I
ANIMALES INFERIORES

LA PULGA

26 de agosto: Llegué anoche a San Sebastián, que es el sitio donde veranea casi toda la pulgocracia. Está animadísimo y lleno de pulgas bien. He saludado a las de Benítez, que viven en un brazo de señora. Almorcé en una pierna donde se pica estupendamente, pero tuve que esperar un gran rato porque no había poros libres.

27 de agosto: No se puede dar ni un salto por ninguna parte. El gentío es enorme. Me hospedo en un señor, muy cerca de su metatarso. El sitio no es muy sano, pero al menos estoy cerca de la calle.

28 de agosto: Hoy fui a la playa, y estuvieron a punto de ponerme una multa por picar sin albornoz. He descubierto un tórax donde se toman unos aperitivos bárbaros. Por la tarde vi a las de Fontana, que estaban dando saltos por la Concha. Siguen tan estúpidas como de costumbre, y siempre están picando a los diplomáticos para presumir de elegantes.

29 de agosto: Salí con un pulgo de Santander y fuimos a saltar al Club Náutico, donde tocan una música preciosa. El pulgo saltaba muy mal, y se pasó la tarde pisándome una pata.

30 de agosto: El dueño del metatarso se vuelve a Madrid. Tendré que buscarme otro alojamiento. Me han recomendado la clavícula de una señora suiza. Veremos si hay sitio.

31 de agosto: La señora suiza estaba llena hasta los topes. Me he instalado en el cuerpo de un niño recién nacido. Lo bueno de estos niños tan pequeños es que se dejan picar a mansalva, pues son ignorantes y no saben tomar represalias. Tampoco se está mal en la nodriza del niño, pero es demasiado ordinaria: debe tener la sangre al «pil-pil», como todas las vascas, y no hay quien la pruebe sin abrasarse la garganta.

1 de septiembre: Me han presentado unas pulgas andaluzas que viven en Ondarreta. Estaba con ellas un pulgo valenciano que llegó hace unos días en un pañuelo de un señor de luto. El pulgo se llama Tomás, y en la playa presume de atleta. Desde luego salta muy bien, pero no es para tanto.

2 de septiembre: Esta tarde di un paseo por la espalda de una señorita muy delgada. Estaba desierta.

3 de septiembre: Me vuelvo a Madrid. Hoy se marcha el recién nacido con su nodriza, y no quiero desperdiciar el viaje.

LA MOSCA

7 de agosto: Estoy citada a las seis con mi amiga Chuchi, para ir juntas a una calva que ella conoce. Con este calor no apetece volar al lado de las bombillas, y las calvas al aire libre están muy agradables.

8 de agosto: Ayer lo pasamos divinamente. Había muy pocas moscas en la calva y estuvimos bailando con unos moscos simpatiquísimos. Uno de ellos nos contó que hace pocos días estuvo en Sitges. Hizo un viaje muy cómodo en la nariz de un señor extranjero. Dice que Sitges está muy animado y que en las calvas no cabe un alfiler. Creo que hay que reservar las calvas con quince días de anticipación.

9 de agosto: ¡Zzzzzzz!… ¡zzzz!… ¡zzzzzzz!… ¡zzzz!…

10 de agosto: Ayer no hice nada de particular, estuve volando todo el día y no vi a nadie conocido.

11 de agosto: Hoy almorcé en un bote de mermelada que acababan de abrir en la casa donde vivo. Por la tarde me contaron que la pobre Pili, una mosca que me presentaron hace poco, se ahogó anoche en un plato de sopa. Cada día ocurren más desgracias en las sopas. Claro que mucha culpa la tenemos nosotras, por empeñarnos en dar paseos por la orilla de los platos sin saber nadar. Yo no me acercaría a los restaurantes por nada del mundo. ¡Pobre Pili! Su suerte debió de ser espantosa: enredada en los fideos.

12 de agosto: Hoy me acicalé con mucha minuciosidad. Me di un frote de alas concienzudo, y eché a volar. Resulta que Ramiro, mi mosco, ha venido a pasar un par de días en Madrid. Me ha traído de regalo un par de alas de «cristal». ¡Qué solete de mosco tengo!

13 de agosto: «No sabía que tuvieses mosco, hija», me dijo esta mañana Chuchi, pues me vio zigzagueando con Ramiro. «¿Y es mosco formal?» «Sí. Pensamos casarnos muy prontito. Lo que pasa es que no encontrarnos calva», expliqué. «Eso de las calvas está cada día más difícil. Las pocas que se encuentran, están por las nubes». Después de charlar con Chuchi salí a la calle para posarme un rato en cualquier porquería.

14 de agosto: Al fin y al cabo, no es tan peligroso pasear por el borde de las sopas. Estoy posada en un plato de éstos y no me pasa nada. Pili se ahogó porque era tonta. ¡Pero lo que es yo…! Puedo acercarme hasta la orilla del caldo sin correr ningún riesgo… Es muy fácil. Desde luego conviene andar con cuidado, porque la porcelana es muy resbaladiza… ¡Oh!… ¡Me resbalo!… ¡Ay!… ¡Glú… glú…!

LA ABEJA

Lunes: Esta mañana llegué a la fábrica un poco tarde. «Parece que hoy se nos han pegado las alas, jovencita», me dijo la capataza con voz de trueno. Como tenemos que servir unos pedidos urgentes, trabajamos horas extraordinarias. No levanto aguijón.

Martes: Es una lata: con esto de las restricciones, nos cortan el néctar cuatro horas al día. Tenemos que coger néctar de noche, para poder elaborarlo por la mañana. Josefina, que trabaja en el mismo panal que yo, se ha partido una pata. Menos mal que el seguro le paga los gastos de clínica y una cuota para el zángano de su padre.

Miércoles: Al mediodía nos dan una hora de descanso para libar. Generalmente libo en un heliotropo que han abierto cerca de la fábrica. Hoy me encontré a la avispa Eulogia. Me ha dicho que hago el tonto rompiéndome el aguijón trabajando para los capitalistas. «Liba para ti, no seas boba —me dijo—. Eso hago yo, que soy libertaria». Por un lado tiene razón: ¿a mí qué me importan los pedidos de la fábrica? ¡Esta Eulogia!… No hace más que meter cizaña.

Jueves: Todos los jueves, por la tarde, vienen a verme grupos de hombres pequeñitos con la ropa corta. Dice una compañera que se llaman «niños», y que son una especie de larvas que todavía no han logrado su completo desarrollo. No es que a mí me molesten estas visitas, pero resultan un poco pesadas; desde muy temprano, la capataza no hace más que dar órdenes para que la fábrica esté limpia y los niños se vayan bien impresionados. «Es necesario que nuestros consumidores vean las excelentes condiciones higiénicas de nuestras dependencias», nos explica el zángano de la gerencia. Creo que la reina va a colocar en la puerta un cartel con esta inscripción: «Productos elaborados con los más selectos néctares del país».

Viernes: Ayer estuvieron los niños acompañados de un espantapájaros vivo que llaman «profesor». El profesor no hacía más que decirles que tomaran ejemplo de nosotras. ¡Como si esto de hacer miel fuese una cosa divertida! Lo que es yo, como fuese niño, a buena hora iba a hacer esta pasta dulzona y pringosa.

Sábado: Bueno: si los hombres viesen cómo hacemos la miel en la fábrica, no volverían a probar ni gota. Nuestros métodos de fabricación son antiquísimos, y casi todo se hace a pata: el polen lo cogemos con los dedos; y el néctar con la boca; y todos los zánganos se pasan el día metiendo sus patazas en los depósitos de miel lista para exportar… En fin: que más vale no mirar cómo hacemos la cosa.

Domingo: Hoy, día de fiesta, volé un poco por el campo. Me duele bastante la espalda, pues un hombre me confundió con una avispa y estuvo a punto de partirme la espina dorsal a sopapos. No es la primera vez que me ocurre. ¡Hay tantos ignorantes que no saben diferenciar la abeja de la avispa, el gallo del lenguado y el gato de la liebre!…

Lunes: Hoy estuvo la reina visitando algunas dependencias de la fábrica. Llevaba un cuerpo de terciopelo muy elegante, y nos echó un discursito explicando que la Casa «Alcarria y Compañía» se ha quejado de que las últimas remesas eran de calidad muy inferior a las del año pasado. Luego dijo lo de siempre: «El prestigio de nuestra colmena, fundada en 1902…, nuestra laboriosidad ejemplar…» Nada nuevo.

Martes: La avispa Eulogia nos ha dicho que pidamos la jornada de ocho horas. Tal como lo explica ella, la cosa tiene sus ventajas. Ahora sólo nos pagan un saquete de polen al mes por trabajar a destajo, y ni siquiera nos dan un polen extraordinario a fin de año. Es poco, desde luego. ¡Y con lo caros que están los néctares!

Viernes: Hoy no entramos a trabajar. Hemos declarado la huelga de aguijones caídos. Las avispas prosiguen su labor agitadora. Se han formado comités, nos hemos sindicado, y zurramos a las esquirolas. He oído decir que el mes próximo celebraremos elecciones para destronar a la reina y elegir un presidente zángano…

LA POLILLA

Lunes: Por fin encontré un armario ropero donde instalarme. El problema de los armarios roperos es cada día más agudo. Además, el dueño del armario puede echarnos a los inquilinos a palmetazos, sin que podamos decir esta boca es nuestra. Un verdadero abuso.

Martes: Hoy he almorzado con unas amigas en una manta zamorana. Mis amigas me contaron la catástrofe de ayer: una epidemia de naftalina exterminó a todas las habitantes de una colonia de lanas baratas. Fue algo horrible.

Miércoles: Hoy vinieron a merendar a mi armario Finita y Dedé. Yo misma hice algunas pastas de algodón y un pastel de paño Bejarano. «Tienes que darme la receta de este pastel tan rico», me dijo Dedé. «La ventaja que tiene es que lleva muy poca lana —expliqué yo—. Primero se coge un pedazo de gabán que pese cien gramos, y se le quitan bien el forro y los botones. Una vez limpio, se pone en remojo un par de horas para que quede esponjoso. Después se coloca en una fuente, y se sirve adornado con unos lazos de colores alegres». Dedé apuntó la receta.

Jueves: Esta mañana estuve en la modista encargando algunas cosas de comer. Me va a hacer una falda riquísima. Vi algunos figurines, y la modista me aseguró que en la temporada de primavera se comerán mucho las lanillas. Hace un año, todo el mundo encargaba cheviots muy sabrosos. Ahora, en cambio, nadie encarga un cheviot ni aunque se esté cayendo de hambre. ¡Cómo tiraniza la moda!

Sábado: Finita y Dedé están desoladas, porque engordaron un gramo el mes pasado. «Pues a mí me han dicho que se puede adelgazar un miligramo semanal comiendo solamente algodón», dije yo. «Desde luego: la lana engorda mucho». «El método mejor es comer botones a palo seco». «¿Botones? ¡Por Dios, chica!: ¡si los botones no tienen más que hueso!» Dedé opinó que el estambre tiene muchas vitaminas y nutre sin engordar. «A mí me han recomendado que cene un poco de sábana. Pero la ropa blanca es tan insípida…» «El secreto está en no probar la franela». Las pobres no saben qué hacer para quitarse unos miligramos de encima.

Martes: Hoy me levanté con mucho dolor de cabeza. Todo el armario despedía un olor a clínica muy extraño. Tuve que salir a tomar un poco de aire para despejarme. Temo que se declare en el armario una epidemia de naftalina.

Viernes: El olor empieza a inquietarme. Por si esto fuera poco, toda la ropa del armario está cubierta de sacos de papel… Estoy mareada… Voy a salir a que me dé el fresco… ¡Horror!: ¡la puerta está cerrada herméticamente!… ¡Qué angustia!… Trataré de encontrar una rendija… ¡Está todo tan oscuro!… He tropezado con algo… ¿Qué es esto?… ¡Dios mío!… ¡Una bola redonda y blanca, como la nieve!… ¡Estoy perdida!: ¡la epi… de… mia… de… naf… ta… li…!

LA ARAÑA

6 de octubre: Por fin encontré una colocación en Tarrasa, en una fábrica de tejidos. Me paso el día teje que te teje, pero estoy contenta: el señor Llobregat, dueño de la fábrica, me llamó ayer a su despacho para felicitarme.

—Miri, miri —me dijo sonriendo—. Me sabe mal no subirle el sueldo, ¿eh?; pero sus telas son magníficas.

Estoy orgullosa. Las otras operarias se mueren de envidia.

15 de octubre: He conocido a un arácnido muy guapote. Tiene más de seis patas y es bastante alto. Es el Rodolfo Valentino de los arácnidos. Me ha invitado a almorzar mañana en su tela.

16 de octubre: El arácnido vive en las afueras y tiene una tela muy bien puesta. Cuando llegué, me estaba esperando.

—Podemos almorzar ahora mismo —sugirió poniéndose al acecho en un rincón de la tela—. Quizá podamos tomar mosca de primer plato.

Pasó media hora, y no atrapamos ninguna mosca.

—Usted sabrá disculparme —se disculpaba el arácnido coloradísimo.

Seguimos esperando, y por fin cayó una mariposa en la tela.

—Sírvase mariposa, haga el favor —me invitó mi anfitrión—. ¿Le gusta a usted la mariposa?

—No mucho —confesé—. La mariposa es la pescadilla de los insectos. Parece que no come uno nada.

Tomamos moscón de segundo plato. La comida no fue muy brillante porque el moscón estaba durísimo. Pero yo creo que el arácnido está enamorado de mí…

19 de octubre: Esta tarde salí de paseo con el arácnido. Subimos a la copa de un árbol y nos descolgamos hasta el suelo segregando un hilito brillante y sedoso.

—Segrega usted muy bien, señorita —me elogió mi amigo—. Sus hilillos son muy resistentes.

—¡Oh, no valen nada! —dije yo—. Usted, que me ve segregar con buenos ojos.

Cuando llegamos al suelo, volvimos a trepar por nuestros propios hilitos. Es un juego que no sólo parece tonto, sino que lo es.

25 de octubre: ¡El arácnido me ama! Va a escribir a mi padre pidiéndole mis patas. He empezado a tejer mi trousseau.

29 de octubre: Andamos locos buscando tela para poder casarnos. «Es una pena que tu tela de soltero sea tan pequeña —le decía yo a mi novio—. Yo quisiera una tela soleada y céntrica, aunque fuese ática».

2 de noviembre: Hoy vimos papeles en una tela, y hablamos con el portero.

—¿Cuánto renta esta tela?

—Quince moscas al mes.

—¡Es increíble!… ¡Quince moscas! ¿De dónde sacará la gente las moscas para pagar unas rentas tan altas?

5 de noviembre: De momento, nos iremos a vivir a la tela de mis padres.

LA HORMIGA

15 de septiembre: Hoy, como todas las mañanas, estuvimos en un entierro. No estoy segura de si era un entierro, o una manifestación para pedir alguna cosa. El caso es que había un gentío enorme y la cabeza de la comitiva estaba lejísimos. A todas nos gustan los entierros, porque así podemos lucir nuestros lutitos y nuestras penitas negras.

17 de septiembre: Se aproxima el fin del verano y no hay más remedio que hacer acopio de víveres. Nos pasamos la tarde acarreando porquerías con la pinza. Es un trabajo bastante imbécil y no requiere saber logaritmos. Aquí nadie piensa en educarnos para que seamos unas hormigas cultas: en cuanto naces te ponen una madera en la pinza, y a llevarla de un lado para otro como si fueses una botones. Así somos todas de brutas.

22 de septiembre: Hoy salí muy temprano del túnel. Realmente el túnel está inaguantable: han aprovechado el verano para hacer obras, y hay montones de tierra por todas partes. Esta alcaldesa es una cretina.

28 de septiembre: Ha ocurrido un accidente de moscardón a la entrada del túnel: cuando volaba a la altura de las hierbas, capotó y fue a estrellarse contra una piedra. En seguida salió una brigada nuestra para desguazar sus restos y guardarlos en el almacén. Hay a quien le gusta el jugo de moscardón, pero a mí ni pizca. Sólo de pensar en probarlo se me ponen las antenas de punta.

3 de octubre: Hoy han hecho inventario en el almacén y resulta que la mayor parte de las cosas no sirven para nada. Hay quien ha metido clavos, pedazos de cerilla, bolitas de barro y pelusas. Además, fuera del almacén colectivo, se han descubierto recovecos de grano pertenecientes a particulares. Esto me huele a acaparamiento. Ya el año pasado hubo algunos brotes de mercado hombruno.

6 de noviembre: Hemos tapiado la salida del túnel. Ha llegado el invierno. Ayer le cayó un poco de nieve a una, y estuvo a punto de romperle la columna vertebral. Ya han encendido los gusanos de luz, y nos preparamos a aburrirnos de lo lindo hasta el verano próximo. ¡Si al menos pudiésemos echar un letarguito hasta el mes de abril!…

25 de noviembre: Sólo hay cinco barajas y un dominó para todo el hormiguero. Hoy jugué al «pinacle» con tres amigas, y gané un grano. Jugamos siempre a medio grano los cien tantos. Por la mañana estuve en el almacén a recoger el suministro: dan una patata para cada mil, y siete motas de azúcar por hormiga.

7 de diciembre: Como todas somos tan igualitas, no hay forma de saber cuáles son los hormigos. Es una pena, porque sabiéndolo lo pasaríamos mucho mejor. En fin, paciencia.

LA CUCARACHA

Lunes: ¡Cuánta vida social! Fiestas de gala por aquí, fiestas de gala por allá… En resumen: que todas las noches tengo que ponerme mi frac y acudir a los salones de la aristocracia. El sábado volví tardísimo a mi rendija, pues la duquesa Martina dio una recepción en el cuarto de trastos. ¡Qué desgracia la de la duquesa Martina! Al principio daba su fiesta en el comedor, pero ahora está arruinada y se ha instalado en las dependencias de la servidumbre.

Martes: Anoche tuvimos fiesta en el comedor. Hizo los honores la señora Ramírez, pues se celebraba el natalicio de sus últimas noventa y siete crías. Sirvieron unas migajas imponentes, y estuvimos bailando hasta que amaneció. Con tanta fiesta, como es natural, pasamos los días durmiendo y no salimos al pasillo.

Viernes: No es que me diviertan las cachupinadas de la familia Bernáldez, pero tuve que ir por compromiso. No había demasiada gente, porque los Bernáldez viven en el cuarto de baño y con el suelo de baldosín se cogen unos resfriados tremendos. Sirvieron un lunch a base de cortezas de queso.

Martes: Esta noche no saldré. A veces da gusto quedarse en la rendija, quitarse el frac y descansar un poco. Tanta vida mundana balda a cualquiera.

Viernes: Acabo de llegar de un baile que la condesa Servandi daba en el vestíbulo. Ha resultado muy pintoresco, pues en plena fiesta volvieron los hombres que viven en la casa y encendieron la luz eléctrica. ¡Patas para qué os quiero! Todos los invitados corrimos a refugiarnos en nuestras rendijas.

Sábado: Según me han dicho, en la fiesta de anoche hubo que lamentar desgracias personales: los hombres aplastaron a la propia condesa y a dos de sus amigas íntimas. Creo que tendremos que celebrar nuestras reuniones con un poco más de discreción. Hasta ahora los hombres estaban en el campo; pero, por lo visto, han venido a quedarse aquí todo el invierno. ¡Vaya un fastidio!

Jueves: Reina gran alarma en toda la población cucarachil. Los hombres han irrumpido en varias fiestas con zapatos devastadores, causando una dolorosa mortandad entre los asistentes. Ayer mismo vi el frac del marqués Ostrópilo estrujado en el pasillo. Parece que hay una racha de aplastamiento bastante seria. Salgo poco de mi rendija, por si los zapatos.

Miércoles: Después de unos días de relativa tranquilidad, la duquesa Martina nos invita para celebrar la Nochevieja. Cepillo bien mi frac y me dispongo a partir. Nadie sería capaz de rechazar una invitación de la duquesa. En efecto: cuando llego, el cuarto de los trastos ofrece un aspecto maravilloso. Muchos fraques de excelente corte, mucha cucaracha emperifollada… Lo más selecto de la colonia se ha dado cita entre los trastos de la duquesa Martina. Charlamos y nos sirven excelentes migajas. De pronto, alguien descubre en las esquinas de la habitación unos montoncitos de polvos blancos que despiden un olor grato y apetitoso. Creemos que es una sorpresa preparada por nuestra anfitriona, pero ella asegura que no tenía la menor noticia de esos polvos. Alguien recuerda cierta leyenda, según la cual más de cuatro mil cucarachas perecieron, en Nápoles, víctimas de una epidemia de polvos muy semejantes a éstos.

—Pues no son malos estos polvos —opina el barón de Wertenbad, probando un pellizco del extraño manjar.

Poco a poco vamos desechando nuestros temores, y acabamos por lanzarnos a comerlos con fruición… Yo misma ingiero complacida una buena cantidad… Tienen un saborcillo muy agradable. Sabe a… Pero ¿qué me pasa?… Son bastante dulces… ¡Qué mareo más extraño!… Se me va la cabeza… Y están riquísimos… Sí, sí; riquísimos… Lo que se dice riquí…

LA GAMBA

Lunes: «Déjame ir sola —le dije esta mañana a mamá cigala—. Ya no soy ninguna quisquilla». «Nada de eso, hijita. No sabes tú la cantidad de peligros que hay en los mares modernos…» ¡Qué pesadez! ¿Voy a pasarme la vida pegada al caparazón de mamá?

Martes: Hoy almorzó con nosotros la abuela. Es una langosta muy viejecita, muy dura y más miope que una esponja. Mi padre, que es langostino, se parece mucho a ella. La abuela sabe infinidad de chismes y habla por las pinzas. «Pero ¿no lo sabéis? ¡Es horrible! Cada día aumenta en este mar la trata de gambas». «¿La trata de gambas?», repitió mamá palideciendo. «Como lo oyes: desde hace algunas semanas han desaparecido gambas de muchas casas. A la cigala de la roca de enfrente le han secuestrado a su gamba mayor. También ha desaparecido la hija de los Tirabucete; ya sabéis: Matildita. Los “peces espada” de la policía están investigando, pero hasta ahora no tienen ninguna pista».

Miércoles: Lo que me faltaba: desde que la abuelita nos contó esas cosas terribles de la trata de gambas, mamá no me deja salir de las rocas. Que le prohíban salir a mi hermano, que es un camarón de quince días, pase. Pero a mí, que soy una gamba hecha y derecha…

Jueves: Hoy se fue mamá de visita a casa de unas cigalas amigas suyas. Aprovechando su ausencia, me fui a dar un paseo. ¡Qué hermosa es la libertad! El mar estaba precioso. Un cangrejo, al pasar a mi lado, me dijo un piropo: «¡Olé las gambas a la plancha!» Me puse coloradísima y volví a casa muy contenta. No me ha pasado nada. Eso de la trata de gambas deben de ser chocheces de la abuelita.

Viernes: Hoy repetí la escapatoria de ayer. El mar estaba muy animado y me alejé bastante de las rocas. Loca de felicidad, embriagada por la alegría de sentirme libre como un congrio, nadé en todas direcciones. Al lado de una medusa vi un grupo de gambas que saltaban, y me acerqué a jugar con ellas. De pronto, nos apresaron en una especie de redecilla. Muchas lanzamos gritos de angustia, y noté que subíamos poco a poco. Imposible salir de aquella prisión. Por fin, una fuerza misteriosa nos sacó fuera del mar. Lloré llena de miedo. ¡Tenían razón mamá y la abuelita!

Sábado: Nos han encerrado a todas en una cesta de mimbre. Mis compañeras están muy abatidas. «¿Adónde nos llevarán?» «Yo lo sé —dijo una—. El año pasado, los tratantes en gambas me sacaron en una redecilla igual: querían venderme a un café, pero yo pude escaparme y volver al agua». «¡Un café!», exclamamos horrorizadas. La que más y la que menos ha oído hablar de los cafés. Muchas veces, siendo quisquillas, nuestras madres nos decían: «Niña, si eres mala, te mandaré a un café para que te coma un hombre». ¡Los cafés! ¡Antros espeluznantes donde los hombres hacen cosas espantosas con las gambas! Tengo miedo.

Domingo: Lo que temíamos. Nos han vendido a un café. Una compañera se ha vuelto loca de terror y se ha suicidado. Mañana nos exhibirán delante de los hombres. ¡Qué tremenda deshonra! Esta tarde nos cocieron en un gran caldero. «Los clientes las prefieren sonrosadas», decía un pinche riendo sarcásticamente.

Lunes: Al mediodía, nos colocaron de seis en seis sobre unos platitos. «Hay que ser amables con los clientes, hijitas», decía un camarero con una sonrisa cínica. Salimos al salón del café más muertas que vivas.

Martes: ¡Qué horas tan espantosas! Hasta este momento, nadie se ha metido con nosotras. Estamos encima del mostrador, quietas en nuestro plato, mientras nuestros corazones laten con angustia. De repente un hombre coge nuestro plato y nos lleva a una mesa. «¿Son frescas, camarero?», le preguntan unos parroquianos mirándonos con codicia. «Muy frescas, señores: acabamos de recibirlas en este mismo momento», miente él. Quedamos solas con los hombres, que nos miran y parpadean empañados por el deseo. «Yo cogeré la más gorda», dice uno riendo, aprisionando a Juanita, una gamba muy tímida. «Y yo ésta», añade otro refiriéndose a mí… Noto que dos tentáculos enormes me cogen por la cintura. Quiero gritar, pero el temor que siento me lo impide. Estoy paralizada por el espanto. Los dedos me aprietan con suavidad… ¡No, no!… ¡mi corpiño, no! ¡Quiere quitarme mi vestido!… Me desmayo. Vagamente en sueños, noto que unos dientes enormes y poderosos me oprimen el cuello…

LA OSTRA

Lunes: Realmente este océano no es ninguna juerga: nunca salimos de nuestras valvas, y la única diversión consiste en recibir visitas de peces.

—Pero ¿por qué no salen ustedes de sus valvas a tomar el agua? —nos dicen los besugos con sus caras de señores gordos.

—Porque somos unos moluscos acéfalos, hijitos —decimos nosotras, suspirando—. Ya nos gustaría salir, no crean.

Martes: Esta tarde, en la marea de las seis treinta, llegaron unas ostras extranjeras. Vienen presumiendo mucho, porque sus valvas están llenas de etiquetas. «Hotel Beauville.-Arcachon»… «Hotel du Golf.-Arcachon»… «Hotel Terminus.-Arcachon»… No veo por qué se dan tanto postín…

Miércoles: Las recién llegadas se han instalado en una roca aparte y no reciben visitas. No sé de qué presumen estas molusquillas forasteras: son mucho más pequeñas que nosotras, y hablan con un acento feísimo. Sólo abren la valva para decir tonterías.

Jueves: Hoy llegó un pez de los mares del Sur. Es una especie de lubino verdoso; tiene muy buena facha, y lleva unas branquias muy bien cortadas. Nos ha contado muchas cosas de su viaje.

—¿Ninguna de ustedes es perlífera? —preguntó.

Tuvimos que contestar que sólo servíamos para comer en crudo.

—Nosotras somos de Arcachon —dijeron las recién llegadas, dándose importancia.

Pero el pez no les hizo caso. Dijo que lo bueno era ser perlíferas, porque las ostras que lo son viven en unas valvas más bonitas que las nuestras.

—Además —añadió—, fuera del mar se las considera mucho.

—¿Y cómo se hacen las perlas? —preguntó Vicenta, una ostra vieja que siempre quiere saberlo todo.

—Tendrán que buscar la receta —dijo el pez—. Pero les aseguro que merece la pena intentarlo.

Viernes: El lubino ese nos ha dejado muy preocupadas. Empieza a cundir la fiebre de las perlas. Algunas vecinas abren sus valvas y murmuran entre ellas. No se habla de otra cosa: «¡Quién pudiera ser perlífera!»…

Sábado: Hoy me asomé a la valva y vi que Luisita, una ostra que tiene bastante desparpajo, estaba asomada también.

—¿Cómo está usted, amiga mía? Hace tiempo que no asoma usted el molusco.

—Es que… —me dijo, poniéndose colorada—, voy a tener una perla.

Y después de decir esto, se encerró dando un valvazo.

—¿Será posible?

Martes: Luisita ha tenido una perla. Según dice, porque nadie la ha visto, es una perla hermosísima, que tiene un color muy saludable. Todas las ostras rechinan sus valvas de envidia. ¿Qué habrá hecho Luisita para tener una perla?… Ella, que parecía tan modosita, tan ostrita muerta…

Miércoles: Hoy pasó el lubino por aquí. Le comunicamos que entre nosotras hay una perlífera y quiso conocerla. Se acercó a Luisita, llamó a la valva y le abrieron.

—Me gustaría conocer a su perla —dijo el pez.

Pero Luisita se encerró dando un valvazo.

Jueves: Resulta que la perla de Luisita no existe: fue una mentira para que la gente se fijara en ella. Creo que no conseguiremos superar nuestra categoría de moluscos acéfalos para comer en crudo. Me temo que seguiremos aburriéndonos como notarios.

EL RATÓN

Lunes: ¡Qué mal se roe en esta casa! «Quijote» para el desayuno, «Quijote» para almorzar, «Quijote» para cenar… Decididamente me mudo al piso de arriba. Allí viven unos amigos míos, y me han dicho que roen de maravilla. Me extraña que den tan bien de roer en una pensión, pero por probar nada se pierde.

Martes: Esta mañana llegué a la pensión. Pablo y Jacinto, mis amigos, se alegraron mucho de verme. Están muy bien instalados. Tienen un agujero muy grande que da a la calle.

Miércoles: Esta pensión ya es otra cosa: de desayuno roemos un par de periódicos frescos. A la hora de almorzar, podemos elegir entre unos tomos del «Espasa» y una edición de lujo de los «Episodios Nacionales». Por la noche cenamos «Diccionario Bilingüe» y algún prospecto ligero.

Sábado: Las familias de Pablo y Jacinto viven en el campo. Ellos han venido a la ciudad para seguir la carrera de Peritos Agujeristas, pero no estudian nada. La mayoría de las noches no roemos en la pensión, y nos vamos los tres a roer por ahí.

Jueves: Así como otros prefieren el papel tela, a mí me chifla el celofán. Recién hecho parece hojaldre. Los números de «Mundo Gráfico» rehogados con un pellizco de azúcar, también están ricos.

Viernes: Se ha terminado la edición de los «Episodios Nacionales». Menos mal que hemos encontrado en un estante un «Tratado de Termodinámica» con un papel que parece galleta. Esta noche bajaremos al Teatro del Sótano. Creo que dan una opereta muy entretenida.

Sábado: Anoche estuvimos en el Teatro del Sótano; la función no vale nada, pero salen unas ratas de bandera. ¡Qué coristas más guapas, madre mía! Una sobre todo, «La Bigotitos», estuvo sencillamente gloriosa. ¡Qué figura! ¡Qué tipazo! Al final salió a saludar, y un empleado le entregó un gran ramo de queso.

Lunes: Ha llegado a la pensión un huésped molesto: es una especie de tigre menudo, de esos que la gente llama «misi, misi». Creo que no nos puede ver ni en pintura. Pablo y Jacinto están bastante preocupados.

Martes: Decididamente no le somos simpáticos al tigrucho este: cuando nos cruzamos con él en el pasillo, ni siquiera nos saluda. ¡Qué grosero!

Viernes: Desde que el gato llegó a la pensión, nos sentimos algo violentos: el bicho nos sigue a todas partes, y nos lanza unas miraditas que ya, ya.

Lunes: Jacinto ha desaparecido. Hoy almorzamos en el «Espasa» y, después de roer, Pablo y yo volvimos al agujero. Jacinto se quedó allí tomando el postre. ¿Qué le habrá ocurrido? El gato anda por los pasillos con una sonrisita que me da mala espina. No sé por qué se me figura que el animal ese sabe algo de Jacinto.

Miércoles: Como Jacinto sigue sin aparecer, Pablo me dijo esta tarde: «Voy a preguntarle a ese bruto de gato a ver si sabe algo de él». Salió del agujero, y hasta ahora no ha vuelto. Todo esto empieza a preocuparme.

Viernes: Ni rastro de Jacinto ni de Pablo. ¡Cualquiera diría que se los ha tragado la tierra! De mañana no pasa que le pregunte a ese gato insolente qué sabe de mis dos amigos.

Sábado: Salgo a preguntar por mis amigos. Cuando vuelva de interrogar al gato, seguiré este diario.

EL CALAMAR

Lunes: Trabajo como redactor en el Correo del Pez. Mi estilográfica inagotable garrapatea incesantemente. Tengo una sección fija que se llama «Glú-glú urbano», en la que me dedico a meterme con el Municipio. Estos días hemos agotado varias ediciones extraordinarias, pues se ha descubierto que el Universo no termina en la superficie del mar, como todos creíamos al principio, sino que en la superficie viven unos peces fabulosos que se llaman Vicente.

Miércoles: Mi sección «Glú-glú urbano» es cada día más violenta. No hay derecho a que haya tanto barro por todas partes. Neptuno, que tiene más conchas que un galápago, se disculpa de su desidia echando la culpa a la humedad. Yo me divierto excitando al vecindario contra él, y gracias a mí nadie puede verle ni en pintura.

Jueves: Escribo artículos tremendos. Solar que veo sin tapia, ¡zas!, artículo al canto. El Ayuntamiento es el «pim-pam-pum» del periodismo diario. Gracias a él, y ante la imposibilidad de tocar temas más sustanciosos, los periodistas nos hacemos la ilusión de cumplir nuestra tarea de defender los derechos del ciudadano. ¿Qué sería de nosotros si no nos quedara esa válvula de escape? En mi último artículo ataqué con dureza el exceso de agua que reina en todas partes. Un pulpo me ha felicitado por mi campaña dándome un efusivo apretón de tentáculos.

Viernes: Acabo de terminar un artículo lleno de saña, enfocando el problema del tráfico. Cada día son más frecuentes los choques de peces por falta de señales luminosas. Ayer mismo, un boquerón chocó contra una merluza. El pobre boquerón quedó de pronóstico reservado por todas partes. Hay que nadar con cien ojos, pues a la menor distracción le hacen a uno anchoas.

Martes: Asisto a una tertulia literaria compuesta de periodistas y poetas. Un calamar joven, que lleva sus tentáculos despeinados como una graciosa melena, recitó una poesía titulada: «¡Y aún dicen que el pescado es tonto!» Este calamar, si continúa trabajando puede llegar a ser una de las mejores tintas de nuestras letras.

EL PEZ

1 de agosto: Desde esta mañana no se puede nadar por ninguna parte. Todo el mar está lleno de piernas que patalean furiosamente. A un lenguado, amigo mío, le han gastado la broma de sacarle fuera del agua con una red de coger quisquillas. Estos hombres son inaguantables. No les basta con tener tierra para ellos, y vienen todos los años a molestarnos con sus estúpidos chapoteos. Es como si los peces fuésemos a pasar nuestras vacaciones en los hoteles de la montaña. No quiero pensar en la indignación de esos bípedos vanidosos si al llegar a un hotel les dijesen: «Lo sentimos mucho, pero todas las habitaciones están ocupadas por salmonetes que han venido a veranear». Pero ya sé que nunca nos permitirían entrar en esos hoteles inmundos, en los que el agua corre por unos canutos ridículamente estrechos. Sin embargo, los hombres se meten en nuestro elemento sin pedirle permiso a nadie, y tenemos que aguantarnos porque somos más pequeños.

3 de agosto: Siguen los desmanes de esos brutos. Corina, la bella sirena, tuvo en la superficie un accidente con un señor de Bilbao que se empeñó en sacarla del agua para que cenara con él en un restaurante. Menos mal que Corina no se deja intimidar fácilmente, y le plantó al importuno un coletazo en la cara.

6 de agosto: No sé qué diversión encuentran esos anfibios bigotudos en el agua. Tienen una piel sin escamas, y se mueven torpemente al ras de la superficie. Son grotescos. Si al menos tuviesen una graciosa cola y un par de aletas, sería distinto. Pero son absolutamente incapaces de respirar dentro del líquido, y, cuando lo intentan un par de veces, tienen que venir a sacarlos con unas cuerdas.

9 de agosto: Corina ha tenido otro encuentro con el señor de Bilbao, que le ha regalado un redondel de metal para que se lo ate a la muñeca. Ella, por si acaso, le dio un coletazo en la boca. Hizo bien.

11 de agosto: Día delicioso. Ni una sola persona ha venido a molestarnos con sus pataleos. Todo el mar ha estado animadísimo. Aprovechando esta calma repentina muchas familias han salido de las rocas con sus pececillos para respirar un poco de agua fresca. El cangrejo que nos hace los encargos fuera del agua nos ha dicho que llovió en la superficie, y que por esta causa los veraneantes estuvieron refugiados en sus hoteles. El hombre es un ser extraño: cuatro gotas que caen del cielo le intimidan y, en cambio, encuentra delicioso meterse en el mar hasta el pescuezo.

13 de agosto: El cangrejo nos dice que el sol brilla. Desde las once de la mañana comienzan a molestarnos los bañistas. ¡Mal diluvio los parta!

15 de agosto: ¡Es el colmo! No contentos con molestarnos toda la mañana con su alboroto, han ideado un jueguecito por las tardes. Como a esas horas no se bañan, vienen a la orilla del mar y tiran al fondo unos hilos con un ganchito en la punta. En este ganchito colocan alguna golosina y, según parece, pretenden que nos traguemos el ganchito para sacarnos dando un tirón. Son unos groseros y, naturalmente, les hacemos el vacío. ¡Sólo faltaría que nos pusiéramos a jugar con ellos!

19 de agosto: Corina, la sirena, ha tenido que zambullirse precipitadamente porque unos jóvenes mal educados la perseguían montados en una piragua. Si estas humillaciones siguen, tendremos que abandonar este trozo de costa y mudarnos a otra bahía más tranquila.

21 de agosto: Hemos decidido hacer frente a la situación y defendernos de los veraneantes como podamos. Como en esta bahía casi todos somos peces pequeños, poco podemos hacer. Pero los cangrejos nos han ofrecido su colaboración desinteresada, y ya se sabe de lo que son capaces con sus pinzas. Las gambas, siempre tan apocadas, han dicho que prefieren no meterse en líos.

22 de agosto: Ha empezado la batalla. La táctica de los cangrejos consiste en ocultarse entre la arena del fondo, y pellizcar a los enemigos en los dedos más gruesos de sus grandes pies. Nosotros, entretanto, formamos grupos y pasamos rozando los tobillos de las mujeres, que al sentirnos cerca se asustan y prorrumpen en alaridos. Pero los hombres nos hacen frente y tratan de cogernos con sus manos. No lo consiguen, pero siempre nos obligan a huir. El balance del primer día de lucha ha sido desastroso: veintitrés cangrejos aplastados y algunos peces desaparecidos. Yo mismo estoy bastante resentido de un golpe que me dieron en la cabeza con el remo de una piragua.

26 de agosto: Tiempo delicioso. Fuera, una tormenta de mil diablos mantiene a los bañistas en sus refugios. Paseamos tranquilamente, y gozamos de la deliciosa calma.

29 de agosto: Corina, la sirena, ha rechazado una proposición de matrimonio formulada por el señor de Bilbao. Me alegro.

1 de septiembre: ¡Albricias! La mayoría de los bañistas, según nos cuenta el cangrejo, regresan a las ciudades. El tiempo sigue siendo deliciosamente malo. Por fin se puede respirar.

LA TORTUGA

8 de mayo: Como he prometido visitar a las Galvarriano un año de éstos, me pongo en camino hacia su casa. Si me doy un poco de prisa, llegaré a tiempo para felicitarles las Pascuas de 1955.

14 de mayo: He conocido a la famosa tortuga Cloti. Esta tortuga, según cuenta la leyenda, derrotó en su juventud a una liebre. La carrera de Cloti con la liebre se celebró en el bosque, con motivo de una apuesta, y la victoria de mi congénere es uno de los capítulos más interesantes de la Historia Animal. He preguntado a Cloti cómo fue en realidad aquella carrera, y ella me contó la verdad: «Hubo tongo, ¿sabe? Todo el mundo hizo apuestas por la liebre, y la Federación de Carreras Pedestres la sobornó para que perdiera. Y como nadie apostó por mí, fue un negocio redondo».

19 de mayo: Me han presentado a un tortugo muy distinguido. Tiene un caparazón color café tan elegante, que parece de concha. Me parece que no le soy indiferente. Se llama Domínguez, pero atiende por Domin.

6 de junio: Día de cumpleaños. He cumplido noventa y dos. ¡La edad de la tortuga bonita! Domin me ha regalado un collar de luciérnagas. ¡Ya soy una pollita!

15 de junio: Domínguez me ha propuesto que nos casemos. Yo, la verdad, me casaría encantada; pero comprendo que con estos caparazones que tenemos los dos sería un lío. Hemos acordado pensarlo con calma. «¡Pero si apenas nos conocemos, Domin! —le dije—. Vamos a tratarnos un par de lustros y, si congeniamos bien… Además, soy aún una chiquilla. Estoy en la primavera de la vida…» Domínguez dijo que bueno.

28 de junio: Esta mañana se me acercó una liebre y me propuso con aire de chirigota que hiciésemos una carrera. Me acordé del célebre tongo en el que complicaron a la pobre Cloti. Sigo caminando hacia la casa de las Galvarriano. Ya he cubierto cincuenta etapas, con un recorrido total de unos dos kilómetros.

EL LORO

Lunes: Esta mañana me compró una vieja. La vieja vive sola, rodeada de un silencio abrumador. «¿Quién le va a enseñar a decir cosas al lorito?», me dijo la tía haciéndome cosquillas en la cabeza con un lápiz. Detesto las cosquillas. Detesto a las viejas. No pienso decir este pico es mío.

Martes: La vieja se ha pasado el día repitiéndome esta frase: «Mi amita se llama Fuencislita. Mi amita se llama Fuencislita»… ¡Qué lela! No le hago caso.

Miércoles: Pero ¡qué poca imaginación tienen las ancianas, madre mía! En vista de que ayer me negué a repetir la estupidez que pretendía enseñarme, hoy ha cambiado de disco: «¡Lorito real!… ¡Lorito real!»… Esta mujer tiene el cerebro fofo y pequeño como el cuerpo de una ostra. Además, es terca como un arriero. ¡Lorito real! ¡Qué paparruchada! ¡Si ella supiese la cantidad de cosas bonitas que aprendí con aquel marinero vasco que me trajo del Brasil!… Cualquier día le suelto una fresca para que sepa quién soy.

Jueves: «Lorito…, guapito… Lorito…, guapito…» Ésta es la nueva lección que intenta enseñarme. ¿Se creerá que soy un niño? Al fin me harté de oír la misma monserga, y me puse a cantar esa canción marinera que se llama «¡Dale brea al casco, contramaestre!». La vieja se asombró mucho de oírme y me escuchó con la boca abierta. La canción es estupenda, pero tuve que suprimir el estribillo para no escandalizarla. Desde luego, el estribillo es de aúpa.

Viernes: Por lo visto, mi ama ha desistido del aprendizaje que quiso imponerme. Me ha suplicado que le repita la canción «¡Dale brea al casco, contramaestre!». Esta vez me atreví a cantarla completa. El estribillo le hizo una gracia enorme, y me lo hizo repetir cinco veces. Casi se lo ha aprendido.

Sábado: La vieja anda por la casa tarareando la canción «¡Dale brea al casco, contramaestre!». Suaviza un poco el estribillo y dice «contra» en lugar de lo otro. He tenido que hacerle varias correcciones porque, en lugar de decir «tormentas», decía «croquetas». Es bastante torpe, pero hay que reconocerlo: no tiene mal oído.

Domingo: Hoy me ha pedido Fuencisla que le enseñe a cantar alguna cosa nueva. Le canté esa que se llama «La sirena de los hotentotes», y ha decidido aprenderla. Me paso el día dando clases a mi ama.

Lunes: «¿No sabes algunos chistes buenos, lorito?», me preguntó al terminar de aprender la canción. Le conté el de los albaricoques del jamaiquino, y estuvo a punto de morirse de risa. Tardó tres horas en aprender a contarlo con cierta gracia.

Martes: La vieja progresa mucho. Se va despabilando, y aprende mis lecciones con bastante facilidad. No es tan bruta como yo pensaba.

EL GALLO

Lunes: Me aburre mi éxito con las gallinas. Los años han plateado mi cresta y siento ya el aguijón del escepticismo. Todas las gallinas resultan idénticas: las pobres no cacarean más que tonterías. Pero no puedo evitarlo: hago furor. Me encuentran interesantísimo con mi cresta canosa y con mi pico que dibuja siempre una mueca de lejana indiferencia.

Martes: Esta mañana ha llegado una gallina muy guapa. Tiene un apellido extranjero que se pronuncia «Legorn», o algo así. Pertenece a una familia aristocrática. ¡Oh, no es que me guste! Será como todas, coqueta, vulgar, murmuradora… No obstante, a la hora del comedero me cepillé bien el plumaje y me fui a seguirla por el corral.

Miércoles: He averiguado que la señorita de «Legorn» o como sea, se llama Jenny. No me hace ningún caso. Procuro hacerme el encontradizo, y cuando pasa cerca de mí lanzo un «do» de pecho con mi voz de tenorino. Pero ni me mira.

Jueves: Han empezado las escenas de celos. Muchas de mis antiguas amistades se han dado cuenta de mi inclinación por la forastera. «Todos los gallos sois unos desvergonzados», me dijo hoy una morenita histérica cacareando a grito pelado. Otra me amenaza con tirarme un huevo a la cabeza… Pero yo me río de todas a pico batiente, y me dedico a conquistar a la orgullosa.

Viernes: «Se le ha caído esta pluma, señorita», dije hoy, acercándome a Jenny. «Gracias», replicó ella. «Los plumajes de ahora no son como los de antes —dije, para entrar en conversación—. Ahora se pierde una pluma en menos que canta un hombre». Así ha empezado nuestra amistad. Hemos quedado en cenar juntos mañana. La llevaré a un comedero de lujo.

Domingo: Los domingos me levanto más tarde. Nadie se imagina lo incómodos que resultan los madrugones diarios para despertar a la gente: en cuanto sale el sol, venga a dar voces; y el día que se me pegan las sábanas, bronca.

Anoche cené con Jenny. Por lo visto no hay que hacer: es una gallina bien. Y el caso es que me gusta…

Lunes: ¡Pobre Leonor Prat!: murió anoche en la flor de su juventud. Esta mañana estuve en su pepitoria. El duelo se despidió a la puerta de la cocina. No puedo remediarlo: me entristecen las pepitorias. Siempre que voy a la pepitoria de alguien se me saltan las lágrimas.

Por la tarde estuve otra vez con Jenny. De eso ni hablar. Me dio un aletazo cuando se lo propuse.

Martes: Esta mañana estuve pensando: ¿Pero es posible que tú, Julián, con toda la experiencia que tienes de las gallinas, hayas caído en el cepo? ¿Es posible que te hayas enamorado como un pollo cualquiera?…

Sábado: Enamoradísimo. Sin Jenny no puedo vivir.

Martes: «Sí, sí: todo lo que quieras, pero antes tenemos que casarnos». Nadie la saca de ahí. «Pero ¿quién te has figurado que soy yo?», me dice, cuando en pleno delirio de amor hablo de eso.

Viernes: Nos hemos casado esta mañana. Tuve que comprarme una cresta de copa y ponerme un plumaje limpio. Las gallinas que asistieron a la ceremonia me miraban con odio. Cuando volvíamos de casarnos, ocurrió un pequeño incidente: una gallina se me acercó llorando. Llevaba un huevo en sus patas, y me llamó desnaturalizado. Jenny me miraba bastante furibunda.

Miércoles: ¡Dulce vida de hogar! Me paso el día en casa en un palitroque-mecedora, cantando hermosas romanzas.

Sábado: ¡Qué feliz soy! Hoy hemos tenido nuestro primer huevo. No sabemos qué nombre ponerle. ¿Julián, como yo?… ¿Pepe? ¿Manolo?… Es un huevo precioso: Tiene la misma cáscara de su madre, y es igual que yo cuando era pequeño.

EL PAVO

Lunes: Han movilizado mi quinta. El año pasado le tocó a papá; el antepasado, al abuelo… Creo que me destinan a Madrid.

Martes: Hemos hecho el viaje por carretera, formados en manada. Ya estamos en la ciudad con nuestros mocos coloraditos y nuestras caras de viejos filibusteros. Hace un frío que levanta ampollas.

Miércoles: ¡Qué raro! Desde que llegamos a Madrid nos dan doble ración de comida. Se preocupan mucho de que comamos todo lo que nos sirven.

—¿Qué le pasa a usted, Benítez? ¿Por qué no come? —le preguntó el pavero a un amigo mío que se siente malucho desde que llegamos—. Hay que comer, Benítez. Me horroriza que estén ustedes flaquitos.

O este pavero es más bueno que el pan, o es tonto de la bitácora, o detrás de tanta amabilidad hay hombre encerrado.

Viernes: Desde las nueve de la mañana desfilamos por las calles entonando alegres gruñidos. El pavero nos manda llevar los mocos tiesos y cierto aire marcial. El hombre está indignado con Benítez.

—¡Qué quiere usted, señor pavero! Siempre fui poquita cosa.

—Pues está usted impresentable, hijo. ¡Qué huesarrancos! ¡Qué vértebras!

Lunes: La manada se reduce día a día. Según parece, nos van a alojar en casas particulares. Muchas personas se han hecho cargo ya de la mayoría de mis compañeros. A Ugaldo se lo llevaron hoy unos señores. Ugaldo es un pavote fortachón, y los señores parecían muy contentos cuando se lo llevaron a casa. Todo el mundo se fija mucho en nuestra gordura, lo cual me parece una impertinencia. Si estamos gordos o no, es asunto nuestro, vamos.

Jueves: Hoy me han seleccionado a mí para que haga el servicio en una casa particular. El único que queda en la manada es el pobre Benítez. Nadie lo quiere. Se ha quedado muy delgaducho y el pavero dice que lo va a soltar en el campo. ¡Pobrecillo!

—No sirve ni para un arroz, Benítez —le amonesta el pavero a cada momento.

Domingo: ¡Qué bien se vive en esta casa! Estoy bajo la tutela directa de la cocinera, que me trata a cuerpo de rey. Como todo lo que me apetece y mucho más todavía.

—¿Otro poco de grano, señor Merino? —me dice.

—No, muchas gracias: temo engordar —me disculpo yo.

—A ustedes los pavos los favorece estar llenitos —me piropea ella, sirviéndome otro plato hasta los topes.

Martes: —¿Cómo sigue el señor Merino? —he oído que preguntaba la señora a la cocinera.

—Se va metiendo en carnes, señora.

—Muy bien. Así lo quiero yo. Nada de clavículas, ¿entendido?

¡Cuántas atenciones! Nunca he visto unos anfitriones más hóspitos.

Miércoles: Pequeña indigestión. He dicho a la cocinera que no comeré.

—Vamos, coma, señor Merino: comer no le puede hacer daño. ¿Me permite que le toque la pechuga?

—No sé si debo…

Ha insistido. No es que me importe, pero me parece feo. Es curioso: después de tocarme la pechuga, se ha puesto muy triste y me ha dicho:

—¡Pero si tiene usted el esternón al aire, señor Merino!…

Jueves: La comida de ayer me hizo daño, claro. Cosas de la cocinera. No he comido en todo el día. La señora está muy triste y ha murmurado esta frase enigmática:

—Como este bicho siga desganado, no va a alcanzar ni para el caldo.

¿Qué caldo? Misterio.

Martes: De amables que son llegan a resultar pesados. Me hacen comer a la fuerza.

—Vamos, coma, señor Merino. ¡Pero si esta papillita de harina se come sin sentir!… ¿Otro poco de maíz? Vamos: abra el pico.

Miércoles: Mañana es Navidad. La cocinera me mira de reojo y se ha metido un cuchillo en el mandilón… ¡Qué cosa más curio…! ¡Ay!

EL CHIMPANCÉ

Lunes: Mi chimpanzá está indignada conmigo porque anoche estuve en un cocotal bebiendo cocos hasta las tantas.

—Estás completamente cocolizado —me reprochó cuando desperté, a eso del mediodía.

Es una cuadrúmana terrible: hay días en que empieza a darme bofetadas con las cuatro manos, y me deja como un trapo.

Martes: He leído en alguna parte que el hombre desciende de nosotros. ¡Buen lío ha debido de haber en todo ese asunto! De lo contrario no se explica que una chimpanzá haya podido tener unos niños tan flacuencos y tan blanquiruchos. En la selva hay pocos hombres, pero cuando veo alguno me dan ganas de llorar. ¡Qué desgracia tener una piel tan calva! Los pobres pasarán unos inviernitos de chuparse los dedos.

Jueves: Se comenta mucho eso del origen del hombre. Alguien asegura que desciende de la señora López. La señora López es una gorila guapa y, según dicen, bastante frescales. Ha vivido mucho tiempo cerca de la costa, y en aquel sitio, estando ella allí, apareció un poblado de hombres. ¡Vaya usted a saber lo que hay de verdad en todos esos chismes!

Sábado: Un hombre ha acampado debajo de nuestra conífera. Es muy curioso observar las costumbres de un hombre en libertad. Hay momentos en que se comporta como cualquier chimpancé: come frutos de los árboles, lanza gritos guturales y ronca cuando duerme. Igualito que yo.

Lunes: El naturalista de nuestra tribu, un chimpancé inteligentísimo, está estudiando al hombre de mi árbol. Piensa publicar una hoja de higuera sobre las costumbres de esos monos degenerados.

Miércoles: Esta mañana el hombre de abajo intentó subirse a un cocotero para robar un coco. Menos mal que había un guardacocos que en el acto avisó a la policía.

Viernes: El hombre de abajo sigue queriendo trepar a los árboles. El pobre daba unos saltos penosísimos y se agarraba a la corteza con las manos de arriba. ¿Cómo querrá trepar teniendo las manos de abajo cubiertas con unos pesados guantes de cuero? El naturalista dice que todos los hombres usan esta clase de guantes, que llaman «zapatos», pues las manos de abajo las tienen deformadas como muñones, y no pueden valerse de ellas para agarrarse a los troncos.

Miércoles: Ha llegado un hombre de esos que llaman mujer.

—Realmente, a pesar de las narices que tienen, hay que reconocer que las compañeras de estos tíos son de bandera —le dije al naturalista.

—¡Pero si en vez de piel tienen un pellejo sonrosado que da risa! —me discutió.

—¡Sí, sí, pellejo! —opiné yo.

Y, dando un salto, bajé de la conífera, y me puse a seguir a la mujer. ¡Menudo tonto es el naturalista este!

LA VACA

Lunes: Estoy un poco pachucha y me duele algo el tercer estómago. Voy a tener que tomar multicarbonato. Ayer, como todos los domingos, pasté hasta casa de las Reverter, y ya se sabe que en esa casa se pasta de maravilla. Me dieron de postre una cebada «souflé» que quitaba el hipo. ¡Ay! ¿Qué va a ser de mí? El veterinario me ha dicho que debo ponerme a régimen: Alfalfa cocida, ni una gota de agua en los pastos, y de cena un manojín de acelgas. ¡Qué horror!…

Martes: Quince litros. ¡Y qué nata!

Miércoles: A mi marido le ofrecen una colocación en la Plaza de Madrid. No le han dicho para qué, pero debe de ser un buen pasto. ¡Menuda envidia les dará a mis amigas cuando sepan que vamos a la capital!

Jueves: Dieciséis litros. ¡Y qué grasa!

Sábado: Mi marido sigue dudando respecto al empleo en Madrid. «Serás un imbécil si no lo aceptas. Piensa que a mí me gusta alternar, y en este pueblo no hay más que unas cuantas comadres lechiaguadas». Le voy convenciendo.

Martes: ¡Dieciocho litros! Hasta la Miquélez, que daba quince, está que se sube por las paredes de rabia.

Jueves: Mi marido se ha enterado bien, y le han dicho que la colocación es para una sola vez. No lo entiendo. Será para hacer un trabajo urgente y volver en seguida. «Iremos ocho hermosos toros, ocho», me explicaba a la hora de pastar. Aún no le han hablado del sueldo, pero me figuro que será cosa bien pagada.

Sábado: Hoy conté a mis amigas lo del empleo de mi marido. «Pues al mío le ofrecieron una vez un destino parecido, y no lo aceptó porque prefiere vivir en el campo», mintió la de Fernández, que es una vanidosa. ¡Como si esas oportunidades se rechazasen así como así!

Martes: Hoy fui a despedir a mi marido, que se marchaba con sus siete compañeros. Como va a estar fuera pocos días, no merece la pena que le acompañe. Harán el viaje en unos cajones muy confortables. Esto debe de ser lo que llaman «single» en los trenes. Le han dicho que empezará a trabajar el domingo por la tarde.

Jueves: Catorce litros. Pero prefiero dar poco y bueno, que mucho y con agua, como hace la de Ramírez.

Sábado: He recibido una postal de mi marido. Dice que le han instalado en la propia Plaza, en un departamento amplio. Mañana empieza a trabajar.

Lunes: Trece litros. No sé nada de mi marido.

Miércoles: Hoy he sabido la desgracia. «¡Valor, señora! Su pobre marido…» Todavía no puedo creerlo. ¡Qué horror! Por lo visto la desgracia ha sido general: también han fallecido sus siete compañeros. Nadie sabe explicarme bien cómo ocurrió el accidente. No sé que me han dicho de un pinchazo en el cogote. En fin: hoy, como estoy de luto, he dado cuatro litros de café.

EL TORO

Domingo: Por fin, después de un largo encierro, oigo el grito de una trompeta y se abre un portalón ante mis cuernos. ¡Ya era hora! Salgo trotando con alegría a un espacio circular, rodeado de personas que me dicen impertinencias: algunos me llaman torpe de remos; otros, enteco de pitones, y algunos, escaso de arrobas.

Escarbo la arena para ver si encuentro alfalfa debajo, pero que si quieres alfalfa, Catalino. Porque me llamo «Catalino», y pertenezco a la ganadería de Pinto-Pinto-Gorgorito.

El espacio circular casi está vacío. Se me acerca un caballo anciano montado por un señor grueso lleno de madroños. El señor gordo lleva un palo muy grande debajo del brazo, y me pincha en plena pleura. La gente le llama bruto a secas; pero yo, que soy el pinchado, pienso cosas enérgicas de sus parientes cercanos. El gordinflón, deseando reparar su error, vuelve a pincharme; esta vez en una pata. Me harto de tanta bobada y le cosquilleo con un cuerno en la rodilla. Mi atacante tiembla de miedo, y sus chatarras protectoras entrechocan con sus temblores. Me apiado de él, pues debe tener más churumbeles que un colegio.

¿Quién será ese mequetrefe vestido de lagarterano que me hace señales con una tela colorada? Me acerco para ver lo que quiere, y me pasa el trapo por la nariz. Repite esta gracia varias veces hasta que la gente prorrumpe en alaridos y le tiran prendas de ropa, puros, helados de mantecado y botellas de agua mineral. Me fijo en el pequeñajo que maneja la tela colorada: es casi un niño, y el traje lagarterano le está muy estrecho. Aunque me molesta que se burle de mí con un trapito, me siento incapaz de hacerle daño. Sería ridículo que un barbarote como yo, con más arrobas que un acorazado, tomara en cuenta las inocentes travesuras de un chiquillo.

Vuelve a sonar la trompeta, y el joven lagarterano cambia la tela colorada por otra más pequeña cosida a un palo. Parece que detrás del nuevo palo esconde un pincho. ¡Qué rico el niño, vaya! ¡Hasta aquí podían llegar las bromas!

El lagarterano hace una seña al hombre del caballo viejo, y cuando quiero darme cuenta ha vuelto a hundirme su pinchote en una paletilla. Furioso, le tiro del caballo y le pego un bofetón con una pata. Para que aprenda.

Empiezo a estar cansado de jugar con el golfillo peripuesto. ¡Uf! Estoy jadeante de tanto correr. El jovencito, en cambio, está tan fresco. ¡Claro!: como a él no le ha pinchado el señor gordo… Le doy a entender que no quiero jugar más, pero él me provoca dando patadas en el suelo… ¡Qué pelma! Agacho mi testuz para que comprenda mi cansancio, y aprovecha el momento para sacar el pincho que escondía.

¡Desagradecido! Me paso la tarde jugando con él, y ahora… Eso sí que no lo consiento. Embestiré a ese mocoso para darle un revolcón. ¡Allá voy! Así aprenderás a no martirizar a los anima… ¡ay!…