¡COLMO! VIEJA FÓRMULA chistosa que deleitó a nuestros abuelos y a nuestros tátaras! ¡Intrépido humor que triunfaba en los saraos, entre polca y polca! Contando colmos, los contemporáneos de nuestro tío Edelmiro pasaban unas sobremesas muy jugosas. Todas las páginas festivas de la prensa finisecular y princisecular estaban salpimentadas de regocijantes colmos: «¿Cuál es el colmo de esto?» «¿Cuál es el colmo de lo otro?» ¡Hilarante cuchufla, que desternillaba de risa a maritornes y arciprestes! Siempre cariñoso con el siglo XIX y principios del XX, invento hoy varios colmos para regodeo de los lectores provectos, poco afines con las tendencias de la risa actual:
¿Cuál es el colmo de un ahorcado? Saber tocar instrumentos de cuerda. (¡Palmadas de risa en las rodillas!)
¿Cuál es el colmo del carnicero? Vender en su establecimiento carne de membrillo. (¡Carcajeo espasmódico con pérdida de bisoñé!)
¿Cuál es el colmo de un médico? Resucitar el Mar Muerto. (¡Es tal la risa que causa este colmo, que se derraman sobre los miriñaques las copas de sirope!)
¿Cuál es el colmo de un jardinero? Plantar las plantas de los pies. (¡El sarao estalla en jajás enloquecedores!)
¿Cuál es el colmo de un perfumista? Oler a chamusquina. (¡Explosiones hilarantes de gran amplitud!)
¿Cuál es el colmo de un astrónomo? Mirar las «estrellas» del cinema. (¡Risa borrascosa!)
¿Cuál es el colmo de un peluquero? Cortarle el pelo a un mosquito calvo. (¡La concurrencia se atraganta de risa!)
¿Cuál es el colmo de una manicura? Hacerle las uñas a un león. (¡Las ancianas se desmayan ante este alarde de ingenio!)
¿Cuál es el colmo de un picador? Picar al toro, y hacer albóndigas después de picarlo. (¡Ataque de epilepsia producido por el regocijo!)
¿Cuál es el colmo de un farolero? Encender los faroles con un cubo de agua. (¡Todos los concurrentes al sarao, después de oír este colmo, caen en estado comatoso a consecuencia de las carcajadas!)
¿Cuál es el colmo de una oveja? Estar más loca que una cabra. (¡Los más ancianos de la localidad se mueren de risa! ¡Pobrecitos!)
¿Cuál es el colmo de un equilibrista? Asustarse cuando sueña que se cae de la cama. (¡Truenos de alborozo!)
SIGAMOS RECORDANDO, con lágrimas en los ojos, aquellas decrépitas formas de humor que provocaron el jolgorio de nuestros antecesores. Cosquilleemos nuestras caderas con rudas espuelas, para arrancar a nuestros labios una sonrisa benévola a la vista de estas chispas que acabo de inventar con el truco del «¿En qué se parece?».
¿En qué se parece un tubérculo a una cofia? En que el tubérculo es «patata» y la cofia es «para la tata». (¡Hilarante rechifla!)
¿En qué se parece un pájaro a un peine? En que el pájaro hace «pío-pío» y el peine tiene «púa-púa». (¡Explosivo clamor!)
¿En qué se parece un tiburón a un hombre flaco? En que el tiburón es «escualo», y el hombre flaco es «escuálido». (¡Histérica carcajada!)
¿En qué se parece un volcán a una lavandera? En que el volcán «echa lava» y la lavandera «echa a lavar». (Pero ¡qué ingenioso, mamá nuestra!)
¿En qué se parece un catador de vinos a un tren? En que el catador de vinos se pasa el día «cata que te cata», y el tren, «taca, taca, taca». (¡Imposible resistir las contracciones del gran cigomático, seguidas de espasmos de las vías respiratorias!)
¿En qué se parece una calle con números repetidos a los animales prehistóricos? En que los animales prehistóricos son «diplodocus», y los números repetidos son «duplicadus». (¡Basta, por Dios, que me ahogo de risa!)
¿En qué se parece un pez a una pescadería sin existencias? En que el «pez nada», y en la pescadería no hay «nada de pez». (¡Marejada de sonrisas!)
¿En qué se parece el calzado a un topo? En que el calzado es «zapato», y el topo «tó lo zapa». (¡Rechifla jocosa!)
¿En qué se parecen las campanas a los leñadores? En que las campanas hacen «talán», y los leñadores «talan» los bosques. (Pero ¡qué cosas más requetechistosas, diablo!)
¿En qué se parece una brasa a una basura? En que la brasa es un «ascua», y la basura es un «asco». (¡Risa homeopática!)
¿En qué se parece el Polo al Ecuador? En que en el Polo «te enfrías», y en el Ecuador «te fríes». (¡Basta, basta! ¡No siga usted, que todos los viejecitos nos vamos a morir de risa!)
—SÍ —DIRÁ EL PADRE.
—¿Y por qué pueden los «números primos» tener un tío bajito? —preguntará el niño.
—Planteemos el problema: el número llamado «cinco», ¿es primo?
—Sí.
—¿Hay alguna razón especial para que el número llamado «cinco» se llame «cinco»?
—No.
—Por lo tanto, ¿no es cierto que el número llamado «cinco» podría llamarse igualmente Anselmo, sin dejar por eso de significar la quinta parte de un todo?
—Es cierto: el número «cinco» puede llamarse «Anselmo» y conservar su significado —dirá el niño.
—Prosigamos —dirá el padre—: Sabemos que el número cinco se puede llamar «Anselmo». Anselmo es nombre de persona, ¿no es así?
—Sí, Anselmo es nombre de persona.
—Por lo tanto, ya tenemos que el número cinco puede ser una persona llamada Anselmo.
—Exacto —afirmará el niño.
—Ahora bien: ¿puede una persona llamada Anselmo tener un tío?
—¡Claro!
—Bien —añadirá el padre—: Ya tenemos el número primo «cinco», llamado «Anselmo», que tiene un tío. Pasemos a la última parte del problema: ¿han de tener los tíos un tamaño determinado para conservar su calidad de parientes próximos?
—No. El tamaño de los tíos no influye para nada en su parentesco.
—Entonces, ¿pueden existir tíos gruesos y tíos delgados?
—Sí —asentirá el niño.
—¿Y tíos altos?
—También.
—¿Y tíos bajitos?
—Lo mismo.
—Por lo tanto, se deduce que Anselmo tiene un tío bajito. Descomponiendo la demostración, nos quedará: Anselmo (número primo cinco) + tío + bajito = «número primo» que tiene un tío bajito. Con lo cual el problema queda claramente solucionado —dirá el padre.
—Pues es verdad —dirá el niño.
¡BASTA DE DAR DISCULPAS manidas a quienes no queremos recibir en nuestras oficinas ni oír en nuestros teléfonos! ¡Rompamos los viejos moldes de la mentira social, y lancemos a la circulación otros trucos que no estén gastados! ¡Basta de decir que estamos en el baño, que estamos almorzando, o que tenemos mucho trabajo! ¡Desconcertemos al pelmazo con novedosos pretextos!
DISCULPAS PARA EL TELÉFONO:
«El señor no puede ponerse, porque está sujetando con las dos manos los pedazos de un jarrón que acaba de pegar».
«Dice el señor que le da mucha vergüenza ponerse, porque tiene voz de pito».
«El señor está mojándose los pies en un charco de la terraza».
«El señor llegará un segundo después de que usted cuelgue, y volverá a marcharse un segundo antes de que vuelva a llamar».
«Si quiere usted dejarme el número de su teléfono, tendré mucho gusto en esconderlo debajo de una butaca para que el señor me eche a mí todas las culpas por no haber podido llamarle».
«Dice el señor que no se pone porque no le entendería usted ni una palabra: en este momento tiene toda la boca llena de arroz».
«El señor no puede ponerse, porque se está dejando crecer la barba».
«Dice el señor que coja usted el auricular, y lo cuelgue en ese ganchito que tiene el teléfono en la parte de arriba».
«El señor no se pone porque, cuando le hablan por teléfono, siente cosquillas en el oído y se echa a reír como un tonto».
DISCULPAS PARA LA OFICINA:
«El director le recibiría encantado, pero se ha roto el picaporte de su despacho y no hay forma de abrir la puerta».
«Será mejor que vuelva usted otro día, porque el gerente le está tomando la cuenta de la Bolsa al cajero».
«Siéntese un momento: el señor Olmos le recibirá en cuanto los almendros vuelvan a estar en flor».
«El director no podrá verle hoy, porque está jugando a la gallina ciega y tiene los ojos vendados».
«El objeto de su visita le ha impresionado tanto a nuestro director que, en cuanto se lo dije, se volvió loco».
«Dice el señor Gómez que pase usted en seguida, porque quiere pedirle prestadas mil pesetas para salir de un apurillo».
«Dice el director que si viene usted dentro de seis meses le encontrará más guapo, porque se piensa hacer un traje nuevo de franela».
¿TIENE USTED PENSADA la frase que pronunciará cuando le llegue la hora de eso? Todos los grandes hombres y muchos de los pequeños aprovechan la ocasión para soltar una frase sonora que siempre pasa a la Historia. ¡No desperdicie la oportunidad de ser famoso con tan poco esfuerzo! ¡Otros más brutos que usted lo han sido! ¡Abandone la vida con donaire! ¡Haga un mutis que sea aplaudido por la posteridad! He aquí algunos modelos de frases postreras clasificadas por profesionales, que pueden servir de pauta a los simpáticos moribundos que me leen:
Para el futbolista.—Todo se ha perdido, menos el balón.
Para el «barman».—Entiérrenme muy frío, añadiéndome unos pedacitos de hielo y una guinda.
Para la actriz.—Es una lástima que sólo pueda dar una representación de esta escena dramática que me está saliendo tan bonita.
Para el aviador.—Es mi último vuelo. ¿Listos?… ¡Contacto!
Para el agente de publicidad.—Lo único que me da rabia es no poder cobrar la comisión de mi esquela.
Para el relojero.—Se me está acabando la cuerda.
Para el mayordomo.—Señor, el fiambre está preparado.
Para el chico del ascensor.—Voy al ático.
Para el escéptico.—Desde esta almohada, cincuenta años de estupidez os contemplan.
Para la chica «topolino».—¿Tendrán los ángeles alas de «plexiglás»?
Para el hombre de negocios.—Si llama alguien preguntando por mi alma, díganle que ha salido.
Para la modista.—Lo siento, pero he tenido mucho trabajo estos días y no podré entregar mi vida hasta la semana próxima.
Para el latinista.—Plurem cascam de bóbilis bóbilis.
Para el médico.—¡Llamadme en seguida por teléfono y decidme que venga corriendo, porque estoy muy grave!
Para el astrónomo.—Aprovecharé la ocasión para conocer a aquella estrellita que parecía tan mona.
¡FÁCILES TIEMPOS aquellos en que las mujeres desperdiciaban sus horas obligando a decir futilezas a sus abanicos! ¡Pobres abanicos de fin de siglo condenados a transmitir, por medio de un morse complicado, las trivialidades de ociosas damiselas! Pero el progreso y la industria, exigentes en grado sumo, reclaman en su beneficio todos los medios para propagarse y beneficiar a la Humanidad. Hoy el abanico se emplea como medio de comunicación rápido y eficaz. Su lenguaje ha pasado a ser conciso y práctico. A las vocecillas débiles de los abanicos antiguos suceden hoy las voces firmes y bien timbradas de los dinámicos abanicos actuales; voces sabias y documentadas, que transmiten en su lenguaje toda clase de telegramas, enseñanzas útiles, ciencia, química, etcétera.
CLAVE:
Llevar el abanico colgado de la mano derecha: «Deseo que me haga usted un cuadro sinóptico que contenga la clasificación de los insectos».
Cerrado y colgado de la mano izquierda: «¡Viva el trabajo, aunque produzca callosidades en ambas manos, pues de él nacen fábricas cuyo humo embalsama el aire de progreso!»
Abanicarse muy de prisa: «Negocio realizado. Stop. Giro a su cuenta importe vacas vendidas ventajosamente. Stop».
Cerrarlo muy despacio: «Tengo una fórmula excelente para curar escoceduras, compuesta de hierbas aromáticas, muy apta para obreros de altos hornos. Precio del tarro, siete pesetas».
Llevarlo junto al corazón: «El corazón es un músculo involuntario, dividido en dos aurículas y dos ventrículos, y dotado de movimientos de sístole y diástole. Lo demás que de él se dice es pura literatura».
Cubrirse con él parte del rostro: «Dígame algún sistema para resolver ecuaciones y cálculos sin recurrir a las tablas de logaritmos».
Contar las varillas: «Un duro, dos duros, tres duros, cuatro duros, cinco duros, seis duros, siete duros, ocho duros, nueve duros, diez duros, once duros…»
Jugar con la borla: «Doy orden al almacén para que le remitan a la mayor brevedad el pedido de géneros hecho por ustedes en su carta fecha 25 del corriente».
No llevar abanico o tenerlo en el bolsillo: «Cuézanse las coles a fuego lento. Rehóguense después con mantequilla, y sírvanse mezcladas con cebollitas trituradas en el mortero».
Dejarlo caer al suelo: «El buey es uno de los mamíferos que merecen el aprecio del hombre. Durante su vida ayuda en las faenas del campo, o bien conduce enormes pesos cargados sobre carros de grandes ruedas».
NADA TAN SIMBÓLICO y poético como el pez. Los peces, en muchos casos, exteriorizan sin palabras lo que el corazón no se atreve a expresar. El pícaro duendecillo Amor se vale de mil estratagemas para conseguir sus propósitos. Y el pez, «la paloma marítima» de los poetas, simboliza toda la poesía amorosa. Veamos las cosas que puede decir una enamorada con un pez.
Mandar un pez en una carta de amor: «Soy feliz».
Pasear por el parque con un pez atado a una cadena: «Puede usted seguirme, guapo».
Taparse el rostro con un pez: «Soy tímida, pero no inasequible».
Dejar caer un pez en una taza de café: «No me desagradaría conocerle, muchachote».
Abanicarse rápidamente con un pez: «Me importa usted, joven».
Oler un pez con aceite: «Este año veranearé en San Sebastián».
Tabalear en el pez: «Puede usted llamarme todos los días laborables de nueve a una».
Juguetear con un pez encima de las rodillas: «¡Ojo! ¡Papá vigila!»
Mordisquear el borde de un pez: «No sea usted tan impaciente, córcholis».
Sacar un pez del bolso: «No se acerque: tengo relaciones con un joven de ochenta kilos».
Escribir en el dorso de un pez: «Te adoro, lucero».
Mover la cola del pez con mansedumbre: «No le pida usted mi mano a mi papá; es una fiera».
Cada pez, además, tiene un significado particular. Así, la lubina significa el candor. El congrio, la pasión. La carpa, esperanza. El atún, la magnanimidad. El bonito, la belleza. El panchito, la tontería. El calamar, la tristeza.
Toda mujer debe elegir su pez predilecto. ¿Carpa o salmonete? ¿Merluza o faneca? ¿Lenguado o sardina? Mudos, pero expresivos, los peces hablan al corazón cual románticas florecillas.
¡CUÁNTAS Y CUÁN BELLAS cosas pueden decirse con un tenedor manejado diestramente! En el baile, en la merienda, en el café o en el chocolate, los enamorados pueden hablar con un tenedor sin que su poético secreto sea descubierto por los ajenos.
CLAVE:
Pinchar una patata con un tenedor: «No soy demasiado rico, pero puedo garantizarle una alimentación sana y abundante».
Mover un tenedor en el aire: «Soy pobre, pero mi cariño es inmenso».
Hacer molinetes con el tenedor: «Espérame a la hora de cenar».
Pinchar una lechuga con un tenedor: «Adoro la Naturaleza».
Ir a almorzar a casa de un amigo, con un tenedor: «No perdamos el tiempo».
Enviar un tenedor a la mujer amada: «¿Sabes guisar?»
Devolver el tenedor al hombre amado: «Ni pizca».
Poner un tenedor encima de una mesa, cuando se va de visita: «Yo comería algo con mucho gusto».
Llevar un tenedor detrás de la oreja: «¿Puede usted invitarme a almorzar?»
Abanicarse con un tenedor: «Estoy a la expectativa de croquetas».
Pinchar a un caballero con el tenedor: «Le detesto».
Llevar un tenedor vacío entre los dientes: «Soy un hombre de bastante apetito».
Robar un tenedor de plata: «Soy un sinvergüenza. ¡Abróchese!»
Taparse la cara con un tenedor: «Me pongo colorado como un tomate».
¡RESUCITEMOS LAS VIEJAS costumbres desaparecidas! Antiguamente, la tarjeta de visita transmitía mensajes sin palabras. Bastaba doblarla de distintas maneras, para que el destinatario comprendiese lo que deseábamos decirle. Los caballeros, en vez de dar la lata por teléfono, como hacen en la actualidad, se comunicaban mediante lacayos portadores de tarjetas dobladas. ¡Graciosa y útil cartulina! ¡Elegante lenguaje tarjetil, verdadera taquigrafía de la buena educación! ¡Pequeño fragmento impoluto, que sabía decir con sus dobleces gentiles finezas! ¡Volvamos a utilizarlo!
CLAVE:
DOBLAR EL PICO SUPERIOR DE LA DERECHA SIGNIFICA: «Estuve en su casa a la hora de merendar para ver si me invitaban a bizcochos, pero tuve mala pata: ustedes habían salido».
CON LOS PICOS SUPERIORES DOBLADOS: «¿Le arrancaron ya las amígdalas a su tío Enrique? De ser así, celebraré que esté repuesto y que pueda comer con el apetito en él proverbial».
CON UN DOBLEZ CENTRAL: «Parece mentira que un individuo tan fuerte como su padre haya muerto de una manera tan tonta».
SIN DOBLAR DE NINGUNA MANERA: «Le ruego que me devuelva esta tarjeta, porque tengo pocas».
CON TRES PUNTAS DOBLADAS: «¿Le parece a usted que cambiemos unos pistoletazos a las seis de la mañana, para quitarnos esos lamparones que tenemos en el honor?»
CON UNA PUNTA SÍ Y OTRA NO: «Ayer llevaba usted unas botas monísimas. Le suplico me envíe las señas de su zapatero».
CON LAS CUATRO PUNTAS DOBLADAS: «A ver si me devuelve de una vez el paraguas que me dejé olvidado en su casa, caramba».
TODA LA TARJETA ENROLLADA COMO UN BARQUILLO: «Póngame a los pies de su esposa; pero haga el favor de levantarme en seguida, para que no se me ensucie el traje nuevo».
DOBLADA EN FORMA DE PAJARITA: «Mis intenciones no son serias, señorita. Se lo advierto de antemano para que luego no me venga con tonterías».
CON UN AGUJERO EN EL CENTRO: «Estoy arruinado. ¿Puede usted prestarme un cartucho de calibre nueve corto? Es para la sien, ¿sabe?»
CORTADA EN MIL PEDAZOS: «¡Cuidado que es usted pelmazo, López! ¿Cuántas veces voy a tener que decirle que sus visitas me molestan?»
CON UNA MANCHA DE SANGRE EN EL DORSO: «Me abriré una vena como siga usted negándose a ser mi esposa».
EN FORMA DE CUCURUCHO: «Le esperamos el sábado a tomar cacahuetes».