El búho y Kitiara
Ramas y arbustos espinosos enganchaban la blusa de Kitiara y arañaban sus pantalones de cuero. El aire a su alrededor vibraba con maldiciones y juramentos. Era consciente de que unas formas incorpóreas esperaban vigilantes en la oscuridad, si bien hasta ahora no habían hecho otra cosa que seguirle los pasos. La albarda, que llevaba cargada a la espalda, le entorpecía los movimientos, pero la espadachina cortaba impertérrita los molestos zarcillos de las plantas con su espada y su daga.
La oscuridad se hizo menos profunda, como si Solinari estuviera saliendo tras el manto de nubes. La luna, aun siendo tan tenue, le proporcionaba a Kitiara suficiente luz para atisbar a unos cuantos pasos de distancia. Los árboles se retorcían como viejas brujas por delante y detrás de la mujer. El sonido ominoso de una respiración llegó hasta ella, susurrante como el viento.
Caven Mackid habría dicho que estaba loca por intentar esta empresa sin ayuda. Tanis le habría aconsejado que esperara hasta que llegara el nuevo día. Y la incomodidad de su situación actual habría hecho reír con regocijo a Wode.
Pero todos estaban muertos. Y Kitiara viajaba a través del Bosque Oscuro —buscando la salida— a solas y de noche.
Se detuvo para echar un vistazo al risco pedregoso que se alzaba a su izquierda y luego miró a la derecha, hacia donde presentía que había un valle. Estaba demasiado oscuro para ver con detalle, pero siguió adelante por lo que parecía ser un sendero, a pesar de que la vereda que los había llevado a ella y a los otros tres al interior del Bosque Oscuro había desaparecido. De nuevo las ramas y la maleza se agolparon a su alrededor. Con gesto pensativo, Kitiara apartó una enredadera que colgaba frente a su rostro. Otro ataque de náusea la dejó empapada en sudor.
—Por los dioses —rezongó—. ¿Qué enfermedad habré cogido? ¿O acaso estoy bajo los efectos de un encantamiento?
Esperó a que pasara el momento de debilidad; estaba llena de arañazos, y le picaba la espalda por el sudor y el polvo. Las espinas de los arbustos le habían desgarrado la blusa, arrancando jirones de tela. La sangre fluía de un arañazo profundo que le cruzaba la mejilla y le bordeaba el ojo. De improviso algo surgió ante ella en el sendero. Lo tanteó con la espada; parecía una bola gigantesca de hierbajos secos, como las que ruedan por los desiertos impulsadas por el viento. Sin duda, un empellón la haría rodar ladera abajo hasta el valle. Empujó la bola enmarañada con una mano; luego, al no conseguir moverla, pues daba la impresión de estar sujeta firmemente al suelo, apoyó un hombro sobre ella y empujó otra vez. Al instante comprendió su error. Cientos de diminutos garfios se engancharon a la pechera de su blusa, en tanto que diversos zarcillos se enroscaban en torno a sus tobillos y muñecas. Uno de ellos tanteó, estremecido y titubeante, la base de su cuello. La mujer intentó apartarse del arbusto espinoso, pero el zarcillo avanzó a su vez hacia la vena yugular.
Barboteando un juramento, Kitiara arremetió contra el espino con su espada —¿era más denso que antes?— y la planta retrocedió.
—Ah, así que se te puede derrotar, ¿no? —rezongó. Dio otro paso hacia el arbusto espinoso, y sonrió satisfecha al ver que la bola de vegetación la evitaba.
Entonces, al dar un segundo paso, el arbusto, el sendero, el risco y el valle desaparecieron. En el mismo instante, la noche se tornó más oscura, como si Solinari fuera una vela que se hubiese apagado de pronto con un soplido. Kitiara tendió el brazo derecho hacia adelante y movió despacio la daga a un lado y a otro. La punta de la hoja chocó contra algo duro, algo grande… pero demasiado suave para ser una roca. Aprestó su espada y envainó la daga; tanteó de nuevo con la mano desnuda. Sus dedos rozaron algo suave y duro, trazaron una curva, encontraron una protuberancia ondulada y la siguieron… para descubrir que se trataba, indudablemente, del perfil de una bota.
Era la estatua de piedra en la que se habían convertido Caven y Maléfico.
Kitiara estaba de regreso al claro, con sus compañeros.
Sin darse por vencida, la espadachina emprendió otra vez la marcha camino de Haven, en esta ocasión por una vereda diferente. Una hora más tarde, la mercenaria se topaba de nuevo con la maraña de vegetación reseca, y acababa, una vez más, de vuelta en el claro.
Kitiara, con el gesto endurecido por la ira, se sentó; puso la espada sobre su regazo, recostó la espalda en un tronco, y aguardó a que amaneciera. En cuestión de minutos, y a pesar de que había jurado mantenerse alerta, se había quedado profundamente dormida.
Quizás un sexto sentido la alertó. Quizá despertó a causa de las intensas emociones producidas por el sueño, en el cual su madre muerta aparecía en medio de una pasarela y la llamaba. Fuera por lo que fuese, Kitiara entreabrió los ojos e intentó penetrar con la mirada la oscuridad reinante, pero carecía de la visión nocturna del semielfo. La negrura era impenetrable para sus ojos humanos.
Se maldijo para sus adentros por su debilidad infundada. Kitiara Uth Matar jamás se dormía mientras vigilaba. No había modo de saber cuánto tiempo había transcurrido desde que el sueño la había vencido. Moviéndose como si todavía estuviese dormida y como si sólo buscara encontrar una postura más cómoda, se sentó un poco más erguida contra el tronco del roble, y dejó que su mano derecha resbalara hasta apoyarse en el suelo, tan cerca de la empuñadura de la espada como le era posible. Estudió el entorno de manera subrepticia.
Pares de luces verdosas brillaban en la maleza. Luciérnagas, pensó, al mismo tiempo que caía en la cuenta de que estos insectos no viajaban en parejas. Escudriñó con más atención un juego de estas luces dobles. ¿Otro wichtlin? Las luces parpadearon. El wichtlin que había atacado a sus compañeros no había parpadeado ni una sola vez. Otros pares de ojos se sumaron a los primeros, y luego varios más, hasta que docenas de ardientes órbitas estuvieron observándola fijamente. Por último, al no oír ningún sonido nuevo, Kitiara se incorporó con cautela mientras aferraba su espada y sacudía la cabeza para despejar la bruma de agotamiento que en los últimos días parecía sobrevenirle demasiado a menudo. ¿Estaría enferma otra vez? ¿O es que el wichtlin la había envenenado, después de todo?
Ahora cientos de luces la observaban desde la oscuridad que la rodeaba: ojos verdes con forma de lágrimas; otros dorados y redondos, con las pupilas en forma de diamantes; y unos cuantos ojos únicos, horribles. Las relucientes órbitas iban cerrando el cerco a su alrededor. De nuevo escuchó el indiscutible sonido de una respiración. ¿Acaso el propio bosque inhalaba y exhalaba? Alejó esa idea de su mente.
No obstante, las criaturas parecían haberse detenido a cierta distancia y no avanzaban más. Kitiara percibió un olor: el efluvio penetrante del sudor, que en cualquier otra persona habría denominado el olor del miedo. ¿Su propio miedo? Pero Kitiara jamás admitiría que estaba asustada.
¿Por qué infiernos esas cosas mantenían las distancias? ¿Por qué no atacaban? Habían perdido el elemento sorpresa, pero era evidente que la superaban mucho en número.
«Me temen. Y con razón, he de añadir». Las palabras acudieron a su mente de manera espontánea. La magia desplegada por el wichtlin, la presencia del ettin, las gemas de hielo en su mochila: todo señalaba en una única dirección.
—¿Janusz? —siseó—. Si eres tú, da la cara, cobarde. No hubo respuesta, meramente un respingo ahogado… ¿desde dónde y de quién? Kitiara no habría sabido decirlo. El hechicero de Valdane, que ciertamente tenía más razones que nadie para perpetrar una venganza contra ella, no habría reaccionado de esa manera. En consecuencia, la persona que estaba allí no era él.
Kitiara miró en derredor, a los ojos bien definidos.
No. Aquí arriba, capitana Uth Matar.
Manteniendo presta la espada, Kitiara giró sobre sí misma y escudriñó las ramas de un vetusto roble que se alzaban por encima de su cabeza. Al principio sólo vio oscuridad, pero luego aparecieron dos hendeduras estrechas y verticales en las tinieblas, a gran altura. Se ensancharon, se curvaron, y se curvaron más hasta convertirse en dos círculos naranjas, grandes como platos. Dentro de cada círculo ardiente flotaba otra órbita más pequeña, tan negra como la noche que las rodeaba. Mientras Kitiara los contemplaba, los círculos naranjas se estrecharon en delgadas bandas, y las órbitas negras interiores —las pupilas de la criatura, comprendió la mujer— se dilataron. El ser la estaba estudiando, ¡por los dioses! Pero ¿qué era?
Me verás mejor si cierras los ojos, mi querida capitana. Busca en tu corazón, Kitiara Uth Matar. Su mensaje es sencillo, aun cuando los ojos juegan malas pasadas.
—¿Qué tontería es ésta? —gritó la espadachina—. ¡Déjate ver, sabandija!
¿Sabandija? ¿Yo?
En ese momento, Kit escuchó un tenue zumbido.
—¿Eres un avispón gigante? ¿Una abeja venenosa? —demandó. Sin embargo, esa clase de criaturas no salían durante la noche, y, desde luego, no se posarían en un árbol para sostener una conversación con un humano. Cogió la daga con la mano izquierda; su derecha ya blandía la espada. Kitiara retrocedió al centro del claro, alejándose del peligro.
Guarda tus patéticas armas, Kitiara Uth Matar.
—No seas ridícula, criatura.
No somos peligrosos… para ti, al menos.
—Seré yo quien decida eso. Déjate ver. Ahora.
Se produjo un largo silencio, al que siguió otro zumbido. Por último, Kitiara percibió un siseo ruidoso, como un suspiro sobrenatural.
Eres muy grosera, humana. Debería abandonarte aquí con los muertos vivientes y tus patéticos amigos embrujados. Pero ello quizás aceleraría tu propia muerte, cosa que he prometido evitar que te ocurra… por el momento, al menos. Pero intenta guardar las buenas formas, capitana.
Kitiara había dejado de escuchar a mitad de la alocución.
—¿Embrujados? ¿Tanis…? Así que ¿no están muertos?
Eres fácil de engañar, humana. Ya te dije que confías demasiado en lo que ven tus ojos.
—Déjate ver, monstruo.
Se produjo una súbita agitación por encima de su cabeza, como si algo grande hubiese erizado sus plumas con un enojo repentino. Entonces el aire se levantó en remolinos a su alrededor; el batir de unas alas, comprendió Kitiara. Un chillido, semejante al lamento de los espectros que anuncian la muerte, hendió la oscuridad.
—Oh, por los dioses —dijo la espadachina con desdén mientras bajaba la espada enarbolada—. Sólo eres un pájaro grande y estúpido.
Se oyó de nuevo el zumbido en lo alto. La criatura chilló otra vez. El árbol crujió como si el ave se estuviera moviendo sobre una y otra garra. Después reinó el silencio, roto sólo por el fuerte zumbido que parecía haberse metido en la cabeza de Kitiara. Por último sonó otra voz, la de una mujer, ribeteada de cordialidad y humor:
—Me temo que has ofendido a mi amigo, Kitiara Uth Matar.
—He oído antes esa voz. Déjate ver.
Se produjo un breve silencio.
—Shirak. —Un fulgor se derramó por el claro. Un búho gigantesco, tan alto como dos hombres desde las plumas de la cabeza hasta la punta de la cola, y obviamente resentido, contemplaba a la espadachina desde lo alto.
—Un búho gigante —dijo Kitiara en voz queda—. He oído hablar de los de tu especie. Pero tú te expresas en Común y tienes cierta habilidad mágica, cosa que no habría creído posible.
Un oscuro semblante humano, de facciones delicadas, se asomó por encima del ala del ave.
—Estás en el Bosque Oscuro. Y mi amigo Xanthar es extraordinario en muchos sentidos —dijo suavemente la mujer. Incluso a la mágica luz verdosa, Kitiara advirtió que sus ojos eran de un llamativo color azul.
—Te conozco —manifestó la espadachina—. Eras la doncella de Dreena ten Valdane. Y hechicera, si no recuerdo mal. Pero no me acuerdo de que tuvieras los ojos azules.
—Lida Tenaka —susurró la mujer. Kit apenas oyó sus siguientes palabras—: He venido a buscarte, Kitiara Uth Matar.
El búho saltó en el aire, extendió las alas y aterrizó, con sorprendente suavidad para una criatura de su tamaño, entre las petrificadas figuras de Tanis y Caven. Luego extendió un ala, y Lida Tenaka se deslizó grácilmente por la suave superficie de plumas hasta el suelo. A pesar de su aparente fragilidad, parecía sentirse a gusto en el Bosque Oscuro de noche. Kitiara la estudió, pero sin envainar la espada. Esta Lida Tenaka podía ser una aparición, una manifestación de naturaleza maligna que se hubiera introducido en su subconsciente mientras dormía. No tenía prueba alguna de que esta mujer delgada, vestida con túnica, fuera la Lida Tenaka real. Kitiara la observó con cautela.
Echada al hombro llevaba una gran bolsa de cuerda tejida, muy pesada por las apariencias, y cerrada con unas tiras de cuero hechas un fuerte nudo. En la bolsa se marcaba la forma de un bulto grande y redondo, plano por un lado, y, cuando los movimientos de la mujer lo hacían variar de posición, convexo por el otro. El rostro de la hechicera estaba inexpresivo, y sus vivaces ojos eran el único signo de humanidad en su severo semblante; pero su voz sonaba afable.
—Xanthar y yo hemos volado largas horas buscándote, capitana Uth Matar. Me alegro de haberte encontrado por fin.
—¿Tienes poderes mágicos? ¿El búho tiene magia? —Kitiara hizo las preguntas con brusquedad.
—Xanthar controla ciertos poderes —repuso Lida Tenaka mientras señalaba con un gesto al ave, de manera que su cabello ondeó sobre la túnica—. Puede utilizar la telepatía hasta un cierto radio de distancia y con cierto tipo de criaturas… principalmente humanos y otros búhos gigantes. Y, como tú misma puedes atestiguar, es capaz de comunicar sus pensamientos a otras criaturas racionales.
—Criaturas racionales —repitió Kitiara. Sonaba casi como un insulto.
—Criaturas pensantes.
—¿Puede leer las mentes?
—Es capaz, hasta un punto muy limitado, de saber lo que otros piensan —contestó Lida con un encogimiento de hombros.
—Ésa es una habilidad que se adquiere poco a poco y después de largos años de práctica —interrumpió el búho con aspereza.
—¿Podrá revivir a mis amigos? ¿Podrías hacerlo tú? —Kitiara les explicó en pocas palabras lo ocurrido con el wichtlin y la suerte corrida por sus compañeros.
El búho y la hechicera intercambiaron una mirada; la mercenaria notó que no estaban siendo del todo francos con ella.
—Bueno, ¿puedes hacerlo o no? —instó.
—Están soñando, creo —dijo Xanthar en un susurro apenas audible. Lida le lanzó una mirada perpleja, pero ni el uno ni el otro dieron más explicaciones.
—El que pueda o no ayudarlos depende de cómo se los sometió al hechizo y quién lo ejecutó. Es difícil para un mago contrarrestar los sortilegios de otro. —Lida habló lentamente.
—Pero al menos lo intentarás, ¿no?
—¿Me ayudarás tú a cambio? —preguntó la hechicera.
Kitiara apartó los ojos. Su mirada se detuvo en el embrujado Tanis, paralizado en mitad de un movimiento. La mágica luz verde de Lida lo hacía parecer casi vivo. Por un instante, creyó ver que los almendrados ojos del semielfo parpadeaban en su dirección. ¿Una advertencia?
—Consideraré la posibilidad de ayudarte —decidió por último Kitiara—. Es todo cuanto te puedo prometer.
Cuando, por fin, el búho habló en voz alta, su tono rebosaba sarcasmo:
—Una actitud interesante, capitana, sobre todo teniendo en cuenta que eres tú, no nosotros, quien está atrapada y sola en el Bosque Oscuro —dijo, arrastrando las palabras.
—Xanthar —lo reconvino Lida.
El ave resopló desdeñosa y les dio la espalda a las dos mujeres. Lida pasó junto al búho, al que acarició el hombro plumoso, y se acercó a Caven. Posó las esbeltas manos en la cruz de Maléfico y cerró los ojos. Pasado un tiempo, los abrió de nuevo.
—No puedo… —empezó.
—Sí, sí que puedes, Lida —la interrumpió Xanthar con tono brusco, acuciante—. Utiliza un conjuro anulador de embrujamientos.
—Un… Pero si no hay… —La mirada admonitoria de Xanthar hizo que Lida enmudeciera. La mujer frunció el entrecejo. El búho la miraba fijamente; el silencio se alargó y los ojos de Lida se abrieron de manera desmesurada por la impresión. Kitiara comprendió que el ave estaba hablando telepáticamente con la mujer de piel morena—. De acuerdo, Xanthar. Me alegro de que me hayas sugerido eso. Tal vez funcione.
—En cualquier caso, no los perjudicará —murmuró el búho, al tiempo que dirigía una mirada desagradable a Kitiara—. Después de todo, ahora están prácticamente muertos. ¿Qué puede ser peor? Aunque supongo que convertirse en muertos vivientes…
—¡Espera! —exclamó la espadachina—. ¡No lo hagas!
Xanthar se interpuso entre ella y Lida. Kitiara sopesó la posibilidad de atravesarlo con la espada, pero, en cambio, se encontró con la mirada clavada en sus ojos.
Ni siquiera te lo plantees, humana.
Los bordes del enorme pico, advirtió la mujer, eran tan afilados como la punta de una espada. Kitiara retrocedió cautelosa, y miró por encima del hombro del ave.
Lida estaba de pie ante Maléfico y acariciaba el flanco del animal mientras murmuraba unas sílabas extrañas y esparcía pellizcos de polvo gris que sacaba de una bolsita. Después se acercó a Wode y a su montura, e hizo lo mismo. Por último, volvió su atención hacia el semielfo. Luego retrocedió y se quedó junto a Xanthar.
—Mantente alejada —le advirtió a Kitiara—. Para ellos tres es como si el tiempo no hubiese pasado. Creerán que todavía están luchando contra el wichtlin.
Levantó los brazos con un gesto dramático, echó la cabeza hacia atrás, y entonó una salmodia. Kitiara frunció el entrecejo.
—Barkanian softine, omalon tui. —Lida repitió la frase tres veces, haciendo una breve pausa entre locución y locución. Con el primer canto, las figuras del claro perdieron el lustre de su apariencia de estatuas. Con el segundo, el tono rosáceo de la vida retornó a los rostros de los hombres. Y, con el tercero, entraron repentinamente en acción, finalizando el movimiento iniciado horas antes, mientras luchaban contra el wichtlin.
Tanis se zambulló en el suelo y rodó sobre sí mismo. Se frenó desconcertado, y al punto localizó a la mercenaria.
—¡Kit! ¿Estás bien?
—Siempre lo estoy —se mofó ella.
Entretanto, Caven se esforzaba por controlar a Maléfico, que cabrioleaba, coceaba y lanzaba mordiscos. Wode y su caballo se escabulleron a un lado para evitar los cascos del semental. El mercenario logró por fin contener al animal y lo frenó delante de Kitiara, Lida y Xanthar.
—¡Por los dioses! ¡Un búho gigante! Creía que sólo eran una leyenda —exclamó—. ¡Qué sueño he tenido! Mi madre se me apareció y me contó una historia fantástica sobre Vald… —Entonces reparó en Lida Tenaka, y las palabras murieron en sus labios—. Tú eres la doncella de Dreena —dijo con sorpresa.
—¿También soñaste con tu madre? —preguntó Tanis, que se había acercado al grupo. Wode gimió, y el semielfo se volvió a mirarlo—. ¿Tú también?
—Todos tuvisteis un sueño portentoso —dijo Lida, con tono tranquilizador. La hechicera empezó a recitar unos versos. A medida que pronunciaba cada palabra, los rostros de los cuatro viajeros se tornaban mas severos y tensos. Cuando llegó a las últimas estrofas, Caven la acompañaba, recitándolas al unísono:
Los tres amantes, la doncella hechicera,
el de alas, con un corazón leal,
los muertos vivientes del Bosque Oscuro,
la visión reflejada en una bola de cristal.
Con el robo del diamante, el mal desatado.
Venganza saboreada, el corazón de hielo
busca su imagen para entronizarla,
emparejado por espada y calor del fuego,
ascuas nacidas de pedernal y acero.
Con la luz de la joya, el mal proyectado.
Los tres amantes, la doncella hechicera,
el vínculo de amor filial envilecido,
infames legiones resurgidas, de sangre manan ríos,
muertes congeladas en nevadas tierras baldías.
Con el poder de la gema, el mal vencido.
Durante un instante ninguno dijo una palabra. Después todos empezaron a hablar a la vez.
—Era mi madre, te lo aseguro.
—Pero la mía murió al nacer yo.
—Igual que la mía.
—Pero la mía aún vive.
—¿Qué significa esto?
—Quiero volver a Kern —gimió Wode, en medio del barullo.
Kitiara trató en vano de persuadir a los otros tres que dejaran de preocuparse por el portento y reanudaran la caza del ettin.
—¡Al Abismo con el ettin! —chilló Caven, desde el lomo de Maléfico—. Esa bestia debe de estar lejos a estas alturas.
—¿Estabais buscando a un ettin? —preguntó de improviso Xanthar.
—Sí. ¿Lo has visto? ¿Dónde? ¡Dímelo! —instó Kitiara.
El búho retrocedió un paso mientras balanceaba su enorme cabeza de un lado a otro; el parche de plumas blancas brillaba sobre el ojo izquierdo del ave.
—No, no —respondió—. Simplemente me preguntaba por qué buscabais un ettin en estos bosques. No se los suele ver por esta parte del mundo.
—No. —Era la voz de Lida. La hechicera avanzó un paso y se colocó delante del búho—. Pero aquí hay un ettin, y no está lejos. Lo vi desde el aire mientras volábamos hacia aquí. Podríais alcanzarlo si os apresuráis.
Sus palabras tuvieron por respuesta sólo silencio. Después, Kitiara habló a sus amigos.
—No confiéis en ella. Os recuerdo que estamos en el Bosque Oscuro.
—Como si pudiésemos olvidarlo —rezongó Caven mientras echaba un vistazo a la oscuridad que los rodeaba, nervioso. Kitiara lo miró fijamente, en silencio.
—Este búho —continuó la espadachina al cabo de unos segundos—, que puede hacer cosas que nunca he oído que un búho gigante sea capaz de hacer, y esta mujer, que pretende ser Lida Tenaka, podrían ser apariciones del bosque o una ilusión obra del wichtlin. Y te recuerdo, Caven, que Janusz es muy capaz de hechizarnos a todos, incluso desde un lugar tan lejano como Kern.
—Janusz ya no está en Kern —la interrumpió Lida.
Los cuatro se volvieron hacia ella.
—¿Quién es Janusz? ¿Qué sabes de todo esto, Kitiara? —demandó Tanis.
La espadachina esbozó a grandes rasgos los detalles del final de la campaña entre kernitas y meiris, omitiendo cualquier mención a las joyas de hielo.
—Sin duda, el hechicero Janusz y Valdane me consideran responsable de la muerte de Dreena ten Valdane —concluyó—. Valdane se opuso a que el hechicero utilizara sus poderes mágicos hasta que estuvo seguro de que su hija se había marchado. Reinaba una gran confusión entre los campesinos tras la muerte de Meir; a Valdane, supongo, no le importaba que su hija muriese o no. —Lida gimió suavemente, pero Kitiara prosiguió—. Pero sabía que los súbditos de Meir apreciaban a Dreena y temía que su muerte indujera a los campesinos a rebelarse contra él en lugar de someterse pacíficamente al nuevo señor.
Los ojos de Kitiara fueron de Tanis a Caven, y de nuevo al semielfo, cuya expresión se tornaba más sombría por momentos.
—Fue mi informe lo que los decidió a atacar el castillo. Vi a Dreena abandonarlo, y le dije a Valdane que no había peligro en iniciar el asalto.
—De manera que ese tal Janusz tiene un esclavo ettin y tú ni siquiera lo mencionas cuando salimos a la caza de otro ettin que aparece de repente en las cercanías, ¿no? —Tanis hablaba despacio, controlando a duras penas la ira—. Por los dioses, Kitiara, ¿es que has perdido el juicio? ¡No tenías ningún derecho a exponernos a todos a semejante peligro! Mackid, ¿no te dio que pensar lo del ettin?
—Sí, pero lo único que me preocupaba era mi dinero —fue la respuesta impasible del mercenario.
Tanis retrocedió, asqueado. Recorrió el claro con la mirada y, por último, soltó una risa destemplada.
—Deduzco que nos hemos metido de cabeza en la trampa puesta por Janusz.
—Vosotros cuatro podríais detener a Janusz —intervino Lida—. Podríais detener a Valdane. Al principio le bastaba con apoderarse del feudo de Meir, pero ahora quiere adueñarse de todo Ansalon. Kitiara, tú lo conoces bien; trabajaste para él, dirigías sus tropas. Y tú, semielfo, eres un hombre sagaz y honorable. Y tú, Caven, eres un soldado experto y valiente. —Mackid esbozó una sonrisa. Lida no dijo nada acerca de Wode, pero lo incluyó en el amplio ademán que hizo mientras continuaba hablando—. Vosotros cuatro podéis detener a Valdane. Podríais convertiros en héroes. Nadie más está en condiciones de hacerle frente. En estos momentos, Valdane está reuniendo un ejército para cabalgar hacia el norte, desde el Muro de Hielo.
—¿El Muro de Hielo? —preguntaron al unísono Kitiara y Caven. Intercambiaron una mirada divertida, incrédula, y después la espadachina agregó—: Estaba en Kern cuando lo abandonamos, ochocientos kilómetros al noreste del Bosque Oscuro, ¿y ahora nos dices que se encuentra a quinientos kilómetros al sur de aquí? ¿Y que estamos en posición de detenerlo? ¿Tan estúpidos nos consideras, maga? ¿Qué es lo que buscas realmente?
—¿Y cómo sabes todo eso? —demandó Caven.
Lida guardó silencio un instante. Parecía nerviosa, aturdida.
—Por mi sueño —dijo finalmente.
Mackid dio una palmada en la silla de montar, haciendo que Maléfico se sobresaltara. Cuando consiguió dominar al semental, se volvió hacia la hechicera.
—El sueño podría ser también un truco, una creación de Janusz —argumentó.
—¿Puedes ayudarnos a salir del Bosque Oscuro? —le preguntó Tanis a Lida. La mujer sacudió la cabeza en un gesto de negación.
—Xanthar sólo puede transportarme a mí —explicó.
—¿Qué interés tienes en lo que hagan Janusz o Valdane, maga? Sin duda, estás a salvo aquí, tan lejos de ellos —dijo Kitiara.
Lida meditó unos segundos antes de responder.
—Dreena era mi amiga, y ellos son los responsables de su muerte —contestó por fin.
—Mientes. Mentís los dos, tú y el búho. Queréis algo de nosotros. Si deseas que hagamos algo, haznos una oferta. Dinero.
—No tengo dinero.
—Entonces, poder. Al fin y al cabo, eres hechicera.
—Sigo el camino del Bien. No hago trueques con mis poderes.
—Nos acompañarías al Muro de Hielo, naturalmente —intervino Tanis.
—¡Semielfo! —exclamó, alarmada, Kitiara—. No estarás pensando en ir allí, ¿verdad? ¡Tal vez ni siquiera es quien asegura ser!
—Todavía no lo he decidido. —Tanis miró a Lida con actitud pensativa—. También yo he visto los efectos de la magia, Kit. Y opino que esta hechicera, si bien no está diciendo todo cuanto sabe, tiene un propósito noble. Creo que realmente desea vengar la muerte de su amiga.
La espadachina escupió con gesto enojado y dio la espalda al semielfo. Al hacerlo, captó la sonrisa socarrona de Caven.
—¿Y a ti qué te pasa, soldado? —demandó.
—Ah, capitana, es tan reconfortante verte perder una discusión de vez en cuando… —dijo el kernita.
—¿Perder? —Kitiara estaba que estallaba de furia—. No tengo la menor intención de hacer una excursión a las heladas regiones meridionales de Ansalon para que una criada vengue la muerte de una persona que era enemiga del hombre a cuyo mando servía. Una cosa es capturar a un ettin a cambio de una recompensa, y otra muy distinta emprender una aventura, sin paga, para salvar a la enorme y sucia población de Krynn. ¡Ni hablar! —Echó a andar a grandes zancadas, sin dejar de rezongar por encima del hombro—. Intentadlo vosotros dos, si queréis. No os necesito a ninguno. Estúpidos. ¡Papanatas!
Dio una patada a un árbol. Luego, dominada por una nueva náusea, se agarró al tronco con manos inseguras. El mareo remitió en cuestión de segundos y se apartó bruscamente del árbol. Tanis dio un paso hacia ella.
—Kit…
La espadachina no le hizo caso. Caven detuvo al semielfo agarrándolo por un brazo.
—Déjala que se desahogue, Tanis. Kit echará pestes un rato, pero después se calmará. Es inútil hablar con ella cuando está así; sólo se consigue enfurecerla más.
El semielfo asintió con un cabeceo tras pensarlo un instante. Kitiara les echó una mirada furiosa mientras seguía maldiciendo y despotricando.
Tanis y Caven siguieron hablando en voz baja, y Lida y Xanthar hicieron un aparte.
Buen conjuro de expulsión, Xanthar.
No fui yo quien rechazó a los seres del bosque, Kai-Lid. No temen a los búhos gigantes. Alguien ha ejecutado un sortilegio de protección sobre Kitiara… La misma persona, deduzco, que deshizo el hechizo de inmovilidad en los otros tres mientras tú hacías esa magnífica interpretación tan convincente. Estamos dentro del círculo protector: lo noto. Nos están vigilando, Kai-Lid.
La joven reflexionó un momento; el corazón le latía con fuerza.
Debe de tratarse de Janusz, Xanthar. Tiene que ser él. Los ha visto a ellos y me ha visto a mí. Ahora estamos atrapados.
No olvides que el hechicero ve a Lida, no a Dreena.
Con sus poderes mágicos podría ver quién soy realmente, si quisiera.
Los labios de Kai-Lid estaban temblorosos.
No tiene razón para hacerlo, querida. Cree que Dreena ha muerto.
¿Por qué levantaría el hechizo del semielfo y los otros?
Xanthar guardó silencio unos instantes antes de responder.
No lo sé. Vendrá bien a sus planes. Sin duda envió al ettin en su busca.
Y ellos, a su vez, cayeron en la trampa que les tendió. ¿Crees ahora en mi sueño, Xanthar?
Sí.
En ese momento, Tanis se apartó del grupo y se acercó al búho y a la hechicera.
—Quiero saber por qué deseas ayudarnos —espetó.
Lida miró de reojo a Xanthar, pero el ave no le ofreció asistencia.
—No tenemos otra alternativa —respondió por último—. Tenemos que perseguir a ese ettin.
—¿Por qué?
Lida tragó saliva con esfuerzo.
—Creo que el ettin nos guiará hasta Valdane. Res-Lacua es esclavo de Janusz y el ettin tiene que volver con él.
—A mí me parece una trampa, Lida. —Tanis hablaba despacio, sin apartar los ojos de la hechicera ni un solo instante—. Si seguimos al ettin, el mago tendrá oportunidad de vengarse de Kitiara. ¿Cómo vamos a hacer frente a todo un ejército?
—Semielfo, es demasiado tarde para echarse atrás. —La firme mirada de Tanis casi la hacía balbucear—. Kitiara no es una persona indefensa, ni mucho menos, y además nos tendrá a nosotros para ayudarla. Creo que sabe mucho más de lo que nos ha contado. —Al ver que Tanis no hacía el menor comentario, Lida tragó saliva y continuó, reprochando para sus adentros a Xanthar por dejarla sola para dar explicaciones—. Iré con vosotros, semielfo. Mis poderes mágicos están lejos de ser importantes, pero haré cuanto pueda. Quizás esto sea una trampa, pero no soy yo quien la ha puesto. Creo que somos los únicos que se interponen entre la ambición de Valdane y la muerte e muchísimas personas. Es una cuestión de honor, Tanis.
—Una cuestión de honor —repitió el semielfo en voz queda.
Lida tendió una mano y la posó en el brazo de él.
—Semielfo, quiero hacerte una pregunta. ¿Qué significa Kitiara para ti?
Tanis observó de hito en hito a la maga; su cabello negro le caía en cascada sobre los hombros, y su voz era baja y vibrante.
—¿Es importante para ti la espadachina? —insistió Kai-Lid al no responderle él.
—Es… —Tanis balbuceó bajo la intensa mirada de los azules ojos de la hechicera, que contrastaban poderosamente con su piel oscura—. Es una amiga. Viajamos juntos.
Las comisuras de los labios de Lida se curvaron en un esbozo de sonrisa.
—Ah. Una amiga.
—Sí. —Tanis eludió los ojos.
—Esta batalla es de Kitiara, no tuya, Tanthalas Semielfo. —Las palabras de la mujer tenían un deje divertido—. Qué afortunada es de contar con un «amigo» con la fuerza y el coraje de no abandonarla en momentos tan peligrosos. Me pregunto qué serías capaz de hacer por una esposa o por un hijo tuyo, si llegas tan lejos por una simple amiga.
—Entonces ¿estás decidida a luchar contra ese tal Valdane? —preguntó precipitadamente Tanis, que había enrojecido.
Lida asintió con la cabeza. El semielfo, tras una breve vacilación, regresó con su grupo.
No tienes intención de acompañarlos.
La voz mental de Xanthar llevaba una nota de reproche.
Tengo miedo, y mis poderes mágicos son muy débiles. No me necesitan. Se las arreglarán bien solos. Pero tal vez no emprendieran la tarea si supieran que pienso quedarme.
Xanthar alargó el cuello y arrancó una ramita de un árbol con el pico. Después empezó a pelarle la corteza dándole vueltas con la lengua mientras la ahuecaba con la punta del pico.
¿Y crees que el ettin los está guiando al Muro de Hielo? He de hacerte notar, Kai-Lid, que el ettin parece dirigirse hacia el norte, mientras que el glaciar, que yo sepa, está en el límite meridional de Ansalon.
Kai-Lid no respondió. La voz del búho continuó, con tono pensativo:
Tengo entendido que existe un Sla-Mori en el Bosque Oscuro, uno que conduce al sur. Tal vez sea sólo un rumor, o tal vez no.
¿Un Sla-Mori?
Una «ruta secreta». Un túnel mágico que traslada a sus ocupantes a grandes distancias si son capaces de desentrañar su misterio. Se dice que los elfos construyeron los Sla-Moris hace mucho tiempo.
¿Y ese Sla-Mori está hacia el norte?
El búho asintió con un cabeceo.
A corta distancia de aquí… En un valle cercano al monte Fiebre. Quizá sea allí adonde se encamina el ettin. Xanthar cambió repentinamente de tema. Presumo que te has fijado bien en Kitiara.
Sí.
¿Y lo has visto? No con tus ojos, sino con tu visión interna.
Lo he visto, Xanthar. Me pregunto qué piensa hacer al respecto.
El búho soltó una carcajada.
¿Es que crees que ella lo sabe, Kai-Lid? En verdad, nuestra opinión sobre la capacidad humana de ser consciente de sí misma difiere mucho.
Pero ¿cómo puede una mujer estar embarazada y no saberlo?
Nunca subestimes la sordera de los humanos a la voz de su subconsciente, Kai-Lid. Nunca.