CINCO
Gotrek apretaba y aflojaba la mandíbula una y otra vez. Una de sus piernas rebotaba, inquieta, mientras inclinaba hacia atrás la silla de patas cortadas. Félix tenía abierto el diario, y releía las anotaciones de Arabia. El comedor de Rodenheim volvía a estar lleno de enanos, pero no para comer. Los representantes de las compañías enviadas de las diversas fortalezas se encontraban sentados ante la mesa principal, presidida por Hamnir, Gorril y otros caudillos de los refugiados de Karak-Hirn. Todos querían oír el plan de batalla para la recuperación de la fortaleza, pero antes de pasar a los temas estratégicos, había que resolver agravios que determinarían quién lucharía junto a quién, y si algunos guerreros regresarían a su hogar antes de que comenzara la batalla.
Hasta el momento, Hamnir había demostrado ser un negociador admirable; había resuelto cada uno de los nueve agravios que había oído, o al menos, había logrado que se pospusieran hasta después de que se recuperara Karak-Hirn o se perdiera la batalla. Sin embargo, se trataba de un proceso lento. Habían estado dedicados a él desde después del desayuno, y el almuerzo era ya un recuerdo lejano. El calor del enorme hogar del salón hacía que Félix se sintiera soñoliento, y le costaba mantener abiertos los ojos.
—¿Dices que la cerveza que se entregó no era de la calidad que se os hizo creer? —preguntó Hamnir, que tenía una mejilla apoyada en un puño y parecía aburrido y frustrado.
—¡Era imbebible! —dijo un enano de barba color arena, con una barriga que sugería que sabía bastante de cerveza—. El artero clan Mano Pétrea prometió que se nos pagaría con Burgman’s Best. Enviaron lo peor de Burgman’s, si es que eso era Burgman’s, para empezar.
—Si la cerveza era imbebible —dijo un enano de pelo negro y aspecto feroz, ataviado con un jubón amarillo—, fue porque la estropearon durante el viaje, pues estaba en óptimas condiciones cuando catamos un barril antes de enviarla. El clan Cinturón Ancho debería plantear esta disputa ante los comerciantes a los que les encargamos el transporte.
—Esto es cosa de estúpidos —gruñó Gotrek en voz baja—. Deberíamos estar marchando, no hablando. Si Ranulfsson fuera el caudillo que era su padre, estos quisquillosos no estarían recordando sus agravios. Se habrían reunido en torno a su estandarte y pedirían a gritos sangre de orco.
Hamnir tardó otra media hora en resolver la disputa, y necesitó de toda su astucia y diplomacia para avergonzar a los dos enanos y lograr que dejaran a un lado el asunto de la cerveza estropeada. Gotrek gruñó en voz baja durante todo el tiempo, mientras les lanzaba miradas peligrosas a todos los participantes.
Cuando, al fin, se hubo llegado a un acuerdo, Hamnir suspiró y recorrió la estancia con la mirada.
—Veamos, ¿hay otros clanes que estén enemistados, o podemos acometer el orden de batalla?
—¿Os habéis olvidado de nosotros, príncipe? —dijo un enano de pelo blanco y ojos azules, que se puso en pie de un salto. Su barba era un magnífico campo de nieve.
Otro enano, a quien el pelo le caía en largas trenzas grises por encima de las orejas, se puso de pie apenas un segundo después, y miró al primero con ferocidad.
—Sí, príncipe. Aún no habéis abordado el tema del Escudo de Drutti.
Hamnir gimió, al igual que todo el resto de los presentes. Gotrek gruñó, pero aunque los enanos reunidos manifestaban impaciencia, la institución de los agravios y el sagrado deber de todo enano de resolver todas las ofensas registradas en el libro de agravios de su clan, les inspiraba demasiado respeto como para protestar, así que no hicieron nada más que refunfuñar, cruzarse de brazos y recostarse en el respaldo de la silla.
—Imploro tu perdón, Kirgi Narinsson —le dijo Hamnir al enano de barba blanca—, y el tuyo, Ulfgart Haginskarl —le dijo al otro—. Recordadme cuál es vuestro agravio. Ha sido un día largo.
El enano de las trenzas grises hizo una reverencia.
—Gracias, príncipe. Nosotros, del clan Traficante de Piedra, tenemos un agravio contra el clan Pielférrea, por robarnos el Escudo de Drutti, que fue un regalo que Gadrid Pielférrea, el padre de ese clan, le hizo a Hulgir Traficante de Piedra, el padre del nuestro, hace dos mil años, como muestra de agradecimiento cuando Hulgir rescató a la hija de Gadrid de manos de los trolls.
—¡No fue ningún regalo! —gritó Kirgi—. ¡No hubo ningún troll! Fue un asunto de comercio, puro y simple. Nuestro clan intercambió el escudo con el traicionero Hulgir, por los derechos de extracción de la mina de los abismos de Rufgrung, derechos que nunca se nos cedieron.
La pierna de Gotrek rebotaba como un martillo de vapor. Félix oía el ruido que hacían los dientes del Matador al rechinar.
—¿Es ése el escudo en discusión? —preguntó Hamnir, señalando detrás de Kirgi a un Rompehierros que tenía a su lado un enorme escudo con runas talladas.
—¡Sí! —gritó Ulfgart—. Se atreven a exhibir los objetos robados ante nosotros, y esperan que…
—¡Nosotros no lo robamos!; sólo recuperamos lo que era legítimamente nuestro. Cuando nos paguéis lo que se nos debe, estaremos encantados de devolvéroslo. Fue la naturaleza honrada y confiada del padre de nuestro clan la que…
—¡Bien! ¡Se acabó! —dijo Gotrek al mismo tiempo que se ponía en pie bruscamente y recogía el hacha.
Avanzó hasta la mesa de los Pielférrea y arrebató el Escudo de Drutti de manos del sorprendido portador, como si no pesara más que la tapa de una cacerola.
—¡Yo resolveré este agravio! —dijo.
Arrojó el escudo al suelo y lo partió en dos de un hachazo, que hendió madera y hierro con igual facilidad. Luego, dividió las mitades con enloquecidos hachazos, que hicieron volar astillas.
Se oyó una ahogada exclamación colectiva, pero los enanos allí reunidos parecían demasiado pasmados como para moverse.
Gotrek recogió los destrozados fragmentos del escudo, avanzó hasta el gran hogar y los echó al fuego, que rugió. Giró sobre sí mismo, y les dedicó una ancha sonrisa salvaje a los jefes de los clanes Pielférrea y Traficante de Piedra.
—Ya está. Ahora no tenéis nada por lo que pelearos. ¡Pongámonos en marcha!
Ulfgart, del clan Traficante de Piedra, fue el primero en recobrar la facultad del habla. Se volvió solemnemente hacia Hamnir, que tenía la cara oculta entre las manos.
—Príncipe Hamnir, el clan Traficante de Piedra renuncia formalmente al agravio que tiene contra el clan Pielférrea, y en cambio, deja constancia de uno contra el Matador Gotrek Gurnisson, y que se haga saber que este agravio sólo podrá resolverse con sangre.
—Sí —asintió Kirgi Narinsson, cuyos azules ojos ardían—. El clan Pielférrea también declara cancelado su agravio contra el clan Traficante de Piedra y manifiesta un nuevo agravio contra Gotrek Gurnisson. —Sacó el martillo que llevaba a la espalda y avanzó hacia Gotrek—. Y solicito el permiso del príncipe para resolver este agravio aquí y ahora.
Hamnir alzó la cabeza y le lanzó a Gotrek una mirada feroz.
—¡Maldito seas, Gurnisson! ¡Ahora tenemos dos agravios donde sólo había uno!
Gotrek escupió al suelo.
—¡Bah! Pensaba que eran enanos honorables, tan preocupados por la corrección que dejarían caer una fortaleza en manos de los pieles verdes a causa de un escudo. ¿Unos enanos así me obligarían a romper un juramento para que luche con ellos?
—¿Qué juramento es ése? —se burló Kirgi—. ¿Un juramento de cobardía?
—El juramento hecho a Hamnir —replicó Gotrek, al mismo tiempo que miraba al viejo enano con aire de superioridad—: ayudarlo y protegerlo hasta que Karak-Hirn sea recuperada. Matarte a ti no le servirá de nada, ¿no es cierto? Tendrás que esperar para morir.
Kirgi aferró con fuerza el martillo y le lanzó a Gotrek una mirada mortífera, pero al fin retrocedió.
—Que nadie diga que un guerrero del clan Pielférrea hizo jamás que un enano rompiera un juramento. Zanjaremos esto en los comedores de Karak-Hirn, después de haber bebido para celebrar su liberación.
—Será tu última copa —replicó Gotrek.
Ulfgart se volvió a mirar a Hamnir.
—Tampoco los del clan Traficante de Piedra pondrán en peligro esta empresa al acabar con la vida de un Matador probado. —Al oír esto, Gotrek soltó una carcajada. Ulfgart frunció el entrecejo y prosiguió—. También nosotros esperaremos hasta que Karak-Hirn haya sido recuperada.
Hamnir suspiró de alivio.
—Os doy las gracias a ambos por controlaros. —Recorrió la asamblea con la mirada—. ¿Hay algún otro agravio que deba presentarse? —Cuando nadie dijo nada, continuó—. Muy bien. En ese caso, escuchad. —Se puso de pie—. Éste es el plan por el que nos hemos decidido. Como ya sabéis, nuestras propias defensas protegen a los pieles verdes, y puesto que son una buena obra de enanos, son casi inexpugnables. Contamos con una fuerza que no llega a los mil quinientos efectivos. Si lleváramos a cabo un ataque frontal, perderíamos a más de la mitad antes de entrar. Por suerte, existe un acceso a la fortaleza que los pieles verdes no habrán descubierto. Un pequeño destacamento, al mando del Matador Gurnisson, entrará por él y atravesará la fortaleza hasta la puerta principal. Cuando la hayan abierto, entrará el ejército y se dividirá. El grueso de los efectivos ocupará la gran confluencia, mientras destacamentos más reducidos peinarán el resto de la fortaleza y harán huir a los pieles verdes por delante. Avanzaremos desde los niveles superiores a los inferiores, y haremos que abandonen la fortaleza a través de las bocaminas.
—¿Qué? —preguntó un enano joven—. ¿Les dejaremos las minas?
—Por supuesto que no —replicó Hamnir—, pero debemos asegurar la fortaleza antes de recuperar las minas, o corremos el peligro de dispersarnos demasiado. —Cuando no se produjo ninguna otra protesta, prosiguió—. Lo que aún está por determinar es qué compañías harán qué, y quién se presentará voluntario para abrir las puertas. Espero —añadió, y su expresión se endureció al oír el creciente murmullo de los enanos— que podremos llegar con rapidez a un acuerdo respecto al orden de marcha y la división de cometidos, sin discusiones ni recriminaciones, porque el tiempo es de vital importancia.
Por todo el salón, los enanos empezaron a levantarse y alzar la voz para exigir una u otra posición.
Gotrek gruñó y se volvió a mirar a Félix.
—Vamos, humano, estarán toda la noche con esto.
—¿No quieres saber a quién vas a comandar? —preguntó Félix.
—No tanto como quiero encontrar un trago.
Gotrek se encaminó hacia la entrada de la estancia y rió entre dientes para sí mismo al pasar junto al gran hogar donde el Escudo de Drutti ardía alegremente.