NAPOLEÓN BONAPARTE
(1769-1821)
Napoleón Bonaparte nació en la isla mediterránea de Córcega, gobernada por Francia. Se graduó en la academia militar y, rápidamente, ascendió en el escalafón del ejército francés, alcanzando el grado de general con poco más de veinte años. La Revolución, a la que Napoleón apoyaba y había servido, condujo a Francia a diversos enfrentamientos bélicos con los países vecinos, hostiles al nuevo régimen republicano francés. El joven general obtuvo numerosas victorias para la naciente república y fue acumulando poder de forma gradual. En 1799, regresó a Francia tras una campaña en Oriente medio y se hizo con el poder, dando un golpe de estado. En 1804 fue coronado emperador de los franceses.
Al año siguiente, Napoleón abandonó sus planes de invadir Gran Bretaña y optó por marchar hacia el este, para hacer frente a las fuerzas aliadas de Austria y Rusia. Sus tropas, tras una serie de rápidas maniobras, pusieron cerco al grueso del ejército austríaco en la ciudad bávara de Ulm, forzando su rendición en octubre de 1805. El 16 de noviembre volvió a vencer en un reñido enfrentamiento con los aliados en Holabrünn, en Austria, que habría de ser el preludio de la batalla definitiva, que tuvo lugar en Austerlitz (en la actual República Checa) el 2 de diciembre, primer aniversario de su coronación como emperador. El zar Alejandro I de Rusia y el emperador Francisco II de Austria comandaban personalmente sus respectivos ejércitos. A pesar de contar con fuerzas inferiores en número, Napoleón se dirigió, confiado, a los hombres de la Grand Armée.
— EL DISCURSO —
Soldados: el ejército ruso se ha presentado ante vosotros para vengar las derrotas sufridas por las tropas austriacas en Ulm. Son los mismos hombres a los que habéis vencido en Hollabrünn y a los que habéis perseguido sin tregua hasta aquí. Las posiciones que ocupan son formidables aunque, mientras marchen maniobrando hacia mi derecha, dejarán su flanco al alcance de vuestras ráfagas.
Soldados, yo mismo dirigiré todos vuestros batallones. Me mantendré a distancia del fuego si, con vuestro acostumbrado valor, sembráis el desorden y la confusión en las filas enemigas. Pero, si la victoria pareciera en algún momento incierta, veríais a vuestro emperador exponerse a los primeros ataques. La victoria no ha de ser incierta en la presente ocasión.
[Después de la batalla]
Soldados: Estoy satisfecho de vosotros. En la batalla de Austerlitz habéis justificado todo lo que esperaba de vuestra audacia. Habéis engalanado vuestras águilas con gloria inmortal. Un ejército de cien mil hombres, comandado por los emperadores de Rusia y Austria, ha sido aniquilado o dispersado en menos de cuatro horas. Así, en apenas dos meses, la tercera coalición contra Francia ha resultado derrotada y disuelta. Ahora la paz no puede estar lejos. Pero sólo concertaré esa paz cuando sepa con certeza que supone una garantía inequívoca de cara al futuro y que asegura la recompensa a nuestros aliados. Cuando obtengamos todo lo necesario para salvaguardar la felicidad y la prosperidad de nuestro país, os llevaré de vuelta a Francia. Mi pueblo os recibirá una vez más con entusiasmo. Bastará con que cada uno de vosotros diga: «Yo estuve en la batalla de Austerlitz» para que todos vuestros conciudadanos exclamen «Ahí va un valiente».
— LAS CONSECUENCIAS —
La victoria de Napoleón fue total. Después de debilitar el centro del ejército aliado, sus tropas cargaron contra las fuerzas que ocupaban las colinas, capturando esa posición. El enemigo perdió 27.000 hombres, mientras que en las filas francesas cayeron sólo 9.000. El emperador consideraba que Austerlitz fue su mejor triunfo como general.
Cuando los rusos regresaron a casa y los austríacos firmaron la paz, Napoleón mandó construir el Arco del Triunfo de París, en conmemoración de la victoria, y asignó una gratificación en efectivo a todos los soldados de su ejército que participaron en la batalla. El emperador francés y sus aliados dominaban ahora Europa.
A continuación, Napoleón dirigió el punto de mira hacia España. Sin embargo, tras la invasión de la península Ibérica en 1807, los españoles y los portugueses, ayudados por las tropas británicas del duque de Wellington, debilitaron sensiblemente sus fuerzas. Por otra parte, la invasión de Rusia, en 1812, habría de suponer un revés aún mayor. Al llegar el invierno sin que hubiera sido capaz de derrotar al enemigo, Napoleón se vio forzado a emprender una penosa retirada, bajo un frío extremo. Regresó con apenas 120.000 de los 625.000 hombres que formaban la fuerza de invasión inicial. Acabó por abdicar y marchó al exilio en la isla mediterránea de Elba.
No obstante, este exilio sería breve. Napoleón escapó en febrero de 1815 y reasumió el mando en Francia una vez más. Sin embargo, el 18 de junio de 1815 sufrió su derrota definitiva en la batalla de Waterloo, a manos de un gran ejército anglo-prusiano, comandado por su acérrimo enemigo, Wellington. En esta ocasión no había vuelta atrás para él. Fue encarcelado y enviado al exilio, a la remota isla de Santa Elena, en medio del Atlántico, a más de 1.500 kilómetros de las costas de África. Nunca volvería a ver Francia.