CAPÍTULO XIV

LOS MARAVILLOSOS PERROS DE PASTOR

Penny iba a menudo a visitar a Davey, el pastor. Se llevaba consigo a Mendruguito, y el borreguito pasaba unos ratos muy divertidos con los otros corderitos. Los contemplaba, apuntándoles con su negro morrito, se alegraba de aquella licencia que tenía para confraternizar con los mismos de su raza.

—Ahora ya mordisquea la hierba, Davey —le informó un día la niña al pastor—. Y ya no le gusta tanto la leche. Y come toda clase de porquerías.

—Así es como su amita —se rió Davey, porque sabía que a Penny le entusiasmaban las moras sin madurar, y chupar los tallos de los tréboles—. Bien, Penita, esta tarde has llegado a punto. Voy a llevar las ovejas a la próxima colina… y si te gusta podrás ver cómo trabajan Bribón, Granuja y Canallita.

—¡Oh, claro que me gusta! —se alegró Penny—. ¿Puedo avisar a mis hermanos, Davey? También les gustará verlo.

—Bien, pero date prisa —le advirtió el pastor—. Te concedo diez minutos… y después pondré mis perros al trabajo.

Era la tarde de un miércoles, por lo que los niños hacían fiesta de la escuela. Sheila estaba limpiando el gallinero. Rory quería ir a trabajar a los prados y Benjy pretendía ayudar a su madre en el jardín, donde estaban creciendo primorosamente lechugas, cebollas, zanahorias y judías.

Pero cuando oyeron que los perros de Davey iban a trabajar aquella tarde, todos cambiaron al momento de idea.

—¡Caracoles! Tenemos que ir a ver eso… —decidió Rory, y corrió a comunicarle a Jim que ya se reuniría con él en los prados después del té.

Antes de diez minutos los cuatro hermanitos estaban ya en la colina junto con Davey.

El pastor los acogió sonriendo, chispeándole los ojos.

—¡Es formidable lo veloces que son los chicos cuando quieren algo! —exclamó—. Y también lo lentos que son cuando tienen que hacer algo que no les gusta. Bueno, ahora quiero que mis ovejas se trasladen a aquella ladera más abrigada que hay en la próxima colina. Para ello tienen que cruzar tres arroyuelos, dos de los cuales tienen unos puentes de tablas muy estrechos…, pero mis perros las llevarán hasta allí, con toda seguridad y a salvo, sin mi ayuda.

—¿Pero, Davey…, tú no vas con ellos? —se extrañó Penny.

—No, Penita, no. Quiero que veáis lo listos que son mis perros. ¡Ah, ya veréis al viejo y querido Bribón actuando con las ovejas! ¡Os aseguro que es una maravilla! Puede obligar a las ovejas a ir adonde él quiere, a toda velocidad. Sí, mi buen Bribón vale en oro lo que pesa.

Los cuatro niños se instalaron en la falda soleada de la colina para contemplar el espectáculo. Davey silbó a sus perros, los cuales se acercaron corriendo. Dos eran perros de pastor, bellísimos, y el tercero, un cruce.

—¡Rodead a las ovejas, muchachitos! —les ordenó el pastor, moviendo los brazos en dirección a las ovejas que pastaban pacíficamente en la ladera—. ¡Llevadlas allá! —y designó con el ademán la colina siguiente.

Los perros le contemplaron meneando la cola. Luego, salieron saltando velozmente. Se dirigieron hacia las ovejas, obligándolas a dejar de pastar. Las ovejas, medio asustadas, se apretujaron entre sí. Una o dos no se dieron cuenta de la presencia de los perros, pero Bribón correteó tan cerca de ellas que no tuvieron más remedio que juntarse con las demás.

—Las ovejas siempre se congregan en un rebaño cuando se asustan —dijo Davey—. Fijaos en aquellos corderitos.

Algunos corderitos, en vez de reunirse con las ovejas, estaban correteando por la ladera. Granuja fue tras ellos, y diestramente los obligó a regresar. Tan pronto como un corderito parecía querer escaparse de nuevo, Granuja estaba ya a su lado, y el corderito se veía obligado a hacer como los demás.

—¡Caramba! —exclamó Penny—. Me gustaría ser un perro pastor. De este modo me haría obedecer de todas las ovejas.

Las ovejas no tardaron en formar un apretado rebaño, con los tres perros correteando a su alrededor. Davey movió los brazos. Ésta fue la señal para que los perros empezasen a guiar a las ovejas hacia la colina siguiente.

Al momento las ovejas comenzaron a descender por la ladera. Bribón corría incesantemente en torno al reboño, manteniéndolo apretujado. No ladró ni una sola vez. Canallita le ayudaba. Granuja, al frente, abría la marcha. Era maravilloso ver cómo lograba que las ovejas se mantuviesen dentro del camino deseado.

Pronto llegaron a un riachuelo, demasiado ancho para que las ovejas lo vadeasen o saltasen. De lado a lado había un estrecho puente de tablas. La oveja que iba en cabeza no quiso cruzarlo y empezó a corretear por la orilla del agua, balando lastimeramente.

Bribón tardó medio minuto en hacerla volver al puente. Pero la oveja siguió sin querer atravesarlo.

—¡No lo conseguirá! —gritó Benjy, excitado—. ¡Esta oveja es demasiado estúpida!

—Oh, cuanto más estúpida sea, más fácil —le explicó Davey—. Las más difíciles de manejar son aquellas que se muestran inteligentes. Las que no piensan, sino que siguen ciegamente a las demás, son mucho más fáciles. Pero fijaos en Bribón…, no puede dejarse vencer por una oveja tonta. Mirad…, la ha llevado hasta el puente.

Nadie supo cómo lo había conseguido Bribón. El perro había estado saltando y correteando en torno a la oveja, hasta que la condujo al puente. Y entonces, la oveja ya no pudo retroceder porque Bribón se lo impedía…, ¡de forma que se veía obligada a seguir adelante!

¡Y una vez una oveja hubiese cruzado el puente, las demás la seguirían! Bribón saltó al puente y se plantó al lado de la oveja. Granuja se situó al otro lado, y Canallita quedó atrás, obligando a la oveja a cruzar el puente.

Era algo maravilloso de ver. Los perros trabajaban de mutuo acuerdo, en una perfecta sincronización, sin dejar que ninguna oveja se separase del rebaño y obligándolas a cruzar el puente lo antes posible.

Las ovejas tenían las patas muy firmes, y no les costaba nada trotar por aquella estrecha pasarela. Penny temió que uno de los corderitos pudiese caer al agua, pero ninguno perdió pie.

—Las ovejas son animales de montaña —les explicó Davey—. Yo solía guardarlas en los montes de Gales. Allí, algunas colinas son tan rocosas y escarpadas que yo apenas podía acercarme a las ovejas, pero éstas saltaban de roca en roca y jamás vacilaban o caían. Por tanto, un puente, aunque sea estrecho, no significa ningún peligro para ellas.

Todas las ovejas pasaron el puente. Bribón volvió a situarse al frente del rebaño y giró a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha. Canallita reunió a las que se habían separado un poco. Granuja rodeaba al denso grupo. Todos llegaron al próximo arroyuelo, donde había un pequeño puente de piedra.

Las ovejas lo atravesaron sin dificultad.

—Ya sabes que los perros las conducen a otra parte —siguió explicando Davey—. En realidad, no les gusta abandonar la colina en la que han estado pastando varias semanas, pero pronto se acostumbrarán a la nueva.

Los perros, en aquel momento, se detuvieron, volviendo la cabeza hacia la colina que acababan de dejar. Habían estado siguiendo un camino del valle y acababan de llegar a una encrucijada, y no estaban seguros del rumbo que debían tomar, si hacia el este o al oeste.

Davey comprendió su perplejidad. Movió los brazos y lanzó un estridente silbido.

—Esto significa que yo quiero que las ovejas vayan al lado oeste de la colina —les comunicó a los niños—. ¡Fijaos qué bien me han comprendido los perros!

Éstos apenas habían visto el gesto de Davey y oído su silbido, que ya estaban encaminando al rebaño hacia el oeste. Los niños se quedaron estupefactos.

—Como si fuesen hombres —ponderó Rory—. Aunque los hombres no podrían correr tanto ni tan de prisa como los perros y las ovejas. Pero entienden lo mismo que nosotros. ¿Oh, Davey, verdad que no podrías hacer nada sin tus perros?

—Ni yo, ni ningún pastor —replicó el aludido—. Dependemos más de nuestros perros que de ninguna otra cosa vaya, una vez en que yo estaba enfermo, mis perros vigilaron a las ovejas sin mí durante dos días, y no tuve de ellos ninguna queja. Son tan listos como el que más, y tan inteligentes como un hombre.

—¿Ya nacen así de listos? —interrogó Rory.

—Oh, los perros pastor siempre son muy inteligentes, pero han de ser amaestrados. Yo los adiestro un poco, pero son los mismos perros los que les enseñan todos los trucos a sus cachorros, dejándoles correr a su alrededor para que lo observen. Algunos perros pastor son más listos que otros, lo mismo que hay niños más inteligentes y buenos que otros. En pocos meses yo sé ya si un cachorro será un buen pastor o no.

Las ovejas atravesaron otro arroyo y los perros les permitieron ya diseminarse por la ladera occidental de la colina. Luego, los tres magníficos animales se tumbaron en el suelo, jadeando y fatigados. Habían recorrido varios kilómetros, porque habían tenido que estar rodeando constantemente al rebaño, yendo atrás y adelante y estando en todas partes a la vez. Las ovejas agacharon la cabeza y comenzaron a pastar seguidamente, con regocijo. ¡Les gustaba estar en la nueva colina, arrancando la hierba fresca, bajo el tibio sol de la tarde!

—Los perros no se moverán de allí hasta que llegue yo —explicó Davey—. Bien, ¿qué os parecen? ¿Listos, verdad?

El pastor estaba muy orgulloso de sus perros, y los niños también.

—Opino que son maravillosos —exclamó Rory—. Y me gustaría tener un rebaño y unos perros como éstos.

—Un día de invierno se perdieron dos ovejas en una tormenta de nieve —les contó Davey—. Creí que ya no volvería a recuperarlas, pero mi buen Bribón salió en medio de la nevada… ¡y seis horas más tarde volvió con las dos ovejas!

—¿De veras? —exclamó Benjy, asombrado—. ¿Cómo pudo hallarlas en la nieve? ¿Era muy profunda?

—Sí —asintió el pastor—. Yo conté las ovejas y le dije a Bribón que faltaban dos… y se marchó. Tuvo que recorrer todo el mundo antes de encontrarlas. Cuando regresó estaba tan fatigado que ni siquiera se comió su cena. Se tumbó en el suelo con la cabeza a mis pies y se quedó completamente dormido. ¡Ah, sí, es un perro formidable!

—Bien, gracias, Davey, por haberme permitido ver cómo trabajaban tus perros —le agradeció Sheila—. Y, por favor, avísanos cuando vuelvan a realizar una hazaña semejante.

—Dentro de poco ya veréis cómo se esquilan las ovejas —les informó el pastor—. Y creo que también os gustará su baño. Ya os avisaré.

Los niños bajaron corriendo hasta su casa.

—¡Oh, qué cosas más estupendas pasan en las granjas! —gritó Penny, saltando al lado de Mendruguito—. ¡Oh, qué contenta estoy de haber dejado Londres y de vivir en la Granja del Sauce, la Granja del Sauce, la Granja del Sauce!