1973
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ADIÓS A LA NACIÓN

SALVADOR ALLENDE
(1908-1973)

En 1970, Salvador Allende ganó por muy escaso margen las elecciones presidenciales en Chile, en su cuarto intento de acceder a la jefatura del estado. Socialista comprometido que mantenía estrechos vínculos con el Partido Comunista, una vez en el gobierno nacionalizó numerosas industrias, entre ellas bancos y minas de cobre, el principal producto de exportación chileno. Estableció asimismo relaciones diplomáticas con la Cuba comunista e invitó a Fidel Castro a Chile que viajó al país andino en visita de estado.

Pero el radical programa de Allende y sus ideas izquierdistas suponían una amenaza para los negocios y para los intereses políticos estadounidenses en Chile. Con la aprobación del presidente Nixon, la CIA trabajó realizó operaciones destinadas a desestabilizar el régimen de Allende, apoyando y financiando a sus opositores. Bajo el gobierno de Allende, la economía de Chile empezó a entrar en recesión y los precios subieron.

Las críticas a Allende comenzaron a ser cada vez más explícitas. En junio de 1973, se produjo un intento fallido de golpe de estado, seguido de una huelga general. La Corte Suprema cuestionó la capacidad de gobierno de Allende. El 11 de septiembre de ese año, las fuerzas armadas, dirigidas por el general Augusto Pinochet, se levantaron en contra de Allende. En unas horas, la junta militar se hizo con el control de todo el país, excepto de la capital Santiago.

Al mismo tiempo que hombres armados avanzaban hacia el palacio presidencial, Allende se dirigía a la nación por radio. Se negó a huir y juró luchar, armado con un fusil AK-47, regalo de Fidel Castro. Mientras pronunciaba su discurso de adiós a la nación emitido por la radio nacional, disparos y explosiones podían oírse de fondo, al tiempo que fuerzas leales a Allende se afanaban en la lucha por hacer retroceder a los hombres de la junta militar.

— EL DISCURSO —

Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Magallanes. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron. […] Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

[…]

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a su país. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor. ¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores! Éstas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

— LAS CONSECUENCIAS —

Esa misma tarde las tropas de Pinochet, con apoyo aéreo, forzaron la rendición del palacio presidencial asediado. Allende falleció. La junta declaró que se había suicidado, mientras que los defensores de Allende afirmaron que había muerto en el asedio. El posterior examen forense no estableció una respuesta concluyente. De cualquier modo, la junta pasó a controlar todo Chile.

Pinochet estableció una dictadura militar, suspendió los órganos electivos y los sindicatos. Miles de chilenos sospechosos de oponerse al régimen —los «desaparecidos»— fueron detenidos y asesinados.

En 1988, una votación nacional reveló que la mayoría de los chilenos no apoyaban la presidencia de Pinochet. El hombre que había accedido al poder mediante la violencia y el derramamiento de sangre abandonó el cargo de forma pacífica en 1990. Chile volvía a la democracia después de casi treinta años de dictadura.