UNA VISITA A SACOLÍN… Y UNA TORMENTA
En junio, la vista de los campos de heno en la Granja del Sauce era una hermosura. La hierba se balanceaba suavemente, y por todas partes se asomaban tímidamente las flores. A los niños les deleitaba pasear por el lado de los setos que limitaban los prados. Naturalmente, no les permitían andar por entre la hierba, por temor a que estropeasen el heno… y tenían que mantener apartado también a Mendruguito.
—La cosecha de heno de este año será excelente —afirmó el padre de los niños, complacido—. Esto significa que tendremos abundante forraje para el ganado durante el invierno, pudiendo alimentarlos bien. Bueno, cuando llegue el momento de la recolección, tendréis que hacer fiesta, niños, porque todos tendréis que ayudar.
—¡Hurra! —gritaron los cuatro hermanos, encantados ante la idea de aquellas vacaciones inesperadas.
—Trabajaremos duramente —aseguró Rory—. Quiero sentir cansancio en los músculos de los brazos, ¿verdad, papo? De esta forma se endurecen.
Su padre tocó los bíceps de su hijo y exclamó:
—¡Sí están ya muy fuertes! —luego miró a Rory atentamente—. ¿Quién diría que eres el mismo muchachito pálida, flacucho y enclenque del año pasado, Rory? Bien, has trabajado mucho, pero ha valido la pena ante tu nuevo aspecto. Bien, respecto al heno, empezaremos el lunes, porque el tiempo es ahora magnífico.
—¿Sólo puede segarse cuando hace buen tiempo, papaíto? —intervino Penny.
—Ya conoces el dicho: «Siega el heno cuando el sol brilla» —repuso su padre—. Sí, tenemos que cortarlo y acarrearlo mientras haga tiempo seco y cálido. La humedad no te sienta bien, ya que entonces el heno necesita otros preparativos.
—Hay que cortarlo, engavillarlo, acarrearlo y amontonarlo, ¿verdad? —quiso saber Rory, recordando lo que había sucedido en la Granja del Cerezo el año anterior—. Papá, ¿qué sucede si el heno se apila antes de que se seque completamente?
—Que se pone muy caliente —repuso su padre—, tanto que se ennegrece por el calor, y hasta puede incendiarse. Recuerda que un verano ayudé a vuestro tío Tim con su heno, y el tiempo era tan húmedo que fue imposible secarlo por completo.
—¿Y qué hicisteis? —se interesó Rory.
—Tuvimos que colocar capas muy gruesas de paja en el montón de heno, a medida que lo construíamos. Esto impidió que el heno se calentase más porque la paja absorbe la humedad. Sí, la paja es un espléndido forraje para el invierno, recordadlo.
—Me gusta enterarme de tantas cosas —exclamó Rory—. Las recordaré todas cuando tenga una granja de propiedad.
Los niños fueron a ver a Sacolín aquel domingo, para comunicarle que la siega del heno daría comienzo al día siguiente. Pero Sacolín no estaba en la cueva, por lo que supusieron que se encontraría ya en su hogar del árbol junto al río. Y allí fueron a buscarle.
El hogar del árbol de Sacolín era un sitio estupendo. Estaba hecho de sauces que, aunque cortado de los árboles, tenían las hojas verdes, por lo que parecía como si Sacolín viviera en un invernadero. A los niños les gustaba mucho aquella casita. El «salvaje» tenía dentro de la choza un camastro hecho de helechos y brezos. Pero cuando los niños llegaron allí no vieron a Sacolín por ninguna parte.
—¿Dónde estará? —preguntó Benjy, mirando a su alrededor—. ¡Oh, allí está la liebre! ¡Se ha trasladado a esta choza con Sacolín!
La liebre estaba acurrucada en un rincón, medio asustada de los niños. Pero cuando Benjy fue hacia ella, no huyó. Sabía que era un amigo, y oyó la voz del niño, tan suave y gentil como la de Sacolín. Permitió que la acariciase y después, con unos cuantos saltitos salió de la choza, para internarse en el bosque.
—Cojea un poco —admitió Benjy—, pero ha sido maravilloso que Sacolín pudiera salvarle las patitas. Bien, ¿dónde estará Sacolín?
—Haz que lo busque Pillina —le aconsejó Penny.
—Buena idea —aprobó Benjy—. ¿Pillina, dónde está Sacolín?
La ardilla estaba dando vueltas por toda la choza, buscando con el olfato a su amigo Sacolín.
—Pillina —repitió Benjy—, busca a Sacolín, ¡busca, busca!
Pillina era muy lista. Comprendió lo que quería Benjy, porque también ella quería hallar al «salvaje». Por tanto, se encaramó a un árbol, buscando con la vista a Sacolín.
Los cuatro niños no tardaron mucho en ver a su amigo que iba remontando la vereda desde la orilla del río con Pillina encaramada en su hombro.
—Hola, Sacolín —le gritaron—. Pillina te ha encontrado.
—Sí, me ha saltado encima y me ha dado un buen susto —rió Sacolín—. Yo estaba tumbado junto a la orilla, contemplando a un martín pescador atrapando a un pez, cuando de repente esta bribona ha aterrizado en mi espalda. He comprendido que vosotros estabais por aquí, y he venido a buscaros.
Los niños acompañaron al «salvaje» a ver el martín pescador. Era maravilloso ver cómo estaba encima de una rama inferior, contemplando al pez que se hallaba en el agua del río.
—¡Ahí va! —gritó Penny, cuando el pájaro verde y azul se zambulló en el agua, Al cabo de un segundo estaba de vuelta, con un pececillo en el pico. Lo golpeó contra la rama y lo mató. Después, echó a volar llevándose su presa.
—¿No se lo come? —preguntó Penny.
—Ya le habría gustado —contestó Sacolín—, pero tiene un nido al extremo de un túnel en un ribazo próximo, y seguramente su esposa estará incubando en un nido de huesos de pescado, calentando sus blancos huevecitos, esperando que su marido le lleve algo de comer. ¡Bueno, hoy tendrá un guisado de pescado!
—Sacolín, hemos venido a comunicarte una cosa —le dijo Benjy, tumbándose de espaldas y estudiando el cielo azul—. ¿Verdad que hace un tiempo espléndido?
—¿Esto es lo que habéis venido a comunicarme? —inquirió Sacolín, asombrado.
—No, claro que no —rió Benjy—. Hemos venido a decirte que vamos a tener unos días de vacaciones…, por lo que esperamos que vengas a vernos.
—¿Vacaciones? ¿Por qué? —se extrañó el viejo—. ¿Tan buenos habéis sido en la escuela que os han premiado? ¡No me lo creo!
Los niños se echaron a reír.
—No —le explicó Rory—, pero mañana vamos a empezar a segar el heno. Será muy distraído…
Sacolín no sonrió, pareciendo bastante preocupado.
—¿Qué pasa, Sacolín?
—Espero que no iréis a segar el heno mañana —replicóle el viejo a Penny, que le había formulado la pregunta—. Mañana por la noche habrá una enorme tormenta…, con mucha lluvia. Será mejor que aplacéis la recogida del heno hasta fines de semana, aunque ya sé que ahora se halla ya a punto.
—Sacolín, ¿cómo sabes que se avecina una tormenta? —se maravilló Benjy, incorporándose—. Si hace un día estupendo… y no truena.
—De acuerdo —replicó Sacolín—, pero recuerda que yo vivo constantemente al aire libre y sé cuándo va a cambiar el tiempo. No es posible vivir como yo, estudiando el cielo y las montañas de día y dé noche, sintiendo la caricia del viento en mis mejillas, viendo cómo florecen los árboles, sin saber exactamente cuándo va a cambiar el tiempo. Y estoy completamente seguro de que mañana por la noche se desatará una tormenta, y si cortéis el heno mañana, quedará completamente estropeado. El tiempo volverá a aclararse el martes, refrescará el viento, los días volverán a ser calurosas, y el jueves o viernes podréis segar el heno con toda seguridad.
—Tenemos que contárselo a papá —gritó Rory al instante—. Oh, Sacolín, espero que estés en lo cierto. ¡Vaya, mañana ya no tendremos fiesta!
—Esto no importa, si se salva vuestro heno, ¿verdad?
—Claro que no —admitió Rory—. Bien, será mejor que nos volvamos a casa para contarle esto inmediatamente a papá, o empezará a disponer todas las cosas para la siega del heno.
Los niños se despidieron de Sacolín y corrieron hacia la granja.
Una vez allí, fueron en busca de su padre, el cual se hallaba en el campo, examinando el ganado.
—¡Papá! ¡No cortes el heno mañana! ¡Habrá una tormenta y lloverá a cántaros por la noche! —le advirtió Benjy—. Sacolín lo ha afirmado.
—Sacolín, ¿eh? —repitió su padre, pensativo—. Bien, bien…, no sé qué hacer. Ya lo tengo preparado para mañana…, pero Sacolín siempre predice acertadamente el tiempo. Ah, ahí viene Davey, el pastor. Llamadle y veamos si también cree que habrá tormenta.
Los niños llamaron a Davey, el cual se aproximó con Granuja a sus talones. Los otros perros estaban vigilando el ganado.
—Davey, ¿qué opinas de segar el heno mañana? —le preguntó el padre de los niños.
—La hierba está a punto —repuso el viejo pastor—, y el tiempo es bueno. Pero temo que mañana estalle una tormenta.
—¡Lo mismo que ha dicho Sacolín! —Penny estaba estupefacta.
Los ojillos de Davey parpadearon rápidamente.
—¿Sí, Penita? Bien, no me extraña, porque él y yo nos pasamos días enteros vigilando el tiempo. Las nubes dicen muchas cosas, y también la manera cómo los árboles se mueven con el viento; la sensación del aire, la vista de las montañas lejanas. Y yo afirmo que habrá tormenta, y muy fuerte. Por tanto, señor, yo, en su lugar, no segaría el heno mañana, y esperaría un par de días, hasta que la lluvia se haya secado, y pueda ser cortado con toda seguridad. Sería una lástima que se malograra una cosecha tan buena.
—Gracias, Davey —le despidió el padre, tras lo cual el viejo pastor se alejó siempre seguido de su perro. Los cuatro niños contemplaron inquisitivamente a su padre.
—Bueno, no hay recogida de heno —decidió aquél—. Veremos si hay tormenta. Si es así, me alegraré de no haberlo cortado, y en caso contrario, tampoco se producirá ningún daño. ¡Lo cortaremos al día siguiente!
De este modo, el lunes los niños asistieron a la escuela. Pero no dejaron de mirar el cielo. Éste estaba radiante y sereno, sin una sola nube.
—Un tiempo perfecto para cortar el heno —murmuró Rory—. Claro que tal vez haya una gran tormenta esta noche.
Pero cuando aquella noche los niños se acostaron, el firmamento seguía claro y sereno. Sin embargo, su mamá se quejó de dolor de cabeza, y Harriet afirmó que la leche se había agriado.
—Se acerca una tormenta —predijo. ¡Y sí que hubo una tormenta! Los niños se despertaron a las dos de la madrugada, por el estruendo de los horrísonos truenos. Todos se quedaron en cama con los ojos muy abiertos. Luego, se produjo un vivísimo relámpago, que alumbró las habitaciones. Los niños saltaron de sus camas y corrieron a las ventanas. A todos les gustaba contemplar una buena tormenta.
El vendaval soplaba por entre los árboles con un curioso silbido. Y entonces empezó a llover. Al principio cayó el agua a gotas muy grandes, y después arreció de manera salvaje, azotando las flores y los árboles, el trigo y el heno, como queriendo aplastarlo todo.
Los truenos no dejaban de resonar en todo instante, y los relámpagos se sucedían en el cielo ininterrumpidamente, alumbrando la campiña hasta el horizonte. Los niños estaban quietos, contemplando el silencio aquel magnífico espectáculo de la naturaleza. Fanny penetró en su habitación, temblando.
—Oh, por favor, señorita Sheila, ¿puedo quedarme con ustedes? —preguntó, con voz asustada—. No puedo despertar a tía Harriet, y estoy asustada.
—«¡Asustada!» —exclamaron Penny y Sheila al unísono con asombro—. ¿De qué estás asustada?
—¡De la tormenta!
—¿Por qué? —inquirió Penny—. ¡No te hará ningún daño! En cambio, es magnífica. ¡Fíjate bien!
—Oh, no, gracias —replicó Fanny, acurrucándose junto al armario—. No podría aproximarme a la ventana.
—¿Te ha hecho algún daño una tormenta? —quiso saber Sheila—. ¿Verdad que no? ¿Entonces, por qué te asusta tanto?
—Oh, mi madre siempre se escondía debajo de la cama cuando tronaba —explicó Fanny—. Y esto me asusta terriblemente. Por esto, comprendí que una tormenta era una cosa espantosa.
—¡Qué graciosa eres! —se burló Sheila—. No estás asustada de la tormenta, sino de lo que hacía tu madre… No seas tonta. Ven y mira.
Fanny obedeció… y cuando vio lo maravilloso que estaba el campo cuando quedaba iluminado por la vivida claridad de los relámpagos, se olvidó de sus temores y se admiró lo mismo que los demás.
—Palabra, ha sido excelente no haber segado hoy el heno —afirmó—. De lo contrario, la lluvia la habría empapado por completo, y nosotros habríamos tenido que girarlo una y otra vez para secarlo. Ahora, si mañana cambia el tiempo y hace sol y viento, se secará rápidamente y dentro de un par de días volverá a estar a punto de ser segado.
—Sacolín tenía razón —asintió Rory—. ¡Siempre la tiene! ¡Y me alegra de que hayamos seguido su consejo! ¡Qué bueno e inteligente es Sacolín!