326 a. C.
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DISCURSO EN EL RÍO HIDASPES

ALEJANDRO
(356-323 a. C.)

A la edad de treinta años, Alejandro Magno dominaba uno de los más vastos imperios que ha conocido la historia, que se extendía desde Grecia hasta la India. En el 336 a. C. sucedió a su padre en el trono de Macedonia, la potencia a la sazón hegemónica en Grecia. Pero sus ambiciones no acababan ahí. Alejandro planeaba la conquista del gran Imperio Persa, constituido por el territorio comprendido entre en norte de África y el Asia central.

En el 334 a. C., su ejército entró en territorio persa y, tras una larga sucesión de victorias, llegó a dominar Asia menor, Oriente medio y Egipto. Tres años después, Alejandro dirigió a sus tropas en el que sería el triunfo definitivo sobre el poder persa, en la batalla de Gaugamela, en el actual Irak. A pesar de que el enemigo duplicaba en número a sus efectivos, el macedonio logró derrotarlo. El rey persa, Darío III, se dio a la fuga y, posteriormente, sería asesinado por uno de sus gobernadores.

Sin haber saciado su sed de conquista, Alejandro invadió el subcontinente indio en el 326 a. C. Tras una serie de difíciles batallas, se enfrentó al rey local, Poros, en las orillas del río Hidaspes, en la actual región del Punjab. La batalla fue dura, pero los griegos alcanzaron la victoria. Alejandro deseaba continuar hacia el este, atravesar el río Ganges y conquistar nuevas tierras, pero sus hombres se negaron a ir más allá. Resentido por ello, Alejandro pronunció un célebre discurso.

— EL DISCURSO —

Veo, caballeros, que al proponeros un nuevo designio ya no me seguís con el espíritu que antes os animaba. Os he reunido para que tomemos una decisión conjuntamente: ¿Hemos de continuar adelante, según mi criterio, o hemos de regresar, siguiendo el vuestro?

[…]

Sumad, pues, el resto de Asia a lo que ya poseéis, una pequeña adición a la gran suma de vuestras conquistas. ¿Qué grandes o nobles gestas hubiéramos conseguido si, viviendo con comodidad en Macedonia, nos hubiéramos conformado con proteger nuestros hogares, sin más ambición que repeler los ataques a nuestras fronteras de tracios, ilirios o tribalios, o de los griegos hostiles que supusieran una amenaza para nuestra tranquilidad? No podría culparos de ser los primeros en ver debilitado vuestro empuje si yo, vuestro comandante, no compartiera con vosotros las marchas extenuantes y las arriesgadas campañas; sería lógico si solamente vosotros os encargarais de todo el trabajo y las recompensas las cosecharan otros. Pero no es así. Vosotros y yo hemos compartido el esfuerzo y el riesgo a partes iguales y las recompensas nos corresponden a todos y cada uno de nosotros. El territorio conquistado os pertenece y vosotros sois quienes lo gobernaréis. La mayor parte de los tesoros conseguidos es ahora vuestra y cuando hayamos conquistado toda Asia, habré ido ciertamente más allá de la simple satisfacción de nuestras ambiciones y se habrán sobrepasado con creces las expectativas de riqueza o de poder que cada uno de vosotros pudiera albergar. A quienes deseen regresar a casa, conmigo o sin mí, les será permitido hacerlo. A quienes permanezcan conmigo les convertiré en la envidia de aquellos que regresen.

— LAS CONSECUENCIAS —

A pesar de la elocuencia de Alejandro, quien de niño había tenido como tutor a Aristóteles, no fue capaz de persuadir de continuar avanzando hacia Oriente a sus tropas, que viraron hacia el sur y emprendieron el camino de regreso. El Hidaspes señaló el límite de las conquistas del rey macedonio. ¿Por qué no pudo Alejandro Magno, líder e inspirador de sus tropas, a cuyo frente combatía codo con codo, conseguir su propósito? En primer término, los soldados habían permanecido alejados de Grecia durante años y anhelaban desesperadamente regresar a su patria y disfrutar del botín conseguido en sus numerosas victorias. En segundo lugar, se hallaban exhaustos (en la batalla contra Poros habían tenido que enfrentarse a elefantes de combate bajo una lluvia torrencial). Como tercer elemento a tener en cuenta, cabe considerar el hecho de que se habían suscitado tensiones entre Alejandro y algunos de sus comandantes, debido a que el rey había adoptado costumbres y formas de vestir persas y había reclutado soldados persas para sus regimientos.

El propio Alejandro no volvería ya a ver su tierra natal. Se asentó en Babilonia y allí murió como consecuencia de unas fiebres en el 323 a. C., habiéndose suscitado rumores de un posible envenenamiento. El gran imperio de Alejandro quedó dividido en varios territorios, como consecuencia de las luchas entre sus principales generales por hacerse con el poder. A pesar de la disgregación de sus conquistas, la grandeza de Alejandro queda por encima de toda duda: había conseguido aunar un imperio que comprendía tres continentes.

PRIMERA FILÍPICA

A mediados del siglo IV a. C., el reino de Macedonia, al norte de Grecia, se expandió hasta convertirse en la potencia dominante en la región. El rey macedonio, Filipo II, había obtenido una serie de victorias mediante las cuales amplió sus dominios hacia el sur, hasta Atenas. Los dos estados habían permanecido en guerra desde el 357 a. C., pero Macedonia acabó por tomar ventaja en el enfrentamiento.

En el 351 a. C. el político Demóstenes (384-322 a. C.) pronunció un discurso ante la asamblea del pueblo de Atenas, llamando a resistir ante la amenaza macedonia. Demóstenes exhortaba a cada ciudadano ateniense a «actuar según su deber le demande, prestando un servicio que sea útil a la patria». Aunque Atenas estaba adecuadamente preparada para la guerra, el orador pronosticaba «un futuro funesto si cada cual no está atento y dispuesto a cumplir con su deber».

A pesar del apasionamiento de Demóstenes, sus llamamientos se demostrarían infructuosos: los ejércitos de Filipo obtuvieron una victoria tras otra, culminando su triunfo en el 338 a. C., en la batalla de Queronea, que situaría a Macedonia como poder dominante en Grecia y privaría a Atenas de su condición de ciudad-estado independiente.