ÁLVARO DE LAIGLESIA. Nació en San Sebastián, el día 9 de septiembre de 1922. No fue un niño prodigio, pero casi. Su nacimiento estuvo precedido de toda clase de señales y acontecimientos históricos, de ningún modo malgastados si se considera que, andando el tiempo, corriendo los días, Álvaro de Laiglesia había de ser elevado, sin oposiciones ni cónclaves, por méritos propios, a la muy digna y codiciada silla donde se sienta el director de La Codorniz.
A los catorce años comenzó a hacer sus primeros pinos de plumífero como redactor jefe de una publicación y durante la guerra colaboró en La Ametralladora, revista humorística —en lo que cabe— de campaña. Después de la guerra viajó por diversos países, no precisamente de turista, entre ellos Cuba, donde colaboró en El Diario de la Marina. En 1941 volvió a España porque acababa de nacer La Codorniz y nuestro autor no quiso perdérselo. En ese momento la vida dio una de sus muchas y famosas vueltas, y ya tenemos a Álvaro de Laiglesia colaborando, al principio muy tímidamente, en esta importante publicación. Y desde esa vuelta de la vida ambos nombres propios son ya inseparables. Desde 1945 Álvaro de Laiglesia dirige La Codorniz, y lo codornicesco —porque la revista se ha merecido de sobras un adjetivo para ella sola— dirige a Álvaro de Laiglesia.
Efectivamente, para el autor de Sólo se mueren los tontos, Los que se fueron a la porra y Todos los ombligos son redondos, humor es sinónimo de «codorniz», y cada uno de sus libros es como una «Codorniz» con más páginas. Por eso, merece la pena detenerse en la revista. Antes de la guerra hubo semanarios satíricos —así se subtitulaban—, pero muy poco humor. Se hacían bromas crueles a costa de personas y acontecimientos, y la mayoría de las veces con sangre. La última de ellas, El Mentidero, murió precisamente el día 21 de diciembre de 1921, nueve meses, día más día menos, antes de la fecha de nacimiento de Álvaro de Laiglesia. (Si esto no es una señal prodigiosa, ya dirán ustedes qué más quieren). A partir de entonces, las nuevas hornadas de humoristas y dibujantes comienzan a hacer verdadera literatura humorística. Pero todavía no es La Codorniz. Llegó la guerra, el diluvio escampó, pasaron los siete años de vacas flacas, y un buen día apareció La Codorniz llevando en su pico un ramito de humor negro, una nueva manera de interpretar el mundo alrededor. Se dice de La Codorniz y de Álvaro de Laiglesia que han cerebralizado el humor. No se sabe. También es posible que hayan «codornizado» la filosofía y la poesía. Pero no importa. De ambos se ha dicho casi todo, lo que demuestra que son algo serio. Tan serio que uno se explica que no haya un departamento de codornices en la Real Academia. Lo cierto es que ellos han devuelto su dignidad a palabras y fórmulas expresivas que la rutina sainetera había maleado y envilecido.
Y hoy, cuando La Codorniz está a punto de convertirse en pájaro treintañero, y Álvaro de Laiglesia ha cumplido ya cinco lustros como director, ambos son el resumen y la cifra, algo así como la Biblia, del mejor humor. Por muchos años y usted que lo vea.
Pero aparte de la inmensa labor de regeneración periodística que ha llevado a cabo en La Codorniz, Álvaro de Laiglesia es el escritor humorístico más leído de España y uno de los más prolíficos, que quiere decir, uno de los más trabajadores. Cuando se han publicado cerca de treinta libros, sin abandonar sus compromisos de periodista, sus colaboraciones en TV, conferencias y demás fatigas del pluriempleo se tiene derecho al adjetivo «trabajador» y a un poco de respeto.
C. A.