CAPÍTULO XXI

LA COSECHA

Aquel año, el verano fue cálido y excelente. Los cuatro niños se pusieron cada vez más tostados y bronceados, y Penny engordó tanto que Rory aseguró que cualquier día la confundirían con uno de los cerditos.

¡Todo crecía, lo mismo que los niños! El trigo y el trébol estaban altos y erguidos, las patatas daban gusto de ver, y las otras cosechas también se mostraban excelentes.

—Bueno, esto puede ser la suerte del principiante —comentó tío Tim, el día que estuvo de visita en la granja—, pero lo cierto es que tu granja está muy floreciente este año. Mucho más que la mía. A mí se me han enfermado cuatro vacas, de manera misteriosa, y el trigo crece misérrimo.

—Bueno, es que todos los niños me han prestado una gran ayuda —reconoció el granjero—. Sheila se cuida magníficamente bien de la volatería y también ayuda en la lechería, y la pequeña Penny saca a los terneros al campo, tan bien como podrían hacerlo Jim y Billy. En cuanto a los muchachos, no sé qué habría hecho sin ellos. Se cuidan de los caballos y trabajan lo mismo que los hombres.

—Bien, necesitarás la máxima ayuda cuando llegue la época de la recolección —le recordó tío Tim—. Tienes una buena cosecha de grano, de esto no hay duda. Sí, este año ganarás bastante dinero, y podrás adquirir toda la maquinaria por la que tanto suspiras. ¡Eres un hombre feliz!

Cuando el verano estuvo en su plenitud, el granjero fue a inspeccionar los trigales con los niños. Estaban magníficos.

—Oh, el maíz también tiene un hermoso color dorado —exclamó Sheila—. Me gusta mucho ver cómo se inclina y forma oleaje cuando sopla el viento.

—Y a mí me gusta su susurro —añadió Penny—. Me hace el efecto de que una espiga de trigo le murmura algo al oído de su compañera, y que ésta escucha atentamente con su orejita.

Todos se echaron a reír.

—Una espiga de trigo no puede oír, tonta —exclamó Rory.

—Bueno, pero las espigas siempre se inclinan unas hacia las otras como si prestasen atención —insistió Penny, enrojeciendo.

—Has tenido una buena idea, Penny —aprobó su padre.

—Primero el trigo fue como una niebla verdosa sobre el prado de color pardo —dijo Sheila, evocadora—. Después creció y se espesó, tornándose más verde. Cuando hubo crecido bastante para poder mecerse suavemente, semejó un océano. Luego, creció más y adquirió este bonito color dorado. ¿Está ya maduro, papá?

—Sí —asintió su padre, arrancando una espiga y restregándola entre sus manos—. Muy maduro. A punto para la recolección.

—¿Y cómo vamos a recolectarlo? —quiso saber Rory—. ¿Con hoces o guadañas? Siempre he deseado utilizar una hoz… «¡Zis, zas, zis, zas!». ¡Abajo todo el trigo!

—No hay duda de que era así como lo hacían hace muchos años —le atajó su padre—. Y todavía siguen haciéndolo así en las granjas pequeñas. ¡Pero no en ésta! Voy a pedirle a vuestro tío la segadora mecánica. Es muy vieja pero todavía nos prestará un buen servicio. Y el año próximo, tal vez podremos comprar una más moderna, con un tractor.

—¿Cuándo empezaremos la siega? —se interesó Penny—. Ahora tenemos las vacaciones de verano y podremos ayudarte.

—Empezaremos esta misma semana —decidió su padre—. Telefonearé a tío Tim esta noche, para saber si puede prestarnos la segadora. Él todavía no puede segar porque sus cosechas van un poco retrasadas este año.

La próxima excitación fue la llegada de la segadora mecánica. Llegó traqueteando y atronando por el camino que conducía a la Granja del Sauce, arrastrada por dos caballos. Eran dos animales ya bien conocidos de los niños. Rory los desunció del aparato y el carro que lo transportaba, el cual regresó con ambos caballos a la Granja del Cerezo.

Los niños contemplaron la segadora llenos de curiosidad. Jim les explicó cómo funcionaba.

—¿Veis esta barra tan larga que corre a unos centímetros del suelo? Es la segadora. Fijaos en sus dedos de acero. Y mirad esta otra barra…, es la cuchilla, porque tiene muchos cuchillos insertos en ella. Cuando la segadora se mueve, los cuchillitos pasan por entre los dientes de la segadora, y el trigo o maíz quedan cortados como si fuesen talados por unas enormes tijeras.

—Oh, qué interesante —exclamó Rory—. ¿Y qué le pasa al trigo cortado de esta forma? ¿Cae al suelo?

—No, cae sobre esta pequeña plataforma —le indicó Jim—. Tiene que ser rastrillado por el hombre que va en el pescante. Después, el trigo segado lo va recogiendo la gente que va detrás de la segadora, que se llaman los recolectores, porque recogen el trigo y lo atan en gavillas.

—Tengo ya ganas de ver cómo funciona esta máquina —suspiró Benjy—. ¿Empezará hoy, Jim?

—Inmediatamente. Precisamente, ahora voy a uncir a Hechicera y Huracán a la segadora. Ve a buscarlos, Rory, mientras yo voy a preguntarle a tu padre qué prado hay que segar primero.

Rory y Benjy fueron en busca de los caballos, que se hallaban en un prado cercano, esperando la hora del trabajo. Los chicos los condujeron hacia la segadora y los uncieron a la máquina.

La siega tenía que comenzar por el campo donde crecía el dorado maíz. Los niños se reunieron a su alrededor, para contemplarlo. Billy empuñó las riendas y guió a los caballos. Jim iba sentado en la segadora con un rastrillo. La máquina comenzó a funcionar, impulsada por los dos poderosos broncos.

¡Cómo caía el maíz! Quedaba cortado tan limpiamente y con tan pasmosa rapidez como si un enorme par de tijeras hubiera pasado por sus tallos. Jim empujaba las espigas fuera de la máquina a medida que iban cayendo en la plataforma, y aquéllas caían al suelo.

Detrás de la segadora iban los mozos de la granja, junto con la madre, Harriet y Fanny. Sí, todos tenían que prestar su concurso en la época de la siega, aunque no era muy sencillo. Pero resultaba muy agradable estar bajo los ardientes rayos del sol, sudando a mares, riendo y charlando.

Los niños miraban qué hacían los «recolectores». Iban reuniendo las espigas en haces apretados, atándolos con paja.

—¡Yo he hecho una gavilla! —dijo de repente Penny.

Todos dirigieron allí la vista. Seguro, la niña había conseguido atar unas cuantas espigas por el tallo, formando una gavilla, más pequeña que las que hacían los otros recolectores, pero bastante presentable.

—Vosotros podéis probar también a hacer gavillas —les urgió la madre—. Es muy sencillo. Cuantas más hagáis, mejor para el maíz. Una vez engavillado, puede formarse en pabellones.

Entonces, todos los niños se pusieron a la tarea, convirtiéndose también en recolectores. Pronto aprendieron la lección, y fueron reuniendo las espigas en gavillas, aunque Penny lo hacía más lentamente que los demás. No tardaron en tener bastantes gavillas como para formar un pabellón.

—¡Dieciséis gavillas para cada pabellón! —les indicó Jim, pasando con la segadora—. Poned las gavillas por parejas, apoyadas unas contra otras… Así mismo, Rory. ¡Ya veréis los pabellones que podréis hacer, chicos!

Penny se cansó de hacer gavillas, por lo que le permitieron que fuese formando los pabellones. A la niña le gustaba esto.

—¿Verdad que quedan bien los pabellones? ¡Es lo mismo que hacer castillos en la arena!

La siega y la recolección y el atado de gavillas continuó todo el día. El granjero quedó muy contento con la labor efectuada.

—El año próximo, cuando tengamos una gavilladora, no tendréis que trabajar tanto.

—¿Por qué? —inquirió Sheila—. ¿Es que la gavilladora hace mucho más trabajo que la segadora?

—Oh, sí —le explicó su padre—. No sólo corta limpiamente el trigo, sino que lo reúne en gavillas, atándolas fuertemente con una cuerda, y luego va arrojando los haces al suelo. Parece cosa de magia. Recorre todo el prado, dejando detrás las gavillas. Por lo que el año próximo sólo tendréis que amontonar las gavillas formando pabellones, ya listos para ser transportados a la granja.

Cuando todos los maizales y trigales estuvieron segados, con todos los pabellones en fila al sol de la tarde, todo el mundo se mostró satisfecho.

Sacolín acudió a verlo también y asintió al contemplar aquella excelente cosecha.

—Espléndida —opinó—. Habéis tenido mucha suerte este año. Ya dentro de poco podréis llevar el trigo y el maíz al balaguero, porque está completamente seco.

El «salvaje» metió su morena y tostada mano dentro de un haz de espigas. Las palpó y luego retiró de nuevo la mano.

—Sí, el trigo susurra y cruje —dijo. Penny se echó a reír.

—¿Por qué has dicho esto? ¿Es que el trigo susurra?

—Mete la mano dentro de la gavilla —le ordenó Sacolín—. Verás entonces cómo cruje y qué seca está… y si mueves la mano oirás un susurro. Sí… ¡el grano susurra mucho y bien este año!

Sacolín y el granjero, seguidos por los cuatro chiquillos, fueron moviendo las otras espigas del prado, comprobando que el grano estaba a punto de ser transportado.

—Mañana lo acarrearemos —decidió el granjero—. El tiempo es excelente… ¡Caramba, vaya verano que hemos gozado!

Al día siguiente, enviaron los carros a los prados, a fin de cargar el grano. Jim y Billy empuñaron las horcas y arrojaron diestramente las gavillas en los carros. Trabajaban con suma facilidad y limpieza, por lo que daba gusto contemplar su labor. La horca levantaba una gavilla y la echaba al carro… y luego volvía a abatirse en busca de otra gavilla. Otro mozo estaba en el carro para disponer las gavillas a medida que iban llegando. De no apilarlas bien, el carro podía volcar bajo su ingente carga, una vez comenzara a moverse.

El trabajo fue fácil mientras hubo poco grano en el carromato, pero cuando comenzó a llenarse, y las gavillas fueron amontonándose cada vez más arriba, Jim y Billy tuvieron que trabajar más enconad amente, por encima de sus cabezas. Pronto, el carro gimió bajo el peso del trigo, bien amontonado en su interior.

—¡Vamos, Benjy! —le gritó Jim—. El carro está lleno. Ya puedes llevarlo al balaguero.

Benjy y Rory corrieron junto a los caballos uncidos al carro. Sheila y Penny treparon a lo alto. No resultaba una carga tan suave como la del heno, pero era agradable estar allí sentadas, mientras el carro gruñía, crujía y parecía quejarse, traqueteando por los senderos.

El grano quedó amontonado en el balaguero, listo para ser debidamente apilado; y luego, el carro volvía al prado para volver a recoger una nueva carga. Cuando el segundo carro estuvo ya lleno de gavillas, y Rory y Benjy hubieron desuncido los dos caballos, llevando el segundo carro al patio, dejaron el primer carromato en el campo para que volviesen a llenarlo.

Era una distracción maravillosa. Y cada vez, las chicas iban subidas en el carro, muy erguidas al aire. Su madre las vio y sonrió.

—¡Nuestra cosecha! —exclamó, gozosa, cuando llegó la última carga—. Vamos adentro, y esta noche os regalaré con una suculenta cena para brindar por la próspera cosecha. ¡Todos estáis agotados y hambrientos y os lo merecéis!

Entraron todos, incluso los mozos de la granja, cansados pero felices porque la cosecha se había salvado. ¡Hay que ver lo que comieron y bebieron, ya que todos estaban muy cansados, hambrientos y sedientos!

Los niños se durmieron tan pronto como sus cabezas tocaron la almohada.

—¡Ha sido el día más estupendo del año! —le dijo Sheila a Penny, cuando se le cerraban ya los ojos—. ¡Nuestra primera cosecha! ¡El día más estupendo del año!