1860
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DISCURSO ANTE SUS SOLDADOS

GIUSEPPE GARIBALDI
(1807-1882)

Con poco más de veinte años, Giuseppe Garibaldi se unió al movimiento de La Giovine Italia (La Joven Italia), que se plateaba como objetivo la unificación de toda Italia en una sola república, si fuera necesario, por medio de la rebelión. En 1834, Garibaldi participó en una fallida campaña en Piamonte, en el noroeste de Italia. Como consecuencia de ello, tuvo que huir a Francia, habiendo sido sentenciado a muerte por las autoridades piamontesas. Posteriormente emigró a Sudamérica y combatió en la guerra civil del Uruguay.

En 1848, atraído por la oleada de movimientos revolucionarios que barría Europa, Garibaldi regresó a Europa para reanudar la lucha por la reunificación y la independencia. Dirigió audaces campañas destinadas a abatir el poder del Imperio Austriaco, que dominaba extensas áreas de la parte noroccidental de Italia y acabó por convertirse en una de las figuras señeras del Risorgimento (Resugimiento). Abandonados sus ideales republicanos, Garibaldi pasó a apoyar a Víctor Manuel II, a la sazón rey de Piamonte-Cerdeña. Garibaldi creía en una Italia unificada, aun bajo una monarquía encabezada por Víctor Manuel. Reclutó una tropa de voluntarios, a cuyo mando obtuvo diversas victorias luchando contra los austriacos. En 1860, él y sus mil «camisas rojas» tomaron Sicilia. Sus tropas avanzaron a continuación hasta Nápoles, haciendo que la ciudad se pusiera del lado de Víctor Manuel. Tras otras vicisitudes, Garibaldi rechazó cualquier tipo de recompensa por sus esfuerzos. Antes de retirarse a su hacienda en la isla de Caprera, al norte de Cerdeña, Garibaldi pronunció el siguiente discurso.

— EL DISCURSO —

¡Sí, jóvenes! Italia os es deudora de una hazaña que ha merecido el aplauso universal. Habéis vencido y aún venceréis, porque estáis bien preparados en la táctica que decide el destino de las batallas. No sois menos dignos que los hombres que formaban en las filas de las falanges macedonias, y que quienes contendieron no en vano con los orgullosos conquistadores de Asia. A esta excelsa página de la historia de nuestro país, aún se le ha de añadir otra más gloriosa, y el esclavo mostrará por fin a sus hermanos libres la afilada espada forjada con los eslabones de sus grilletes.

¡A las armas, pues, vosotros todos! ¡Todos vosotros! Y que los opresores y los poderosos se desvanezcan como el polvo. También vosotras, mujeres, privad a todos los cobardes de vuestros abrazos, pues ellos os darán sólo una descendencia de cobardes, y las hijas de la tierra de la belleza deben tener hijos nobles y valientes. Dejemos a los timoratos doctrinarios que se alejen de entre nosotros para llevar su servilismo y sus miserables temores a otros lugares. Este pueblo es su propio maestro. Desea ser hermano de otros pueblos, pero dirigiéndose al insolente con mirada orgullosa, sin arrastrarse ante él implorando su propia libertad. No sigáis el camino de los hombres cuyos corazones son impuros ¡No! ¡No! ¡No!

[…]

Hoy me veo forzado a retirarme, pero por unos días solamente. En la hora de la batalla me encontraréis de nuevo con vosotros, con los campeones de la libertad italiana. Permitid que regresen a sus hogares sólo aquellos que sean llamados por la apremiante necesidad de cumplir con sus deberes familiares y aquellos que, por sus gloriosas heridas, se hayan hecho merecedores del reconocimiento de su país. Ellos, realmente, servirán a Italia en sus hogares, dando consejo o aportando la inspiración del propio aspecto de las cicatrices que adornan sus jóvenes frentes. A parte de ellos, que todos los demás permanezcan para salvaguardar nuestras gloriosas banderas. Pronto volveremos a encontrarnos para marchar juntos al rescate de nuestros hermanos que aún vivan bajo la opresión del extranjero. Pronto volveremos a encontrarnos para marchar hacia nuevos triunfos.

— LAS CONSECUENCIAS —

Víctor Manuel II continuó su avance hasta lograr el dominio del reino de Nápoles y, en 1861, fue proclamado rey de Italia. Los Estados Pontificios, con centro en Roma, permanecieron independientes, aunque bajo el control de Francia, que mantenía en ellos una guarnición. Garibaldi estaba firmemente resuelto a tomar Roma para incorporarla a Italia y marchó sobre la ciudad al grito de «¡Roma o muerte!». Víctor Manuel se mostraba reticente a atacar la sede papal, por lo que envió tropas con el fin de detener el avance de los garibaldinos. Ambas fuerzas se enfrentaron, con ocasionales intercambios de fuego disuasorio. Garibaldi se apresuró a prohibir a sus hombres que abrieran fuego contra sus compatriotas, pero él mismo fue herido en un pie y hecho prisionero.

Tras un breve encarcelamiento, se le permitió regresar sus tierras en Cerdeña. Sin embargo, la vida tranquila le era esquiva. El 1866 entró de nuevo en campaña, en esta ocasión con el apoyo de Víctor Manuel, para tomar el Véneto, región del nordeste de la península Itálica, aún bajo control del Imperio Austriaco. Tras algunas semanas de lucha, Austria entregó el Véneto al reino de Italia, que pasaba así a integrar a su territorio la ciudad de Venecia. Para lograr la unificación de Italia sólo faltaba hacerse con el control de los Estados Pontificios. Garibaldi marchó de nuevo sobre Roma, aunque fue derrotado por las fuerzas franco-pontificias, tras lo cual se retiró.

Italia conseguiría a la postre tomar la histórica capital, pero sin intervención de Garibaldi quien, a pesar de ser miembro del Parlamento, pasó la mayor parte del resto de su vida en su hacienda de Caprera.