CAPÍTULO X

DIVERSIÓN EN LA LECHERÍA

Había ya mucho trabajo en la Granja del Sauce. Siempre había algo que hacer. Alimentar y cuidar a las gallinas coger los huevos y contarlos, ordeñar las vacas y llevar nabos y remolachas a los prados. Y la leche tenía que ser llevada a la dependencia que llamaban la lechería para hacer nata y mantequilla.

La lechería era una construcción bastante grande, ventilada y fría. El suelo de piedra, las paredes y el techo estaban encalados y todos los estantes también eran de piedra. Cuando soplaba el viento del este o el norte allí hacía mucho frío. Y en verano era un sitio muy agradable, indudablemente el más fresco de la casa.

A la madre de los niños le gustaba mucho la lechería. Y estuvo muy contenta cuando llevaron las vacas porque de este modo podría fabricar su propia mantequilla. Los niños sentían mucha curiosidad por esto. Deseaban saber exactamente cómo se hacía la mantequilla.

—¿Qué haremos con toda la leche que obtenemos de las vacas? —quiso saber Rory—. ¡Cada día sacamos varios galones!

—Bueno, venderemos parte, en grandes tinajas —le contestó su padre—. Otra parte la guardaremos para nuestro consumo. Cierta cantidad la espumaremos para hacer nata y ésta la venderemos también. La leche espumada se la daremos a los cerdos o a los terneros cuando los tengamos… y el resto la convertiremos en mantequilla.

—Es estupendo —admitió Sheila—. ¿Tenemos que vaciar la leche caliente directamente en las tinajas, papá?

—¡De ningún modo! —se horrorizó su padre—. No podemos vender la leche caliente. Pronto se pondría agria. Primero tiene que enfriarse.

—¿Y cómo? —quiso saber Benjy—. Hay muchas cosas extrañas en la lechería, papá… ¿hay alguna que sirva para enfriar la leche?

—Ya lo veréis cuando llevemos leche allí —replicó su padre. Y así, todos los niños se atropellaron aquella noche para entrar en la lechería.

—¿Veis aquello que parece un cajón en la pared? —les indicó la madre—. Es una especie de refrigerador… una máquina para enfriar los líquidos. Fijaos en aquel tubo que entra en el aparato. Lleva el agua fría al refrigerador, el cual tiene muchas cañerías para el recorrido del agua helada.

La madre vertió un poco de leche en un recipiente muy grande situado en lo alto de la máquina. Entonces, la leche fue corriendo por las tuberías de enfriamiento hasta caer en un cubo debajo del aparato. ¡Ya estaba fría!

—Oh, es muy útil —se admiró Rory—. Ahora supongo que la leche fría del cubo ya está a punto para ser vendida, ¿verdad, mamá?

—Exacto. Y la que nos beberemos nosotros ya la tiene Harriet en la cocina.

—¿Qué haremos con estos grandes cubos llenos de leche cremosa? —preguntó Penny, metiendo un dedo en la superficie de uno y chupándoselo luego.

—¡No hagas esto, Penny no seas mala! —le riñó su madre—. Esta leche es para hacer mantequilla. Pero ¡ay! Todavía no han traído el separador, de modo que tendremos que separar la leche y la nata al estilo antiguo, mientras tanto, y cuando tengamos ya el separador lo haremos con mucha más rapidez.

La madre repartió la leche cremosa en unos cazos grandes y bastante planos, que se hallaban en los estantes de piedra.

—¿Qué le pasará ahora a la leche? —inquirió el infatigable Benjy—. Supongo que la nata subirá arriba, como en las botellas.

—Claro —asintió la madre—. Ya que sabes que los líquidos menos densos siempre suben por encima de los más densos, y como la nata es más ligera que la leche, subirá a la superficie, si le damos tiempo suficiente.

—¿Cuánto tiempo tardará la nata en subir? —se interesó Penny—. ¿Diez minutos? ¡Yo quiero poder comer ya un poco de mantequilla!

Todos se echaron a reír. Penny siempre se mostraba muy impaciente y quería que todo se hiciera al instante.

—¡Oh, Penny, no seas tonta! —la increpó su madre—. ¡Tardará veinticuatro horas!

—¡Caracoles! ¡No podré estar mirándolo todo ese tiempo! —se apenó la niña—. ¿Entonces hoy no tendremos mantequilla?

—Oh, no, Penny —le explicó Rory—. Todavía no tenemos bastante nata, tontita. No se recoge mucha nata de una sola vez, ¿verdad, mamá? Tendremos que reservar un poco y esperar a que haya bastante para convertirla en mantequilla.

Por tanto, Penny tuvo que tener paciencia y aguardar hasta el día siguiente a que la nata volviese a ser espumada y guardada para hacer la mantequilla. A los niños les entusiasmaba ver aquella riquísima nata amarillenta que flotaba encima de los cazos. Penny metió el dedo en uno y rebañó un poco de nata… Estaba tan espesa como la jalea.

—¡No, Penny! —volvió a reñirle su madre—. ¡No metas los dedos aquí dentro!

La madre espumó aquella nata con sumo cuidado. Luego la metió en una olla enorme. Parecía muy buena. Después metió un poco de nata en una jarrita.

—¿Para qué es ésta? —inquirió Penny.

—Para tus gachas de mañana por la mañana —contestóle su madre—. Se la llevarás a Harriet cuando nos vayamos de aquí.

—¿Y qué harás con esta leche de color azulado que queda? —quiso saber Sheila.

—Será para: los cerdos que llegarán mañana. A los terneros también les gusta… pero todavía no tenemos ninguno. Se le llama leche espumada, porque ya se le ha quitado la nata.

En aquel momento se produjo una gran conmoción fuera, y apareció Jim llevando algo que parecía sumamente pesado a la espalda. Estaba muy bien envuelto.

—¡Vaya, el separador! —exclamó la madre, muy contenta—. ¡Vais a ayudarme a desempaquetarlo!

—Ahora ya no tendremos que esperar para separar la nata de la leche —se alegró Rory—. Podremos separarla en unos cuantos minutos.

Todos deseaban ver cómo operaba el separador. Cuando estuvo desempaquetado les pareció un aparato muy raro. El cuerpo principal estaba pintado de un color rojo claro. Arriba había un cazo redondo y a un lado se veía una manivela con un manubrio. Del centro salían dos tubos. En realidad, parecía un aparato muy sólido.

Jim hizo correr un poco de agua; por dentro de la máquina para limpiarla.

—Creo que ya está a punto —observó—. Es nuevo y está en buenas condiciones.

—Por un poco de leche fresca en el cazo de arriba, Rory —le ordenó su madre. Y Rory obedeció, llenando el recipiente.

Entonces, la madre le permitió a Sheila que fuese dándole vueltas a la manivela.

—Me hace el efecto de estar tocando un organillo —se rió—. No me sorprendería que este separador pudiese hacer música.

—Ni a mí —rió también la madre—. Continúa dando vueltas, Sheila. Ahora, niños, mirad estas dos tuberías del centro.

Todos miraron y poco después vieron cómo iba saliendo una nata amarillenta y espesa, del tubo superior, mientras que del inferior salía la leche separada, sin nata.

—Caramba, qué rápido —se maravilló Rory—. Ahora comprendo porqué a este aparato lo llaman separador. Porque separa; por completo la nata de la leche. Y supongo que como la nata es la más ligera, siempre sale del tubo de arriba, mientras que la leche sale del de abajo porque es más pesada, ¿no es cierto, mamá?

—Sí —afirmó su madre—. Esta máquina hace en unos minutos lo que a mano se tarda mucho en hacer.

Rory abrió el aparato cuando ya toda la leche estuvo separada. En el interior reinaba una gran limpieza. A los niños les encantaba ver cómo funcionaban las cosas, por lo que trataron de intuir lo sucedido. No era muy difícil.

—Bien —les dijo la madre—, ahora ya tenemos mucha más nata. Bueno, Rory, pon más leche en el separador. Y tú, Penny, ya puedes empezar a girar la manivela.

Era estupendo ver cómo la nata y la leche iban saliendo por los dos caños. Todos los niños quisieron darle vueltas a la manivela, por turnos, y su madre les dijo que cada día lo haría uno.

—Esto forma parte del trabajo de la granja —añadió—. Por tanto, a vosotros también os toca. Pero después no vengáis a decirme que ya os habéis cansado del separador, porque no os haré el menor caso.

Los niños no podían imaginarse siquiera que alguien pudiera cansarse de hacer funcionar aquel aparato. Deseaban poder usar también la batidora de mantequilla, para ver cómo se hacía.

Harriet era la que la haría, con la ayuda de la madre. La buena mujer había estado empleada en una granja y era muy experta con una batidora.

—Hay personas que fabrican muy bien la mantequilla y otras a las que no se les da tan bien —les explicó a los niños con toda solemnidad—. Yo haré mantequilla todos los martes y sábados, si alguien quiere ayudarme.

—¡Todos te ayudaremos! —se ofrecieron los niños a la vez—. ¡No queremos perdernos ninguna diversión de nuestra Granja del Sauce!