LA GRANJA DEL SAUCE
No hay nada tan divertido como mudarse de casa. Todo resulta raro, emocionante, y todo va de arriba abajo. Las escaleras suenan de modo diferente. Las comidas se toman en cualquier sitio y de cualquier manera, a horas desquiciadas. Los muebles están en lugares inapropiados. Las ventanas parecen ojos sin párpados, porque les faltan los visillos.
Esto pasó en la Granja del Sauce cuando la familia se mudó a ella. Penny no hallaba palabras para expresar su emoción. Todo era divertido. Incluso fue divertido pasar por diferentes condados hasta llegar a la granja. Fue divertido pasar por la Granja del Cerezo y pararse unos minutos para charlar con tío Tim y tía Bess.
—¿No os gustaría quedaros unos días libres de los niños y dejárnoslos aquí? —preguntó tía Bess.
Pero por una vez, los niños no parecieron muy seducidos por la idea de vivir unos días en la Granja del Cerezo, y se miraron mohínos unos a otros. Su madre se echó a reír.
—Mira qué caras —exclamó—. No. Gracias, querida Bess. Están locos de contento, deseando verse ya en la Granja del Sauce. Ya sé qué no harán más que molestar y meterse por todas partes, pero…
—¡Oh, no, mamita! —gritó Penny. Pero entonces vio que su madre había guiñado el ojo y se estaba riendo.
—Tía Bess, nos gusta mucho la Granja del Cerezo, pero no nos perderíamos el traslado a la Granja del Sauce, nuestra granja, por nada de este mundo —exclamó Benjy.
—¿Habéis visto últimamente a Sacolín? —se interesó Rory.
—¿Al «salvaje»? —replicó tía Bess—. Sí… veamos… le vimos la semana pasada, ¿verdad? Quería saber cuándo llegabais, y aseguró que le gustaría mucho volver a veros.
—Bueno, no podemos demorarnos más —concluyó su padre—. Adiós, Tim, adiós. Bess. Ya vendremos por aquí y os contaremos qué tal marchan las cosas.
—¡Magnifico! —se entusiasmó Benjy—. Me guarda mi ardillita. Quedamos que me la guardaría mientras yo estuviese en el colegio. Tengo muchas ganas de volver a ver a mi Pillina.
Y de nuevo se metieron en el auto y arrancaron. Los setos empezaban a verdear, las celidonias sonreían amablemente, de cara al sol. Las prímulas anidaban entre sus hojitas verdes. ¡Realmente estaba empezando la primavera!
El coche dobló una esquina y llegó a la vista de una loma redondeada con un calvero. Brillando al sol de la tarde se alzaba allí una antigua granja hecha de encantadores ladrillos rojos. Tenía los tejados de bálago, como el de la Granja del Cerezo, brillando al sol con su color dorado profundo, ya que había sido restaurado hacía poco para los nuevos propietarios.
—¡La Granja del Sauce! ¡La Granja del Sauce! ¡Nuestra granja! —gritó Rory, poniéndose de pie en el coche.
Benjy enrojeció de placer. Sheila miraba la casa en silencio, y Penny dejó oír unos grititos de alegría, uno detrás de otro. Todos los niños contemplaban con orgullo y delicia su nuevo hogar.
Era un lugar encantador, una granja de más de trescientos años de antigüedad, alargada y grande, con altas chimeneas, y vigas pardas que sobresalían de los muros.
Las ventanas estaban emplomadas y todas tenían los postigos verdes. La puerta principal era de roble, muy pesado, y tenía arriba un curioso porche de bálago, en el que campeaba un viejo salidizo. No muy lejos del portal se veía el antiguo pozo. Ya no sacaban agua del mismo, pero en los viejos tiempos había habido allí un cubo que subía y bajaba casi constantemente.
Debajo del alero se veían unas ventanitas, pegadas al tejado. Los niños las miraron, preguntándose a qué dormitorios pertenecían. ¡Qué agradable sería asomarse a aquellas ventanas cada mañana, y ver los campos verdes, los distantes bosques y los plateados riachuelos!
Cerca de la Granja del Sauce discurrían muchos arroyuelos. Y en sus orillas crecían muchísimos sauces, que le daban a la granja su bello nombre. En primavera, los sauces se tornaban dorados, cuando los amentos se tornaban en bellas palmas doradas. También crecían allí otras clases de sauces, y las abejas susurraban por entre ellos todo el día durante la primavera.
—¡Papá! ¡De prisa! —le urgió Rory—. ¡Oh, lleguemos a la granja cuanto antes!
El coche se internó por un sendero sinuoso, bordeado de setas a cada fado… y luego empezó a ascender por la ladera de la colina, junto a un gorgoteante riachuelo. Por fin llegaron delante de una verja, cuyas portaladas de madera estaban abiertas de par en par.
¡Aquélla era la entrada de la granja! Detrás de la casa se hallaban las demás dependencias, los grandes graneros con sus viejos tejados, los cobertizos, los establos y los corrales. El patio también se hallaba en la parte posterior, donde las gallinas solían picotear todo el día.
Los niños saltaron del coche con muestras de viva excitación. Corrieron hacia la puerta… pero estaba cerrada. Fue su padre el que abrió por medio de una llave muy grande Los niños se echaron a reír al verla.
La puerta quedó abierta y los niños divisaron un amplio pasillo, con grandes vigas en el techo, bastante bajo, y unas losetas rojizas en el suelo. Más allá se abrían varias puertas que conducían a la cocina y a otras habitaciones. ¡Qué maravilloso sería explorarlas todos mientras estaban vacías, y luego disponerlo todo!
Todos penetraron en el interior, sin cesar de lanzar exclamaciones de deleite y admiración. La casa estaba muy limpia, ya que dos mujeres del pueblo habían estado fregando y limpiando toda la semana. Las ventanas brillaban. El suelo resplandecía, y las alacenas de roble, de las paredes, relucían gracias al pulimento y la edad.
—¡Mamá! ¡Esta granja me da la sensación de ser muy, pero que muy estupenda! —exclamó Benjy, asiendo a su madre por el brazo—. Aquí las personas tienen que vivir muy felices, estoy bien seguro.
Lo mismo pensaban todos. Era muy grato estar allí y sentirse envueltos por la felicidad que irradiaba la casa. Ésta parecía contenta de albergarlos, contenta de darles la bienvenida.
—Algunas casas dan una sensación horrible —añadió Sheila—. Recuerdo que una vez fui a ver a alguien que tenía una casuca al borde del mar, mamita… y me alegré cuando pude irme. Allí no me sentía feliz. Pero otras casas son muy agradables… como ésta.
—Sí, creo que la gente ha querido mucho a la Granja del Sauce, y que aquí han trabajado mucho y han sido muy dichosos —concluyó su madre—. Espero que nosotros también trabajaremos duramente y seremos muy dichosos. Cuesta mucho y mucho tiempo hacer que una granja produzca, hijos míos, y todos debemos poner nuestro granito de arena.
—¡Claro que sí! —afirmó Rory—. ¡Yo trabajaré como nadie! El año pasado aprendí muchas cosas útiles en la granja de tío Tim, y os las enseñaré a vosotros.
—¡Vamos a recorrer la casa! —le interrumpió Penny, corriendo hacia la escalera. Todos subieron a un amplio pasillo. Arriba había siete habitaciones: una grande que sería la de los padres, otra grande también como cuarto de recreo, una más pequeña para Rory, una diminuta para Benjy y otra algo mayor para las dos niñas, una para los invitados, y un cuartito para Harriet, la cocinera que debía venir al día siguiente.
Y encima de los dormitorios se hallaba un ático, debajo mismo del tejado del bálago. Se llegaba al mismo por una escalerilla de madera que podía hacerse subir y bajar por la escotilla. Los niños palmotearon de alegría.
—¡Ooooh…! —exclamó Penny, cuando vio el oscuro ático, con algunas telarañas—. Huele mal. Y fijaros…, está en el mismo tejado. Enciende tu linterna, ¿quieres, Rory?
Rory sacó la linterna de su bolsillo y la encendió. Los niños miraron a su alrededor. Sólo podían estar de pie allí donde el tejado era un poco abovedado. Todos tocaron el techo. Estaba hecho de heno. Y no había nada más entre ellos y el cielo, nada más que el heno…, ni yeso, ni piedras…, sólo heno.
—El bardador todavía no ha terminado de bardar la cocina —dijo Sheila—. Oí cómo lo decía papá. Así sabremos exactamente cómo lo hace. Será muy divertido vivir en una casa con el tejado de heno, ¿verdad? ¡Qué agradable y abrigadita resultaría en el invierno!
Volvieron a descender por la escalera de madera. Rory luego la dejó apoyada junto a la pared del pasillo.
—Me encantan estas vigas negras —afirmó, mirando a su alrededor—. Son magnificas. Papá dice que proceden de barcos antiguos. Cuando los barcos se aviejaban, usaban sus tablones para hacer casas…, por lo que es muy fácil que hace muchos, muchos años, toda la madera de la Granja del Sauce estuviese navegando por remotos mares.
—Me gusta pensarlo —asintió Benjy, acariciando el roble de la viga que tenía al lado—. Oh, mi querida viga, tú conociste los peces del mar, y crujías cuando las enormes olas se abatían sobre ti. Y ahora vives en una casa y escuchas a la gente que sube y baja por la escalera.
Todos se echaron a reír.
—Dices cosas muy extrañas, Benjy —se maravilló Rory—. Bueno, bajemos. Quiero ver la planta baja también.
Bajaron. El gran vestíbulo de la entrada ya lo habían visto. Había una vasta pieza que su mamá decidió que sería una sólita. Había una chimenea monumental y Rory la examinó de arriba abajo, incluso pudo ponerse de pie en el hogar y, a través de la chimenea, ver el cielo en el otro extremo. Realmente, era inmensa.
—¡Podría trepar por esa chimenea! —exclamó sorprendida.
—Los pequeños sí pueden —rió su papá—. Sí…, es posible. Te aseguro que antiguamente, cuando todas las chimeneas eran como ésta, los padres obligaban a sus hijos pequeños a que subiesen por dentro para deshollinar los tubos de tiro.
—A mí me gustaría hacerlo cuando haga falta —se ofreció Rory.
—Tal vez lo encontrarías divertido —arguyó su padre—, pero estoy seguro que no querrías hacerlo cada día.
Los niños pasaron a la habitación de al lado. Era un comedor, con las paredes forradas de roble.
—¿Habrá algún paño de pared que se deslice? —preguntó Benjy al instante. Había leído muchas historias de tesoros ocultos, y en la última de sus lecturas había un panel de madera de roble que se deslizaba hacia un lado, y detrás descubrían una caja de caudales escondida.
—Aquel panel que está junto a la puerta parece justamente como tú dices —le indicó el padre. Benjy fue a examinarlo. Sí, no parecía exactamente igual que los demás. ¡Podía deslizarse! Muy excitado, lo probó.
¡Y el panel se deslizó! Silenciosamente, se deslizó detrás del panel adyacente. Benjy lanzó un grito de triunfo.
—¡Mira, papá!
Pero todos se echaron a reír… ¡ya que detrás del panel deslizante no había más que cuatro conmutadores para la luz eléctrica! Las personas que vivían en la Granja del Sauce habían ocultado los conmutadores para no estropear el conjunto del comedor. Y el pobre Benjy no pudo descubrir ningún tesoro en absoluto.
La cocina era también muy amplia, con muchas ventanas que daban al patio posterior. Y tenía una enorme puerta que se abría crujiendo mucho, como si se quejase. El sol se filtraba esplendorosamente por el umbral.
—¡Caramba, vaya fogones! —exclamó Sheila.
—Sí, aquí pueden hacerse unas comidas excelentes —dijo su padre—. Y mirad esto: un horno para cocer pan, encajado en el muro. Harriet podrá hacer todo el pan que quiera.
—Me gusta este suelo tan irregular —dijo Penny, bailando por entre las mal colocadas piedras del suelo—. Todas estas losas coloradas son estupendas. Y también me gustan las grandes vigas del techo. ¡Y mira cuántos ganchos y clavos, mamita!
Todos contemplaron las aludidas vigas y vieron las filas de ganchos y clavos suspendidos de las mismas.
—Esto sirve para colgar los jamones y las ristras de ajos y cebollas —afirmó la mamá—. Es una lástima ver ahora estas vigas tan desnudas y vacías…, pero no importa, Harriet no tardará en tenerlas llenas, y nuestra cocina tendrá un aspecto maravilloso.
Fuera de la cocina había una gran estancia fría, con estantería de piedra; la alquería. Allí la leche podía convertirse en nata, allí se lavaban los huevos, se clasificaban y se contaban. También había una batidora para la mantequilla. Todos los niños la hicieron funcionar.
—¡Oh, mamita! Qué divertido será traer aquí los huevos y clasificarlos, y hacer mantequilla, y ver cómo la nata se forma de la leche recién ordeñada —gritó Penny en el colmo del entusiasmo. Y de nuevo volvió a bailar por entre las irregulares losas del suelo.
—Bueno, es una suerte que no lleves huevos en este momento —observó Sheila—. De lo contrario, ya no quedaría ninguno sano.
Abajo había todavía otra habitación: un diminuto cubículo excavado en el muro, forrado de madera de roble negra… y papá dijo que aquello sería su despachito y que nadie, aparte de él, entraría allí.
—Aquí llevaré las cuentas y averiguaré si la Granja del Sauce produce dinero o no.
—¡Claro que dará dinero! —afirmó Rory muy convencido por lo que decía.
—Llevar una granja no es tan fácil como parece —objetó su padre—. ¡Ya lo verás, hijo mío, ya lo verás!