DIECISÉIS VACAS PARA LA GRANJA DEL SAUCE
Las vacas llegaron al día siguiente antes de la hora del té. Rory fue quien las vio primero. Estaba saltando la valla, esperando poder darles la bienvenida el primero. Los demás estaban contemplando a Mendruguito que correteaba entre las gallinas por el patio. El borreguito estaba mucho más gordo, y era tan travieso y retozón como los demás de la granja.
Todo el mundo lo adoraba, ya que era un animalito muy tierno y afectuoso. ¡Incluso una mañana entró en el despachito del padre de Penny, restregando su negro morrito contra el codo del buen señor!
—¡Eh! ¡Ya vienen las vacas, ya vienen las vacas! —gritó Rory muy excitado, cayéndose casi de la valla—. ¡De prisa, venid, ya vienen las vacas! ¡Son «maravillosas»!
Sheila, Benjy y Penny se abalanzaron a la cerca. Las vacas estaban doblando la última curva del camino. Caminaban lentamente, balanceándose un poco de lado a lado.
—¡Son coloradas…, coloradas y blancas! —se entusiasmó Rory—. Tal como me gustan. ¿Verdad que son gordas y bonitas?
—¡Oh, sí, lo más que me gusta! —asintió la incorregible Penny.
Ciertamente, eran unas hermosas vacas. Miraban a los niños y meneaban la cola, mientras se dirigían a la cerca. Y olían muy bien.
Estaban contentas de encontrarse en el prado y poder mordisquear la hierba.
—¡Enroscaron la hierba con la lengua para arrancarla! —exclamó Penny—. Oh, fijaos, Sacolín va con el vaquero.
Sí, era Sacolín, que venía a ver qué tal prosperaba la granja. Les sonrió a los niños.
—¡Así que ya tenéis vacas! —les dijo—. Y gallinas también, ¿eh? ¿Y este borreguito es tuyo, Penny? ¡Parece quererte mucho!
—Sí, Mendruguito es mío —asintió la niña, abrazando primero a Sacolín y después a Mendruguito—. ¿Verdad que son estupendas las vacas, Sacolín?
—Sí, parecen muy hermosas —concedió Sacolín—. ¿Ya tienes nombres para ellas, Penny?
—¡No se lo preguntes! —intervino Rory, riendo—. ¡Se pasa el día rumiando nombres! ¿Verdad que será divertido ordeñar las vacas cada día, Sacolín?
—Ya lo creo… Miradlas, qué contentas están de poder pastar tranquilamente después de un viaje tan largo. Ahora podrán llenarse cumplidamente sus cuatro estómagos.
—¡«Cuatro estómagos»! ¿Qué quieres decir, Sacolín? —le preguntó Sheila, estupefacta—. ¿Cómo puede tener una vaca cuatro estómagos?
—Bueno, tal vez sea más exacto decir que tienen cuatro compartimientos en su estómago —rectificó el viejo Sacolín con una sonrisa—. Fíjate en la forma cómo come una vaca, Sheila. Sólo arranca la hierba y se la traga, no la mastica. Fíjate, fíjate.
Todos los niños contemplaron a las vacas. Y, efectivamente, vieron que con la lengua en torno a las hierbas, las arrancaban, se las llevaban a la boca y después se las tragaban enteras.
—¡Sin embargo, yo he visto cómo las vacas rumian, rumian y rumian! —exclamó Benjy, desconcertado—. Y cuando rumian, es que mastican las hierbas, ¿verdad?
—Si —asintió Sacolín—. Lo que ocurre es cuando tragan enteras las hierbas, éstas pasan al primer compartimiento de su estómago. Luego, cuando se hallan en el establo, o descansando, tumbadas en el campo, la hierba que han tragado les vuelve a la boca, convertida en unas bolas, que se dedican a masticar, a rumiar. Y esto les gusta. Ya lo veréis vosotros mismos cómo mastican con ojos cerrados, pensando en el alegre sol y los prados que tanto aman.
—¿Y las hierbas masticadas vuelven de nuevo al primer compartimiento de su estómago? —preguntó Penny, deseando poder tener también cuatro estómagos como las vacas—. A mí me gustaría tragarme un caramelo y después poder estar chupándolo horas y horas.
Sacolín rió ante aquella salida.
—¡Ya lo supongo! No. Cuando la vaca ha terminado de rumiar, el alimento pasa al segundo compartimiento de su estómago, y luego al tercero y al cuarto. ¿Nunca has visto los dientes superiores de una vaca, Penny?
—No, ¿cómo son? —inquirió Penny, sorprendida.
Entonces, el «salvaje» se acercó a una vaca y le cogió suavemente el morro con la mano. Le abrió la boca y empujó hacia atrás el labio superior.
—¡Dime cómo son sus dientes superiores! —le ordenó a la niña, sonriendo.
—¡Caracoles! ¡Si no tiene ninguno!
—No —confirmó Rory—, sólo la encía desnuda.
—¡Qué raro, porque un caballo sí tiene dientes superiores! —observó Penny—. Lo sé, porque una vez vi a uno con el labio de arriba hacia atrás y tenía unos dientes muy grandotes arriba y abajo.
—Sí, un caballo es diferente —asintió Sacolín—. Sólo tiene un estómago. Y sus pezuñas también son diferentes. Fijaos en las de las vacas.
A la asombrada vaca le levantó de pronto una pata. Los niños vieron que su pezuña estaba partida en dos.
—¿Por qué? —se extrañó Rory—. Un caballo tiene las pezuñas enteras y redondas…
—Esto es porque las vacas caminan siempre por terreno húmedo y blando. Y las pezuñas partidas —le explicó Sacolín— las ayudan a andar sin pegarse al suelo.
—Lo más que me gusta —volvió a equivocarse Penny— es la briosa manera como mueven la cola. Antes por poco si una me da un buen azote con la suya. Ojalá yo tuviera una cola como ellas.
—Y supongo que irías por ahí azotando a la gente, ¿eh, picaruela? —rió Sacolín—. Ahora, Penny, voy a plantearte un pequeño problema. Me gustaría saber si una vaca y un caballo se levantan del suelo de la misma manera. Por favor, fíjate bien y la próxima vez que nos veamos me lo dirás, ¿quieres?
—¡Yo pensaba que se levantaban del mismo modo! —exclamó la niña, sorprendida.
—Pues no es así —replicó Sacolín—. ¡Fíjate y verás!
—Tenemos dieciséis vacas —dijo entonces Rory, contándolas—. Y todas están gordas, son coloradotas y muy hermosas. Parecen talladas en madera, vistas desde lejos.
—Vamos a preguntarle al vaquero cuándo podremos ordeñarlas —propuso Sheila—. ¡Tengo tantas ganas…!
El vaquero estaba conversando con el padre. Era un individuo delgado, pero con un pecho muy robusto y brazos muy largos. Y aunque era más bien bajo era tremendamente fuerte. El padre de los niños iba a emplearle en la granja, ya que era muy entendido en vacas y en otras tareas. Se llamaba Jim.
—¿Podremos ayudarle a ordeñar las vacas? —le preguntó Benjy—. ¿A qué hora toca?
—Oh, hasta después de la hora del té —respondió el vaquero, sonriendo—. ¿Ya sabes cómo se hace? Ordeñar no es tan sencillo como parece.
—¡Claro que lo sé! —se ofendió Benjy—. ¡Y sé conseguir una buena espuma en lo alto del cubo!
—Magnífico —alabó Jim—. Un buen vaquero siempre obtiene espuma. Bien, si quieres puedes ayudarme. Tal vez te convertirás en un excelente vaquero. ¿Estás dispuesto a levantarte a las cinco de la madrugada para ayudarme, jovencito?
Benjy se puso pálido. ¡Las cinco de la madrugada!
—Bueno… en tal caso tendrá que acostarme muy temprano, ¿verdad? —le preguntó a su madre.
—Temo que sí, Benjy. Al menos una hora antes.
—¡Oh…! Entonces, lo siento, Jim, pero solamente te ayudaré por las tardes —repuso Benjy, que no podía soportar la idea de levantarse una hora antes que todo el mundo.
—De acuerdo —asintió Jim—. Seguro qué algún otro querrá ayudarme por la mañana.
Cuando llegó la hora de ordeñar a las vacas, todos los niños disfrutaron de lo lindo. Llevaron a los rumiantes al establo, y cogieron los relucientes cubos y los taburetes.
Penny no había ordeñado nunca, los demás sí. Benjy sabía ordeñar muy bien, ya que tenía unas manos fuertes pero suaves. Sheila no le iba muy a la zaga, pero en cambio Rory era poco hábil. No conseguía obtener espuma en lo alto del cubo como los otros dos, lo cual era muy, pero muy fastidioso.
—Sólo consigo leche líquida —se quejó—. ¡Y mi cubo no se llena tan de prisa tampoco! Fijaos en Jim… en el tiempo que yo he ordenado a una vaca, él ha ordeñado a tres.
—Es que has elegido una vaca difícil, amiguito —le consoló el vaquero—. A ésta no le gusta que la ordeñe un desconocido. Yo terminaré por ti. La última leche de una vaca siempre es la más rica, ¿entiendes? Por esto no hay que perderla. Prueba con esta otra, con Hiedra, que así se llama. Es mucho más fácil.
—Me gusta esta leche tan calentita —exclamó Penny, colocando sus manos en torno al cubo—. Jim, ¿puedo ordeñar una vaca fácil?
—Ven y verás cómo yo lo hago —consintió Jim—. Después podrás probar tú.
Penny se acercó a Jim y no tardó en estar segura de poder imitarle… pero sus deditos no tenían bastante fuerza y al final tuvo que resignarse a dejarlo.
—¿No podría darle un poco de esta leche a Mendruguito? —preguntó entonces—. Ya es hora de que cene.
—No, es mejor que cojas leche de la cocina —le aconsejó Jim—. Y por favor, haz que se esté quieto. ¡No tiene por qué meter el morrito en aquel cubo! ¡Dios mío, si los vaciará todos con más rapidez que los vamos llenando!
Penny se marchó, un poco ofendida, a la cocina con Mendruguito.
—¿Sabes, Mendruguito, querido mío? —le iba diciendo—. ¡Los borreguitos me gustan mucho más que las vacas! Pero procura no crecer tan de prisa, ¿eh? ¡Seguro que no serás tan lindo cuando seas todo un señor cordero!