1453
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LA HORA FINAL

EMPERADOR CONSTANTINO XI
(1404-1453)

El Imperio Bizantino fue la continuación del Romano. Su capital, Constantinopla, heredó la pátina de prestigio imperial de la antigua Roma y fue el centro religioso de la iglesia ortodoxa. La expansión del Imperio Otomano a partir del siglo XIV condujo a los turcos hasta las costas de los territorios antes dominados por los bizantinos. Los otomanos barrieron cualquier tipo de resistencia y conquistaron los territorios comprendidos entre el Oriente medio y los Balcanes. Constantinopla era prácticamente lo único que perduraba de la antigua gloria imperial de Bizancio y sus poderosas murallas parecían asegurar que quedaría como territorio cristiano aislado, rodeado por el Imperio Otomano musulmán.

En 1449, Constantino XI sucedió a su hermano Juan VIII como emperador. Durante su reinado el nuevo monarca tuvo que afrontar la prueba definitiva, cuando el sultán otomano, Mehmet II, se lanzó a la conquista de Constantinopla. Mehmet hizo construir fortalezas a ambos lados del Bósforo, a fin de controlar el tráfico marítimo, y dotó a su ejército de una potente artillería. A la desesperada, Constantino preparó la ciudad para el asedio, almacenando alimentos y ordenando que se efectuaran las necesarias reparaciones en sus robustas murallas. Hizo un llamamiento a la Europa cristiana para que le enviaran hombres, aunque sólo unos pocos cientos de combatientes respondieron a él. Cuando comenzó el sitio, en la primavera de 1453, Mehmet armó un ejército de 100.000 hombres, en tanto que Constantino apenas pudo reunir 8.000. A pesar de ello, los primeros ataques fueron repelidos A medida que el asedio se prolongaba, la caída de la ciudad parecía cada vez más inevitable. El emperador cristiano arengó a sus hombres con el siguiente discurso.

— EL DISCURSO —

… La hora ha llegado: el enemigo de nuestra fe desea oprimirnos aún más, por mar y por tierra, con todas sus máquinas y con su gran capacidad, para atacarnos con toda la potencia de su fuerza de asedio, como una serpiente a punto de escupir su veneno; tiene prisa por devorarnos, como un león hambriento. Por tal razón os imploro que luchéis como hombres de alma valiente contra el enemigo de nuestra fe, como habéis hecho desde el principio hasta el día de hoy. Os entrego mi gloriosa, célebre, respetada y noble ciudad, la relumbrante Reina de las Ciudades, nuestra patria. Sabéis bien, hermanos míos, que tenemos cuatro obligaciones en común, que nos fuerzan a preferir la muerte a la supervivencia: en primer lugar, nuestra fe y nuestra devoción; en segundo lugar nuestra patria; en tercero, el emperador, ungido por Nuestro Señor, y en cuarto lugar, nuestros familiares y amigos.

[…]

Ese miserable sultán ha asediado nuestra ciudad hasta hoy durante 57 días, utilizando todas sus máquinas y todo su poder. No ha atenuado la fuerza el bloqueo ni tan siquiera un día, a pesar de lo cual, por la gracia de Cristo, Nuestro Señor, que ve todas las cosas, el enemigo ha sido repelido hasta hoy en nuestra muralla con oprobio y deshonor para él. Aún hoy, hermanos, no sintáis temor aunque pequeñas partes de nuestras fortificaciones cedan bajo las explosiones y los proyectiles lanzados por las máquinas de guerra ya que, como podéis ver, hacemos todas las reparaciones que nos es posible. Depositamos todas nuestras esperanzas en la incontenible Gloria de Dios. Algunos basan sus anhelos en el armamento, otros en la caballería, el poder y la fuerza militar, pero nosotros creemos en el nombre de Nuestro Señor, nuestro Dios y Salvador y, en segundo lugar, en las armas y la fuerza que nos han sido concedidas por el poder divino.

[…]

Compañeros soldados, estad preparados, sed firmes y mantened vuestro valor, por la piedad de Dios. Tomad ejemplo de los escasos elefantes de los cartagineses, que pusieron en fuga a la numerosa caballería de los romanos, con todo su fragor y todo su fasto. Si una torpe bestia puede hacer huir a otros muy superiores en número, nosotros, dominadores de caballos y bestias, podremos ciertamente defendernos de nuestros enemigos, los más innobles de los animales, peores que cerdos. Presentadles vuestros escudos, espadas, flechas y lanzas, imaginando que formáis un partida de caza de osos; así verán los infieles que no se enfrentan a torpes animales, sino a sus señores y dueños, a los descendientes de griegos y romanos.

[…]

Hoy él [el sultán] quiere esclavizar y ceñir el yugo sobre la Señora de las Ciudades, sobre nuestras iglesias, en las que la Santísima Trinidad fue venerada, donde el Espíritu Santo fue glorificado en himnos, donde los ángeles fueron escuchados en cantos de exaltación divina en los que se encarnaba la palabra de Dios; tiene la perversa intención de convertirlas en santuarios de la blasfemia, en santuarios del falso y alienado profeta, Mahoma, y en establos para sus caballos y camellos.

Sabed pues, mis hermanos y compañeros de armas, hasta qué punto puede hacerse eterna la conmemoración de nuestra muerte, de nuestra memoria, de nuestra fama y de nuestra libertad.

— LAS CONSECUENCIAS —

El emperador acertaba al formular su promesa de muerte o gloria. Había rechazado todas las propuestas de negociación de la rendición planteadas por Mehmet, aun cuando éste le ofreció garantías de salvar su vida y de poder disponer de tierras en Grecia. El 29 de mayo los otomanos lanzaron un furioso ataque por mar y por tierra. Sus soldados entraron en tropel en Constantinopla, mientras las fortificaciones de la urbe cedían. El propio Constantino encabezó un intento de contraataque desde una de las brechas abiertas en las murallas. Sin embargo, tras caer herido en el combate, en ese lugar habría de morir el último emperador bizantino. En el fragor de la batalla, su cuerpo nunca sería recuperado. Se cree que yace en una fosa común, junto a los soldados a los que dirigió durante la lucha.

Los peores temores de Constantino se hicieron realidad, ya que Mehmet consintió que sus tropas saquearan la ciudad durante tres días. Los invasores desencadenaron una orgía de violencia y destrucción, durante la cual dieron muerte a 4.000 personas, fueron tomados como botín preciosos tesoros y las principales edificaciones fueron sometidas a pillaje o incendiadas. En la mayor de las humillaciones, Santa Sofía, la catedral cristiana de Constantinopla, fue inmediatamente convertida en mezquita. El papa se apresuró a hacer un llamamiento a la cristiandad, para organizar una cruzada de reconquista de la ciudad, que sin embargo no tuvo repercusión alguna. Constantinopla quedó en poder del Imperio Otomano y pasó a ser su capital.