WOODROW WILSON
(1856-1924)
Woodrow Wilson era el presidente de los Estados Unidos cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914. En un primer momento se empeñó decididamente en mantener la neutralidad de su país y se ofreció como mediador para la consecución de un acuerdo de paz entre las partes contendientes, pero los dirigentes de los países el lucha no estaban interesados en negociaciones. En la opinión pública estadounidense se suscitó un creciente espíritu contrario al bloque germánico, alimentado por las terribles narraciones de las supuestas atrocidades cometidas por los alemanes en Bélgica.
En 1915 Alemania declaró zona de guerra las aguas que circundaban las islas Británicas y comenzó a lanzar ataques con sus submarinos contra los buques que las surcaban. El 7 de mayo de ese año un submarino alemán hundió el trasatlántico Lusitania, causando más de 1.000 víctimas, entre ellas 128 estadounidenses. Wilson presentó una protesta formal ante la política desplegada por Alemania, pero aún no entró en la guerra.
En 1916 fue elegido presidente para un segundo mandato, basando su campaña en el eslogan «Él nos mantendrá fuera de la guerra». Sin embargo, esa reivindicación sería de breve duración. En 1917 los submarinos alemanes incrementaron el número de ataques, causando cientos de muertes de civiles. La gota que colmó el vaso fue el conocido como telegrama Zimmermann, mensaje en el que Alemania proponía a México una alianza en el caso de que los Estados Unidos entraran en la guerra. México rechazó la proposición, pero los británicos, que habían interceptado el telegrama, lo trasmitieron a los estadounidenses. Para Wilson quedó claro que era necesario intervenir. El 2 de abril de 1917 informaba al Congreso de su decisión.
— EL DISCURSO —
Hemos de conseguir que el mundo sea seguro para la democracia. La paz de ese mundo ha asentarse sobre los firmes fundamentos de la libertad política. No proponemos ningún fin egoísta al que servir. No deseamos conquistas ni dominio. No buscamos reparaciones para nosotros mismos ni compensación material por los sacrificios que vayamos libremente a realizar. Tan sólo somos uno de los defensores de los derechos del género humano. Nos daremos por satisfechos cuando esos derechos hayan quedado garantizados, en la medida en la que tal garantía se pueda lograr por medio de la fe y de la libertad de las naciones.
[…]
Es probable que nos hallemos ante muchos meses de dura prueba y penoso sacrificio. Ciertamente, es una ardua tarea conducir a este pueblo grande y pacífico a la guerra, a la más terrible y desastrosa de las guerras, de cuyo resultado parece depender el equilibrio de la propia civilización. Pero el derecho es más precioso que la paz y por ello y hemos de luchar por aquellos principios que están más arraigados en nuestros corazones —por la democracia, por el derecho de los que se someten a la autoridad para que su voz encuentre eco en sus propios gobiernos, por los derechos y libertades de las pequeñas naciones, por el dominio universal del derecho en el concierto de los pueblos libres—, principios todos ellos que llevarán la paz y la seguridad a todas las naciones, y que harán que el mundo en sí mismo sea al fin libre. A tal tarea podemos dedicar nuestras vidas y nuestras fortunas, todo lo que somos y todo lo que tenemos, con el orgullo de aquellos que saben que ha llegado en día en el que los Estados Unidos ejercen el privilegio de derramar su sangre y de consumir su fuerza por los principios que estuvieron en la génesis de su fundación, y que le han dado la felicidad y la paz que ha atesorado. Con la ayuda de Dios, nuestro país no puede proceder de otro modo.
— LAS CONSECUENCIAS —
El Congreso votó a favor de la entrada en la contienda. Los Estados Unidos declararon la guerra a Alemania el 6 de abril de 1917. Se instauró el reclutamiento obligatorio y fue enviada a Europa una fuerza expedicionaria. Las tropas estadounidenses desempeñaron un papel decisivo en la consecución del repliegue de los alemanes. En noviembre de 1918. Alemania acordó el fin de las hostilidades.
En 1919, Wilson viajó a París para tomar parte en las negociaciones de paz, con la esperanza de promover sus ambiciosos planes para el establecimiento de un nuevo orden después de la guerra (los llamados «Catorce puntos», entre los que se contaban proyectos de reducción de armamento y de creación de una asociación internacional de naciones). Sin embargo, los ideales de Wilson resultaban de escaso interés para sus aliados, aunque la configuración de la Sociedad de Naciones fue incorporada al Tratado de Versalles y al presidente estadounidense le fue concedido el Premio Nobel de la paz por sus iniciativas.
Desgraciadamente, cuando Wilson regresó a su país, no fue capaz de conseguir el apoyo necesario para que los Estados Unidos ingresaran en la Sociedad de Naciones, y, en octubre de ese mismo año de 1919, sufrió un derrame cerebral masivo que lo dejó incapacitado para intervenir en las labores de gobierno. Cuando concluyó su mandato presidencial, en el curso del cual ejerció como tal su vicepresidente, Wilson se retiró de la vida pública, falleciendo el 3 de febrero de 1924. El mensaje por él ideado de que los Estados Unidos debían intervenir fuera de sus fronteras en favor de la democracia pasaría a constituir un elemento esencial de la política exterior estadounidense y tendría hondas repercusiones en la historia contemporánea a partir de entonces.