CAPITULO XXIV. UNA AVENTURA EN LA MONTAÑA

Johnny se mantuvo atento a lo que sucedía a su alrededor, en previsión de que el águila pudiera volver, pero durante largo rato no llegó a descubrir en el cielo aquel punto negro que venía a ser el ave en las alturas cuando flotaba sobre los riscos. Como sentía bastante hambre se decidió a comer algo. Los perros sólo apartaban la vista de él para fijarla en el ganado. Confiaban en repartirse pronto las sobras de su pequeño banquete.

El muchacho se preparó unos bocadillos de queso, encendió un fuego y colocó sobre él la tetera. Nunca había comido con tanto apetito.

Los perros se mostraban inquietos. Jamás habían tenido ocasión de ver a un águila en el acto de robar una res y este espectáculo parecía haberles dejado desconcertados.

«Shadow» era, especialmente, quién estaba más preocupado. Habiendo contemplado las poderosas garras del ave no se explicaba por qué razón ésta no le había atacado a él o a «Dandy» y Johnny…

—No te preocupes, «Shadow» —le dijo «Dandy»—. Ya oíste decir al pastor que las águilas no son tan valientes que se decidan a atacar a las reses grandes capaces de defender a sus corderos… ¿Cómo quieres entonces que ésa se fijara en nosotros o en nuestro joven amo?

—No sé —respondió «Shadow», inquieto—. Presiento el peligro, «Dandy». Tú ocúpate del ganado esta mañana. Yo quiero estar en todo momento pendiente de Johnny.

—¡Oh, no! Tienes que hacer la parte de trabajo que te corresponda —contestó «Dandy» en seguida—. Acabo de darme cuenta de que algunas reses se han alejado demasiado y yo solo no conseguiré hacerlas volver. Tienes que acompañarme. Necesito que me ayudes. Si nos movemos los dos realizaremos esa labor en la mitad de tiempo.

«Shadow», pues, hubo de marcharse con «Dandy». Aquél obedecía siempre a los perros de más edad y experiencia que él. Le habían enseñado cuanto sabía, la deuda contraída era grande y no había otro medio de saldarla. Por tanto, cuando Johnny le dio una voz a «Dandy», para que recogiera las ovejas a que éste había aludido, «Shadow» se marchó dócilmente tras su amigo.

—No las dejes que se aparten demasiado —señaló Johnny acariciando el lomo de su perro cuando éste se deslizó junto a él—. Mientras anden por ahí esas águilas prefiero tener a todas las ovejas al alcance de la vista, «Shadow».

Así, pues, los perros trabajaron de lo lindo aquella mañana. Rodearon hábilmente el rebaño y enviaron a sus respectivas madres los traviesos corderos que deseaban burlar su} vigilancia. Al corderito enfermizo lo colocaron en el centro, en medio de todos los animales, pensando en que si el águila regresaba le costaría trabajo arrebatárselo a sus mayores.

Reunido el rebaño en la ladera, Johnny procedió a efectuar un recuento. Sólo faltaba el cordero desventurado que robara el águila.

—¡Magnífico! —exclamó Johnny, dirigiéndose a sus perros—. ¡«Dandy»! ¡«Shadow»! Os habéis portado muy bien. Cumplisteis con vuestro deber rápidamente.

Los dos perros movieron sus rabos, contentos. Les agradaba su trabajo y ni siquiera necesitaban las órdenes del pastor o de Johnny para cumplir con su obligación… Pero, claro, ¿a quién no le agrada oír unas palabras de elogio? El granjero le había dicho a su hijo que todos los animales gustaban de las frases de aprecio y que debía obsequiárseles con ellas, considerándolas una parte de su merecida recompensa.

—¡Hasta a los niños pequeños les agrada que sus actos sean ensalzados! —exclamó el padre de Johnny con una sonrisa, con aquel motivo.

Los perros se tendieron junto a Johnny. Este se hallaba ocupado, construyéndose un silbato. Andy le había facilitado las instrucciones oportunas con tal objeto y ahora le habían entrado unas ganas terribles de poseer uno. Al principio no advirtió que ocurriera algo anormal entre el ganado… ¡Pero los perros sí!

De pronto las ovejas habían empezado a mostrarse nerviosas, agrupándose más, acercándose unas, a otras, preguntándose los inteligentes pastores caninos cual era la causa de aquellos inesperados movimientos. No tardaron en descubrir la misma. ¡La gran águila flotaba en el cielo de nuevo! Las ovejas, pese a su habitual torpeza, habían presentido el peligro e impulsadas por el fino instinto de conservación habían procurado disminuir la distancia que les separaba a unas de otras.

Los perros se pusieron en pie de un salto, lanzando continuos gruñidos. Johnny, profundamente alarmado, dejó a un lado su silbato. Raras veces había percibido unos gruñidos más fieros que aquéllos en «Shadow» y sus amigos. Casi instantáneamente descubrió al águila.

El ave se había remontado a mucha altura. Sus alas se veían totalmente extendidas, con las puntas vueltas hacia arriba. De vez en cuando el águila miraba hacia el suelo, paseando su penetrante mirada por las ásperas laderas de la montaña. ¡Buscaba, sin duda, otro cordero!

—¡Traed el ganado hacia acá! —ordenó Johnny.

Los dos perros salieron disparados como unas flechas y rodeando el ahora compacto rebaño obligaron a los animales a aproximarse al sitio en que se hallaba su amo. Una de las ovejas escapó, saltando sobre una pequeña charca. «Shadow» hubo de lanzarse en su persecución. Aquél no vio que el pobre y desvalido cordero que mereciera antes tanta atención se había quedado atrás, escondido en unos matorrales.

Johnny estaba tan pendiente del ganado como de los movimientos del águila.

—¿Dónde para el otro cordero? —preguntó—. No lo has hecho venir, «Shadow».

El ave descubrió enseguida al menudo animal. Súbitamente empezó a descender con toda rapidez, igual que una piedra que cae, con las garras listas para acabar con su víctima. Pero en ese preciso instante Johnny descubrió a su cordero, echando a correr hacia él. Antes se agachó una fracción de segundo, para coger un grueso cayado que Andy dejara por allí. El muchacho avanzaba gritando y agitando los brazos. Los perros saltaban y ladraban salvajemente a su alrededor.

De pronto el águila interrumpió su vertiginoso descenso para elevarse sin perder de vista al cordero, que se encontraba ahora terriblemente asustado. Johnny dio una voz, forzándole a incorporarse al rebaño, corriendo entonces el animal en dirección a su madre. El águila le vio correr. Tenía perfectamente localizado al cordero. Podía esperar hasta que el muchacho y los perros hubiesen optado por sentarse de nuevo. El águila prosiguió su majestuoso ascenso por el firmamento…

Johnny no iba a estar de pie, con la mirada posada en las alturas toda la mañana. Así pues, tornó a sentarse, levantando la cabeza de vez en cuando. Al cabo de un rato advirtió que dos o tres ovejas y un cordero se habían vuelto a separar del rebaño. El chico dio una voz a los perros.

Estos salieron corriendo con su presteza característica. Una oveja y un cordero comenzaron a descender por la ladera de la montaña nada más ver a «Shadow» y «Dandy».

¡Este fue precisamente el momento elegido por el águila para su ataque! Caía de nuevo de las alturas como una piedra, dirigiéndose al punto en que se encontraba el cordero con su madre, en el centro del rebaño. Se proponía clavar sus garras en el menudo ser y remontar el vuelo antes de que las demás ovejas o los perros le impidieran que realizase sus propósitos.

Pero Johnny no se había descuidado. Echó a correr hacia el ave, gritando y agitando su cayado. El águila había atrapado ya al cordero y todas las reses se esparcieron por los alrededores, aterrorizadas. Su desventurada presa baló angustiadamente.

—¡Deja ese cordero, pájaro cruel! —gritó Johnny al tiempo que abatía su bastón sobre el animal.

Pero éste debía estar hambriento y no se hallaba dispuesto a renunciar así como así al cordero. Además, aquella águila no era cobarde, como suelen serlo la mayor parte de los seres de su especie, y se mantuvo encima de la víctima con las alas abiertas a medias, avanzando bruscamente, de un modo amenazador, el ganchudo pico en dirección a Johnny.

El chico la golpeó por enésima vez con su bastón. El águila lanzó un extraño aullido, elevándose en el aire para dejarse caer inmediatamente sobre el valiente muchacho. Johnny se dio cuenta de que aquel animal podía causarle serias heridas, pero no por eso llegó a sentirse atemorizado. En respuesta a su nueva actitud le descargó una serie de bastonazos con redoblada fuerza.

El águila giró hábilmente, volviendo a dirigirse hacia Johnny. El chico se escabulló, tropezando en una piedra y cayendo al suelo. Estaba medio atontado y el ave vio entonces a Johnny a su merced. Cerró las alas para caer rápidamente sobre él e hincar sus garras en su cuerpo pero… en ese instante entró en escena «Shadow».

Él y «Dandy» habían estado oyendo los gritos del muchacho, apresurándose a volver para acudir en su ayuda. «Dandy» no era tan rápido como «Shadow», por lo cual fue éste quien en primer lugar saltó sobre el caído cuerpo de su amo, enfrentándose con el águila, un tanto sorprendida.

«Shadow» gruñó con tanta fiereza que hasta el ave se sintió alarmada. El perro replegó sus hocicos, enseñándole sus grandes colmillos. ¡Estaba dispuesto a morir por Johnny! No abandonaría a su joven amo por nada del mundo. El águila tendría que hacerlo pedazos para que renunciara a la lucha.

El ave atacó a «Shadow», alcanzándole el lomo con una de sus garras. El perro saltó, manoteando vigorosamente. Así se hizo con un puñado de plumas y el águila lanzó un chillido de ira. Sus pezuñas se hallaban cubiertas de pequeñas plumas hasta cerca de las ganchudas uñas, que se curvaron para atacar nuevamente.

Johnny se puso en pie, agarrando otra vez su bastón. Luego vio algo que le encogió el corazón. La segunda águila volaba por las alturas, encima de ellos, con la intención, seguramente, de dejarse caer y ayudar a su compañera. El chico sintió un gran desconsuelo. ¡No podía hacer frente a dos aves como aquéllas al mismo tiempo!

Luego, el rebaño en pleno se sintió espantado, iniciando un precipitado descenso por la ladera de la montaña. Las reses bajaban en arrolladora confusión. Y a todo esto Johnny no podía detenerlas porque ninguno de los dos perros se mostraba dispuesto a dejarle para marchar en pos del ganado. «Dandy» se encontraba a su lado ya. «Shadow», desde luego, no abandonaría por ningún concepto a su amo por causa del rebaño.

La primera águila descendió nuevamente, intentando alcanzar al chico en la cabeza. Pero entonces «Shadow» dio un salto de casi dos metros, llegando a las crueles garras del ave. Sus fuertes colmillos se cerraron sobre ellas, mordiendo con tal furia a su adversaria que ésta profirió un alarido de dolor y de rabia. «Shadow» tenía la boca destrozada y sangrante, pero el perro ni siquiera pareció darse cuenta de esto.

El águila estaba a punto de elevarse en el aire, con un movimiento de sus poderosas alas, en el momento en que Johnny le asestaba un tremendo golpe con su bastón tras apuntar cuidadosamente. El cayado fue a abatirse sobre la parte posterior del cuello del ave, a cuyas doradas plumas el sol arrancó unos reflejos.

El águila cayó vertiginosamente al suelo… Los perros se arrojaron sobre ella como fieras y este fue su fin.

A continuación Johnny tornó a enarbolar el bastón, listo para enfrentarse con la hembra. Pero ésta no era, por lo visto, tan valiente como el macho y al observar lo ocurrido levantó el vuelo, perdiéndose poco después entre las nubes. El chico se apartó de la frente un mechón de húmedos cabellos. Posó la vista en silencio en los dos perros y procedió a lavar sus heridas en un charco cercano al lugar en que se había desarrollado el singular encuentro. Las heridas de los canes no eran graves…

—Esta sí que ha sido toda una aventura —dijo por fin Johnny—. ¡Dios mío! ¡Qué mal momento he pasado! Ahora me alegro de que todo haya terminado… Sin embargo, no hubiera querido perdérmela por nada del mundo. Fíjate en esto, «Shadow»: vamos a volver a casa con el águila. Podremos demostrar que hemos estado luchando con ella y que la victoria fue nuestra. Logramos salvar al cordero… ¡Oh, «Shadow»! ¡Oh, «Dandy»! ¿Qué dirá la gente?

Los perros se pusieron a ladrar. Estaban ansiando lanzarse ladera abajo, en busca de las reses. No olvidaban que su misión allí consistía en mantener el orden en el rebaño.

Iniciaron el descenso. Johnny se había echado el pesado cuerpo del águila al hombro. Estaba muy orgulloso de su proeza: No había querido matar aquella magnífica ave. Ahora bien, él tenía la obligación en todo momento de proteger el ganado de su padre y esto había sido lo que inspirara su conducta.

Andy, el pastor, había visto las reses en el camino de regreso, procediendo a su recogida con ayuda de los otros tres perros. Al ver el águila abatida por Johnny, «Shadow» y «Dandy» se quedó desconcertado.

—Cuesta trabajo creer que un chiquillo como tú haya salido victorioso tras una lucha tan desproporcionada —fue su comentario—. ¡Hombre! ¡Si esta es una hazaña de la que se sentiría orgulloso, legítimamente orgulloso, cualquier persona mayor! Tengamos presente que tú no disponías de ninguna arma de fuego. Para defenderte no contabas más que con tus brazos y un bastón. ¡Eso está pero que muy bien, Johnny!

—Fue realmente «Shadow» el vencedor en ese combate —señaló el chico, profundamente satisfecho—. Se portó como un valiente. ¡Tenías que haberle visto, Andy!

Por fin, las reses, el pastor, los perros, el muchacho y el águila llegaron a la granja. ¡Y qué rato pasaron Johnny y «Shadow», contando a todos la maravillosa aventura que habían vivido en la montaña!

—Es algo estupendo tener un perro como «Shadow» —dijo Johnny innumerables veces a los que le escuchaban.

Y «Shadow», loco de júbilo, no cesaba de mover el rabo, ladrando desaforadamente.

—¡Qué agradable es tener un amo como Johnny!

Esto era, por supuesto, lo que él no se cansaba de repetir.

F I N