[1] En mi vida número ciento trece como hormiga, un día me dirigí a la superficie con una compañía. Por orden de la reina, teníamos que reconocer el terreno alrededor de nuestro dominio. Marchábamos bajo un calor abrasador sobre unas piedras ardientes, caldeadas por el sol, cuando, en unos segundos, el sol oscureció de un modo casi apocalíptico. Mis ojos otearon el cielo y vi la suela de una sandalia de mujer descendiendo imparable hacia nosotros. Fue como si el cielo cayera sobre nuestras cabezas. Y entonces pensé: «Una vez más tengo que morir porque un humano no presta suficiente atención a sus pasos». <<
[2] Las hormigas tienen muchos enemigos naturales: arañas, cucarachas, diablillos con lupas. Ardí como hacían los cristianos en la antigua Roma y morí por segunda vez en ese día, en que la fortuna simplemente no me era favorable. El último pensamiento que pude formular en mi espíritu agonizante fue: «Si algún día reúno suficiente buen karma para volver al mundo como hombre, le daré personalmente una patada en las posaderas a todo mocoso que me salga al paso con una lupa». <<
[3] Cuando Buda, hace siglos, me comunicó que a partir de entonces tendría que arreglármelas viviendo como una miserable hormiga, me afligió ante todo un terrible pensamiento: nunca más podría volver a gozar de una noche de amor apasionado. <<
[4] Al concluir el acto sexual, poco edificante, con la reina, no debería haber contestado a su pregunta «¿Te lo has pasado bien?» proporcionándole un informe tan sincero sobre sus cualidades eróticas. <<
[5] En toda mi triste vida de hormiga, sólo se cruzaron en mi camino tres personas reencarnadas. La primera fue el temible Gengis Kan. Según me contó, ya arrostraba unas cuantas vidas, alguna como pulga del cerdo. Oírlo me divirtió mucho. Pero mis carcajadas le hicieron temblar de cólera: «Antes habría ordenado que te tiraran en aceite hirviendo. Pero ahora soy más pacífico». Dicho esto, hizo un nudo gordiano con mis antenas. A partir de entonces, evité en lo posible cruzarme en el camino del «pacífico» Gengis. La segunda persona reencarnada que conocí fue una hormiga que se me presentó como Albert Einstein. Albert se tomaba su destino con paciencia y no cesaba de señalar que, por lo visto, el universo era mucho más relativo de lo que él había considerado posible. Y la tercera persona reencarnada con la que pude entablar amistad siendo un insecto fue madame Kim. El ser que cambiaría radicalmente mi lastimosa existencia. <<
[6] Una única idea gozosa entusiasmó y cautivó mi mente: «Después de siglos plagados de privaciones, ¡por fin encuentro a una mujer! ¡Aleluya!». <<
[7] Forzar no formaba parte de mi naturaleza. Yo seducía a las mujeres hasta tal punto que ellas me forzaban a mí. <<
[8] Y sólo porque había seducido a dos monjas del convento veneciano de Santa Maria degli Angeli. <<
[9] Los avances que la humanidad ha realizado en los últimos siglos acostumbran a ser fatales para mí. En mi vida ciento seis fui a parar a una jofaina de cerámica blanca. Tenía una superficie tan lisa que patiné y caí en unas aguas profundas. Las últimas palabras que pude oír tuvieron un carácter críptico para mí. Una voz masculina grave dijo: «Mira, cariño, he montado un limitador de descarga en la cisterna». <<
[10] Volví al mundo como mamífero, y mi corazón rebosó de felicidad, porque a partir de entonces mi vida amorosa cobraría con toda seguridad un merecido impulso. <<
[11] En las horas siguientes, chillé una octava más alta. <<
[12] Vi un inmenso temor a los ensayos en los ojos de madame Kim y pensé: «Me las he arreglado sin buen karma durante tantas vidas que no vendrá de una». <<
[13] Aquélla fue también para mí una experiencia a la que podría haber renunciado con sumo placer. <<
[14] Era mi anhelo acumular buen karma. Y, de paso, causarle buena impresión a la conejilla Marilyn. <<
[15] En el instante de la dolorosa muerte pensé: «Este buen karma no merecía tantas fatigas». <<
[16] Dos años. Pasaron dos años hasta que pude volver a ver a madame Kim. Gracias al rescate heroico de Depardieu acumulé buen karma y volví al mundo siendo gato. Como tal vivía en las inmediaciones del domicilio de monsieur Alex, con la constante esperanza de contemplar a madame Nina. Ese ser embriagador pasaba los fines de semana con monsieur Alex, al que amaba. Y cada vez que la veía, mi corazón extasiado latía con más fuerza. De ese modo fui a parar al triángulo amoroso más insólito en el que jamás me había encontrado. Lo cual ya es decir, puesto que yo ya había estado en muchísimos triángulos amorosos insólitos. <<
[17] Siendo gato, una noche observé que mademoiselle Nina, sentada junto a la chimenea encendida, se animó tanto al oír la risa del señor Alex que intentó besarlo. Alex la apartó sobresaltado. Mademoiselle rompió a llorar de forma desgarradora, salió precipitadamente de la casa y se adentró en la noche en su coche sin caballos. Alex pasó los días siguientes hablando en el salón con una cajita, cada vez más excitado. ¿Se había vuelto loco? ¿O aquella caja era una especie de aparato mágico con el que podías comunicarte en la distancia? Fuera lo que fuera aquel aparato, una tarde de lluvia mademoiselle Nina volvía a estar con él en el salón. Los dos se miraron un instante, luego se besaron apasionadamente y yo desvié la mirada. No por vergüenza, pues siendo humano había contemplado suficientes veces los juegos amorosos de otros (y había sido un placer intervenir para ofrecerles mi apoyo). No, desvié la mirada por dolor, pues sabía que había perdido a mademoiselle Nina, al menos de momento. <<
[18] Mademoiselle Nina regaló los conejillos a una vieja señora, cuyo domicilio estaba cerca. Siendo gato, visité a menudo a los animalitos para asegurarme de que estaban bien. Y para seducir a la gata que vivía allí. Yo amaba a mademoiselle Nina. Pero el amor no es motivo de abstinencia. <<
[19] Nunca he visto tantos colores vivos después de una comida. <<
[20] Para ser exactos, aquél era un siglo en el que la caballerosidad dejaba mucho que desear. <<
[21] Cuando me di cuenta de que la boda se había celebrado sin mí, maldije a madame Kim con toda mi alma. Hasta que me enteré de que había muerto. Entonces me moderé y me dije: «Le está bien empleado». <<
[22] Desde un árbol observé que una mujer gorda, de la que no sospechaba en absoluto que se tratara de madame Kim, se desplomaba. Pero no le di más vueltas: tenía hondas penas de amor a causa de mademoiselle Nina y, por tanto, era el único gato en este mundo que vivía como un perro. <<
[23] Desde mi árbol vi otra vez a la dama gorda. Pero me resultó indiferente. Yo estaba demasiado ocupado componiendo poemas sobre mis penas de amor. Se titulaban: «Tormento», «Eterno tormento» y «Llamadme Tántalo». <<
[24] A aquellas alturas, maldecía que el suicidio por penas de amor no tuviera sentido. Desgraciadamente, renacemos. <<
[25] Cuando madame Kim se dio a conocer, pensé: «Esa dama habría sido demasiado rubensiana incluso para Rubens». <<
[26] Yo no era amante de la homosexualidad y me pasé una hora enjuagándome la boca con agua de un charco. <<
[27] Cuando eres un animal te das perfecta cuenta de lo duros de mollera que son los humanos. <<
[28] Después de más de doscientos años, regresaba a casa. En aquel momento no podía sospechar que, en las próximas veinticuatro horas, un miembro de nuestro ilustre grupo de viajeros perecería. <<
[29] De joven, yo frecuentaba aquel palazzo. Allí perdí muchas cosas hermosas: un valioso anillo, una pipa de marfil tallada a mano, la virginidad… <<
[30] En Venecia hay una enorme cantidad de gatos, y una gata muy fea había visto a Lilly. Pero la horrible criatura sólo quiso desvelar el lugar donde se encontraba la niña a cambio de mis favores sexuales. Lo asumí: se trataba de un momento en el que un gato debe hacer lo que debe hacer un gato. <<
[31] El primer contacto físico con mademoiselle Nina me lo había imaginado más romántico cuando soñaba despierto. <<
[32] Igual que a madame Kim, Buda también me permitió elegir si quería entrar en el nirvana o no. ¿Qué decidí? Formulémoslo de la siguiente manera: mademoiselle Nina se quedó sumamente asombrada de que un hombre tan corpulento pudiera ser un amante tan fantástico. Hicimos realidad el sueño dorado más íntimo de mademoiselle Nina, que antes nunca había formulado: trajimos un tropel de hijos al mundo. Éramos como conejos, perdón, conejillos de Indias. Y vivíamos con nuestra gran familia en Venecia, mi maravillosa tierra natal. La encantadora Nina, que, evidentemente, se convirtió en mi madame, regentaba una agencia de viajes allí, y yo ganaba dinero escribiendo manuales eróticos. Nina se ocupaba de manera excelente de nuestra prole, y así seguro que acumulaba buen karma. Y yo lo acumulaba porque con mis manuales hacía muchísimo más creativa la vida sexual de mucha gente. <<