UN MAL DÍA PARA LAS OVEJAS
Sacolín tenía razón. Davey había deseado bañar a las ovejas un par de semanas antes, porque las moscas se las estaban comiendo, y ponían huevecillos en la lana. Pero diversos motivos lo habían retrasado, hasta que Davey vio que un par de ovejas se hallaban en mal estado.
—Si no las bañamos lo antes posible, luego lo lamentaremos —le advirtió al padre de los niños.
Éstos fueron a mirar el pilón para el baño.
—Parece una clase de baño muy divertido, tan hundido en el suelo —observó Penny—. No es muy hondo… Las ovejas tienen que pasarlo nadando, ¿verdad?
—Sí, creo que sí —repuso Rory—. Tiene unos cinco o seis metros de longitud. Huy, cuando vuelvan a salir por el otro lado tendrán la lana bien empapada. Claro que esto es lo que se persigue.
—¿Qué ponen en el baño? —quiso saber Sheila.
—Un desinfectante muy fuerte —le explicó Rory, orgulloso de estar enterado—. Mañana bañarán a las ovejas. Y nosotros lo veremos todo. ¡Oh, qué poco les gustará a las pobrecitas ovejas!
Rory tenía razón. A las ovejas todavía les gustaba menos el baño que el esquilado. Jim y Billy prepararon el baño.
Llenaron el pilón de agua, y luego vertieron dentro una lata de polvos.
—¡Uf, cómo apesta! —se quejó Penny, huyendo. No le gustaban los malos olores. Los mozos agitaron el agua con unos palos hasta que se puso turbia.
Bribón, Granuja y Canallita hicieron descender a las ovejas de la colina aquella mañana. El rebaño estaba en un redil cercano. Todas balaban, ya que intuían que algo malo iba a ocurrirles.
—¡Ahí viene Sacolín! —anunció Rory, complacido—. Ya nos prometió que vendría. Hola, Sacolín, llegas a tiempo.
Davey también se alegró de ver a Sacolín. El «salvaje» era muy hábil con los animales, y sería una buena ayuda para el baño, ya que las ovejas siempre se ponían furiosas y hoscas cuando tenían que caer al pilón.
—Hola, muchachos —les saludó Sacolín—. Me alegro de que hoy bañen a vuestras ovejas. Creo que así aún conseguiréis salvar a las dos que están enfermas, Davey.
—¿Cómo enfermaron? —preguntó Sheila.
—Cuando hace tanto calor, los huevecillos de las moscas se incuban en unas cuantas horas en la lana de las ovejas —le explicó el «salvaje»—. Y las larvas se comen la piel de los pobres animales, causándoles mucho daño. Pero en vuestro rebaño hay muy pocas que estén así.
—¡Mirad! —exclamó Rory de repente—. ¡Están conduciendo a la primera oveja por el canal que va al pilón!
Unos juncos formaban un estrecho paso desde el redil hasta el pilón. Y las ovejas tenían que recorrerlo antes de saltar al agua desinfectada. Pero la primera oveja se mostraba reacia a pasar por entre los juncos. Un mozo la cogió… ¡y al agua la arrojó! La oveja baló lastimosamente al verse en el agua y empezó a agitar las patas furiosamente.
—¡Está nadando! —gritó Penny—. Nunca había visto nadar a una oveja. Fijaos… qué de prisa va…
La oveja nadó por todo el pilón. Al jadeante animal debió parecerle un trecho muy largo. Le asustaba el agua, y también los hombres que le estaban dando voces. ¡Si al menos pudiese salir de allí y echar a correr!
—¿Por qué hacen que la pobrecita oveja tenga que nadar tanto? —se sulfuró Penny—. ¡Es una vergüenza! ¿Por qué no le preparan un baño más corto?
—Mira, Penny, el desinfectante debe penetrar en todos los poros de la piel de la oveja y en cada uno de los pelos de su lana —explicó Sacolín—. Si el baño fuera más corto, la oveja no tendría tiempo de empaparse y los huevecillos y las larvas seguirían viviendo, con lo cual no se remediaría el daño. De esta forma, haciendo que la oveja tome un baño más largo, nos aseguramos de que quede completamente curada.
La oveja, al final, llegó al otro extremo del pilón. Ascendió por una rampa y se quedó inmóvil en un pequeño cercado, temblando de cuando en cuando.
—A ese lugar se le llama el «secadero» o «goteador» —siguió explicando Sacolín—. La oveja se queda en él, mientras el desinfectante, mezclado con el agua, va goteando lentamente. ¿Ves cómo va cayendo a gotitas, Penny? Fijaos, cómo el agua vuelve al pilón, a fin de que no se desperdicie ni una gota.
Los niños vieron que, en efecto, el agua resbalaba de nuevo por la rampa hacia el pilón. Sentían el susto y el frío que estaba pasando la oveja, y esperaban que pronto le sería permitido volver al pasto.
—¿Podrá volver pronto a su colina? —preguntó Penny—. Me gustaría que así fuese.
—No, hasta que esté bien seca —repuso Sacolín—. Si las gotas de desinfectante, cayesen sobre la hierba, la mancharían, Penny, y entonces, si la oveja se la comiese, se pondría enferma. Por tanto, las ovejas tienen que esperar un poco antes de que Davey haga que los perros vuelvan a conducirlas a la colina.
—¡Está a punto de caer otra oveja en el pilón! —anunció Rory.
Efectivamente, una segunda oveja se hallaba ya en la rampa descendente, y luego una tercera y una cuarta, y pronto el ambiente estuvo lleno de asustados balidos, mientras las ovejas luchaban dentro del agua, nadando jadeantes hacia el otro extremo del pilón.
Los balidos y gemidos lastimeros de las ovejas que se bañaban asustadas a las que estaban esperando su turno, las cuales daban vueltas por el redil, como enloquecidas. Davey miró a Sacolín.
—¿No podrías decirles unas palabritas? —le preguntó, sonriendo.
Sacolín se dirigió al redil. Entonces comenzó a hablarles a las ovejas con aquella voz baja que reservaba para los animales, y las ovejas se aquietaron y le escucharon atentamente. Era curioso ver a Sacolín con los animales o los pájaros. «Le escuchaban». Y se estaban muy quietos. Su voz siempre sosegaba a los animales al instante, aunque sufriesen un gran dolor. Era un maravilloso don que poseía.
Benjy le contemplaba atentamente. Las ovejas se apiñaron alrededor de Sacolín, más consoladas. Ya no estaban tan asustadas por los balidos de las compañeras que se hallaban dentro del pilón.
—Cómo me gustaría saber amaestrar a los animales —suspiró Benjy—. Dios mío, en tal caso podría amaestrar a fieras como tigres, leones y elefantes. ¡Qué divertido sería!
Una a una, todas las ovejas fueron pasando por entre los juncos y cayendo al pilón. Pero ahora ya no estaban revolucionadas. Los mozos se mostraban muy contentos, porque de este modo la tarea resultaba mucho más fácil y rápida, gracias a la docilidad de las ovejas. El baño de las mismas siempre era una labor bastante ardua.
Cada oveja tuvo que quedarse cierto tiempo en el «secadero». Cuando la mitad del rebaño se hubo bañado, el agua estuvo ya completamente sucia y los mozos vaciaron el pilón, poniendo agua fresca.
—Esto es saludable —afirmó Sacolín—. De esta forma, el resto de las ovejas podrán también desinfectarse completamente. Es un error utilizar el agua hasta el final, sin cambiarla.
Tan pronto como las ovejas dejaban el sendero, se dirigían a un gran redil, donde se quedaban hasta hallarse completamente secas sin temor a manchar la hierba de los pastos con el desinfectante.
Bribón, Granuja y Canallita estaban tendidos en el suelo, esperando pacientemente hasta que las ovejas estuvieron a punto. Luego las llevarían de nuevo a la colina, a una señal de Davey. ¡Pero los tres perros se mantenían bastante lejos del pilón! No tenían ningún deseo de tomar un baño.
De repente, Penny echó de menos a Mendruguito. ¿Dónde estaba? ¿Lo habían amedrentado los balidos de las ovejas y se había ido de allí? La niña comenzó a llamarlo.
—¡Mendruguito! ¡Mendruguito! ¿Dónde estás? ¡Ven aquí con tu amita, Mendruguito!
Le contestó un balido plañidero… y Penny, horrorizada, vio a Mendruguito nadando por el pilón, junto con otras ovejas. Había entrado en el redil y le había llegado su turno del baño.
—¡Oh, detente, Mendruguito, detente! —gritó Penny, angustiada—. ¡Oh, se ahogará! ¡Sálvale, Davey!
Pero era demasiado tarde para impedir que el borreguito tomara el baño. Por tanto, siguió con las demás ovejas, balando y gimiendo apenadamente. Después subió por el otro extremo, y todos se echaron a reír.
Penny corrió hacia él.
—¡No, Penita, no! —le prohibió Davey, de repente—. No lo toques mientras esté mojado. Déjalo en el secadero con las ovejas. ¡Tu borreguito siempre tiene que buscarse un lío!
Y el pobre Mendruguito se quedó en el secadero con las otras ovejas, y después pasó también al redil para terminar de secarse. Penny estaba mortalmente inquieta, pero los demás reían a carcajadas.
—Es una vergüenza que os riáis de Mendruguito —se indignó Penny, casi llorando—. ¿Qué harías si tu ardilla cayese dentro de este horrible pilón, Benjy?
—Oh, no sería tan tonta —replicó Benjy, acariciando a Pillina que, como de costumbre, se hallaba sentada en su hombro—. Tienes que enseñarle a Mendruguito a tener un poco de sentido común, Penny…, ¡aunque a veces a ti te hace más falta que a él!
Penny afirmó que Mendruguito se estaba derritiendo, después de haberse secado. La niña se hollaba presa de dos grandes emociones, ya que amaba mucho a su corderito y deseaba consolarle después de su terrible baño…, pero no podía soportar que sus manos oliesen a desinfectante. Por esto, se puso los guantes, acto que provocó de nuevo la risa de todos los circunstantes.
—No te apures, Penita —exclamó Davey—. Tu borreguito no ha sufrido ningún daño. Probablemente, le habrá sentado muy bien. ¡Fíjate qué aspecto más hermoso tienen mis ovejas después de secarse!
Era verdad. Se las veía mucho más hermosas y saludables, y Davey se hallaba muy complacido de su aspecto.
—Todos los huevecitos y las larvas han desaparecido ya —continuó—. Y si ahora conserva a mis ovejas en buen estado y saludables, las moscas ya no se posarán en ellas, y no tendré que volver a bañarlas. Un año tuve que bañarlas tantas veces, que acababan por acostumbrarse al agua.
—¿Ha habido algún año que no hayas tenido que bañarlas? —quiso saber Penny.
—Bueno, hay una ley que ordena que las ovejas se bañen al menos una vez al año —repuso Davey—. Y es una buena ley. Impide que la enfermedad se propague por los rebaños. Un granjero poco escrupuloso puede hacer mucho daño a los demás. Hay que tener tanto cuidado con los animales como con nosotros mismos.
—Nunca me imaginé que en una granja hubiese tanto trabajo —reconoció Rory, con toda severidad—. Como quiero ser granjero cuando sea mayor, me gusta aprender todas estas cosas. Ser granjero es estupendo, ¿verdad, Davey?
—¡Es un trabajo de hombres! —le aseguró el pastor—. Sí, jovencito, un trabajo de hombres.