MAXIMILIEN DE ROBESPIERRE
(1758-1794)
Después de las revueltas y de la crisis económica que asolaron Francia y de la ejecución del rey Luis XVI, la Convención Nacional, que ostentaba el poder, instauró el Comité de Salud Pública. Este órgano estaba dominado por jacobinos radicales, encabezados por Maximilien de Robespierre. El Comité organizó un nuevo ejército, que salvó a Francia de las amenazas de invasión. Pero Robespierre pensaba que, para proteger a la República de sus enemigos internos, eran necesarias medidas del máximo rigor. Ello derivó en el período conocido como «El Terror», que comenzó en septiembre de 1793. Como consecuencia de la aplicación de la llamada Ley de los Sospechosos, que definía un amplio espectro de ofensas a la república y acciones «contrarrevolucionarias», fueron encarceladas 250.000 personas. Muchas de ellas serían ejecutadas en la guillotina, en muchos casos sin justificación aparente. El cristianismo fue prescrito por ley y los religiosos eran ejecutados cuando eran descubiertos. El 5 de febrero de 1794 Robespierre se dirigió a la Convención, en un discurso que justificaba las violentas políticas que había adoptado.
— EL DISCURSO —
Para fundar y para consolidar los fundamentos de la democracia entre nosotros, para conseguir el pacífico reinado de las leyes constitucionales, es necesario llevar a término la guerra de la libertad contra la tiranía y atravesar con éxito las tempestades de la Revolución. Tal es el objetivo del sistema revolucionario que habéis instaurado. Todavía debéis regular vuestra conducta de acuerdo con las convulsas circunstancias en las que se encuentra la República, y el plan de vuestra administración debe ser resultado del espíritu del gobierno revolucionario, combinado con los principios generales de la democracia.
[…]
Los franceses son el primer pueblo del mundo que ha instaurado la verdadera democracia, concediendo a todas las personas la igualdad y la plenitud de los derechos de ciudadanía. Ésta es, en mi opinión, la verdadera razón por la cual todos los tiranos que se alíen en contra de la República serán vencidos.
[…]
Debemos sofocar a los enemigos internos y externos de la República o perecer con ella. Así, en tal situación, la máxima principal de vuestra política ha de ser la de guiar al pueblo con la razón y a los enemigos del pueblo con el terror. Si la competencia del gobierno popular en tiempo de paz es la virtud, en la revolución deberá ser a la vez terror y virtud. Sin virtud, el terror es funesto; sin terror, la virtud es impotente. El terror no es sino la justicia expeditiva, severa, inflexible; es, por lo tanto, una emanación de la virtud.
— LAS CONSECUENCIAS —
Las palabras de Robespierre demostraban su total compromiso con la Revolución, a cualquier precio. Incluso fue más allá en junio de 1794, cuando promulgó una ley que anulaba las normas que regulaban la admisión o recusación de pruebas en los juicios y que aceptaba la «prueba moral» de la culpabilidad de los sospechosos. Fue abolido también el derecho de los acusados a defenderse a sí mismos.
En sólo 6 semanas, más de 1.000 personas fueron enviadas a la guillotina en París. La violencia se extendió pronto por toda Francia. En total, durante El Terror murieron unas 40.000 personas. Las matanzas y las sucesivas oleadas de violencia hicieron que muchos de sus antiguos correligionarios se pusieran en contra de Robespierre. La Convención ordenó su arresto y le declaró proscrito, por lo que se emitió un bando el que se ordenaba su captura. Intentó huir de sus captores saltando por una ventana, pero sólo consiguió romperse las dos piernas, y fue encarcelado. Posteriormente intentó suicidarse disparándose en la cara, pero no logró su objetivo.
El 28 de julio de 1794 Robespierre y sus más fieles seguidores fueron ejecutados en la guillotina. El Comité de Salud Pública quedó desposeído de sus poderes y la facción jacobina fue declarada fuera de la ley, siendo muchos de sus miembros ejecutados.