CAPÍTULO XV

LLEGAN LOS ESQUILADORES

Un día aparecieron en la granja tres hombres de extraño aspecto. Los niños los miraron sorprendidos, ya que les vieron cuando se iban a la escuela.

—¿Está vuestro padre? —le preguntó uno de los recién llegados—. Bien, decidle que han llegado los esquilares.

—¡Oh, van a esquilar las ovejas! —gritó Rory—. ¡Caramba, si al menos pudiésemos quedarnos aquí todo el día para verlo!

—Ya lo verás, jovencito —repuso el esquilador, sonriendo—. Tenemos trabajo para todo el día, hasta que llegue la noche. ¡Cuando estamos trabajando no paramos ni un solo momento!

Rory voló a comunicárselo a su padre, y luego los cuatro niños vieron cómo los tres esquiladores eran acompañados a uno de los cobertizos abiertos.

—De modo que allí esquilarán a las ovejas —observó Benjy—. Yo vi que ayer habían limpiado el cobertizo, aunque sin saber por qué. De buena gana no iría al colegio hoy…

—¿Tienen que quitarles toda la lana a las ovejas? —se angustió Penny—. ¡Pobrecitas! ¡Pasarán mucho frío!

—Ahora pasan demasiado calor con este tiempo —replicó Rory—. ¿Te gustaría llevar un abrigo muy grueso de lana esta mañana para ir a la escuela, Penny? Seguro que estarías gimiendo y llorando para que te lo quitasen.

Penny se contempló su vestido de algodón, corto y muy ligero.

—Si casi me ahogo con esto —asintió—. Estoy segura de que me derretiría dentro de un abrigo de lana como el de las ovejas. Sí, supongo que al final se pondrán muy contentas.

—¡Claro que sí! —afirmó Sheila—. ¡Pero parecerán muy diferentes y graciosos! ¡Como si estuviesen desnudas!

Cuando aquella mañana los niños regresaron de la escuela, hallaron un ambiente lleno de tristes balidos. Habían separado a las ovejas de los corderitos, y las primeras llamaban a los segundos. ¡Qué alboroto armaban!

—Fijaos…, han llevado a las ovejas en grupos hacia el campo donde está el cobertizo —les indicó Rory—. Y los corderos del año pasado también están con ellas, pero no los borreguitos de este año. O sea que Mendruguito no perderá su abrigo, Penny.

—Me alegro —repuso la niña—. No quiero que lo pelen como si fuese una patata. Ahora es muy lindo.

Los perros tuvieron un día muy atareado, llevándoles las ovejas a los esquiladores. Tenían que sacarlas de la colina y llevarlas a la granja. Trabajaban duro y bien, y Davey estaba muy contento de ellos.

Los esquiladores estaban en un cobertizo abierto. Las ovejas que ya estaban esquiladas las dejaban en un pequeño rebaño, vigilado por Granuja. Él era quien tenía que llevarlas de vuelta a la colina para pastar, tan pronto como estaban listas otras doce.

Los niños corrieron hacia allá para ver exactamente qué ocurría. Aquel día había mucho trabajo en la granja, ya que los mozos corrían con las ovejas arriba y abajo, y el padre de los niños daba toda clase de órdenes en voz alta. ¡Era muy divertido!

Rory se dedicó a contemplar a los esquiladores. Al primero de ellos, por ejemplo, le llevaban una oveja. El hombre le ataba las patas hábilmente para que no pudiera moverse, ya que si forcejeaba podría hacerse daño con las grandes tijeras.

Y entonces el esquilador hacía funcionar las tijeras. A los niños les pareció un oficio maravilloso. ¡El esquilador realizaba su labor con tanta destreza, que con la lana de la oveja podía hacerse ya un abrigo tal como salía! ¡Ñic, ñic, ñic!, hacían las tijeras, y la lana surgía rápida y diestramente. ¡Qué raras se veían las ovejas cuando la lana se desprendía de sus cuerpos!

El esquilador levantó la vista y les sonrió a los niños.

—¿Sois mis próximos parroquianos? —les preguntó—. Hoy he esquilado ya a diecinueve ovejas. ¿Quiere uno de vosotros ser el vigésimo?

—¡Nosotros no somos ovejas! —se indignó Penny.

—Claro que no —rió el esquilador. Retorció a la oveja que estaba esquilando a fin de poder quitarle la lana del lomo. La lana cayó limpiamente.

—¡La lana está sucia! —se quejó Penny—. ¡Y huele muy mal!

—Bueno, las ovejas nunca, nadan en el agua —asintió el esquilador—. Si estuviesen nadando un par de semanas antes de ser esquilados, sus vellones estarían mucho más limpios. La lana lavada vale mucho más dinero. Por otra parte, no pesa tanto como ésta, por lo tanto, vale menos.

—¿Cuál es el número mayor de ovejas que ha esquilado en un día? —se interesó Benjy, que estaba deseando poder ser esquilador también.

—Sesenta y ocho —le contestó el hombre—. Pero eran pequeñas. Cuanto mayor es una oveja más tiempo se tarda en esquilarla. Pero me gusta esquilar ovejas gordas, porque son mucho más fáciles.

—¿Por qué? —se sorprendió Rory—. Yo creía que era mucho más difícil hacerles dar la vuelta.

—No, en absoluto —le explicó el esquilador con paciencia—. La lana de una oveja gorda se separa muy bien de la piel, por lo que resultaba más fácil esquilar. Esto es porque la piel tiene mucho más grasa que la de las ovejas flacas. Esperad a que el pastor me traiga una oveja bien gorda y veréis.

El otro esquilador estaba esquilando los corderitos de un año. A éstos no les gustaba ser esquilados y balían plañideramente.

—¿Les hacen daño? —preguntó Penny, compasiva.

—En absoluto —repuso el esquilador—. Pero a las ovejas hay dos cosas que no les gusta: ser esquiladas y ser bañadas.

—¡Bañadas! —se admiró Rory—. ¿Qué es eso?

—Oh, pronto lo veréis. Davey, el pastor, os lo enseñará un día. Estos corderitos son muy fáciles de esquilar —añadió, soltando al que ya estaba listo, tras darle una palmada—. Su lana no es tan espesa como la de las ovejas.

—¿Los corderitos tienen un año? —preguntó Penny.

—Exacto —contestó el esquilador, cogiendo otro cordero para esquilar. Era maravilloso ver con cuánta facilidad iba separándose la lana de la piel.

Cuando una oveja estaba lista y se ponía de pie, asustada y completamente pelada, Jim la frotaba con brea y la enviaba hacia Granuja.

—¿Qué les haces? —preguntó Benjy.

—Marco a las ovejas con la marca de vuestro padre —le explicó Jim—. De este modo, si alguna se extravía, gracias a la marca nos la pueden devolver.

Los niños examinaron la señal. Era una letra S mayúscula.

—S por Sauce —exclamó Penny—. ¡Oh, ahora podremos reconocer a nuestras ovejitas!

Jim iba enrollando cada una de los vellones y los ataba juntos. Luego iba arrojando los paquetes a un rincón del cobertizo.

—Luego los meteremos dentro de los sacos para venderlos. Este año vuestro padre ganará bastante dinero con la lana. Es buena y pesa bastante.

—Oh, qué contento estoy —se regocijó Rory—. Sé que quiere comprar maquinaria nueva para la granja, me dijo que si las ovejas le daban bastante dinero podría hacerlo. Y hemos tenido muchos corderitos y no se ha muerto ninguno. Mendruguito fue el único que nació débil y tan pronto como Penny se lo quedó, comenzó a engordar.

—Veo que no ha venido por este cobertizo —rió Jim—. Debe tener miedo de perder su bello abrigo.

Mendruguito, en efecto, se hallaba bastante lejos. No le gustaba todo el alboroto y aquellos balidos. Cuando las ovejas esquiladas salían del cobertizo, Mendruguito las miraba estupefacto. ¿Qué eran aquellos extraños seres? A él no le gustaban en absoluto.

Sí, las ovejas se veían muy raras mientras trotaban hacia la colina, esquiladas y mondadas. Parecían muy pequeñas sin sus gruesos abrigos de lana. También tenían un poco de frío, pero el mes era caluroso ya, por lo que no podía perjudicarles en lo más mínimo. Jamás se esquila a las ovejas durante el invierno, y sí únicamente cuando parece que el tiempo ya es bonancible y cálido.

Otro día más y habremos terminado —afirmó el primer esquilador, trabajando con una oveja muy gorda. Les mostró a los niños con qué facilidad salía la lana—. Vuestro padre no posee todavía un rebaño muy numeroso, de lo contrario no nos habría contratado para esto.

—¿Por qué no? —preguntó Rory.

—Porque habría comprado una esquiladora —replicó el otro—. Es maravilloso de la manera que funcionan. Esquilas a las ovejas en un instante. Y en cierto aspecto es preferible al esquilado a mano, porque la máquina puede esquilarlas más hasta la piel que nosotros, de modo que los vellones pesan más y valen mucho más dinero.

—Quizás el año próximo necesitaremos ya una esquiladora —se entusiasmó Rory—. Me gustaría mucho ver cómo funciona.

—¿Cuánto pesa un vellón? —quiso saber Sheila, contemplando los que se hallaban ya apilados a un rincón del cobertizo.

—Éstos son muy buenos —le confirmó el esquilador—, y calculo que pesarán unas nueve libras cada uno. Los de los corderitos, naturalmente, no pesan tanto. Vuestro pastor sabe cuidar muy bien a las ovejas. ¡Todas están gordas y en buen estado!

Los esquiladores no dejaron de trabajar hasta el crepúsculo. Y entonces, agotados y sedientos, fueron a la casa en busca de comida y bebida. Harriet, empero, les obligó a lavarse en la fuente del patio antes de dejarles entrar en la granja.

—¡Oléis peor que las mismas ovejas! —refunfuñó—. ¡Y estáis todos cubiertos de pelusa!

—¡Fue muy divertido! —afirmó Rory cuando, junto con sus hermanos, regresó a la casa—. El año próximo tendremos una esquiladora, y yo la haré funcionar. ¡Seguro que me gustará mucho!