IóSIV STALIN
(1878-1953)
Cuando murió Lenin, en 1924, Iósiv Vissariónovich Dzhugashvili —conocido por el sobrenombre de Stalin —término ruso que significa «acero»— se convirtió en uno de los dirigentes más importantes de la Unión Soviética. No obstante, anhelaba el poder absoluto y, a finales de la década de 1930, orquestó la denominada Gran Purga, es decir, la eliminación sistemática de todos sus potenciales rivales políticos y de sus respectivos seguidores. Decenas de miles de personas fueron asesinadas, a menudo bajo los pretextos más nimios. Especialmente significativa fue la eliminación de numerosos oficiales del Ejército Rojo, lo que privó a las fuerzas armadas de mandos con la suficiente experiencia. Sin embargo, ésta era la menor de las preocupaciones de Stalin: el 23 de agosto de 1939 la Alemania nazi y la Unión Soviética firmaron un tratado de no agresión, el llamado pacto Molotov-Ribbentrop. Los términos del tratado contemplaban también, en cláusulas secretas, el reparto del este de Europa entre las potencias nazi y soviética. El 17 de septiembre de ese mismo año de 1939 los soviéticos invadieron el este de Polonia. Stalin aplastó brutalmente todo intento de resistencia y autorizó la ejecución de más de 25.000 prisioneros de guerra polacos, en lo que se conocería como la matanza de Katyn. Con la guerra arrasando el oeste de Europa, daba la impresión de que tenía asegurada la paz para su país.
Esa ilusoria seguridad se quebró el 22 de junio de 1941, cuando Adolf Hitler puso en marcha la operación Barbarroja, una invasión masiva y coordinada del territorio soviético. La «Gran Guerra Patria» había comenzado. Para frenar a los alemanes, Stalin ordenó una política de «tierra quemada», consistente en destruir todo aquello que pudiera ser utilizado por los invasores. Sin embargo, no parecía que nada pudiera detener al gigante fascista. En otoño, los nazis habían conquistado Kiev, asediado Leningrado (San Petersburgo) e iniciado la ofensiva sobre Moscú. El 7 de noviembre, Stalin se dirigió a la multitud en la Plaza Roja moscovita, el día del aniversario de la revolución que había instaurado el régimen comunista.
— EL DISCURSO —
… Camaradas, hoy debemos celebrar el vigésimo cuarto aniversario de la Revolución de Octubre en difíciles circunstancias. El ataque de los traidores bandidos alemanes y la guerra que nos han impuesto han creado una amenaza para nuestro país. Hemos perdido temporalmente diversas regiones y el enemigo se encuentra a las puertas de Leningrado y Moscú.
El enemigo pensó que dispersaría nuestro ejército con el primer ataque y que nuestro país habría de postrarse ante él. Pero erró por completo sus cálculos. A pesar de los reveses momentáneos, nuestro ejército y nuestra marina están repeliendo valerosamente los ataques enemigos a lo largo de todo el frente, infligiendo duras pérdidas, mientras nuestro país —todo nuestro país— se ha organizado en un único campo de batalla, conjuntamente con nuestro ejército y nuestra marina, con el propósito de derrotar a los invasores alemanes.
[…]
Todo nuestro país, todas las personas de nuestra tierra, respaldan a nuestro ejército y a nuestra marina, ayudando a aplastar a las hordas nazis. Nuestras reservas de fuerza humana son inagotables. El espíritu del gran Lenin nos inspira hoy para nuestra guerra patria, al igual que lo hizo hace 23 años.
[…]
¡Camaradas, hombres del Ejército Rojo y de la Flota Roja, comandantes y comisarios políticos, hombres y mujeres de la guerrilla! El mundo entero os contempla como una fuerza capaz de destruir a las hordas de bandidos del invasor alemán. Los pueblos de Europa esclavizados bajo el yugo de los invasores alemanes os contemplan como a sus liberadores. Una gran misión de liberación os ha correspondido como destino. ¡Sed dignos de tal misión! La guerra que estáis librando es una guerra de liberación, una guerra justa. ¡Dejad que las heroicas imágenes de nuestros insignes antepasados […] os inspiren en esta lucha! ¡Dejad que la enseña victoriosa del gran Lenin ondee sobre vuestras cabezas! ¡Destrucción absoluta a los invasores alemanes! ¡Muerte a los ejércitos alemanes de ocupación! ¡Larga vida a nuestra gloriosa madre patria, a su libertad y a su independencia! ¡Bajo la enseña de Lenin, hasta la victoria!
— LAS CONSECUENCIAS —
Stalin recordó a quienes le escuchaban que la Unión Soviética había estado al borde de la destrucción en sus primeros años, durante la guerra civil rusa, y que había sobrevivido: podía volver a hacerlo de nuevo. En diciembre de 1941, con los alemanes a menos de 30 kilómetros de Moscú, los soviéticos obtuvieron su primera victoria importante, rechazándolos y alejándolos de la capital. El ejército alemán empezó a sufrir en el gélido invierno ruso y a enfrentarse a graves problemas de aprovisionamiento. Los soviéticos, aunque inicialmente superados en número, comenzaron a obtener ventaja gracias a su inmensa población. Por otro lado, Stalin había trasladado importantes fábricas al este, fuera del alcance de los alemanes, para asegurarse el abastecimiento continuado de suministros al Ejército Rojo, al mismo tiempo que aplicaba una estricta disciplina en el seno del ejército.
El última instancia, Stalin hizo que el objetivo pasara de ser la supervivencia a ser la victoria. Los soviéticos triunfaron en la cruenta y encarnizada batalla de Stalingrado, que fue seguida de otra importante victoria en Kursk, escenario de la mayor batalla de carros de combate de la historia. El renacido Ejército Rojo forzó a los nazis a abandonar el territorio ruso y a replegarse a Alemania. El 2 de mayo de 1945, Berlín se rendía a los soviéticos y, seis días más tarde, la guerra en Europa había terminado.
La victoria le costó a la Unión Soviética millones de vidas de militares y civiles. A continuación, Stalin comenzó a afianzar el dominio soviético en la Europa oriental de la posguerra, con la consiguiente consternación de Gran Bretaña y de los Estados Unidos. Europa quedó así dividida por un «telón de acero», tal y como denominó Churchill a la línea divisoria de ambos bloques.