La estación espacial Foton M3 estaba en órbita desde el año 1993, realizando experimentos de medicina, biología y ciencia de materiales para los rusos. El día de la entrega de los Premios TV la vieja estación tenía que ser conducida desde el cosmódromo de Baikonur a la atmósfera terrestre para que se desintegrara. Pero los ingenieros del centro de control constataron que el ángulo de incidencia se desviaba de sus cálculos. En vez de desintegrarse por entero en la atmósfera, sólo se destruyó un noventa y ocho por ciento de la estación. El dos por ciento restante fue a parar en forma de fragmentos a Europa del Norte.
¿Que por qué explico estas tonterías? ¡Pues porque el puto lavabo de esa puta estación espacial cayó sobre mi cabeza!
Yo me encontraba en la azotea del hotel, sola con mis pensamientos confusos y mirando la ciudad de Colonia, que centelleaba en la noche. ¿Hablaba en serio Daniel? ¿Debería divorciarme de Alex? ¿Cómo reaccionaría Lilly? ¿Seguirían enseñando mi trasero desnudo dentro de cuarenta años en los programas de zapping de todo el mundo? Entonces vi una cosa fulgurante en el cielo. Era increíble. Como una estrella fugaz. La miré, cerré los ojos y pedí un deseo: «Que todo vuelva a ir bien».
A través de los párpados cerrados noté que cada vez había más luz. Como de un faro. Y se oía mucho ruido. Un ruido ensordecedor. Abrí los ojos de golpe y vi una bola de fuego candente precipitándose sobre mí.
Enseguida comprendí que era imposible evitarlo. Así es que sólo pensé: «¡Qué manera más absurda de morir!». Siguió el obligatorio «Mi vida pasa delante de mis ojos».
Lástima que no pasen únicamente los buenos momentos. Con mi ojo espiritual, vi lo siguiente:
Después de ese recorrido rápido por mi vida, de repente vi la luz. Igual que siempre se oye decir en los reportajes de televisión a las personas que sufrieron un paro cardíaco durante unos minutos y luego volvieron a la vida.
Vi la luz. Cada vez más clara. Era maravillosa. Me envolvía. Dulce. Cálida. Amorosa. La abracé y me fundí en ella. Dios, me sentía tan bien. Tan protegida. Tan feliz. Volvía a estar llena de confianza innata.
Pero entonces la luz me rechazó. Perdí el conocimiento.
Cuando volví a despertar me di cuenta de que tenía una cabeza enorme.
Y un abdomen tremendo.
Y seis patas.
Y dos antenas larguísimas.
¡Y eso ocupó el número uno en los momentos más miserables del día!