1941
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UNA FECHA QUE PERVIVIRÁ EN LA INFAMIA

FRANKLIN D. ROOSVELT
(1882-1945)

El ataque japonés a Pearl Harbor arrojó precipitadamente a los Estados Unidos al centro de la vorágine de la guerra mundial, en la que sus amplios recursos económicos y militares resultarían cruciales para la victoria aliada final. Franklin D. Roosevelt era presidente desde 1933 y su contribución había sido decisiva para ayudar a su país a salir de la Gran Depresión. Aunque en los Estados Unidos eran muchos los que defendían las posiciones aislacionistas, al considerar que el país debía mantenerse al margen de la guerra, Roosevelt había enviado ayuda a los aliados y había empezado a fortalecer el sector militar estadounidense.

El ataque sobre Pearl Harbor supuso una gran conmoción para los Estados Unidos, a pesar de que las relaciones con los japoneses llevaban años siendo tensas, debido al apoyo brindado por los estadounidenses a China en su enfrentamiento con Japón. En 1941, Roosevelt intentó de nuevo frustrar las ambiciones japonesas congelando un suministro vital, el de petróleo, que el país nipón necesitaba para continuar la guerra. La invasión de las Indias Orientales Holandesas (actual Indonesia) y de la parte de Malasia bajo control británico, ambas con una importante producción de petróleo, podía resolver el problema de Japón, pero la flota estadounidense, con base en Hawai, suponía una potencial amenaza para sus planes. Un ataque preventivo les dejaría fuera de la guerra.

La mañana del 7 de diciembre de 1941, el primer escuadrón de aviones de la expedición japonesa atacaba Pearl Harbor. Un total de 16 navíos estadounidenses fueron destruidos o resultaron gravemente dañados y cientos de personas murieron. Al día siguiente, Roosevelt se dirigió al Congreso con el propósito de solicitar su aprobación para declarar la guerra al Imperio Japonés.

— EL DISCURSO —

Ayer, 7 de diciembre de 1941 —una fecha que pervivirá en la infamia— los Estados Unidos de América fueron repentina e intencionadamente atacados por fuerzas navales y aéreas del imperio del Japón.

[…]

Quede constancia de que la distancia entre Hawai y Japón pone de manifiesto que el ataque fue deliberadamente planea do hace muchos días, o incluso semanas. En este intervalo de tiempo, el gobierno de Japón ha intentado de manera premeditada engañar a los Estados Unidos mediante falsas afirmaciones y falsas expresiones favorables a una paz continuada.

El ataque de ayer a las islas Hawai ha causado graves daños a las fuerzas militares y navales de los Estados Unidos. Me duele decirles que se han perdido numerosas vidas estadounidenses. Además, se ha informado de que naves de nuestra marina han sido alcanzadas por torpedos en alta mar, entre San Francisco y Honolulu.

Ayer, el gobierno de Japón lanzó asimismo un ataque contra Malasia.

Anoche, fuerzas japonesas atacaron Hong Kong.

Anoche, fuerzas japonesas atacaron Guam.

Anoche, fuerzas japonesas atacaron las islas Filipinas.

La pasada noche, los japoneses atacaron la isla de Wake. Y esta mañana, los japoneses han atacado la isla de Midway.

Japón, por lo tanto, ha emprendido una ofensiva por sorpresa que se extiende por toda el área del Pacífico. Los hechos de ayer y de hoy hablan por sí mismos. Los ciudadanos de los Estados Unidos ya tienen su opinión y entienden bien las implicaciones que todo ello tiene para la propia vida y para la seguridad de nuestra nación.

Como comandante en jefe del ejército y de la marina, he ordenado que se adopten todas las medidas necesarias para nuestra defensa.

Pero todo nuestro país recordará siempre la magnitud del violento ataque contra nosotros.

No importa cuánto tiempo tardemos en superar esta invasión premeditada; el pueblo estadounidense, en el ejercicio del poder de la justicia, vencerá hasta alcanzar la victoria absoluta. Creo interpretar la voluntad del Congreso y del pueblo cuando afirmo que no solo nos defenderemos al máximo a nosotros mismos, sino que nos aseguraremos de que esta forma de traición nunca vuelva a ponernos en peligro.

Las hostilidades existen. No hay ninguna duda de que nuestro pueblo, nuestro territorio y nuestros intereses se encuentran en grave riesgo.

Con confianza en nuestras fuerzas armadas —con la libre determinación desinteresada de nuestro pueblo— obtendremos el inevitable triunfo; ¡Que Dios nos asista!

Pido al Congreso que declare que, desde el ataque cobarde y no provocado de Japón del domingo 7 de diciembre de 1941, existe un estado de guerra entre los Estados Unidos y el Imperio Japonés.

— LAS CONSECUENCIAS —

En pocas horas, el Congreso aprobó la declaración de guerra a Japón. El 11 de diciembre, los aliados de Japón, Alemania e Italia, declararon también la guerra a los Estados Unidos y Roosevelt tuvo que enfrentarse a la perspectiva de una guerra global. La afrontó con la fuerza y la dedicación que había demostrado a lo largo de toda su carrera política, estableciendo sólidos vínculos con los máximos dirigentes de los países aliados, es decir, Stalin y, en particular, Churchill. Los primeros meses de la guerra fueron desfavorables para las fuerzas estadounidenses. El ataque a Pearl Harbor había puesto de manifiesto que Japón era capaz de consolidarse como potencia hegemónica en el sudeste asiático. Pero los Estados Unidos se recuperaron de la acometida inicial y, en junio de 1942, obtuvieron una rotunda victoria sobre la armada japonesa en la batalla de Midway, comenzando así a recuperar el dominio naval sobre el Pacífico. Los aliados iniciaron el cruento proceso de reconquistar las islas y los territorios que Japón había conquistado. Mientras tanto, tropas estadounidenses contribuyeron de forma decisiva a liberar Europa occidental de las fuerzas del Eje, al tiempo que los soviéticos hacían lo propio en el este europeo.

En noviembre de 1944, en un hecho sin precedentes, Roosevelt ganó por cuarta vez las elecciones presidenciales. Sin embargo, no llegaría al término de este último mandato. El presidente sufría parálisis de la mitad inferior de su cuerpo desde 1921, como consecuencia de una enfermedad desconocida. El uso de muletas y de un bastón le había permitido ocultar al público su discapacidad, pero, cuando la guerra llegaba a sus últimos meses, empezó a mostrarse progresivamente más enfermo y débil. La tensión acumulada a lo largo de la guerra le había pasado factura. Roosevelt murió a consecuencia de un derrame cerebral masivo el 12 de abril de 1945, un mes antes de que Alemania capitulara. Tras los ataques nucleares sobre Hiroshima y Nagasaki, Japón se rendiría el 9 de agosto de ese mismo año.

LA CEREMONIA DE RENDICIÓN A BORDO DEL USS MISSOURI

Después del ataque a Pearl Harbor, Japón empezó a desembarcar tropas en Filipinas, que por entonces era un estado libre asociado a los Estados Unidos. El comandante de las fuerzas estadounidenses en la región era Douglas MacArthur (1880-1964), quien había destacado por los méritos militares obtenidos durante la Primera Guerra Mundial. MacArthur no fue capaz de repeler el avance japonés y se retiró a Australia en marzo de 1942, con la promesa de volver. Dirigió la batalla contra los japoneses en el Pacífico y desembarcó de nuevo en Filipinas de nuevo en octubre de 1944, supervisando la liberación de las islas.

El 2 de septiembre de 1945, MacArthur aceptó formalmente la rendición japonesa a bordo del acorazado USS Missouri, afirmando que «todos, vencedores y vencidos,… ascienden a esa más alta dignidad que sólo conviene a los sagrados fines para los que servimos: comprometiendo a toda nuestra gente, sin reservas, al fiel cumplimiento de los acuerdos que están por asumir formalmente aquí». El general manifestó que «… a partir de esta solemne ocasión, un mundo mejor surgirá de la sangre y la masacre del pasado, un mundo consagrado a la dignidad del hombre y a la culminación de su más preciado deseo de libertad, tolerancia y justicia». MacArthur dirigió la ocupación aliada de Japón y colaboró en la organización de su reconstrucción