CAPÍTULO XII

EN EL CAMPO

En torno a la casa de la granja se extendían los prados verdes y amplios, en la falda de la colina. La mayoría estaban rodeados por riachuelos, poblados de sauces en sus orillas. Los prados tenían varios nombres, y a Penny le encantaba recitarlos con una tonada.

—Prado Largo, Campo Alto, Prado Verde, Campo Abierto, Fondo Largo, Llano del Río, Espolón…

Todos eran prados de diferentes formas y tamaños. Los niños ya los conocían todos. Habían sido arados en otoño, y Rory tenía ganas de contemplar esta operación.

—Siempre he deseado guiar un arado —suspiró—. Cuando estuvimos en la Granja del Cerezo el otoño pasado me habría gustado conducir uno… pero tío Tim no me dejó.

—¿Por qué hay que arar los campos? —se interesó Penny—. A mí me parece una pérdida de tiempo hacer surcos en los campos y remover la tierra.

—Pregúntaselo a Sacolín. ¡Ah, ahí viene! —exclamó Rory, agitando su mano hacia el «salvaje», que estaba dirigiéndose hacia ellos a lo largo del seto. Venía a verlos con frecuencia y siempre les contaba historietas de animales y pájaros, a todos los cuales tan bien conocía.

—Sacolín, ¿cómo está la liebre? —le chilló Penny, así que lo vio.

—Mucho mejor. Ya tiene las patas curadas… pero cojea. Sin embargo, corre bastante de prisa. Creo que vivirá siempre conmigo en la cueva. Parece un poco asustada de verse sola en el campo, si no está conmigo.

—Me gustaría que una liebre viviese conmigo —anheló Penny.

—Ya tienes a Mendruguito —le recordó Benjy—. Y ya es bastante, seguro. ¿Sabes, Sacolín? Ayer, Mendruguito se comió el almuerzo de Jim. Era queso. Mendruguito lo encontró y se lo zampó. Jim se puso muy enfadado. Y yo tuve que darle una ración del queso que hace Harriet.

—A mí me parece que este borreguito es más bien una cabra —comentó Sacolín, riendo—. Las cabras se lo comen todo. Una vez tuve una que se comía los libros de una librería.

—Sacolín, ¿por qué hay que arar los campos? —le preguntó Rory—. Ya sé que hay que cavar los jardines… y supongo que arar es una forma de cavar más rápida.

—Exacto —le informó Sacolín—. ¡No es posible cavar los campos, con lo grandes que son! Entonces, aramos el terreno para que la lluvia, el aire, y la escarcha lo empapen bien. Venid a ver el arado que hay en aquel campo.

Todos fueron hacia allí. Sacolín les enseñó las grandes cuchillas de acero que mordían la tierra cuando el arado era arrastrado por los caballos.

—Esta hoja tan grande corta la tierra —explicó— y ésta se abre. Mirad ahora esta hoja más pequeña al lado del arado. Se llama reja y corta los bordes de los surcos.

—El labrador empuña las varillas del arado, ¿verdad? —preguntó Penny, muy interesada, cogiéndolas y fingiendo guiar el arado—. ¡Oh, estoy segura de que yo podría arar!

—Sí, seguro —afirmó Sacolín, guiñando un ojo—. Pero no podrías llevar muy recto el arado.

—Yo he visto a los labradores —intervino Benjy—, y siempre mantienen muy recto el arado, por lo cual los surcos quedan también muy rectos, y juntos uno a otro. En la granja de tío Tim, a veces un chico guía los caballos…, los coge del cabestro y los guía, andando. Tal vez Jim me permitirá hacerlo en este próximo año, cuando se aren los campos.

—Papá dice que este otoño el arado no irá tirado por caballos —le rectificó Sheila—. Tendremos un tractor.

—¿Qué es esto? —se sorprendió Penny.

—Una especie de máquina impulsada por gasolina a gas-oil —le explicó Sheila—. Se agrega al arado en lugar de los caballos, ¿verdad, Sacolín? Papá dice que comprará un tractor con ruedas de oruga.

—¿Para qué? —insistió la curiosa Penny—. ¡Entonces será como un tanque!

—Bueno, los campos son muy blandos —le explicó Sheila, orgullosa de sus conocimientos—, y papá dice que las ruedas-oruga impiden que el tractor se hunda en el suelo. ¡Oh, será muy divertido ver trabajar a un tractor! Supongo que nos lo dejarán conducir por turnos.

—Mirad —exclamó Rory de repente—. ¿Qué está sacando Jim de aquel cobertizo?

Todos volvieron la vista al lugar indicado.

—Una rastrilladora —observó Sacolín—. Ahora veremos cómo funciona.

Jim estaba sacando un armazón de hierro montado sobre ruedas. En la parte inferior se veían unos dientes de acero muy largos y curvos. Jim no dejó que tocaran el suelo hasta llegar al campo donde iba a trabajar. Hechicera, la yegua de la granja arrastraba la rastrilladora, mientras Jim iba encaramado en el pescante.

Pronto estuvo trabajando. Hechicera iba siguiendo diestramente el campo surcado, con la cabeza gacha al remontar la colina. Jim soltó los dientes de la rastrilladora con un chasquido. Y los dientes de acero mordieron el suelo.

—¡Fijaos cómo lo rastrilla todo! —gritó Sheila, complacida—. Destruye los surcos y desmenuza la tierra. De este modo, la deja dispuesta para la siembra.

—Los campos arados tienen que ser arrastrillados para que puedan recibir las semillas. ¡Sal de aquí, Penny! —advirtió Sacolín—. Si no, Jim te rastrillará a ti.

Pero Penny pretendía detener al rastrillo. Jim tiró de las riendas de Hechicera.

—Oh, Jim —le suplicó la niña—, déjame subir al pescante y ver qué se siente ahí arriba…

Jim sonrió. Penny le tenía ganado el corazón. Ayudó a montar a la niña en el pescante, arreó a la yegua y la rastrilladora continuó avanzando. Penny iba saltando en el asiento, y tal vez se hubiese caído al suelo de no sujetarla Jim perfectamente.

—¡Oh, este asiento es muy duro! —se quejó Penny.

—Yo no me doy cuenta —replicó Jim.

—¿Qué plantarán en este campo? —preguntó Benjy, cuando la rastrilladora arrancaba con bastante ruido.

—¡Trébol! —le gritó Jim—. Si queréis verlo, lo sembraremos el viernes. Y trigo en el Fondo Largo.

Los niños recordaban varios grabados de labradores que iban andando por un campo, arrojando las semillas a un lado y a otro.

—Yo podré ayudar a Jim a sembrar el trébol —se ofreció Penny—. Cogeré mi cestita, me la ataré a la cintura y meterá dentro las semillas. Luego iré recorriendo el campo arrojando las semillas con las manos, primero con una y luego con la otra.

—No será así —replicó Sacolín—. Y ahora, vámonos, niños. Si queréis enseñarme los lechoncitos tiene que ser ahora, porque dispongo de muy poco tiempo.

—¿Volverás el viernes para ver romo sembramos las semillas? —le suplicó Penny, deslizando su manita en la de Sacolín—. ¡Oh, ven! Será tan divertido…

—Vendré si puedes darme la respuesta a la pregunta que te hice sobre los caballos y las vacas —replicó Sacolín, riendo—. Dime, Penny, ¿se levantan exactamente igual de la hierba un caballo y una vaca?

—Oh, no, ahora ya lo sé —repuso Penny—. Lo he visto. Oh, Sacolín, las vacas se levantan primero sobre sus potas traseras, y se arrodillan sobre las delanteras, pero los caballos lo hacen de otro modo. Primero estiran las patas delanteras y después se incorporan sobre las traseras. Por tanto, como ya he contestado a tu pregunta, tienes que venir el viernes.

—Buena chica —la acarició Sacolín—. Sí, vendré el viernes y veré si estáis sembrando o no.

—Claro que estamos sembrando —le aseguró Penny.

Pero la niña estaba equivocada. Cuando llegó el viernes, los niños se dirigieron al Prado de Arriba, esperando encontrar a Jim y que éste les entregase las semillas que había que sembrar. Pero Jim estaba conduciendo a Hechicera por el campo, uncida a un curioso aparato. Era como una caja muy larga montada sobre ruedas. Los niños lo miraron intrigados.

—¿Qué es esto, Jim? —quiso saber Sheila.

—Una sembradora —le comunicó el aludido—. Fijaos cómo meto dentro las semillas de trébol.

—Oh… ¿y esto va sembrando en lugar de nosotros? —se desencantó Benjy—. Casi que todos te ayudaríamos a sembrar. Oh, mirad, Sacolín se está burlando de nosotros. ¡Tú ya lo sabías, Sacolín, que hoy no podríamos ayudar a sembrar!

—Bueno, casi estaba seguro de que tendríamos que ver cómo lo hacía Jim sola —repuso el «salvaje»—. Por otra parte es muy interesante de ver. Fijaos bien.

Jim vació medio saco en semilla de trébol dentro del estrecho y largo cajón. Luego cerró la tapadera. Y acto seguido, comenzó a recorrer el campo, mientras los niños lo contemplaban con suma atención.

—Oh, mirad, las semillas van cayendo por unos agujeros que hay en el fondo del cajón —les advirtió Sheila.

Era verdad. Las semillas iban cayendo regularmente sobre el terreno, de manera mucho más rápida que lo habrían hecho los niños a mano.

—¿También sembrarás el trigo con este chisme? —quiso saber Rory, cuando Jim volvió a estar a su lado.

—No, esta tarde sembraré el trigo con el surco. Os gustará verlo. Es mucho mejor que la sembradora porque es un aparato que hace los surcos, siembra las semillas y después las cubre con tierra.

Sacolín aquel día se quedó a comer. Les contó a; los niños que había un petirrojo que había construido su nido dentro de un zapato viejo al fondo de la cueva.

—Cuando haga cría tendré mucha compañía —añadió—. Es muy fácil amaestrar a los petirrojos cuando son pequeñitos. No sé qué tal se llevarán con la liebre, pero estoy seguro de que al final se harán buenos amigos.

Aquella tarde fueron todos a ver cómo funcionaba el surco en el campo donde iban a plantar trigo. Era mucho mayor que la sembradora. La semilla iba dentro de una especie de depósito, y luego pasaba a unos tubos. Éstos se introducían en el suelo, por debajo de la superficie y dejaban caer las semillas.

—Es una buena idea —concedió Rory, viendo cómo Jim iba sembrando todo el campo Fondo Largo—. Deja las semillas bajo tierra, y todas a la misma profundidad. Después las cubre para que los pájaros no puedan picotearlas.

Jim fue hasta la mitad del campo con el surco y se paró. Maniobró en el aparato y volvió a reanudar la marcha.

—¿Qué pasaba, Jim? —le preguntó Penny, cuando Jim hubo dado la vuelta.

—El surco sembraba con demasiada rapidez —le explicó el mozo de la granja—, y lo he reajustado para que las semillas no cayesen tan de prisa. Ahora va bien.

Penny corrió a su lado, mientras los demás niños se marchaban con Sacolín.

—Los campos ya han sido arados, surcados y sembrados —jadeó Penny—. ¿Qué más hay que hacer ahora, Jim? ¡Por lo que veo, es mucho más difícil cuidar los campos que las gallinas!

—Oh, claro que si —asintió Jim, haciendo girar el surco—. Pero ahora descansaremos una temporadita, Penny. Los campos irán haciendo su labor sin nosotros…, ayudados por el sol y la lluvia. Tenemos que esperar a que crezcan el trébol y el trigo, antes de segarlos. Y entonces volveremos a estar muy atareados. ¡La época de la siega da tanto trabajo como la primavera!