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—¡Oh, es preciosa! —exclamé, acariciando con la mano la bufanda doblada de lana, completamente atónita ante el hecho de que me hubieran hecho un regalo chulo de verdad.

—Es de cachemira —dijo Damien con aires de suficiencia.

La saqué de la caja, emocionada por el hecho de que fuera de un elegante y brillante tono crema, en lugar del rojo y verde de los regalos de cumplenavidad de siempre, y entonces me quedé helada. Me había emocionado demasiado pronto.

—¿Has visto los muñecos de nieve bordados de los extremos? —preguntó Damien—. ¿Verdad que son adorables?

—Sí, adorables —contesté yo.

Claro, eran adorables para Navidad. Pero no tanto para un regalo de cumpleaños.

—Bueno, ahora nos toca a nosotras —dijo Shaunee, que me pasó inmediatamente una caja grande, envuelta de cualquier modo con un papel verde con dibujos de árboles de Navidad.

—Nuestro regalo no lleva el motivo del muñeco de Navidad —dijo Erin al tiempo que fruncía el ceño en dirección a Damien.

—Sí, nadie nos lo había dicho —añadió Shaunee, repitiendo el gesto de su gemela.

—¡No importa! —exclamé yo un poco demasiado aprisa y con excesivo entusiasmo.

Entonces rompí el papel. Dentro había unas botas de piel negra, con tacones de aguja, que habrían resultado la mar de elegantes, chics y fabulosas… de no haber sido por los dibujos de árboles de Navidad, bordados en rojo y dorado, de los laterales. ¡Aquello solo podía ponérselo uno en Navidad! Razón por la cual el regalo de cumplenavidad resultaba una idea nefasta.

—Ah, gracias —dije con todo el entusiasmo que pude—. Son realmente monas.

—Nos llevó una eternidad encontrarlas —comentó Erin.

—Sí, ninguna bota normal y corriente podía servir para la señorita doña Veinticuatro de Diciembre —añadió Shaunee.

—Sin duda. Unas sencillas botas negras de piel y tacón jamás habrían servido —confirmé yo casi con lágrimas en los ojos.

—¡Eh, que aún queda otro regalo!

La voz de Erik me sacó del pozo negro de depresión en que se había convertido mi cumplenavidad.

—¡Ah!, ¿queda otra cosa? —pregunté yo.

Esperaba ser la única que había oído mi tono de voz, que en realidad parecía decir: «Ah, pero ¿es que queda otro trágico regalo de cumpleaños de esos que en realidad no lo son?».

—Sí, queda otra cosa más —contestó Erik casi con timidez mientras me tendía una cajita pequeñísima y rectangular—. De verdad espero que te guste.

Bajé la vista por un momento hacia la caja antes de quitársela de las manos, y luego casi la estrujé de sorpresa y felicidad. Erik sostenía un regalo envuelto en papel plateado y dorado, y encima tenía una pegatina de la joyería Moody’s pegada en el centro al estilo clásico. (Juro que oí a un coro cantar el Aleluya en crescendo en algún lugar de mi cabeza).

—¡Es de Moody’s! —exclamé apenas sin aliento, incapaz de contenerme.

—Espero que te guste —repitió Erik, sonriéndome de manera encantadora y mirando la cajita plateada y dorada como si fuera un tesoro resplandeciente.

Rasgué el adorable papel y saqué una caja de terciopelo negro. ¡Terciopelo! ¡Lo juro! Terciopelo de verdad. Me mordí el labio para reprimir una risita, contuve el aliento y por fin lo abrí.

Lo primero que vi fue una cadena de brillante platino. Incapaz de articular palabra de pura felicidad, mis ojos siguieron los eslabones de la cadena hasta hallar las preciosas perlas que yacían sobre el terciopelo. ¡Terciopelo! ¡Platino! ¡Perlas! Abrí la boca para llenar los pulmones y comenzar así un entusiasta «¡Oh, Dios mío, gracias, Erik, eres el mejor novio que haya tenido jamás!» cuando, de pronto, me di cuenta de que las perlas tenían una extraña forma. ¿Acaso eran defectuosas? ¿Es que la fabulosa, la exclusiva e increíblemente cara joyería Moody’s había timado a mi novio? Entonces caí en la cuenta de lo que estaba viendo.

Las perlas formaban un muñeco de nieve.

—¿Te gusta? —preguntó Erik—. Cuando lo vi, era como si me gritara que estaba hecho para el cumpleaños de Zoey, así que tuve que comprarlo.

—Sí. Me encanta. Es… único —logré decir.

—¡Fue a Erik a quien se le ocurrió el motivo del muñeco de nieve! —gritó Jack alegremente.

—Bueno, no fue por eso —explicó Erik, que comenzaba a ponerse un poco colorado—. Simplemente es que pensé que era algo diferente, no el típico corazón y esas cosas que regala todo el mundo.

—Sí, los corazones y esas cosas habrían sido demasiado vulgares para un cumpleaños. ¿A quién le habrían gustado? —dije yo.

—Deja que te lo ponga —dijo Erik.

No podía hacer otra cosa que apartarme el pelo y dejar que Erik diera un paso atrás para colocarme la delicada cadena alrededor del cuello. Sentí el muñeco de nieve colgando pesado y odiosamente estúpido sobre el escote.

—Es mono —dijo Shaunee.

—Y muy caro —añadió Erin.

Ambas gemelas se miraron la una a la otra con un gesto de asentimiento. Las dos lo aprobaban.

—Pega con la bufanda perfectamente —dijo Damien.

—¡Y con la bola de cristal de nieve! —exclamó Jack.

—Sin duda es un buen motivo de cumpleaños navideño —dijo Erik, lanzándole a las gemelas una mirada tímida, a la cual ellas respondieron con la típica sonrisa que lo perdona todo.

—Sí, sí, sin duda es un buen motivo de cumpleaños navideño —dije yo, acariciando la perla del muñeco de nieve. Entonces les lancé a todos una sonrisa radiante y completamente falsa y añadí—: ¡Gracias, chicos! De verdad que aprecio mucho todo el tiempo y todo el esfuerzo que os ha costado encontrar unos regalos tan especiales. Lo digo en serio.

Y era así. Aborrecía los regalos, pero el esfuerzo que había detrás de ellos era otra cosa.

Mis crédulos amigos se acercaron y todos juntos nos abrazamos. Al soltarnos, todos nos estábamos riendo. Justo entonces se abrió la puerta y la luz del vestíbulo se reflejó sobre un pelo muy rubio y voluminoso.

—Aquí.

Por suerte, mis reflejos de vampiro recientemente adquiridos se estaban volviendo muy rápidos, y pude atrapar la caja que ella me tiró.

—Ha llegado correo para ti mientras estabas aquí con tu pandilla de lerdos —añadió ella mientras se reía a carcajadas.

—¡Vete de aquí, Aphrodite, eres una bruja!

—¡Sí, márchate antes de que te tiremos un cubo de agua encima y te derritas! —exclamó Erin.

—Lo que tú digas —contestó Aphrodite, que, antes de darse la vuelta, se giró hacia mí y sonrió amplia e inocentemente para añadir—: Bonita gargantilla, con ese muñeco de nieve.

Nuestras miradas se encontraron, y juro que me guiñó un ojo justo antes de apartarse el pelo de la cara con un movimiento de cabeza. Tras marcharse, su risa quedó flotando en el aire como la niebla.

—Es una verdadera hija de puta —dijo Damien.

—Cualquiera pensaría que ha aprendido la lección, después de que le arrebataran el liderazgo de las Hijas Oscuras y de que Neferet proclamara que la Diosa le ha retirado sus dones —comentó Erik—. Pero ya ves, esa chica jamás cambiará.

Yo lo miré con dureza. Así que eso era lo que se atrevía a decir Erik Night, el ex novio de Aphrodite. No hizo falta que dijera las palabras en voz alta. Por la precipitada forma de apartar Erik la vista de mí, supe que las había leído en mis ojos.

—No dejes que te estropee tu cumpleaños —dijo Shaunee.

—No le hagas caso a esa odiosa bruja. Nadie se lo hace —añadió Erin.

Erin tenía razón. Desde el momento en el que su egoísmo había provocado su expulsión pública de las Hijas Oscuras y del grupo de amigas con más prestigio de toda la escuela, pasando entonces el liderazgo de las Hijas Oscuras y el nombramiento como sacerdotisa en prácticas a mí, Aphrodite había perdido su estatus de iniciada más admirada y poderosa del colegio. Nuestra alta sacerdotisa, Neferet, que era también mi mentora, había dejado bien claro que Nyx, nuestra Diosa, le había retirado todos sus favores a Aphrodite. En resumen: que Aphrodite era ahora rechazada en la misma medida en que antes era adorada y se la tenía en un pedestal.

Pero, por desgracia, yo sabía que la historia era algo más complicada de lo que creía la gente. Aphrodite había utilizado sus visiones, que evidentemente eran un don que no le había sido arrebatado, para salvar a mi abuela y a Heath, mi novio humano. Por supuesto que se había comportado como una guarra y una egoísta durante el rescate, pero aun así. Heath y mi abuela seguían vivos, y en parte se lo debía a Aphrodite.

Además yo acababa de descubrir que Neferet, nuestra alta sacerdotisa, mi mentora y la vampira más admirada de toda la escuela, tampoco era lo que parecía. De hecho, comenzaba a creer que Neferet era probablemente tan mala como poderosa.

«La oscuridad no siempre es lo mismo que el mal, igual que la luz no siempre trae el bien». Las palabras que me había dicho Nyx el día en que fui marcada atravesaron de golpe mi mente, resumiendo en una sola frase el problema con Neferet. Ella no era lo que aparentaba.

Y no podía decírselo a nadie o, al menos, no podía decírselo a nadie vivo (con lo cual solo me quedaba mi mejor amiga no muerta, con la que no había conseguido hablar en todo el mes anterior). Por suerte, tampoco había hablado en absoluto con Neferet durante todo el mes anterior. Ella se había marchado a un retiro invernal en Europa y no estaba previsto que volviera hasta el día de Año Nuevo. Pero ya se me ocurriría algún plan para enfrentarme a ella cuando volviera. De momento, mi único plan consistía simplemente en eso: en que ya daría con algún plan. Lo cual no era ningún plan en absoluto. Mierda.

—Eh, ¿qué hay en ese paquete? —preguntó Jack, sacándome de mi pesadilla mental para trasladarme de nuevo a la pesadilla de mi fiesta de cumplenavidad.

Todos dirigimos la vista hacia el paquete envuelto en papel marrón que yo sostenía.

—No lo sé —dije yo.

—¡Apuesto a que es otro regalo de cumpleaños! —gritó Jack—. ¡Ábrelo!

—¡Oh, Jesús…! —exclamé yo.

Al ver las expresiones confusas de mis amigos, me apresuré a desenvolver el paquete. Dentro de la caja envuelta en papel marrón había otra caja, esta vez envuelta en un bonito papel de color lavanda.

—¡Es otro regalo de cumpleaños! —chilló Jack.

—Me pregunto de quién será —comentó Damien.

Yo estaba preguntándome exactamente lo mismo, y pensando que el papel me recordaba a mi abuela, que vivía en una impresionante granja de lavanda. Pero ¿por qué iba ella a mandarme por correo un regalo, cuando iba a verla esa misma noche?

Desenvolví y abrí la caja blanca. Dentro había otra mucho más pequeña, también blanca, embutida entre un montón de papel arrugado de color lavanda. La curiosidad me estaba matando mientras sacaba esa tercera caja de dentro de la segunda. Al hacerlo, un montón de trozos de papel se quedaron colgando del fondo, cargados de electricidad estática. Pasé la mano por debajo para despegarlos antes de abrirla. Mientras los trozos de papel volaban hacia la mesa, levanté la tapa y me quedé boquiabierta. En medio de la caja, sobre la tela de algodón blanca que la forraba por el interior, estaba el brazalete de plata más precioso que jamás hubiera visto. Lo saqué sin dejar de exclamar «ooooh» y «aaaaah» ante sus encantadores destellos. Tenía talladas estrellas, conchas y caballitos de mar, y cada uno de los dibujos estaba separado del siguiente por un adorable corazoncito de plata.

—¡Es absolutamente perfecto! —exclamé yo que, de inmediato, me lo puse en la muñeca—. Me pregunto quién me lo habrá mandado.

Giré la muñeca a un lado y al otro sin parar de reír, dejando que los débiles destellos de las lámparas de gas se reflejaran sobre la pulida plata como si fueran las facetas de una piedra preciosa, y que nuestros sensibles ojos de iniciados gozaran de ellos.

—Debe de ser de mi abuela, pero es muy raro porque vamos a vernos dentro de… —continué yo.

Entonces me di cuenta de que todo el mundo estaba en silencio. Todos guardaban un absoluto y tenso silencio.

Desvié la vista de mi muñeca a mis amigos. Sus expresiones iban desde la conmoción de Damien, pasando por el desagrado de las gemelas, hasta la cólera de Erik.

—¿Qué?

—Esto —dijo Erik, tendiéndome una tarjeta que debía de haberse caído de una de las cajas o del papel que la envolvía.

—¡Ah! —exclamé yo.

Reconocí al instante la letra escrita a mano. ¡Demonios! Era de Heath. Más conocido como novio número dos. Mientras leía la escueta nota, noté como mi cara se iba poniendo toda colorada hasta alcanzar el tono más fuerte y menos atractivo del rojo.

—¡Ah! —exclamé por segunda vez como una completa estúpida—. Es… eh… de Heath.

En aquel momento deseé poder desaparecer.

—¡Por favor! ¡Por favor! ¿Por qué no le dijiste a nadie que no te gustan los regalos de cumpleaños relacionados con la Navidad? —preguntó Shaunee con su habitual tono de voz serio.

—¡Sí, lo único que tenías que hacer era decirlo! —añadió Erin.

—¡Ah! —contesté yo, escueta.

—Pensamos que el motivo del muñeco de nieve era una bonita idea, ¡pero no lo es si detestas todo lo relacionado con la Navidad! —dijo Damien.

—No es que deteste todo lo de la Navidad —conseguí decir yo al fin.

—A mí me gustan las bolas de cristal con nieve —dijo Jack en voz baja. El pobre chico parecía a punto de llorar—. Lo de la nieve me encanta.

—Parece que Heath sabe mejor lo que te gusta que ninguno de nosotros.

La voz de Erik había sonado inexpresiva y carente de toda emoción, pero sus ojos estaban oscurecidos por el dolor, y eso me agarrotó el estómago.

—No, Erik, no es eso —me apresuré yo a decir mientras daba un paso hacia él.

Pero Erik dio un paso atrás como si yo tuviera algún tipo de horrible enfermedad contagiosa que le pudiera pegar, y de pronto todo aquel asunto me cabreó de verdad. No era culpa mía si Heath me conocía desde tercero y sabía lo de los regalos de cumplenavidad hacía años. Bueno, era cierto, él sabía más cosas sobre mí que los demás. Pero eso tampoco tenía nada de extraño. El chico había sido parte de mi vida durante siete años. A Erik, Damien, las gemelas y Jack solo los conocía desde hacía dos meses… o menos. ¿Cómo iba a ser eso culpa mía?

Miré el reloj sin disimulo, a propósito.

—He quedado con mi abuela en el Starbucks dentro de quince minutos. Y no quiero llegar tarde.

Me dirigí hacia la puerta, pero antes de marcharme hice una pausa. Me di la vuelta de nuevo, miré a mi grupo de amigos y dije:

—No pretendía herir los sentimientos de nadie. Lo lamento si la tarjeta de Heath os ha hecho sentiros mal, pero no es culpa mía. Y sí le dije a alguien que no me gusta que la gente mezcle mi cumpleaños con la Navidad. Se lo dije a Stevie Rae.