Cuando Johnny descubrió que hablan desaparecido tres gallinas miró a su alrededor asustado. Habíase acercado al gallinero para abrirles la puerta a los animales. Habitualmente no contaba éstos, juzgando que allí no corrían peligro alguno.
Pero de pronto divisó unas cuantas plumas en el suelo. Examinó las mismas detenidamente. Eran rojizas… Procedían de una de las gallinas que más apreciaba su madre.
Johnny estudió a sus compañeras. Aquella mañana parecían hallarse muy inquietas. Tendían a juntarse, como si buscasen protección contra algo. Al muchacho le fue fácil contarlas.
—¡Faltan tres! —exclamó en voz alta, angustiado—. ¡Dios mío! Yo esperaba echar de menos una… ¡Mamá! ¡Ven enseguida!
Su madre acudió corriendo, preguntándose qué pasaría.
—¡Mira! Alguien entró aquí durante la noche, matando tres gallinas, que luego se llevó. ¿Quién habrá sido? ¿Un gitano, quizás, mamá?
—No —respondió la madre de Johnny—. Los gitanos no dejan detrás de ellos esos rastros —explicó señalando las plumas del piso—. ¡Se trata de un zorro!
—¡Un zorro! Nunca se me habría ocurrido… Pero, escucha, mamá: ¿es capaz un animal de esos de llevarse de una vez tres gallinas?
—Habrá echado varios viajes, sin duda, para; transportar su botín, causando una víctima en cada uno de ellos. No hay duda: es un zorro que cuenta con varios cachorros. A éstos les gustan las aves con locura. ¡Oh, Johnny! ¡Qué fastidioso es esto! Cuando un zorro ha podido entrar en una granja con el propósito que es de imaginar siempre regresa. Hemos de descubrir por donde se coló.
Madre e hijo, acompañados de «Shadow», dieron una vuelta en torno al gallinero. Fue «Shadow» quien descubrió aquello… Por supuesto, el perro había estado oliendo un rastro que debía ser el del intruso, rastro que se hacía más intenso en cierto punto del gran gallinero, en su parte posterior, donde había dos barrotes quebrados. En ellos descubrieron también varias plumas más.
—Por ahí entró —manifestó Johnny—. Hoy mismo arreglaré eso, mamá.
Efectivamente, el chico tapó aquella peligrosa tronera. «Shadow» permaneció a su lado mientras trabajaba.
—Esto es para impedir que el zorro vuelva a entrar en el gallinero, amigo mío —le explicó al perro—. Tú verás, «Shadow»… Por si era poco la pérdida de sus patitos, mamá se ve privada ahora de tres gallinas. ¿No es desagradable esto, «Shadow»?
El rabo del perro barría incesantemente el suelo. Confiaba en que no volvería a ocurrirles nada malo a las gallinas y a los patos y pollos de su ama. Sabía que los zorros eran unos animales extraordinariamente astutos. «Shadow» lamió las manos del muchacho y salió disparado, en dirección a las colinas. Había oído el silbido del pastor, llamándole.
Habló con «Dandy» y «Rafe» acerca del asunto del zorro. Los dos perros conocían a éste.
—Es un animal de cierta edad ya, sumamente astuto —declaró «Tinker»—. Vive en la colina cercana desde hace varios años. No ha faltado quién se empeñase en darle caza pero nunca han podido capturarlo. Habita allí con su hembra y unos cuantos cachorros… Por causa de éstos, seguramente, ha empezado a llevar a cabo incursiones en la granja. Volverá a repetir su hazaña, de manera, «Shadow», que debes estar con los ojos bien abiertos. Nosotros no hemos podido localizarlo jamás. Claro está, puede que tú tengas más suerte.
Cuando Johnny abrió la puerta del gallinero a la mañana siguiente experimentó otro sobresalto. Al lado de aquél vio un puñado de plumas que arrastraba lentamente el viento. ¿Qué significaba esto? ¿Había vuelto por allí, acaso, el zorro?
Esto era precisamente lo que había ocurrido. Al contar las gallinas Johnny comprobó que faltaban otras dos.
—¡Mamá! ¿Cómo habrá podido entrar el zorro esta vez en el gallinero? —inquirió el chico, verdaderamente desconcertado—. Reparé la tronera adecuadamente. He repasado las telas metálicas y las maderas sin encontrar ningún agujero por el cual ese ladrón pudiera colarse.
—Saltó sobre una de las telas metálicas, sencillamente —explicole su padre, midiendo con la vista la altura de aquéllas, que no llegaría a los dos metros—. Los zorros saltan muy bien y esta habilidad fue lo que le valió en su segunda incursión.
—Pero, papá, ¿cómo pudo entrar en la jaula para apoderarse de las gallinas?
Su padre estudió aquélla. Por la parte delantera contaba con unas ventanillas que se cerraban o abrían mediante un tablero deslizante. Una de ellas se hallaba abierta para que el interior se ventilara deliberadamente. El granjero extendió un brazo en dirección hacia el vulnerable punto.
—Aprovechó esa abertura. Un zorro es capaz de estrecharse enormemente cuando lo necesita… Esto es, primero saltó, salvando el primer obstáculo de la tela metálica. A continuación se asomó al interior de la jaula por la ventanilla, apoderándose entonces de las gallinas. Anoche oí ladrar a «Jessie»… Me habría levantado de haber sabido que la causa del alboroto era el zorro.
¡Oh, papá! Espero que ese animal no vuelva por aquí. «¡Shadow!» ¿Es que no te sientes capaz de cazar a ese viejo zorro?
«Shadow» lamió la pierna de su amo que tenía más cerca. También él había oído ladrar a «Jessie» la noche anterior, habiendo estado a punto de bajarse de la cama en que descansaba para salir a ver qué pasaba. Pero, había vivido un día muy ajetreado en las colinas y se encontraba extraordinariamente fatigado. Antes de decidir qué era lo más conveniente en aquellos instantes había vuelto a dormirse. Bueno… El caso era que habían desaparecido dos gallinas más de la granja. Una racha de mala suerte, ciertamente.
Pese a sentirse muy cansado, «Shadow» prefirió abandonar el lecho de su amo aquella noche. Iba a dedicar la misma al zorro. Se instaló junto al barril de «Jessie», en la sombra proyectada por éste. Brillaba una luna clarísima en las alturas. No le sería difícil descubrir al zorro si hacía acto de presencia. Pero él animal no fue visto por ningún lado.
Durante cuatro noches «Shadow» vigiló atentamente el patio. Nada. El intruso se había esfumado.
A la quinta noche, Johnny fue en busca de «Shadow».
—Hoy dormirás en mi cama, «Shadow» —le dijo—. Te he echado mucho de menos estos días, amigo. A mí me parece que ese ladrón no volverá más por aquí.
El propósito de «Shadow» era continuar en el mismo plan, hasta tropezar con el ingrato visitante. Pero Johnny ansiaba tanto disfrutar de su compañía que el perro accedió a sus deseos. Aquella noche, pues, durmió a los pies del chico, como de costumbre. Más no logró conciliar el sueño. Durante su permanencia en el dormitorio de su amo estuvo seguro en todo momento de que dentro de la granja ocurría algo anómalo y cuando oyó a «Jessie» ladrar ya no dudó lo más mínimo de sus presentimientos. Saltó de la cama y se encaminó a la puerta. ¡Estaba cerrada!
«Shadow» corrió hacia la ventana. Se encontraba abierta pero… quedaba a mucha altura sobre el suelo. Otro ladrido insistente de «Jessie» le hizo decidirse. Sin pensárselo más se lanzó fuera. Afortunadamente, fue a caer en un macizo de plantas, rodando sobre éstas. Púsose a cuatro patas enseguida y salió disparado hacia el patio. Habló aquí con «Jessie».
—No. En el gallinero no hay nadie —aclaró la perra—, pero entre los patos reina un gran alboroto. Esto fue lo que me hizo ladrar.
«Shadow» se dirigió al estanque y vio que los patos ciaban señales de hallarse muy atemorizados. El perro vio también que se agrupaban en una de las orillas. Habían estado nadando a la luz de la luna.
Por el otro lado del estanque descubrió una sombra que se movía en las cercanías de un seto. «Shadow» disfrutaba de una vista excelente, por lo cual aquel detalle no podía pasarle desapercibido. Junto a la sombra se desplazaba une masa blanquecina… Ya sabía «Shadow» de qué se trataba.
«Es el zorro, que se lleva uno de los patos blancos», pensó el perro. «¡A por él!».
En un santiamén, «Shadow» se plantó en la orilla opuesta. El zorro había divisado ya al perro, emprendiendo entonces veloz carrera. Se deslizó por un boquete existente en la cerca. Aún llevaba el pato en la boca.
«Shadow» echó a correr tras él. Guiábase por su olfato, además de por la vista. ¡Alcanzaría a aquel zorro aunque tuviese que correr toda la noche!
El zorro dejó caer el pato que había apresado. Cargado con el mismo no podía ir muy deprisa. El pato extendió las alas, perdiendo el equilibrio al entrar en contacto con el suelo. No había salido muy mal parado de su aventura. «Shadow» se preguntó si acertaría a volver por sí solo al estanque.
La persecución no se interrumpió un instante. El zorro recurría a todas las tretas por él conocidas para borrar tras de sí la pista que suponía su olor, con el fin de que «Shadow» se desorientara. Vadeó una corriente de agua y en lugar de saltar a la orilla opuesta se encaminó a la misma, tras haberse dejado arrastrar por aquella. Pero «Shadow» conocía también tales recursos. «Rafe» le había instruido ampliamente acerca de ellos.
En vez de lanzarse al agua, por tanto, el perro siguió corriendo por la orilla, sin apartar un momento los ojos de la oscura cabeza, nadando a no mucha distancia de él. Y nada más pisar el zorro la tierra firme de nuevo, «Shadow» se encontró sobre él, con el único trabajo de persistir en su esfuerzo.
Hallábase muy cerca de su perseguidor, el zorro saltó sobre un muro, aprovechando un instante en que «Shadow» le había perdido de vista. Agachose al pie de aquél, confiando en que el perro le imitaría en lo tocante al salto, para desaparecer seguidamente. Luego él se marcharía por el lado opuesto. ¡Ah, qué zorro más artero!
Pero «Shadow» tampoco era tonto, ni mucho menos. Tan pronto como dejó de percibir el olor de su adversario, al pie del muro, el perro pensó en seguida que aquél se encontraba en lo alto de la pared o en el lado contrario. Y entonces, decidido, ¡saltó!
Grande fue el susto que sufrió el zorro pues «Shadow» casi cayó encima de él. Salió corriendo nuevamente y así cubrieron los dos animales millas y millas de terreno. Ambos se encontraban fatigados.
Luego, por fin, el zorro llegó a un viejo cubil situado a seis o siete millas de la granja. Jadeante, exhausto, el animal se introdujo en aquél, con la lengua fuera. «Shadow» se detuvo a la entrada del refugio. De éste salía un fuerte olor, con el que se hallaba familiarizado ya.
«¡No puedo bajar ahí!», pensó «Shadow». «Soy demasiado grande para deslizarme por esta abertura. Con esta última treta mi enemigo ha conseguido escaparse».
El zorro aulló en las profundidades.
—¡Lárgate ya! Si quiero puedo permanecer aquí días y más días. No lograrás alcanzarme hagas lo que hagas. Reconozco, sin embargo, que no he visto nunca un perro más rápido que tú. No volveré a acercarme a tu granja. No quiero exponer a mis crías a que acaben sus días entre tus colmillos. Traeré a mi hembra y a mis cachorros a este refugio. No tornaré a importunar a los animales de tu granja.
—¿Hablas con sinceridad? —ladró «Shadow»—. Si es así te dejaré en paz. Ya sé que esto de cazar aves y animales jóvenes está de acuerdo con tu naturaleza… No debo, pues, culparte a ti de esto. Ahora bien, si te acercas a la granja de Johnny, si eliges la misma como escenario de tus hazañas, no pararé hasta encontrarte, tras lo cual te mataré a ti y a toda tu familia. ¿Me has oído, «Zorro Rojo»?
Sí. El zorro le había oído. No dijo nada más. «Shadow» se alejó de allí, encaminándose a la granja, cansado pero feliz. Estaba convencido de que en el incidente de aquel día y de otros anteriores no volvería a repetirse. Johnny tendría su reloj. El perro estaba contento.
Penetró en la casa por una de las ventanas de la planta baja, subiendo a la) habitación de su querido amo y amigo. Rascó con una de sus pezuñas la puerta del dormitorio. Johnny se despertó, levantándose para abrirle aquélla.
—¿Dónde has estado, «Shadow»? —inquirió el chico, somnoliento, mientras el perro se acomodaba, jadeante, cansado, en su sitio de siempre—. ¿Cazando zorros? ¡Eres muy listo, «Shadow»!
¡Ah, Johnny! Aquella noche «Shadow» se había mostrado más inteligente de lo que el muchacho podía figurarse.