4

La abuela quería compensarme por lo sucedido, así que cruzamos la plaza de Utica hasta el restaurante Stonehorse y allí decidimos pedir un trozo de tarta de cumpleaños de los de verdad. Lo cual significa que ella pidió dos copas de vino y yo pedí un enorme refresco burbujeante marrón y una porción gigante de tarta del diablo. (Sí, nos reímos mucho por la ironía del nombre).

Pero la abuela no trató de animarme con patéticas chorradas como que mi madre no lo había hecho a propósito, que ya se convencería de su error y que debía darle un poco de tiempo… bla, bla, bla. Mi abuela siempre había sido demasiado práctica y guay como para eso.

—Tu madre es una mujer de carácter débil; solo es capaz de encontrar su propia identidad a través de un hombre —dijo mi abuela mientras daba un sorbo de vino—. Por desgracia, esta vez ha elegido a un hombre verdaderamente malo.

—Ella jamás cambiará, ¿verdad?

La abuela rozó mi mejilla suavemente y contestó:

—Es posible pero, la verdad, lo dudo mucho, Zoeybird.

—Me gusta que no me mientas, abuelita.

—Las mentiras no arreglan nada. Ni siquiera hacen las cosas más sencillas, al menos a la larga. Es mejor decir la verdad y arreglar los problemas cuanto antes.

Yo suspiré.

—Cariño, ¿es que tienes algún problema que arreglar? —preguntó la abuela.

—Sí, pero por desgracia no es un problema fácil.

Sonreí tímidamente y le conté a mi abuela lo de la desastrosa fiesta de cumpleaños de la escuela.

—¿Sabes?, vas a tener que arreglar el asunto ese de los dos novios. Heath y Erik no van a soportarse el uno al otro más que un tanto así —dijo mi abuela con un gesto de los dedos con el que apenas alcanzaba a medir un par de centímetros.

—Lo haré, pero es que Heath estuvo en el hospital durante casi una semana después de que lo salvara de la historia de los asesinatos en serie, y luego sus padres se lo llevaron a las islas Caimán para las vacaciones de Navidad. No lo veo desde hace un mes, así que no he tenido tiempo de arreglar el tema de Heath y Erik.

Yo arrebañaba el fondo del plato en lugar de alzar la vista hacia mi abuela. Lo de la «historia de los asesinatos en serie» era una completa gilipollez. Yo había salvado a Heath, pero el problema era que no lo había salvado de algo tan simple como un humano loco. Lo había salvado de un grupo de criaturas de las cuales probablemente mi mejor amiga, la no muerta Stevie Rae, había sido y probablemente seguía siendo la líder. Pero eso no podía decírselo a mi abuela. No podía decírselo a nadie, porque detrás de todo el misterio estaba la alta sacerdotisa de la Casa de la Noche, mi mentora, Neferet, y ella era una telépata demasiado poderosa. Neferet no parecía del todo capaz de leerme la mente, pero si se lo contaba a alguien y le leía la mente a ese alguien, entonces todos estaríamos perdidos.

Y luego hablaban del estrés.

—Quizá deberías volver a casa y arreglar las cosas —dijo la abuela. Entonces, al ver mi expresión de sobresalto, añadió—: Me refiero al asunto de los regalos de cumplenavidad, no al asunto de Heath y Erik.

—Ah, bien. Sí, eso haré —contesté yo. Luego hice una pausa, pensé en lo que ella acababa de decir, y añadí—: ¿Sabes? Se ha convertido en mi hogar.

—Lo sé —sonrió mi abuela—. Y me alegro por ti. Por fin estás encontrando tu lugar, Zoeybird. Estoy orgullosa de ti.

La abuela me acompañó al sitio en el que había aparcado mi Volkswagen Escarabajo antiguo, me abrazó y se despidió de mí. Yo volví a darle las gracias por los regalos. Ninguna de las dos mencionó a mi madre. Sencillamente, hay cosas sobre las que es mejor no hablar. Le dije que iba a volver a la Casa de la Noche para arreglar las cosas con mis amigos porque esa era mi intención, pero en lugar de ello conduje sin pensar hacia el centro de la ciudad. Otra vez.

Durante el mes anterior, todas las noches que podía me inventaba una pobre excusa y me escapaba de la escuela; me había pasado esas noches vagando por las calles del centro de Tulsa, cazando. Cazando… gruñí para mí misma. Esa era una palabra excelente para describir lo que había estado haciendo: buscar a mi mejor amiga, Stevie Rae, que había muerto hacía un mes y que se había convertido en una no muerta.

Sí, era tan extraño como sonaba.

Los iniciados morían. Eso lo sabíamos todos. Yo misma había sido testigo de la muerte de dos de los tres iniciados que habían fallecido poco después de ingresar en la Casa de la Noche. Bien, así que todo el mundo sabía que podíamos morir. Pero lo que no todo el mundo sabía era que los tres últimos iniciados que habían muerto habían resucitado, o habían vuelto a la vida, o… ¡demonios! Supongo que la forma más fácil de describir lo que les había ocurrido sería decir que se habían convertido en el estereotipo de un vampiro: en el monstruo no muerto, que camina y chupa sangre, al que no le queda nada de humano en absoluto. ¡Y que encima apesta!

Yo lo sabía porque había tenido la mala suerte de ver lo que al principio había creído que eran los fantasmas de los dos primeros iniciados muertos. Pero había sido entonces cuando habían comenzado a asesinar a los adolescentes humanos, y parecía como si alguien quisiera que todos los indicios apuntaran a un vampiro asesino. El asunto fue horrible, sobre todo porque yo conocía a los dos primeros chicos humanos que habían sido asesinados y porque, por un tiempo, la policía había fijado su atención precisamente en mí. Y más horrible había sido cuando el tercer adolescente humano secuestrado fue Heath.

Bueno, yo no podía permitir que lo mataran. Además, de algún modo, accidentalmente, él y yo estábamos conectados. Con la ayuda de Aphrodite aprendí a seguir el rastro de la conexión hasta llegar a Heath. La policía creyó que lo había rescatado de un asesino en serie humano.

Pero ¿qué había descubierto yo realmente?

A mi mejor amiga no muerta y a sus desagradables secuaces. Había sacado a Heath de allí (y con eso de «allí» me refiero a los viejos túneles prohibidos del centro de la ciudad, bajo la estación abandonada de Tulsa) y me había enfrentado a Stevie Rae. O a lo que quedaba de ella.

Pero claro, uno de los problemas era que yo no creía que Stevie Rae hubiera dejado por completo de ser humana, como parecía ocurrirles a los otros asquerosos ex iniciados no muertos que habían tratado de comerse a Heath.

El segundo problema era Neferet. Stevie Rae me había dicho que era ella quien estaba detrás de sus no muertes. Yo sabía que era verdad porque nada más aparecer la policía, Neferet nos había hecho un terrible conjuro a Heath y a mí. Se suponía que ese conjuro debía hacernos olvidar todo lo ocurrido en los túneles. Y creo que funcionó con Heath. Pero conmigo solo funcionó de manera temporal. Yo utilicé el poder de los cinco elementos para romper el conjuro que pesaba sobre mí.

Y eso es, en resumen, lo que sucedió. Desde entonces he estado muy preocupada y sin saber qué hacer sobre: primero, Stevie Rae; segundo, Neferet; y tercero, Heath. Podría parecer que el hecho de no haberlos visto a ninguno de los tres durante el último mes ha sido de gran ayuda, pero no es así.

—Está bien —dije en voz alta—, es mi cumpleaños, y ha sido un cumpleaños horrible incluso para mí. Así que, Nyx, voy a pedirte solo un favor por mi cumpleaños. Quiero encontrar a Stevie Rae —rogué—. ¡Por favor! —me apresuré a añadir con la educación con la que se le debe hablar a una Diosa, según me habría recomendado Damien de haber estado allí.

En realidad yo no esperaba ningún tipo de respuesta, así que cuando las palabras «Baja la ventanilla» sonaron una y otra vez dentro de mi cabeza, creí que se trataba de la letra de una canción de la radio. Pero no llevaba la radio puesta, y nadie cantaba esas palabras. Además sonaban en mi cabeza, no por la radio.

Así que bajé la ventanilla del coche con un nerviosismo creciente.

Durante toda la semana había hecho más calor de lo normal. Aquel día habíamos llegado casi a los quince grados, lo cual no era habitual para el mes de diciembre. Pero estábamos en Oklahoma, así que tampoco era de extrañar. Aun así, era ya casi medianoche, y había refrescado. No es que eso me molestara. Los vampiros adultos no sienten el frío con la misma intensidad que los humanos. No, no es porque ellos estén fríos y muertos, ni porque sean pedazos de carne reanimada (¡puaj!, quizá eso era lo que Stevie Rae era ahora). Es porque su metabolismo es muy distinto del humano. Como iniciada, y especialmente como iniciada más avanzada que la mayoría de los chicos que llevan marcados solo un par de meses, mi resistencia al frío era ya bastante superior a la de un humano. Así que el aire fresco entrando por la ventanilla del Escarabajo no me molestaba, y por eso es por lo que era extraño que de pronto me pusiera a estornudar y sentir cierto frescor.

¡Puaj!, ¿qué era ese olor? Olía como a sótano rancio y a ensalada de huevo podrido, todo ello mezclado formando un tufillo desagradable a algo que me resultaba asquerosamente familiar.

—¡Ah, demonios!

Caí en la cuenta de qué era lo que estaba oliendo, y entonces giré el volante del Escarabajo bruscamente para cruzar los tres carriles vacíos y aparcar una pizca más al norte de la estación de autobuses abandonada del centro de la ciudad. Apenas tardé en subir la ventanilla y echar el seguro a la puerta (porque me habría muerto si me hubieran robado mi primera edición de Drácula). Salí del coche y corrí a la acera. Me quedé muy quieta, olfateando el aire. Volví a percibir ese olor de inmediato. ¡Puaj! Era demasiado desagradable como para ignorarlo. Sin dejar de olisquear, igual que si fuera un perro sabueso, comencé a seguir el rastro que me indicaba mi nariz por la acera y que me alejaba de la luz en dirección a la estación de autobuses.

La encontré en el callejón. Al principio pensé que estaba apoyada sobre una enorme bolsa repleta de basura y se me encogió el corazón. Tenía que sacarla de aquel tipo de vida; tenía que descubrir el modo de mantenerla a salvo hasta que pudiera arreglar la horrible cosa que le había sucedido. O conseguir que muriera de una vez por todas. ¡No! Aparté esa última idea de mi mente. Ya había visto morir a Stevie Rae una vez. Y no estaba dispuesta a volver a hacerlo.

Pero antes de que pudiera llegar hasta ella para estrecharla entre mis brazos (mientras contenía la respiración, naturalmente), y asegurarle que yo lo arreglaría todo, la bolsa de basura comenzó a gemir y a moverse, y entonces me di cuenta de que Stevie Rae no estaba escarbando entre la basura, sino dando un mordisco en el cuello a una vagabunda.

—¡Oh, qué asco! ¡Mierda!, ¿quieres parar?

Con una rapidez sobrehumana, Stevie Rae se giró. La vagabunda cayó al suelo, pero Stevie Rae la sujetó por una de las sucias muñecas. Con los dientes al descubierto y los ojos relucientes, ambos de un espeluznante color rojo, Stevie Rae siseó algo en dirección a mí. Pero yo estaba demasiado asqueada como para sentir miedo o salir corriendo. Además, acababa de soportar un cumpleaños verdaderamente terrible, y no estaba dispuesta a aguantar ya ni media por parte de nadie. Ni siquiera por parte de mi mejor amiga no muerta.

—Stevie Rae, soy yo. Así que ya puedes dejar de sisear de esa forma estúpida. Además, es un cliché ridículo sobre los vampiros.

Por un segundo ella se quedó callada, y a mí se me ocurrió la horrible idea de que quizá se hubiera deteriorado de algún modo durante ese mes en que no nos habíamos visto; quizá en ese momento ella fuera ya igual de bestial e intratable que los demás. Mi estómago se agarrotó dolorosamente, pero entonces nuestras miradas se encontraron y yo puse los ojos en blanco y dije:

—Y, por favor, hueles fatal. ¿Es que no hay duchas en la escalofriante tierra de los no muertos?

Stevie Rae frunció el ceño, lo cual era ya un progreso porque sus labios taparon los dientes manchados de sangre.

—Vete, Zoey.

Su tono de voz era frío e indiferente, y lo que solía ser su dulce acento okie sonó como el de un basurero muy bruto. Pero había dicho mi nombre, y con eso me bastaba para alentarme.

—No pienso irme a ninguna parte hasta que hablemos, así que deja que se marche esa vagabunda. Eh… Stevie Rae, probablemente tendrá piojos y quién sabe qué más… Deja que se marche y vayamos a hablar tú y yo.

—Si quieres hablar, tendrás que esperar a que termine de comer —dijo Stevie Rae que, acto seguido, ladeó la cabeza en un movimiento que me recordó al de un insecto—. Creo recordar que tú estableciste una conexión con tu pequeño juguetito humano, ¿no? Parece que a ti también te gusta la sangre. ¿Quieres unirte a mí, y dar un bocado? —preguntó Stevie Rae con una sonrisa en los labios mientras se lamía los dientes.

—¡Basta ya, es repugnante! ¡Simplemente repugnante! Y para tu información, Heath no es mi juguetito humano. Es mi novio. Es decir, uno de ellos. Le succioné la sangre por accidente, se podría decir. Iba a contártelo, pero entonces tú falleciste. Así que no, no quiero darle un mordisco a esa mujer. Ni siquiera sé dónde ha estado —añadí, mientras le lanzaba una tímida sonrisa a la pobre mujer de pelo enredado y ojos como platos—. Y no pretendo ofender, señora.

—Mejor. ¡Más para mí! —respondió Stevie Rae, que se inclinó de nuevo sobre la garganta de la mujer.

—¡Basta!

Stevie Rae me miró por encima del hombro de la mendiga y dijo:

—Como ya te he dicho, Zoey, lo mejor es que te vayas de aquí. Tú no perteneces a este lugar.

—Ni tú tampoco —dije yo.

—Esa es, simplemente, una de las cosas sobre las que te equivocas.

Nada más volverse Stevie Rae de nuevo sobre la mujer, que en ese momento se puso a llorar y a gritar «¡Por favor, oh, por favor!» una y otra vez, yo di un par de pasos adelante y alcé los brazos por encima de la cabeza.

—He dicho que la sueltes.

La respuesta de Stevie Rae consistió en sisear y abrir la boca para morder el cuello de la mendiga. Yo cerré los ojos y rápidamente me concentré.

—¡Aire, ven a mí! —ordené.

De inmediato comenzó a levantárseme el pelo con la brisa que me rodeaba. Hice círculos con una mano ante mí mientras me imaginaba un pequeño tornado. Abrí los ojos, hice un rápido movimiento con la muñeca y lancé el poder del aire hacia la llorosa vagabunda. Tal y como me había imaginado, el tornado rodeó a la mendiga y, sin tocar apenas uno solo de los rizos de la cabeza de Stevie Rae, la levantó y la sacó del callejón. La soltó solo cuando estuvo a salvo a la luz de una farola.

—Gracias, aire —murmuré yo.

Sentí como la brisa rozaba mi rostro con una caricia antes de desaparecer.

—Cada día se te da mejor.

Me volví hacia Stevie Rae. Ella me observaba con una expresión maliciosa, como si pensara que yo iba a conjurar otro tornado para succionarla a ella y relegarla definitivamente al olvido. Yo me encogí de hombros.

—He estado practicando. Se trata simplemente de un tema de concentración y de control. Tú también lo sabrías, si hubieras practicado.

Una mueca de pena cruzó el rostro de Stevie Rae tan deprisa, que yo me pregunté si verdaderamente la había visto o solo me la había imaginado.

—Ahora los elementos ya no tienen nada que ver conmigo.

—Eso es una tontería, Stevie Rae. Tú tienes afinidad con la tierra. La tenías antes de morir, o lo que sea —contesté yo. Pensé en lo extraño que era estar hablando con ella acerca del hecho de que estuviera muerta—. Ese tipo de cosas no desaparecen así como así. Además, ¿te acuerdas de lo que sucedió en los túneles? Entonces todavía tenías esa afinidad.

Stevie Rae sacudió la cabeza, y los cortos rizos rubios que no estaban sucios rebotaron, recordándome a mi antigua amiga.

—Pero ya no la tengo. La tuviera o no, murió con la parte humana de mí. Tienes que aceptarlo y seguir adelante. Yo ya lo he aceptado.

—¡Pues yo jamás lo aceptaré! Tú eres mi mejor amiga. ¡No pienso seguir adelante sin ti!

De pronto Stevie Rae emitió un sonido horrible y salvaje, y sus ojos se inyectaron en sangre.

—¿Tengo aspecto de ser tu mejor amiga?

Yo traté de no hacer caso del modo en que mi corazón latía dentro de mi pecho. Ella tenía razón. La cosa en la que ella se había convertido tenía muy poco que ver con la Stevie Rae a la que yo había conocido. Pero yo no quería creer que ella hubiera desaparecido del todo. Había visto retazos de mi mejor amiga en los túneles, y eso significaba que no podía rendirme. Sentía deseos de llorar, pero en lugar de ello traté de controlarme y me esforcé por hablar con normalidad.

—Bueno, ¡demonios, no!, no pareces Stevie Rae, pero ¿cuánto tiempo hace que no te lavas el pelo? ¿Y qué llevas puesto? —pregunté yo.

Señalé los pantalones de chándal y la camisa varias tallas grande, sobre los cuales llevaba una gabardina negra larga y llena de manchas, de esas que les gustan llevar a los chicos friquis góticos incluso aunque estemos a treinta y tantos grados, y concluí:

—Pero yo tampoco parecería yo si fuera vestida así —dije, suspirando y dando un par de pasos hacia ella—. ¿Por qué no vienes conmigo? Te colaré en el colegio. Será fácil; allí prácticamente no queda nadie. Neferet no está —añadí, y luego me apresuré a seguir (porque, sin duda, ninguna de las dos quería hablar de ella ni en ese momento, ni en ningún otro)—. La mayor parte de los profesores están de vacaciones de invierno, y los chicos se han ido a ver a sus familias. En la escuela ahora mismo no pasa nada de nada. No nos molestarán ni siquiera Damien, las gemelas, ni Erik, porque me he enfadado con ellos. Así que podrás tomar una larga y jabonosa ducha, ponerte ropa de verdad, y luego hablamos.

Yo la miraba a los ojos mientras hablaba, así que vi reflejado el deseo en los de Stevie Rae. Duró solo un instante, pero lo vi. Después ella apartó la mirada.

—No puedo ir contigo. Tengo que comer.

—Eso no es problema. Te conseguiré algo de comer de la cocina de los dormitorios. ¡Eh!, apuesto a que puedo conseguirte un tazón de Lucky Charms —sonreí yo—. ¿Te acuerdas? Son maravillosamente deliciosos, pero no tienen ningún valor nutricional en absoluto.

—¿Igual que los Conde Chócula?

Mi sonrisa se dibujó de oreja a oreja, llena de alivio, al ver como Stevie Rae retomaba el hilo de nuestra antigua broma acerca de cuál de nuestros cereales favoritos para el desayuno era mejor.

—Conde Chócula lleva chocolate. El cacao es una semilla. Es saludable.

Stevie Rae me miró a los ojos. Los de ella ni estaban inyectados en sangre, ni trataban ya de ocultar las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Yo di automáticamente un paso para abrazarla, pero ella se apartó.

—¡No! No quiero que me toques, Zoey. Ya no soy la que era. Estoy sucia y soy desagradable.

—¡Entonces ven a la escuela conmigo y lávate! —rogué yo—. Arreglaremos esto. Te lo prometo.

Stevie Rae sacudió la cabeza con tristeza y se enjugó las lágrimas de los ojos.

—No hay modo de arreglarlo. Cuando digo que estoy sucia y soy desagradable, no me refiero solo a que lo sea por fuera. Lo que ves por fuera no es ni la mitad de asqueroso que lo que soy realmente por dentro. Zoey, tengo que comer. Y no me refiero a comer cereales o sándwiches o a beber refrescos. Tengo que tomar sangre. Sangre humana. Si no lo hago… —Stevie Rae hizo una pausa y yo vi que se estremecía terriblemente de arriba abajo—. Si no lo hago el hambre me corroe, me quema por dentro, y no puedo soportarlo. Y tienes que comprender que yo quiero hacerlo. Quiero rasgar gargantas humanas y beber sangre caliente tan inundada de pavor, de ira y de dolor, que me produce mareos.

Stevie Rae hizo de nuevo una pausa, pero en esa ocasión para respirar pesadamente.

—Es imposible que realmente quieras matar a nadie, Stevie Rae.

—Te equivocas. Quiero.

—Aunque digas eso, yo sé que aún quedan partes de mi mejor amiga dentro de ti. Sé que Stevie Rae jamás se sentiría cómoda dándole un azote a un cachorrillo, y menos aún matando a alguien —dije yo. Al ver que ella abría la boca para expresar su desacuerdo conmigo, yo me apresuré a continuar—: ¿Y si te consigo sangre humana para que no tengas que matar?

Con ese horrible tono indiferente, ella contestó:

—Me gusta matar.

—Entonces, ¿también te gusta ser asquerosa, desagradable y maloliente? —solté yo.

—Ya no me importa mi aspecto.

—¿En serio?, ¿y si te digo que puedo conseguirte un par de vaqueros Roper, unas botas de cowboy y una bonita camisa de manga larga, de las de llevar por dentro, recién planchada? —pregunté yo. Vi un brillo en sus ojos y supe que había conseguido conmover a la antigua Stevie Rae. Mi mente se apresuró a buscar qué más decir mientras ella aún me prestaba atención—. Este es el trato: nos encontraremos mañana a medianoche. No, espera. Mañana es sábado. De ningún modo habré arreglado las cosas para mañana a medianoche, no podré escaparme. Mejor a las tres de la madrugada, en el quiosco de los jardines del museo Philbrook. —Hice una pausa por un segundo para sonreír en dirección a ella—. Te acuerdas de ese sitio, ¿verdad?

Por supuesto, yo sabía que ella se acordaba del sitio. Stevie Rae había estado allí conmigo, solo que esa noche había sido ella la que había tratado de salvarme a mí, y no al revés.

—Sí, me acuerdo —contestó ella con el mismo tono frío e indiferente.

—Bien, entonces nos encontraremos allí. Yo te llevaré la ropa y la sangre. Podrás comer, o beber, o lo que sea, y cambiarte de ropa. Y luego podremos empezar a arreglar este asunto, ¿de acuerdo?

Añadí en silencio para mí misma que también llevaría jabón y champú y que conjuraría al agua para que la pobre chica pudiera lavarse. ¡Demonios!, su olor era tan terrible como su aspecto.

—No servirá de nada.

—¿Te importaría, por favor, dejar que yo decida eso? Además, aún no te he contado todos los horrores de mi cumpleaños. La abuela y yo tuvimos una escena de pesadilla con mi madre y mi padrastro el perdedor. La abuela lo llamó pedazo de mierda.

Stevie Rae soltó una carcajada que me recordó tanto a mi antigua amiga que se me nubló la vista con las lágrimas y tuve que parpadear varias veces.

—¡Ven, por favor! —rogué yo con voz trémula de emoción—. ¡Te he echado tanto de menos!

—Iré —dijo Stevie Rae—. Pero lo lamentarás.