera intentando comerse a la vagabunda resultaba de lo más perturbador, y su olor y su aspecto eran realmente repulsivos. Pero bajo ese repugnante e increíble exterior de chica no muerta juro que aún podía sentir a mi Stevie Rae de siempre, mi mejor amiga. Yo iba a aferrarme muy fuerte a eso para ver si podía convencerla de que volviera a la luz. Aunque solo fuera figurativamente hablando. Porque creo que la luz de hecho la molestaba incluso más que a mí o que a un vampiro adulto. ¡Imagínate! Los asquerosos chicos muertos no muertos definitivamente no eran vampiros estereotípicos. Me preguntaba si Stevie Rae estallaría en llamas si la rozaba la luz. Mierda. Sería terrible. Sobre todo porque habíamos quedado a las tres de la madrugada, que estaba a solo unas tres horas del amanecer. Mierda otra vez.
Como si tener que preocuparme por la luz del sol y demás tonterías no fuera suficiente, además tenía que comenzar a pensar en qué iba a hacer cuando todos los profes (sobre todo Neferet) volvieran a la escuela, cosa que ocurriría en un futuro bastante cercano, y en cómo ocultarles que sabía que Stevie Rae no estaba muerta del todo. No. Ya me preocuparía de eso más tarde, en cuanto tuviera a Stevie Rae bien bañadita y en lugar seguro. Iría pasito de tortuga a pasito de tortuga, y esperaría a que Nyx, que evidentemente me había llevado hasta Stevie Rae, me echara una mano para solucionar las cosas.
Llegué de vuelta a la escuela casi al amanecer. El aparcamiento estaba más que medio vacío, y no me encontré a nadie mientras rodeaba lentamente el grupo de edificios que, como un castillo, componían la Casa de la Noche. Los dormitorios de las chicas estaban en el extremo opuesto del campus en relación al aparcamiento, pero a pesar de todo yo no tenía prisa. Además, tenía una cosa que hacer antes de dirigirme a los dormitorios, donde, probablemente, me toparía con más de una de mis disgustadas amigas. (¡Bah, sí que detestaba mi cumpleaños!).
Parte del edificio estaba colocado en sentido transversal en relación a la estructura principal de la Casa de la Noche y, no obstante, estaba construido con la misma extraña mezcla de ladrillo antiguo y piedra en relieve que el resto, solo que era más pequeño y más redondo. Frente a él estaba la estatua de mármol de nuestra Diosa Nyx, con los brazos en alto y las manos juntas como si sostuviera en ellas una luna llena. Yo me quedé de pie, contemplando la estatua. Las lámparas de gas antiguas que iluminaban el campus no solo no dañaban nuestra vista en proceso de cambio; proporcionaban una luz suave y cálida que resplandecía como una caricia de vida, como un soplo de aire sobre la estatua de Nyx.
Me sentí maravillada ante nuestra Diosa, dejé mi planta de lavanda y mi Drácula cuidadosamente en el suelo, y entonces busqué con la vista por la hierba, a los pies de la estatua, la alta vela verde de oración que debía haberse caído. La puse de pie, cerré los ojos y traté de centrarme. Me concentré en la calidez y la belleza de la llama de la lámpara de gas y en cómo una sola vela podía arrojar la suficiente luz como para cambiar toda la atmósfera de una habitación oscura.
—Invoco a la llama. Luz a mí, por favor —susurré.
Oí el chisporroteo de la mecha y sentí el golpe de calor sobre mi rostro. Al abrir los ojos, vi la vela verde, que representa al elemento tierra, ardiendo alegremente. Sonreí llena de satisfacción. No había exagerado al hablar con Stevie Rae. Había estado practicando con los elementos durante todo el mes anterior, invocándolos, y cada vez lo hacía mejor. (Y no es que mis impresionantes poderes, concedidos por la Diosa, pudieran ayudarme a aliviar los sentimientos heridos de mis amigos, pero aún así…).
Dejé cuidadosamente la vela encendida a los pies de Nyx. En lugar de agachar la cabeza ante ella, la eché hacia atrás de modo que mi rostro quedara al descubierto y yo pudiera alzarlo hacia la majestuosidad del cielo nocturno. Y entonces recé a mi Diosa, aunque admito que el modo en que lo hice sonó más bien como una conversación. Y no porque pretendiera ser irrespetuosa con Nyx. Simplemente yo soy así. Desde el día en que fui marcada y se me apareció la Diosa, me sentí muy cerca de ella; como si a ella le importara realmente lo que me ocurre en la vida. Todo lo contrario que ese Dios sin nombre que te mira desde lo alto con el ceño fruncido, dispuesto a rellenar una libreta con tus pecados para mandarte al infierno.
—Nyx, gracias por ayudarme esta noche. Estoy confusa y muy extrañada por la situación de Stevie Rae, pero sé que si tú me ayudas… que si tú nos ayudas… podremos solucionarlo. Cuídala, por favor, y ayúdame para que sepa qué hacer. Sé que tú me marcaste y me diste poderes especiales por alguna razón, y ahora empiezo a pensar que quizá esa razón tenga algo que ver con Stevie Rae. No voy a mentir: me da miedo. Pero tú ya sabías lo miedica que era cuando me elegiste.
Sonreí con la vista fija en el cielo. Durante mi primera conversación con Nyx yo le había dicho que era imposible que ella me hubiera elegido como una vampira especial cuando ni siquiera se me daba bien aparcar en paralelo. Pero eso a ella en aquel entonces no parecía haberle importado, así que yo esperaba que siguiera sin importarle.
—He querido encender esta vela por Stevie Rae para simbolizar el hecho de que yo no la olvidaré, y tampoco me apartaré de la tarea que tú quieres que realice por poco que sepa acerca de los detalles.
Se me ocurrió quedarme allí sentada un rato, con la esperanza de que me llegara otro susurro que pudiera ayudarme a manejar el encuentro del día siguiente con Stevie Rae. Por eso seguía allí sentada, ante la estatua de Nyx, mirando al cielo, cuando la voz de Erik me dio un susto de muerte.
—La muerte de Stevie Rae te ha alterado mucho, ¿verdad?
Yo me sobresalté y solté un gritito muy poco atractivo.
—¡Jobar, Erik! Me has asustado tanto que casi me hago pis encima. No vuelvas a acercarte a escondidas de esa forma.
—Bueno, lo siento. No debería haberte molestado. Ya nos veremos más tarde —dijo él, que enseguida echó a caminar.
—¡No, espera! No quiero que te vayas. Es solo que me has asustado. La próxima vez, da una patada a una hoja. O tose, o algo. ¿De acuerdo?
Él se detuvo y se giró hacia mí. Su rostro parecía tenso y vigilante, pero asintió y dijo:
—De acuerdo.
Yo me puse en pie y esbocé una sonrisa que esperaba resultara alentadora. Dejando a un lado a las amigas no muertas y a los novios humanos conectados, Erik me gustaba realmente, y desde luego no quería romper con él.
—De hecho me alegro de que estés aquí. Quería disculparme por lo ocurrido antes.
Erik hizo un gesto brusco con la mano.
—No importa, y además no hace falta que lleves ese colgante con el muñeco de nieve. Puedes devolverlo. O lo que sea. Tengo el recibo.
Me llevé la mano a la perla del colgante del muñeco de nieve. De pronto, ante la idea de perderlo, (y de perder a Erik), me di cuenta de que tenía cierto encanto. (Y de que Erik tenía algo más que cierto encanto).
—¡No! No quiero devolverlo —exclamé. Hice una pausa para calmarme de modo que no pareciera una loca desesperada—. Bueno, está bien. Quizá estuve un poco exagerada con todo el asunto del cumpleaños y la Navidad. En realidad, debería haberos dicho lo que pienso, pero es que he pasado siempre unos cumpleaños tan penosos que supongo que ni siquiera se me ocurrió pensarlo. O, al menos, no se me había ocurrido pensarlo hasta hoy. Pero para entonces era ya demasiado tarde. No pensaba decir nada, y no os habríais enterado de no haber sido por la nota de Heath.
Entonces recordé que aún llevaba puesto el precioso brazalete de Heath, así que dejé caer el brazo y lo apreté contra el cuerpo para evitar que los adorables corazoncitos tintinearan alegremente. Y luego añadí sin convicción:
—Además, tienes razón. Stevie Rae me ha alterado de verdad.
Me tapé la boca al darme cuenta de que una vez más había vuelto a hablar de Stevie Rae como si estuviera viva o, en su caso, supongo que debería decir no muerta. Y, por supuesto, balbuceaba como la loca desesperada que trataba de no parecerlo.
Pero era como si los ojos azules de Erik pudieran ver en mi interior.
—¿Crees que las cosas te serían más fáciles si yo diera un paso atrás y te dejara a solas por un tiempo?
—¡No! —exclamé yo, sinceramente dolida ante su actitud—. No, definitivamente no me sería todo más fácil si tú te apartaras de mí.
—Pero tú en realidad no has estado aquí desde que Stevie Rae murió. Y yo comprendo perfectamente que necesites cierto espacio.
—Erik, lo cierto es que no se trata solo de Stevie Rae. Hay otros asuntos de los que también me cuesta hablar.
Él se acercó a mí y me tomó de la mano. Entrelazó los dedos con los míos.
—¿No puedes decírmelo? Se me da bien arreglar problemas. Quizá pueda ayudarte.
Yo alcé la vista y lo miré a los ojos, y deseé tan ardientemente contarle lo de Stevie Rae y lo de Neferet e incluso lo de Heath, que sentí incluso que mi cuerpo se inclinaba hacia el de él. Erik terminó de cruzar la escasa distancia que nos separaba, y yo me deslicé en sus brazos con un suspiro. ¡Él siempre olía tan bien y era tan increíblemente fuerte y duro!
Descansé la mejilla sobre su pecho.
—Estás de broma, ¿no? Por supuesto que se te da bien arreglar problemas. Porque a ti todo se te da bien. De hecho, eres casi perfecto. Vamos, que eres casi un friqui de puro perfecto.
Sentí como su pecho se agitaba al echarse a reír.
—Lo dices como si fuera algo malo.
—No es malo, es… algo intimidante —musité yo.
—¡Intimidante! —exclamó él, echándose hacia atrás para poder mirarme a la cara—. ¡Tú sí que tienes que estar de broma!
Erik volvió a echarse a reír. Yo fruncí el ceño y lo miré a los ojos.
—¿Por qué te ríes de mí?
Él me abrazó y dijo:
—Z, ¿tienes idea de lo que significa salir con la iniciada más poderosa de la historia de los vampiros?
—No, pero es que yo no salgo con chicas —contesté, a pesar de estar convencida de que no hay nada de malo en ser lesbianas.
Él me tomó de la barbilla y alzó mi rostro.
—Tú sí que das miedo, Z. Tú controlas los elementos. ¡Todos! ¡Y luego hablan de salir con chicas a las que es mejor no cabrear!
—¡Oh, por favor! ¡No seas tonto! ¡Yo jamás te atacaría!
No mencioné el hecho de que sí había atacado a otra gente. Más específicamente, a gente no muerta. Bueno, y a su ex novia, Aphrodite (que viene a ser tan odiosa y molesta como los no muertos). Pero, probablemente, era mejor no mencionar nada de eso.
—Yo simplemente digo que no necesitas sentirte intimidada por nadie. Eres increíble, Zoey. ¿O es que no lo sabías?
—Supongo que no. Las cosas han sido un poco confusas últimamente.
Erik se echó atrás una vez más y me miró a los ojos antes de decir:
—Entonces deja que yo te las aclare un poco.
Yo sentí que nadaba en sus ojos. Quizá sí pudiera contárselo todo. Erik era de quinto curso, así que estaba ya a mitad de su tercer año en la Casa de la Noche. Tenía casi diecinueve años, y además tenía un increíble talento como actor. (¡Y encima sabía cantar!). Si había un iniciado que pudiera guardar un secreto, ese era él. Pero al abrir la boca para decirle toda la verdad sobre la no muerte de Stevie Rae, un terrible sentimiento me agarrotó el estómago y me heló las palabras en la garganta. Era otra vez esa misma intuición. Un sentimiento en lo más profundo del estómago que me decía que mantuviera la boca cerrada, o que echara a correr o, a veces, simplemente, que me tomara un respiro y que reflexionara. Y en ese momento me estaba diciendo que era imposible no hacer caso a la urgente necesidad de mantener la boca cerrada, necesidad que reforzaron las palabras que pronunció Erik a continuación:
—Eh, ya sé que preferirías hablar con Neferet, pero ella no volverá al menos hasta dentro de una semana o así, así que hasta entonces yo podría hacer su papel.
Neferet era precisamente la única persona y el único vampiro con quien rotundamente yo no podía hablar. ¡Demonios!, Neferet y su capacidad psíquica de leer el pensamiento eran justo la razón por la cual yo no podía contarle a Erik ni a ninguno de mis amigos nada acerca de Stevie Rae.
—Gracias, Erik —dije automáticamente mientras me apartaba de sus brazos—, pero tengo que salir de esto por mí misma.
Él me soltó tan deprisa que yo casi me eché atrás.
—Es por él, ¿verdad?
—¿Él?
—Ese chico humano, Heath. Tu antiguo novio. Él volverá dentro de dos días, y por eso es por lo que te comportas de un modo tan raro.
—No me comporto de un modo tan raro. Al menos no en ese sentido.
—Entonces, ¿por qué no me dejas tocarte?
—¿De qué estás hablando? Te dejo tocarme. Acabo de abrazarte.
—Sí, durante dos segundos. Pero luego te has apartado como si llevaras ya una eternidad. Escucha, si he hecho algo mal tienes que decírmelo y…
—¡No has hecho nada mal!
Erik no dijo nada durante unos cuantos segundos, pero cuando al fin habló su voz pareció la de un chico mayor de diecinueve años, y desde luego sonó más que un poco triste.
—No puedo competir con una conexión. Lo sé. Y no lo intento. Simplemente pensé que entre tú y yo había algo especial. Nosotros duraremos mucho más que cualquier lazo biológico que puedas entablar con un humano. Tú y yo somos parecidos, pero tú y Heath no. Al menos ya no.
—Erik, tú no necesitas competir con Heath.
—He estado buscando información sobre la conexión. Está relacionada con el sexo.
Sentí que mi rostro se ponía colorado. Por supuesto, él tenía razón. La conexión es algo sexual porque el acto de beber sangre humana afecta al mismo receptor en el cerebro del vampiro y del humano al que afecta el orgasmo. Pero yo no quería discutir sobre eso con Erik. Así que en lugar de ello, decidí limitarme a los hechos superficiales y no entrar en profundidades.
—Se trata de la sangre, no del sexo.
Erik me miró con cara de saber que, (por desgracia), él tenía razón. Había estado investigando.
Naturalmente, yo me puse a la defensiva.
—Sigo siendo virgen, Erik, y todavía no estoy lista para cambiar eso.
—Yo no he dicho que…
—Parece que me confundes con tu última novia —lo interrumpí—. Con esa a la que vi de rodillas delante de ti, tratando de hacerte una mamada.
Está bien, no era justo por mi parte sacar a relucir el desagradable y cochino incidente entre Aphrodite y él del que yo había sido testigo accidentalmente. Yo entonces ni siquiera conocía a Erik; sin embargo, en ese momento, me pareció mucho más fácil discutir con él que hablar de la lujuriosa necesidad de sangre que sentía con Heath.
—No te confundo con Aphrodite —contestó él con los dientes apretados de rabia.
—Vale, entonces, quizá no se trate tanto de que yo me comporto de un modo raro, como de que tú quieres de mí más de lo que yo puedo darte.
—Eso no es cierto, Zoey. Tú sabes muy bien que yo no te he presionado jamás con relación al sexo. No quiero a una chica como Aphrodite. Te quiero a ti. Pero quiero poder tocarte sin que tú te apartes como si yo fuera un leproso.
¿Había estado haciendo eso? ¡Mierda! Era muy probable que sí. Respiré hondo. Discutir de ese modo con Erik era una estupidez; tenía que encontrar el modo de permitirle que se acercara a mí sin decirle nada que luego él pudiera contarle accidentalmente a Neferet porque, en caso contrario, yo iba a acabar perdiéndolo. Bajé la vista al suelo, reflexionando sobre qué podía decirle y qué no.
—No creo que seas un leproso. Creo que eres el chico más sexi de esta escuela.
Oí a Erik suspirar profundamente.
—Bueno, acabas de decir que no sales con chicas, así que eso tiene que significar que te gusta cuando te toco.
Yo alcé la vista y contesté:
—Me gustas. Sí me gusta —rectifiqué. Entonces decidí que iba a decirle la verdad. O, al menos, toda la verdad que pudiera—. Es solo que es duro dejar que te me acerques cuando tengo que enfrentarme a… bueno… a todo esto.
¡Bien, genial! Vaya forma de llamarlo. Era una estúpida. ¿Por qué seguía gustándole?
—Z, ¿con eso de «todo esto» te refieres a cómo enfrentarte a tus poderes?
—Sí.
Está bien, era una mentira, pero no del todo. Todo esto (es decir, Stevie Rae, Neferet, Heath), me había ocurrido porque tenía poderes, y por eso tenía que enfrentarme a ello, aunque estaba claro que no estaba haciendo un buen trabajo. Sentía que debía cruzar los dedos detrás de la espalda, pero tenía miedo de que Erik se diera cuenta.
Él dio un paso hacia mí.
—¿Así que «todo esto» no es que detestas cuando te toco?
—«Todo esto» no es que yo deteste que me toques. Indudablemente no. Seguro.
Yo di un paso hacia él.
Erik sonrió y de pronto sus brazos me rodearon otra vez, solo que en esa ocasión además se inclinó para besarme. Su sabor era tan maravilloso como su olor, así que el beso me supo estupendo y, en algún momento mientras nos besábamos, yo me di cuenta de que hacía mucho tiempo que Erik y yo no nos dábamos el lote. Quiero decir que yo no soy como la guarra de Aphrodite, pero tampoco soy una monja. Y desde luego no estaba mintiendo cuando le dije a Erik que me gustaba que me tocara. Deslicé las manos por sus anchos hombros y me incliné otro poco más sobre él. Encajábamos perfectamente el uno en el otro. Él es realmente alto, pero eso me gusta. Me hace sentirme pequeña, femenina y protegida, y eso también me gusta. Dejé que mis dedos juguetearan por su nuca con el cabello negro, espeso y ligeramente rizado. Mis uñas arañaron suavemente la delicada piel, sentí cómo él se estremecía y lo oí gemir.
—¡Cómo me gustas! —susurró él contra mis labios.
—Y tú a mi —susurré yo.
Me presioné contra él y profundicé en el beso. Y entonces, por puro impulso, (un impulso muy erótico), tomé su mano de mi espalda y la levanté hasta que cubrió mi pecho por un lado. Él volvió a gemir y me besó con más fuerza y más excitación. Deslizó la mano hacia abajo para meterla por debajo de mi suéter, y luego la subió hacia arriba, de modo que mi pecho quedó en su mano, desnudo excepto por el sujetador de encaje negro.
Está bien, lo admitiré. Me gustaba que él me tocara la teta. Me hacía sentirme bien. Sobre todo me hacía sentir bien el hecho de demostrarle a Erik que yo no lo rechazaba. Me moví para que él pudiera tocarme mejor, y de algún modo ese pequeño e inocente (bueno, casi inocente) movimiento provocó que nuestras bocas se deslizaran y mis dientes superiores se hincaran ligeramente en su labio inferior.
El sabor de su sangre me excitó fuertemente, y jadeé contra su boca. Era un sabor rico y cálido e indescriptiblemente salado y dulce al mismo tiempo. Sé que suena vulgar, pero no pude evitar mi respuesta instintiva ante él. Tomé el rostro de Erik con ambas manos y tiré de su labio con la boca. Lo lamí suavemente, lo cual hizo que su sangre fluyera más deprisa.
—¡Sí, adelante! Bebe —dijo Erik con un tono de voz ronco y una respiración más y más jadeante cada vez.
No necesitaba que me alentara más. Succioné su labio con la boca, saboreando la maravillosa magia de su sangre. No era como la sangre de Heath. No me producía un placer tan intenso que resultara casi doloroso, no me ponía casi fuera de control. La sangre de Erik no era una ola de apasionada excitación como la de Heath. La sangre de Erik era como una pequeña fogata: era algo cálido, equilibrado y fuerte. Llenaba mi cuerpo con una llama que calentaba un placer líquido que se extendía hasta los dedos de mis pies y me hacía desear más; más de Erik y más de su sangre.
—¡Ejem!
Alguien se aclaraba la garganta en voz alta para llamar nuestra atención. Erik y yo nos apartamos el uno del otro como si nos hubieran electrocutado. Vi los ojos de Erik abrirse como platos al alzar la vista y mirar por detrás de mí. Luego vi su sonrisa, una sonrisa que le hizo parecer un chico malo al que hubieran pillado con la mano en la caja de las galletas (y, según parecía, yo era la caja de las galletas).
—Lo siento, profesor Blake. Creíamos que estábamos solos.