CAPÍTULO 4

En ese segundo momento más miserable del día tendría que haber subido como si nada al escenario. Una vez allí, tendría que haber hecho un buen chiste sobre mi percance, algo así como «Hoy en día no hay otro modo de salir en portada» y, acto seguido, tendría que haber disfrutado de mi premio.

Desgraciadamente, ese plan no se me ocurrió hasta que no estuve encerrada en mi habitación del hotel. Aullando, tiré al váter el móvil, que no paraba de sonar. Seguido por el teléfono de la habitación, que sonaba sin cesar. No estaba en condiciones de hablar con los periodistas. O con Alex. Ni siquiera quería hablar con Lilly, que seguramente se avergonzaba horrores por culpa de su madre. Y yo me avergonzaba aún más de que ella tuviera que avergonzarse.

Y los próximos días aún serían peores, estaba garantizado. Ya veía los titulares: «Premio Trasero para Kim Lange», «¿Ya no están de moda las bragas?» o «Las estrellas también tienen celulitis».

Llamaron a la puerta. Interrumpí mis pensamientos. Si era un periodista, también lo tiraría al váter. O me tiraría yo.

—Soy yo, Daniel.

Tragué saliva.

—Kim, ¡sé que estás ahí!

—No estoy —repliqué.

—No eres muy convincente —contestó Daniel.

—Pero es la verdad —dije.

—Anda, abre.

Dudé.

—¿Estás solo?

—Pues claro.

Lo consideré y, finalmente, me dirigí a la puerta y la abrí. Daniel traía una botella de champán y dos copas. Me sonrió como si nunca hubiera existido mi Waterloo culón. Y eso me reconfortó.

—Vamos a brindar —dijo, mirándome a los ojos llorosos. Yo no dije ni pío y él me secó las lágrimas de las mejillas. Sonreí. Entró en la habitación. Y no llegamos a abrir el champán.