CAPÍTULO VII

SHEILA ENCUENTRA UNA AMIGA

El borreguito de Penny fue una gran diversión, un verdadero entretenimiento… pero demasiado a veces. Y llegaron las gallinas. Tal vez no parezca esto muy emocionante, pero para los cuatro hermanos de la Granja del Sauce sí lo fue. ¡Gallinas de ellos! Gallinas que pondrían huevos y darían dinero… Ésta era la auténtica vida granjera para los niños.

Sheila había leído los tres libros de volatería sin haber aprendido nada. No había querido confesar que eran demasiado «científicos» para ella… pero de pronto halló una ayuda donde menos la esperaba.

La ayuda procedió de Fanny, la muchacha que de día ayudaba a Harriet en la cocina. Entró a limpiar el cuarto de recreo cuando Sheila estaba sentada ante su pupitre, tratando de descifrar aquellos enigmáticos libros de volatería.

—¡Oh!, Fanny… —suspiró—. Me gustaría saber muchas cosas sobre las gallinas. Tengo que cuidarme de ellas, y debía haber aprendido muchas cosas, de lo contrario no pondrán huevos, ni se sentirán a gusto. Además, tengo que ayudar a papá y a mamá si queremos que la granja nos dé dinero.

—Bueno, señorita Sheila, ¿qué es lo que quiere saber? —inquirió Fanny, con su habitual timidez—. Mi madre tiene gallinas, y yo me ocupo de ellos desde que era pequeñita. No, no necesita estar preocupada por eso, señorita, ustedes tienen un gallinero estupendo, con muchas Jaulas, y Harriet le dará todas las sobras… Además, en los graneros hay maíz…

—Oh, Fanny, dime cosas de las gallinas —le suplicó Sheila—. Desde el principio. No quiero cometer equivocaciones.

Fanny se echó a reír.

—Oh, una aprende cuando comete equivocaciones. Ante todo, ¿de qué raza son las gallinas que les traerán? Porque hay de muchas razas, como ya sabe. ¿Y las quieren para que pongan huevos o para comer?

—Oh, para que pongan huevos —repuso Sheila—. Yo quiero montones, montones y montones de huevos. Tío Tim nos traerá las gallinas mañana. Creo que son de raza Buff Orpington.

—Ah, sí, unas gallinas gordotas y de color pardo, estupendas —asintió Fanny, complacida—. Las nuestras también lo son. Ponen unos huevos muy buenos. Sí, señorita Sheila, son las mejores gallinas para el invierno, porque ponen huevos cuando las demás no lo hacen.

—Me gusta —aprobó Sheila—. ¿Pero incuban huevos también?

—Oh, sí… Al menos las nuestras sí. Oh, señorita Sheila, qué divertido es que incuben huevos y ver cómo salen los polluelos, ¿verdad?

—¡Oh, sí, mucho! —afirmó Sheila—. ¡Pero, oh, Fanny, Fanny, ni siquiera sé cuántos huevos hay que poner a incubar!

—Oh, yo puedo decírselo. Hay que poner trece huevos frescos. Y hay que procurar que la gallina no los abandone por más de veinte minutos.

—¿Es que se enfrían? —se extrañó Sheila.

—Se hielan, y no saldrían los polluelos. Por esto se pone a la gallina clueca en una jaula, señorita. De esta forma no puede marcharse y dejar los huevos.

—¿Pero cómo come y bebe agua? —quiso saber Sheila.

Fanny volvió a reír.

—Muy fácil —repuso—. Hay que dejarla salir un ratito cada día para que pique el grano, beba un poco y estire las patas.

—¿Y qué sucedería si me olvidase de este requisito?

—Pues que la pobrecita pasaría hambre hasta que rompiese los huevos y se los zampase. Es de sentido común, señorita, nada más. ¿Sabe que una gallina va girando sus huevos de cuando en cuando para que se calienten por todas partes? Yo he visto muchas veces cómo lo hacen. No parecen tan listas, ¿verdad?

—¿Cuánto tiempo están incubando? —inquirió Sheila—. Muchos meses, supongo.

—Oh, no… apenas tres semanas. Oh, señorita Sheila, es muy gracioso ver cómo se rompe el cascarón y los polluelos asoman la cabecita. A mí me gusta mucho verlo.

—Sí, a mí también —asintió Sheila pensando con deleite en docenas y docenas de polluelos correteando y saltando por el patio—. Oh, Fanny, he aprendido más cosas sobre las gallinas en cinco minutos que leyendo estos terribles librotes.

—Si tengo tiempo, esta tarde iré con usted a ver el gallinero —dijo Fanny—. Ya sabe que para el suelo se necesita musgo de pantano. Es el mejor que existe y no hay que cambiarlo más que una o dos veces al año.

—¡Oh, Fanny, vamos, pues, avívate en tu trabajo, y después haremos planes para las gallinas! —la animó Sheila—. Y le diré a papá que necesitamos musgo de pantano.

A Fanny le gusta tanto como a Sheila hacer planes para las gallinas. Estaba muy acostumbrada a cuidarlas, aunque sólo en un patio minúsculo y un gallinero más reducido todavía. Ahora sí podría cuidar gallinas adecuadamente, con sitio de sobra para las incubadoras y los polluelos. ¡Qué entretenido! Aquella mañana se apresuró en su trabajo y su tía Harriet se quedó encantada.

—Te has ganado la tarde libre —la felicitó—. Esta mañana te has portado muy bien. Has fregado el suelo de la cocina y los fogones brillan como ascuas.

—Voy a ayudar a la señorita Sheila en el gallinero —le explicó Fanny—. Oh, tía Harriet, ya verás cuántos huevos y polluelos sacaremos.

—Bueno, pero no sueñes con la leche antes de ordeñar las vacas —le reprochó su tía, refiriéndose al cuento de la Lechera.

Sheila, Fanny y Penny pasaron una tarde completamente feliz. Entre las tres limpiaron el gallinero. No estaba sucio, e incluso lo habían ya encalado por dentro. Fanny trajo musgo de los pantanos en un saquito. Era una hierba estupenda, de color pardo oscuro y aterciopelada. Las tres muchachas la dejaron deslizar por entre sus dedos gozosamente.

—Me gustaría pisar por encima y picotear en el suelo, como si fuese una gallinita —declaró Penny—. ¿No vamos a esparcir el musgo por tierra?

—Sí, de este modo —repuso Fanny. Y muy pronto todo el suelo del gallinero estuvo alfombrado con el musgo de los pantanos, produciendo un efecto muy bonito.

—¿Hemos de poner también en las incubadoras? —se interesó Penny, contemplando embelesada la hilera de jaulitas vacías.

—No. En las incubadoras pondremos paja —decidió Fanny, muy contenta. Aquello le gustaba mucho. Era una verdadera campesina, a la que le gustaba mucho la vida de una granja. Las tres amiguitas encontraron un poco de paja en un cobertizo y la repartieron por las incubadoras. La colocaron bien aplastada, a fin de que las gallinas estuviesen bien cómodas.

—Me gustaría ser muy pequeñita y sentarme en una de estas incubadoras —expresó Penny.

Las otras se echaron a reír.

—Eres muy graciosa, Penny —exclamó Sheila—. No quieres que se te trate como a una cría… y, sin embargo, ahora quisieras ser muy chiquitita para sentarte en una incubadora o meterte en el armario de las muñecas.

El gallinero tenía un pequeño patinillo, alambrado todo alrededor. Allí crecía mucha hierba.

—No importa —aseguró Fanny—. Pronto la arrancarán las gallinas con el pico. Además, usted las dejará sueltas por el patio, ¿verdad, señorita Sheila?

—Oh, sí —afirmó la interesada—. Pero espero que no irán poniendo los huevos por cualquier sitio… bajo un seto, o algo por el estilo. Sería una lástima.

—Tendremos que vigilarlas —repuso Fanny—. ¿Y la comida? Bueno… en los graneros hay maíz. Cada día les echaremos un poco. El maíz es muy bueno para las gallinas ponedoras, y si comen en abundancia ponen unos huevos muy grandes y hermosos.

—¿Qué más les daremos? —quiso saber Penny.

—Tía Harriet nos dará las sobras —continuó Fanny—. Pieles de patatas, pedacitos de pastel, mendrugos de pan… todo lo que sobre. Con todo esto haremos como una mezcla y les daremos una buena ración de esta pitanza por las mañanas y después del té. Y el maíz a mediodía. Esto les gusta.

—Parece estupendo —proclamó Penny—. ¿Y el agua? Necesitan mucha, ¿verdad?

—Sí… un plato lleno —asintió Fanny—. Bueno, allí hay un abrevadero. Lo llenaremos cada día. Necesitan agua fresca. Y haré que mi tía nos dé los tallos de los repollos y cosas por el estilo. Les gusta picotearlos.

—Y limpiaremos el gallinero todos los días —ordenó Sheila—. Barreré bien el suelo con este azadón. Oh, espero que mis gallinas sean muy aseadas.

—Lo serán —replicó Fanny—. Lo importante es no perder la cabeza, sino que tengan un gallinero limpio, buena comida, agua fresca y mucho sitio para corretear. Bueno, todo esto lo tendrán. ¡Oh, me olvidaba de algo muy importante!

—¿Qué? —preguntaron las dos hermanas.

—Tenemos que ponerles arenisca para ayudarles a digerir la comida, y cal o conchas de ostra rotas.

—¿Conchas rotas? —se asombró Penny—. ¿Para qué? ¿Es que a las gallinas les gustan las conchas?

Fanny rió de buena gana.

—No les gustan como alimento, pero las necesitan para ayudarles a hacer la cáscara de sus huevos. Si no, los huevos salen demasiado blandos y no sirven.

—Vi un poco de arenisca y cal en un cazo en el mismo sitio donde vimos el maíz —dijo Sheila—. Seguramente también habrán conchas rotas. Vamos a verlo. Lo pondremos todo en este cajón que hay dentro del gallinero. Así la lluvia no lo estropeará.

A la hora del té todo estaba a punto para recibir a las gallinas. Llegaron los muchachos y las niñas se lo enseñaron todo, muy orgullosas. Pillina saltó al suelo desde el hombro de Benjy para inspeccionar por su cuenta el gallinero. Luego se metió a olisquear una de las incubadoras.

—¿Quieres poner un huevo de ardilla, Pillina? —le preguntó Benjy, riendo—. ¡Qué graciosa eres!

—Tío Tim nos traerá las gallinas mañana por la tarde —explicó Sheila—. Oh, Rory… qué divertido será tener unos cuantos polluelos. Me gustan tanto…

—Bien, tal vez una o dos de tus gallinas se pondrán cluecas en seguida —observó Benjy—. Entonces podrás ponerle unos cuantos huevos y los incubará.

—Oh, las gallinas cluecas las pondremos en las incubadoras, no temas —afirmó Sheila—. ¿Sabes, Benjy? Fanny me ha ayudado mucho. Yo no entendía nada de aquellos libros… pero ella me lo ha contado todo.

—Fantástico —aprobó Benjy—. Eh, Penny, ¿dónde estás? Es hora de tomar el té.

Penny se marchaba al huerto, trepando por la cerca.

—¡Voy a buscar a Mendruguito! —gritó—. También tiene que tomar su té. Fanny, pregúntale a Harriet si puede darme otra botella de leche. Parece hambriento, pobrecito mío…

Mendruguito compareció siguiendo a Penny, la cual lo condujo hasta el patio. Benjy ya estaba allí con Pillina. Ésta saltó de improviso y se instaló sobre el borreguito.

—¡Quiere ir a caballo! —rió Benjy.

—¡Oh, cómo me gustaría sacarles una foto! —expresó Penny.

—¿Eh, no venís vosotros? —les llamó Sheila—. Hay tortas calientes y miel para el té… ¡y no os dejaremos nada si no venís «en seguida»!