VIII. JULIÁN MARÍAS, MANUEL GUTIÉRREZ MELLADO Y GUSTAVO VILLAPALOS EN 1939.
LO QUE HE DESCUBIERTO DESPUÉS DE «AGONÍA Y VICTORIA»

Los descubrimientos y revelaciones que, sobre la base irrefutable de siete mil documentos en gran parte inéditos, publiqué a mediados de 1989 en mi libro 1939. Agonía y victoria sobre el final de la guerra civil española han provocado dos reacciones opuestas después de la formidable polémica suscitada durante las sesiones del jurado que otorgó al original de ese libro el premio Espejo de España. El Jurado se dividió entre una mayoría clara de profesores y escritores insignes que habían analizado a fondo ese original (señores Fraga, Fernández de la Mora, Velarde y Borras, además del Superman del mundo editorial español, José Manuel Lara) y una minoría de dos políticos que no solamente demostraron no haber leído el libro, sino que además ignoraban todo sobre el final de nuestra guerra y se rebelaban contra una obra que destruía a radice sus prejuicios; hablo del ministro de Justicia socialista señor Múgica y el inquieto y frustrado político don Javier Tusell. Uno y otro, disconformes con la neta mayoría del Jurado, optaron muy democráticamente por abandonarlo, por lo que la inmensa mayoría de Los medios de comunicación les afeó el gesto, de cuyas consecuencias no se han repuesto hasta hoy. Las dos reacciones contrarias que suscitó el libro son las siguientes. Algunos (entre ellos los dos políticos citados) que no se atrevieron a decir una palabra en cuanto por fin leyeron el libro) se habían obstinado en negar la evidencia antes de conocerla directamente, enmudecieron desde que el libro salió a los escaparates al quedarse sin un solo argumento para la descalificación; y han sido duramente descritos por el catedrático de Historia don Luis Suárez en el número 36 (julio y agosto de 1989) de la revista Razón española como promotores para la ocultación de la verdad histórica, la más dura descalificación dirigida contra el pequeño grupo, y especialmente contra los dos miembros prófugos del jurado, desde el campo profesional de la Historia. Pero la inmensa mayoría de lectores han dado la razón al libro, que ya va por la quinta edición, tras haber conseguido el espaldarazo internacional, nunca otorgado a libro español alguno, en la sección de libros recomendados como noticia de interés universal de la revista Time el 9 de junio de 1989, tres meses después de la publicación. Muchos de esos lectores me enviaron numerosos datos, nuevos documentos, nuevos testimonios, a veces de primera magnitud, que incorporaré Dios mediante al libro cuando aparezca, dentro de unos años, como remate de la serie histórica que ya preparo con el título Historia de la República, la Revolución y la Guerra de España, en siete tomos, de los que Agonía y victoria será el último. Hoy, sin embargo, no me resisto a anticipar algunos datos nuevos, que son noticia histórica de primer orden, y que se deben a esa aportación de mis lectores; ya resumí en la revista Época alguno de esos datos que ahora amplío y documento más a fondo. Por supuesto que alguna crítica marginal y apasionada del libro en algún medio de comunicación de los que necesitan chillar para que no les sigan pisando me preocupa bien poco, después del aval que otorgaron a ese libro los miembros del jurado, el profesor Juan Velarde en ABC y el profesor Luis Suárez en Razón española.

LA NOBLE FIGURA DE BESTEIRO

Uno de mis apresurados hipercríticos, a quien he calificado como político porque ésa es su obsesión, aunque cultiva la Historia más bien desde el ángulo de las relaciones públicas (porque el historiador siempre cede a la luz del documento y no procura ahogarla), me reprochaba la presunta marginación, en mi libro, del testimonio del profesor Julián Besteiro en sus cartas de la prisión, y del testimonio de don Julián Marías en sus memorias recientes. Uno y otro testimonio se habían publicado mientras el libro estaba en pruebas, pese a lo cual la acusación resultó, como dictada por el apasionamiento, enteramente infundada. Porque, como podrá ver quien examine las Cartas desde la prisión de Besteiro (Madrid, Alianza Editorial, 1988), no hay en ellas dato ni descripción alguna sobre el período final de la guerra civil. En mi libro trato con todo respeto y comprensión al profesor Besteiro y a sus actuaciones de 1937-1939 en favor de la paz entre las dos Españas, y en contra del comunismo soviético y sus satélites de la República española; el calumniador que cita como mía la expresión «viejo chocho» referida a Besteiro no podrá decir la página de mi libro en que se encuentra, porque no existe. Por dos veces me refiero a Besteiro como «prócer socialista», y ni siquiera quise aludir, al evocar su figura, a la relación (secreto a voces) entre el señor Besteiro, en su primera infancia, y la familia ducal de Frías, como puede verse por ejemplo en el propio testimonio del duque de Frías contenido en el libro de Ignacio Arenillas, El proceso de Besteiro (Madrid, Rev. de Occidente, 1976, pp. 377 y sobre todo 446 y ss).. La circunstancia no afectaba más que muy remotamente a mi relato y por eso prescindí de ella. Vuelvo ahora sobre el testimonio de Marías, si bien deseo antes consignar una confirmación muy estimable de mi libro escrita por un testigo directo de aquella época, don Fernando Rodríguez Miaja, sobrino, yerno y acompañante del general defensor de Madrid, que me escribía desde México el 24 de mayo de 1990, enviándome algunas valiosas precisiones que incorporaré a la definitiva edición de mi libro; y me decía: «Nada tan serio, tan documentado y tan completo se había publicado sobre el particular. Es indudable que su libro es piedra de toque fundamental en la historia de la tragedia de la guerra de España».

JULIÁN MARÍAS EN MARZO DE 1939

Sobre Julián Marías en la guerra de España ya hemos adelantado algunas cosas en el capítulo dedicado a la actuación de los intelectuales en el conflicto, publicado aquí mismo, como sin duda recuerda el lector. Cuando anticipé en Época parte de este análisis, el señor Marías escribió a la revista para confirmar de lleno mis citas, pero añadía que luego estuvo preso por los vencedores, lo cual es cierto, pero nada tiene que ver con mi libro, que se cierra el primero de abril de 1939. El señor Marías, como he dicho en ese capítulo anterior, participó activamente en los servicios de información de la República, y sería interesante que nos revelase los detalles; intervino asiduamente en el esfuerzo de propaganda republicana en la casa de ABC sin que jamás haya expresado su arrepentimiento por su contribución a aquel latrocinio a mano armada perpetrado por el Frente Popular en Prensa Española, de la que ha vuelto a ser colaborador distinguido muchos años después sin que nadie le haya reprochado su intervención, realmente siniestra, en las publicaciones de esa casa raptada y violada por la República desde julio de 1936, después de haberla acosado antidemocráticamente desde abril de 1931. Pero al final de la guerra civil el señor Marías, que no había mantenido durante la guerra una actitud reconciliadora sino plenamente beligerante, volvió a la realidad, comprendió la situación paranoica de la República amenazada por una hecatombe comunista final y participó de forma muy destacada en la rebelión del Consejo de Defensa de Madrid, como ayudante y mentor de don Julián Besteiro, durante la agonía madrileña de la República. El primer tomo de las Memorias de don Julián Marías, Una vida presente (Madrid, Alianza Ed., 1988), publicado cuando mi libro ya estaba entregado a la editorial, sí que contiene alusiones valiosísimas al período final de la guerra civil, pero que no sólo no invalidan, sino que confirman de lleno mi relato, lo cual no adivinó mi objetor porque no solamente no había leído mi original, sino por lo visto ni siquiera el libro del señor Marías. Su capítulo «Grandes anales de tres semanas» alcanza un alto valor testimonial. El retrato de Manuel Azaña es tan objetivo que desilusionará mucho a los azañistas, habrá provocado algún berrinche cósmico al impenitente hagiógrafo de Azaña, señor Marichal, y sorprendido a algún historiador procedente de la derecha que ahora figura como converso al azañismo más anacrónico. Cree Marías que el estilo de Azaña como escritor es «no siempre bueno», y frente a las exageraciones idolátricas de Marichal subraya: «Se ha hablado mucho de su liberalismo, pero no daba impresión de ser liberal; yo creo que lo era muy poco, era para ello demasiado autoritario, demasiado creído de su superioridad, muchas veces con manifiesto error». Llega incluso el filósofo a subrayar el físico repelente del político: «Su fealdad era notable y creo que actuaba sobre él más que sobre los demás» (p. 25). Traza su retrato esencial en dos líneas: «Era sin duda inteligente, con buenos aparatos mentales, bien dotado; pero le faltaba la forma suprema de inteligencia que consiste en la apertura a la realidad». Y rubrica: «Lo más importante a mi juicio es que le faltó valor».

Aduce entonces Marías un testimonio valiosísimo sobre el golpe de Estado que prepararon a primeros de marzo el jefe del Gobierno doctor Negrín y sus consejeros comunistas. El testimonio es decisivo: sabemos que además del Diario oficial del Ministerio de la Guerra impreso en la noche del 3 de marzo de 1939 (del que poseemos un ejemplar), la lista de nombramientos que ampliaban y completaban el golpe de Estado se había impreso en el ministerio durante la noche del 4, pero ahora Julián Marías afirma además que él vio esa lista y tiene que referirse a la del 4 porque la del 3 es relativamente breve. «Negrín —dice— preparó un golpe que pudo ser muy grave. Se trataba de la destitución de todos los mandos importantes, militares y políticos, que estaban en manos de republicanos o socia listas moderados, y su sustitución por comunistas y algunos socialistas de significación análoga». Esto no me lo ha contado nadie; vi las galeradas de la Gaceta de Madrid con las largas series de nombres, compuestas para su publicación al día siguiente. Pero ésta fue interrumpida por un suceso que nos conmovió a todos el S de marzo (p. 241). Son, evidentemente, las mismas galeradas del Diario Oficial que conoce el coronel Casado gracias al comisario socialista antinegrinista de la imprenta del ministerio, Ángel Peinado, y cuya publicación logra detener, por lo que los comunistas, al saberlo, fusilaron al comisario. El testimonio directo de Marías confirma el de Casado y adquiere una importancia enorme, decisiva.

Otra revelación esencial de Julián Marías es su identificación completa con Besteiro en aquellas jornadas. «Besteiro —dice— me pidió que escribiera lo que me parecía oportuno. Se enviaba a periódicos y emisoras. Dio órdenes de que mis escritos se tomaran como si fueran suyos» (p. 245). De esta forma el joven Julián Marías, que había participado en tan lamentables misiones informativas de guerra, se convirtió en marzo de 1939 no sólo en amanuense, sino en inspirador de Besteiro, que era la figura clave del Consejo de Defensa y del anticomunismo republicano, junto con don Segismundo Casado, cuyo testimonio personal pude recoger en Madrid poco antes de su muerte, junto con varios de sus manuscritos, como figura detalladamente en mi libro. El testimonio de Julián Marías confirma, pues, de manera plena mis conclusiones.

JULIÁN MARÍAS Y LA PAZ DEL 28 DE MARZO

Llegaba para Madrid el final de la pesadilla. Los contradictores de mi libro 1939. Agonía y victoria, criticaron que yo llamase paz al período que se abría en Madrid el 28 de marzo de 1939. Y me recomendaban que siguiera la interpretación de Julián Marías, con lo que demostraban una vez más no haber leído ni mi libro ni el de Marías. Pues bien, así describe Julián Marías las primeras horas del 28 marzo en Madrid:

«Todo aquello me parecía inquietante, alarmante, significaba la derrota de una causa que había defendido invariablemente a pesar de todos los descontentos, que por fin había tenido un gesto admirable para perder. Pero era la paz. El final de la gigantesca pesadilla, del espectáculo de la destrucción de España día a día, de la muerte cotidiana de millares de españoles. Veía el porvenir oscuro —el mío personal sin duda—, pero todo sería mejor que la guerra» (p. 253).

Y lo confirma en conversación con su mujer por la calle: «Me daba la razón, creía que en alguna medida había que alegrarse».

Inmediatamente Julián Marías accede al Ministerio de Hacienda, ya ocupado por la Quinta Columna, para ver a Besteiro. Su testimonio confirma de lleno, otra vez, nuestro relato: «Llegué al ministerio; a su puerta entornada hacía guardia un oficial de requetés, con boina roja» (p. 254). Le dejaron entrar y salir libremente. Besteiro le contó «que le habían tratado bien y con corrección». Se refiere después Marías a la ausencia de represión durante los primeros días. Los soldados, «a las pocas horas fueron puestos en libertad» (p. 255). Y algo que explica muchas cosas: «Desde el mismo día 28 se empezó a comer en Madrid» (p. 256). Luego, ya después de la victoria, Julián Marías ingresó (afortunadamente por breve tiempo) en prisión, pero eso ya no corresponde a esta historia, sino a la de la posguerra; de momento sólo convendría recordar la suerte que esperaba en aquel tiempo a los miembros de los servicios de información y escritores al servicio de la causa enemiga que caía n en poder del bando republicano durante la guerra: suerte no desde luego tan suave, dentro de su dureza, como la que correspondió al ex colaborador del ABC y Blanco y Negro robados, como dijo el propio ABC de la victoria.

Por tanto el testimonio de Julián Marías sobre las semanas finales de la guerra civil en Madrid resulta esencial. Exactamente por las razones opuestas a las que el detractor impotente de mi libro trató de arrojarme, estúpidamente. Muchas veces he subrayado que en esa clase de mentirosos no es el apasionamiento o incluso el odio lo que más me molesta, sino la fatuidad y la ignorancia simple.

LOS DIVERSOS GRUPOS DE LA QUINTA COLUMNA

He detectado y revelado algunas tramas de la Quinta Columna en mi libro, entre ellas la clave que creo principal; es decir, la organización secreta del SIPM, Servicio de Información de la Policía Militar, que actuaba a las órdenes del coronel José Ungría en Burgos y de sus dos secciones destacadas en La Torre de Esteban Hambrán, Toledo (teniente coronel Bonel Huici), y de Sepúlveda para el sector de la sierra (comandante Jiménez Ortoneda). El SIPM de Madrid fue dirigido eficazmente por el teniente coronel José Centaño de la Paz, cuya actuación asombrosa ya descubrí y documenté en mi Historia ilustrada de 1975 (eds. Danae) y he corroborado, con una masa documental irrebatible, en Agonía y victoria. Coordinadas por el SIPM funcionaban otras redes y organismos de la Quinta Columna, alguno de ellos relativamente fantasmagórico, como el llamado consejo asesor y otros de notable eficacia. Entre ellos he podido describir la organización, muy importante, de la Comunión Tradicionalista, gracias a un informe detalladísimo e inédito de la propia Comunión, en el que aparecen numerosos nombres a quienes nunca se había relacionado con esta trama político-secreta; la sorpresa ha sido mayúscula para cierto presunto especialista en historia del carlismo, aunque ahora malviva intelectualmente en los aledaños del marxismo, que ha reaccionado con el síndrome de quienes desprecian cuanto ignoran y además no se ha atrevido a que mi detallada réplica a sus desvaríos fuese publicada en el lugar donde se profirieron. Me queda sin embargo mucho por investigar en este confuso terreno de la Quinta Columna, en el que no cabe buscar una organización racional (pese a los esfuerzos del SIPM) porque las actuaciones eran muchas veces espontáneas e incluso anárquicas, lo que suscitaba de vez en cuando duras reacciones en Terminus, cuartel general volante de Franco. Concretamente debo profundizar más en la identificación y coordinación de grupos diversos de la Quinta Columna, como las escuadras de Falange dirigidas por el jefe provincial de Madrid, Manuel Valdés Larrañaga, y tres grupos muy activos y muy eficaces, bien coordinados entre sí, y ante todo el de los profesores universitarios, a las órdenes de Antonio Luna, del que formaban parte Luis de Sosa y Julio Martínez Santa Olalla, entre otros varios; eran amigos de don Julián Besteiro, que había salvado la vida de algunos de ellos, e influyeron directamente sobre él a partir de la primavera de 1938 (quizá desde meses antes) para inducirle a la ruptura con el doctor Negrín con vistas a unas negociaciones de paz entre las dos zonas una vez descartada, con la eliminación de Negrín, la influencia comunista. De este grupo he hablado a fondo en mi libro, gracias al importante informe del profesor Julio Palacios, miembro del equipo; pero debo profundizar más en otros grupos semejantes como el que había organizado don Carlos Viada, juez y secretario judicial, luego catedrático de Procesal, y sobre todo el que obedecía a don Antonio Bouthelier Espasa, jurista y letrado de las Cortes, vinculada a Falange y hombre de confianza del jefe del SIPM en el interior de Madrid. Bouthelier nos ha dejado un libro importante sobre la revuelta comunista posterior al golpe de Casado y Besteiro, pero que yo sepa no nos ha entregado testimonio alguno detallado sobre su propia y meritísima actuación en la Quinta Columna, donde ejerció funciones directoras y coordinadoras. Dos importantísimos testimonios escritos que obran en mi poder, debidos al antiguo agente del SIPM, antiguo funcionario de la Banca oficial y poeta, Ezequiel Jaquete Rama, y al jefe de Ingenieros y distinguido empresario don Federico Rubio Cavanillas me sirven de guía para continuar esa investigación, para la que espero también otras ayudas testimoniales y documentales que ahora gestiono.

EL MISTERIO DE MANUEL GUTIÉRREZ MELLADO

En todas las fuentes que sigo investigando se destaca la intervención de un superagente veterano, el teniente coronel Centaño, cuya actividad ya he descrito en publicaciones anteriores y sobre todo en el libro que ahora complemento; y de un superespía joven que todavía está muy a tiempo para aclarar con detalle esta complicadísima página de su vida, el hoy teniente general don Manuel Gutiérrez Mellado.

Algo, no todo, ha insinuado el ilustre militar en su libro de conversaciones con Jesús Picatoste, Un soldado de España, publicado por Argos-Vergara en 1983. Por el último Anuario militar de la República sabemos que don Manuel Gutiérrez Mellado nació el 30 de abril de 1912, había ingresado en el Ejército el 16 de setiembre de 1929, y era el 18 de julio de 1936 teniente de Artillería (con antigüedad de 13 de julio de 1933) destinado en el regimiento de Artillería a caballo. Había sido alumno de Franco en la Academia General Militar de Zaragoza, participó de la general admiración y adhesión de sus compañeros en aquel centro hacia su director (prácticamente todos, en una y otra zona, lucharon por Franco en la guerra civil), y en sus conversaciones traza un sereno elogio de Franco como director de la Academia y como Generalísimo: «Yo he dicho frecuentemente —añade— que respetar la figura de Franco como jefe del Estado es un factor de paz ahora para los españoles». Aunque sus amigos socialistas no parecen hacerle demasiado caso.

En relación con su actuación de guerra en el SIPM, Gutiérrez Mellado dice: «Estoy no orgulloso sino orgullosísimo». Resume así brevemente su participación en el Alzamiento dentro de su unidad: «Yo no estuve en el bando republicano ni un minuto. Mi destino era un regimiento de Campamento, cerca de Madrid, y nos sublevamos con el Alzamiento. No quise rendirme, fui detenido más tarde, viajé en coche celular, pasé por la cárcel, por una embajada, salí a la calle, tuve documentaciones falsas, nombres cambiados, moviéndome de un sitio a otro. Pasé a la otra zona atravesando los frentes clandestinamente y después de quince días me volví a Madrid. Soy el único oficial del Ejército que hizo eso y le aseguro que me costó un poco decidirme a hacerlo».

UNA EFICAZ RED DE ESPIONAJE

Casi todo este testimonio del entonces teniente Gutiérrez Mellado es, a la luz de mi documentación, auténtico, aunque la hostilidad que luego, durante la transición, suscitaron sus reformas militares y su colaboración con el presidente Adolfo Suárez, ha difundido algunas falsedades sobre la actuación de Gutiérrez Mellado en el Alzamiento y a lo largo de toda la guerra. No he encontrado un solo documento ni un solo testimonio serio, aunque sí persistentes rumores, que abonen esos infundios. Y así debo manifestarlo, pese a que el general, con visión algo incompleta, ha expresado recientemente alguna diferencia de signo político conmigo a propósito de Adolfo Suárez, sin advertir quizá que fue Suárez quien cambió esencialmente de orientación política entre 1979, cuando descalificó a Felipe González y a su partido por marxista, abortista y enemigo de la libertad de enseñanza, y 1981 , cuando se declaró «Situado a la izquierda de Felipe González», en entrevista publicada por Julián Lago. Pero ni esa discrepancia política, ni la defensa, que creo errónea, de Gutiérrez Mellado en favor de Suárez con motivo del engaño a las Fuerzas Armadas en torno a la legalización del PCE, ni las reticencias con que personalmente, aunque sin nombrarme, me ha tratado en algunas declaraciones, van a influir en esta descripción histórica sobre la actuación del teniente Gutiérrez Mellado en la Quinta Columna.

Al volver de la zona nacional al Madrid rojo, por orden del Mando y ya incorporado al SIPM del coronel Ungría, el teniente Gutiérrez Mellado organizó una eficaz red de espionaje y contraespionaje en la capital de España erizada de fortificaciones y defendida por las mejores unidades del Ejército Popular. Aunque no le nombra en sus conversaciones, Gutiérrez Mellado actuó a las órdenes del jefe del SIPM en Madrid, teniente coronel Centaño, y señala como jefes del grupo de Madrid a un «letrado de las Cortes» que con toda seguridad es Antonio Bouthelier, y «al padre de un ministro de Suárez, que también murió hace unos años». No sé de quién se trata; aunque hubo otro miembro de la Quinta Columna y padre de un ministro de Suárez, pero afortunadamente vive aún y muy lúcidamente, don Antonio Garrigues y Díaz Cañabate, que formaba parte del grupo de Antonio Luna, albergó en su casa, ya en 1939, a Joseph Kennedy Jr. hermano del futuro presidente de Estados Unidos (quien seguramente le salvó la vida) y me hizo el honor de testimoniar con su presencia en favor de la documentación de Agonía y victoria en plena polémica. Kennedy Jr. asistió después de la caída de Madrid a la vista del proceso contra Julián Besteiro y felicitó al defensor militar, Ignacio Arenillas de Chaves.

Cuando el teniente Gutiérrez Mellado quiso volver a la zona nacional, el mando del SIPM le ordenó que organizase en Madrid, ya en 1938 seguramente, una red de evacuación. Tenía entonces, según recuerda hoy, «una gran excitación por la causa que defendía». Utilizaba para las evasiones una camioneta de la aviación republicana con dos chóferes adictos. Las expediciones se hacían por la carretera de la Mancha y luego desviándose hacia el sur del Tajo, donde dejaban a los evadidos en una casa amiga y en manos de un guía experimentado. Para concertar las expediciones con la otra zona, el SIPM de Madrid instaló una pequeña emisora en un ático frente a la Casa de Campo. Toda esta actividad arriesgadísima fue expresamente reconocida por el Generalísimo en una orden reservada de cuya autenticidad me consta, y que debería servir para anular los citados infundios. Al terminar la guerra, el teniente Gutiérrez Mellado reanudó su carrera militar con abono de sus servicios en zona roja como periodo en campaña, y poco a poco llegó a la cumbre del Ejército y al gobierno de la transición. Algunos de los pasos de esa carrera, como su significativa visita a Carlos Arias en presencia de José Antonio Girón, los tengo bien documentados y en su momento se darán a conocer.

LA QUINTA COLUMNA RECUERDA A GUTIÉRREZ MELLADO

Los testigos de la guerra civil en Madrid con quienes he podido confrontar mis datos recuerdan, sin una sola excepción, lo que acabo de describir. Algunos hicieron a Gutiérrez Mellado un regalo colectivo en su boda, cuando ya había ascendido a capitán. «Una modesta vajilla o juego de café, de cerámica local», me dice uno de ellos. Otros, al reconocer sus méritos, dan algunos detalles más: su influencia en Unión Radio de Madrid, donde actuaba un primo suyo, gracias a lo cual se pudieron transmitir mensajes a la zona nacional desde aquella gran emisora republicana. Otros alaban sus dotes de mando, pero añaden que su comportamiento como jefe era implacable; no perdonaba errores y no dudaba en sacrificar a un colaborador —ténganse en cuenta las circunstancias agónicas en que se desenvolvía la actividad del SIPM— antes que comprometer un objetivo vital. Una de las expediciones más importantes desde una a otra zona fue organizada por Gutiérrez Mellado el 9 de junio de 1938. El hoy teniente general no la cuenta en sus conversaciones, pero mis testimonios son tan concordantes que no temo un desmentido.

Tres oficiales de Ingenieros, Antonio Villalón, Jesús Aguirre y Rafael Rubio y Martínez Correa, habían actuado eficazmente durante varios meses a las órdenes del teniente coronel Centaño y se habían turnado en el manejo de las emisoras del SIPM en Madrid, cuyos mensajes, como he demostrado en mi libro, solían ser captados por los escuchas del Ejército Popular. Centaño les había asignado la misión de apoderarse de toda la documentación posible sobre las fortificaciones del frente de Madrid, magistralmente proyectadas y realizadas por el comandante (el 18 de julio) de Ingenieros Tomás Ardid Rey, ascendido a coronel después de su adhesión al Frente Popular. Al sentirse acosados por el SIM rojo decidieron, de acuerdo con el mando secreto del SIPM en Madrid, evadirse a zona nacional, para lo que antes echaron a suertes quién tendría que hacer una visita desesperada al jefe de fortificaciones enemigo, y fue Rubio el «agraciado». Jugándose el todo por el todo, invocó ante Ardid motivos de patriotismo y compañerismo, le recriminó su colaboración con el Ejército Popular y le arrancó valiosa información militar que luego sirvió, en 1939, para que el trío de evadidos salvaran la vida del jefe enemigo prisionero, que después emparentó con el propio Franco.

Conseguida ya tan importante información, los tres oficiales de Ingenieros concertaron una cita con Gutiérrez Mellado, en la esquina de Jorge Juan y la plaza de Colón. Por dos veces intentaron la evasión en el frente sur de Madrid y en el de Guadalajara, pero fracasaron y a duras penas lograron regresar. Al fin, y en la fecha citada, el joven coordinador de la red de evasiones les condujo al sector del Tajo, donde les entregó a un guía de plena confianza que había cruzado las líneas enemigas infinidad de veces. Los oficiales le reconocieron; se trataba del mismo experto que había enseñado a varios miembros de la Quinta Columna, en uno de los escondrijos de la organización, a desajustar espoletas de proyectiles. Era hombre de pasado muy tormentoso y aureola de misterio, del que se contaban en los círculos secretos de la Quinta Columna toda clase de aventuras inverosímiles, de las que bastantes eran reales. Su nombre era Gustavo Villapalos.

GUSTAVO VILLAPALOS, UN HÉROE DESCONOCIDO

Nunca dio importancia Gustavo Villapalos a estas hazañas, que acometía de forma habitual y natural. Había nacido en 1915, y se afilió a Falange Española en 1934. Se incorporó a la defensa del cuartel de la Montaña, salvó la vida de milagro y hecho prisionero pasó a la cárcel Modelo. Era amigo de José Antonio Primo de Rivera y había participado en la actividad de la Primera Línea, por lo que fue condenado a muerte. Cuando le llevaban a matar en una de las «Sacas» se tiró del camión a poco de salir de la Modelo y consiguió esconderse de los asesinos que al mando de Santiago Carrillo, consejero de «Orden Público» en la Junta de Defensa de Madrid, ejecutaban implacablemente las órdenes de los consejeros soviéticos: eliminar a todos los posibles cuadros militares y civiles que pudieran servir de refuerzo a los rebeldes si tomaban Madrid. Se evadió a la zona nacional en noviembre de 1936 por el erizado sector del Manzanares y, una vez incorporado a las tropas de Franco, obtuvo el mando de una bandera de Falange, al frente de la cual tomó la posición del cerro de la Estrella, en la zona de conjunción de los frentes de Extremadura y Toledo, por lo que fue propuesto para la Laureada. Luego pidió el ingreso en aviación y durante algún tiempo combatió en la unidad de García Morato. Pero cuando el coronel Ungría reorganizó en Burgos los servicios secretos de la zona nacional, uno de sus primeros reclutas fue Villapalos, de quien le atrajeron la vivísima intuición, la frialdad absoluta ante el peligro y el valor más que temerario. Fue enviado para contribuir a la organización del SIPM en el interior de Madrid a fines de 1937, donde se puso a las órdenes del teniente coronel Centaño y colaboró muy intensamente con el teniente Gutiérrez Mellado. (Por cierto que además de éste hubo al menos otro oficial del ejército nacional que cruzó las líneas para luchar en el SIPM, contra lo que dice Gutiérrez Mellado al atribuirse la exclusiva; Villapalos era teniente de aviación al terminar la guerra).

Encontró varios pasos seguros de una a otra zona, aunque el principal fue por el sector del Tajo, como ya hemos visto; parece que se pasó por él treinta veces de zona a zona en toda la guerra civil. Entre las personas a quienes ayudó a evadirse figuran el futuro ministro Fernando Castiella, los aviadores Gallarza y Lecea. Es uno de los «Pimpinela Escarlata» del bando nacional, sobrenombre que bien puede compartir con el heroico británico Lucas Philips.

Una de sus misiones más fructíferas fue la entrega de una importante documentación del Ejército Popular, destinada al coronel Ungría, en octubre de 1938, a través del frente de Extremadura que conocía perfectamente. Sus dos compañeros de aventura resultaron muertos y Villapalos logró arrastrarse hasta las líneas nacionales con cinco balazos en el cuerpo. Cuando esta nueva acción, tras su heroica toma del cerro de la Estrella, le valió una nueva propuesta para la Laureada, no la consiguió «por determinadas actuaciones de tipo personal en su vida particular de hombre soltero y más bien divertido», según el eufemismo oficial que disimulaba sus resonantes aventuras. Al saberlo dijo el propio Franco: «Habría que darle la Laureada como militar y fusilarle como civil». Se decidió un justo medio: concederle la Medalla Militar. Revalidó luego su valor legendario en la División Azul, donde fue herido dos veces, obtuvo la Cruz de Hierro de primera clase y la medalla de combate cuerpo a cuerpo.

Su aventura siguiente transcurrió en la Guinea española, pero en 1946 cambió el rumbo de su vida al casarse, por puro amor romántico, con su novia gravemente enferma de tuberculosis, por lo que poco después hubo que ingresarla en el sanatorio de Tablada, en plena sierra de Madrid. A partir de entonces Villapalos abandonó sus aventuras y se consagró al cuidado de su esposa. Al cabo de dos años, pese a la penuria de medios que se sufría entonces, sobrevino el milagro y su esposa se curó. Tuvieron tres hilos, Esther, Paloma y Gustavo, el actual y brillantísimo rector de la Universidad de Madrid. Administró las fincas de su familia en las provincias de Murcia y Almería y sólo aguantó un año como delegado provincial del Ministerio de la Vivienda; aborrecía la burocracia. Criticaba duramente a Franco por el comportamiento que tuvo con Falange, pero tras la aprobación de la Constitución de 1978 volvió a llenar su casa con retratos de Franco.

Mantuvo su amistad de guerra con Manuel Gutiérrez Mellado, que fue padrino de bautizo de Paloma Villapalos, pero disentía amargamente de la actitud reformista del ya general con estas palabras: «No comprendo cómo se puede jugar a distintas barajas». Desde 1976 rompió toda relación con su antiguo compañero en el SIPM de Madrid. Falleció a los setenta años el sábado de Gloria de 1985 con el nombre de España en los labios.

LA QUINTA COLUMNA ENCARCELADA

Por supuesto que Gustavo Villapalos no creyó nunca las falsedades que se han prodigado después sobre la actuación política del teniente general Gutiérrez Mellado. Su discrepancia, me parece, fue de orden político y se refiere a la transición, no al periodo de la guerra civil. Otros testigos de la época, preguntados por mí prefirieron no pronunciarse sobre esa actuación política. Otros en cambio sí que lo hacen. Distinguen perfectamente entre el Gutiérrez Mellado de la guerra, a quien elogian sin reservas, y el de la transición, a quien critican con dureza. «Mi general y estimado Guti —dice uno de ellos, jovencísimo durante la guerra civil, pero que ya captó por razones familiares todos los entresijos de la Quinta Columna—, siento de veras no estar de acuerdo contigo en tu actuación político-militar después de la muerte del Generalísimo… Es por todo eso una pena —dice tras señalar su relación personal con el teniente general— que te tenga que poner ahora un cero en compañerismo, tal y como yo lo entiendo. Y tú me entiendes. ¡A que sí! ¡Ay la ambición y el resquemor, querido y eficaz espía!» En este trabajo estoy evocando la actuación del teniente Gutiérrez Mellado en el periodo final de la guerra civil y no su ejecutoria durante la transición que será objeto de otros estudios. Sólo he querido reflejar, para completar la descripción, las opiniones de algunos testigos de 1938-1939 sobre la actuación posterior de quien entonces se jugó la vida junto a ellos. Por mi parte, no me arrepiento de haber compartido con el general Gutiérrez Mellado la mesa del Consejo de Ministros, aunque no sé si él participa de la misma opinión.

Quisiera terminar estas ampliaciones de 1939. Agonía y victoria con la evocación y la transcripción de dos extraordinarios documentos que me han llegado después de la publicación del libro y que merecen por sí solos un estudio mucho más detallado. El primero es un conjunto de testimonios redactados en varias prisiones de Madrid en el periodo final de la guerra. Es la voz de la Quinta Columna encarcelada. Los presos de San Antón reproducen en cuadernos varios discursos de Franco, dibujan imágenes escalofriantes sobre su cautiverio, entreveradas de poemas llenos de esperanza. Hay entre ellos militares, religiosos, profesionales. En la cárcel de Ventas varias señoras encarceladas por el Frente Popular redactaron también un cuaderno, aún más emocionante, con sus pensamientos de la prisión. No creo que haya nada parecido en la literatura testimonial de la guerra civil: la palabra esperanza es la que más se repite en estos recuerdos.

EL RECONOCIMIENTO OFICIAL DE LAS ACTIVIDADES SECRETAS EN ZONA ENEMIGA

Preferentemente hemos centrado nuestra investigación en las actividades secretas del SIPM en Madrid. Sin embargo estas actividades se extendieron a toda la zona roja. El segundo documento importante (y doble) a que me acabo de referir había sido objeto de muchos rumores; pero no se había publicado jamás. Sospecho que es la misma «Orden reservada, a la que se refiere el teniente general Gutiérrez Mellado en la que se le reconocen sus servicios. Insisto en que me consta la autenticidad de esa orden en su caso concreto, aunque no la he visto personalmente. Pero he podido obtener una semejante, aplicada a un agente del SIPM en Valencia, don Carlos Ricardo Moreno Tortajada, a quien se le reconocieron los servicios secretos en el SIPM en virtud de la aplicación de una orden general emanada del Cuartel General del Generalísimo. Transcribo a continuación los dos documentos, que creo fundamentales, porque la orden general citada se difundió por la red secreta del SIPM en la zona roja, con lo que se elevó enormemente la moral de los agentes y se pudieron reclutar bastantes más. Estos dos documentos, que yo sepa, no se han publicado nunca y adquieren, como colofón del presente estudio y de las ampliaciones a mi libro, una extraordinaria importancia. La orden general aparece en dos versiones, amplia y resumida; y con fechas próximas, seguramente por su remisión a diferentes grandes unidades.

SECRETO

CASTELLÓN, 12 DE OCTUBRE DE 1938
III AÑO TRIUNFAL

La Jefatura del S.I.P.M. de Zaragoza, en escrito fecha 6 del corrientes, me dice lo siguiente:

«Por S.E. El Generalísimo, en telegrama postal de 21 del corriente mes, se dice a este Organismo lo siguiente: — RESERVADO. — Visto su escrito de 25 de agosto próximo pasado, en el que me trasmite petición de ciertas organizaciones Nacionales que clandestinamente laboran en zona roja por la Causa corriendo grandes riesgos ante la sangrienta persecución de que son objeto y considerando dignas de atención, con esta fecha se comunica al Ministerio de Defensa la Orden reservada que en copia se acompaña. — Sobre lo que en la Orden se concreta manifiesto a V.S. que igualmente de acuerdo con lo propuesto en su escrito se gestionara con toda rapidez propuesta de canje de aquellos que se tenga noticias se encuentran pendientes de grave condena ofreciendo los rehenes y de calidad que en paridad corresponda».

COPIA QUE SE CITA

CUARTEL GENERAL DEL GENERALÍSIMO. —E.M.— 2.ª Sección. —RESERVADO—. Excmo. señor: Los importantes servicios prestados por Organizaciones Nacionales que con elevado espíritu y gran riesgo laboran por l a Causa clandestinamente en Zona Roja y especialmente en Madrid, en inmediata relación con la Jefatura del S.I.P.M., en cuya labor, con patriótica ejemplaridad hacen sacrificio de su vida, con frecuencias, agentes de aquellas organizaciones, que cada vez tienen que luchar con servicios políticos enemigos más perfeccionados en los que los métodos de terror se acentúan me induce como caso de justicia, a propuesta del Jefe del S.I.P.M. a dictar en favor de los que prestan aquellos servicios, así como de los que sean condenados en Zona Roja por actos realizados en beneficio del glorioso Movimiento la disposición siguiente:

1.º Los agentes pertenecientes a organizaciones de información o espionaje a favor de nuestra Causa, contratados por el S.I.P.M. con categoría militar profesional se les considerará en activo a todos los efectos de su carrera. — A los paisanos que actúen igualmente en tan peligrosas funciones se propondrá en su día por la Jefatura del S.I.P.M. la compensación que proceda hacérseles teniendo en cuenta sus circunstancias de dependencias del Estado, provincia, o municipio como funcionario si así lo fueran o si pertenecieran a profesión libre.

2.º En caso de fallecimiento por consecuencia de condena o acción violenta ejercida contra los dichos agentes en el ejercicio de los servicios prestados a la Causa Nacional, se otorgará a sus familiares los mismos derechos y pensiones que se conceden a los militares muertos en campaña, con arreglo a su empleo en el Ejército si pertenecen a él, o según la categoría que se les asigne de acuerdo con los servicios prestados. En uno y otro caso se entiende que la concesión se hace sin perjuicio de la información que habrá de llevarse a efecto en su día sobre conducta y antecedentes, para que la aplicación de tales beneficios recaigan en personas que de modo positivo y cierto estén comprendidos en el espíritu y letra de esta concesión. — Dios guarde a V. E. muchos años. — El General Jefe de E. M. — Firmado. — Francisco Martín Moreno. — Rubricado. — Excmo. Sr. Ministro de Defensa Nacional. — Burgos, 21 de septiembre de 1938. — III Año Triunfal. — Es copia. — El Coronel de B.M. Jefe de la Sección. — L. González. — Rubricado. — Hay un sello en tinta en que se lee. — Cuartel General del Generalísimo. — E. M. — Sección de Información. — Lo que traslado a V. para su conocimiento y como medio de intensificar la recluta de Agentes y creación y desarrollo de redes de espionaje en la otra zona. — El Teniente Coronel de E. M. Jefe de la Sección, P. A. El Comandante Segundo Jefe. — Rafael de San Pedro. — Rubricado. Hay un sello que dice. — Ejército del Norte. — Sección S.I.P.M. — Señor Jefe del S.I.P.M. del Sector 6. N. Castellón». […] para su conocimiento y demás efectos.

Castellón, 12 de octubre de 1938
III AÑO TRIUNFAL
EL CAPITÁN JEFE DE LA SECCIÓN

DON RODRIGO ARELLANO REQUENA, CAPITÁN JEFE DEL DESTACAMENTO ESPECIAL DE VALENCIA (S.I.P.M). Y ENCARGADO QUE FUE DEL NEGOCIADO DE ESPIONAJE DE LA SECCIÓN S.I.P.M. DEL EJERCITO DEL NORTE.

CERTIFICO: Que Don CARLOS RICARDO MORENO TORTAJADA, actuó en nuestras redes de información y sabotaje en Campo Enemigo (Zona Valencia) desde el mes de marzo de 1938 hasta enero de 1939, que en misión especial pasó a Zona Nacional a través de las líneas del frente, con documentos e información militar de interés, presentándose en Zaragoza a la Jefatura del S.I.P.M. del Ejército del Norte, según consta en el archivo y fichero de este D.E.V., por lo que con arreglo a los párrafos 1.º y 2.º de la Orden Circular Reservada de S.E. el Generalísimo a los Agentes del Servicio en Campo Enemigo de 27 de septiembre de 1938, que, textualmente copiamos, dicen así: l.º «Los Agentes pertenecientes a Organizaciones en zona roja controlados por el S.I.P.M. con categoría militar profesional, se les considerará en activo, a todos los efectos de su carrera. A los paisanos que actúen en tan peligrosas misiones y a propuesta en su día de la Jefatura del S.I.P.M., se les concederá la compensación que proceda, teniendo en cuenta las circunstancias de dependencia del Estado, Provincia o Municipio, como funcionarios, si así lo fueran, o si pertenecieran a profesión libre». 2.º «En caso de fallecimiento como consecuencia de condena o acción violenta ejercida contra nuestros Agentes en el ejercicio del servicio, se otorgará a sus familiares los mismos derechos y pensiones que a los militares muertos en campaña, con arreglo a su empleo en el Ejército, si perteneciese a él, o según la categoría que se les asigne, de acuerdo con los servicios prestados si son paisanos. En uno y otro caso se en tiende que la concesión se hace sin perjuicio de la información que habrá de llevarse en su día a efecto, sobre conducta y antecedentes, para que los beneficios recaigan en personas que de modo positivo y cierto estén comprendidos en el espíritu y letra de esta concesión». — Por todo lo cual se considera a don CARLOS RICARDO MORENO TORTAJADA incluido en los beneficios que señala la citada Orden, desde marzo de mil novecientos treinta y ocho hasta enero de mil novecientos treinta y nueve.

Y a los efectos que procedan, expido el presente, en Valencia del Cid, a quince de septiembre de mil novecientos treinta y nueve.

—AÑO DE LA VICTORIA.