CAPÍTULO 38

Para torpedear una boda, no hay nada mejor que destrozar el traje de novia.

Nina se había encargado de que la ceremonia se celebrara primero en la iglesia: «La primera vez que diga “sí”, no quiero que sea en un juzgado, sino en la iglesia y vestida de blanco», le había dicho a Alex, y también había convencido al sacerdote de seguir esa secuencia inusual de ceremonias.

El sol brillaba cuando la comitiva nupcial salió de casa. ¡Hasta el puto clima estaba de parte de Nina! Las flores primaverales olían divino. Pero Alex estaba aún más divino. Se dirigió con su fantástico esmoquin negro hacia la limusina blanca que había alquilado para la ocasión. Alex se había puesto pajarita (seguía fiel a su negativa a ponerse corbata) y llevaba del brazo a Lilly que, con su precioso vestido rosa, era probablemente la esparcidora de pétalos más dulce que se pudiera imaginar.

—Pareces una princesa —le dijo Alex, y le dio un beso.

Lilly sonrió radiante: por lo visto, había hecho las paces con el enlace.

¡Al contrario que yo!

La siguiente en salir de casa fue mi madre. Iba elegante, al menos dentro de sus posibilidades, con un traje pantalón azul y un nuevo peinado.

Y luego salió Nina.

—Oh, Dios mío, ¡qué maravillosa visión! —dijo Casanova.

Y yo pensé: «Mierda, ¡tiene razón!».

Nina estaba fantástica, el vestido blanco era discreto y resaltaba su figura de un modo realmente impertinente. Para poder llevar un vestido como aquél, la mayoría de las mujeres tendrían que estar abonadas a un centro de cirugía estética.

Me controlé y me concentré en mi tarea: puesto que Nina, sabiamente, no había querido que me llevaran a la iglesia, había llegado el gran momento «destruye-vestidos-de-novia».

No estaba segura de si quería recuperar a Alex, pero sabía perfectamente que no toleraría esa boda.

Me abalancé contra Nina. Ella me miró a los ojos, presintiendo lo que se avecinaba, y gritó:

—¡Oh, no! ¡Quitadme al perro de encima!

A mi madre no le hizo falta que se lo dijeran dos veces. Agarró el ramo de novia y me pegó con él:

—¡Toma esto! ¡Y esto! ¡Maldito chucho!

Dejé que me apartara, porque yo tan sólo era la distracción: en aquel momento, Casanova se lanzó sobre Nina desde una rama y desgarró el vestido con sus uñas de gato.

—¡Sacadme a esta bestia de encima! —gritó Nina.

Pero ya era demasiado tarde: el vestido tenía aspecto de haber caído en manos de Eduardo Manostijeras.

Todos se quedaron mirando a la novia desgarrada mientras Casanova y yo nos refugiábamos en el garaje y observábamos los acontecimientos posteriores desde una distancia segura. Me alegraba que nuestro plan hubiera funcionado.

Sin embargo, Casanova estaba muy callado.

—¿Qué ocurre? ¿No se alegra? —le pregunté.

—No me depara ninguna alegría hacerle daño a mademoiselle Nina —dijo.

—A mí, sí —dije sonriendo burlonamente, y miré a Nina, que se esforzaba por mantener la calma. Por desgracia, se esforzó con éxito. Rechazó el abrazo de consuelo de Alex y dijo:

—Me da lo mismo mi aspecto. Lo que importa es que nos casemos.

Los dos se sonrieron tan cariñosamente que estuve a punto de vomitar.

Luego subieron a la limusina con Lilly y mi madre, y partieron a toda velocidad hacia la iglesia.