CAPITULO XIX. «SHADOW» ENMIENDA UN DESCUIDO

Johnny, profundamente apenado, bajó la vista, fijándola en «Shadow». De repente se sintió empequeñecido. Habíase comportado como un necio. ¿Por qué no habría contado el ganado en el momento oportuno, para asegurarse de que no le faltaba ningún animal? Ahora, a no mucho tardar, su tío descubriría la falta del cordero y se enfadaría con él.

El chico se dio cuenta de que «Shadow» estaba ansiando marcharse para ir en busca del cordero extraviado. Acarició la cabeza de su fiel perro.

—Iremos los dos —dijo—. Tal vez le hallemos donde nos detuvimos para comer, «Shadow». Debí haber contado los animales cuando tú los agrupaste. No lo hice… Recuerdo que estabas nervioso y yo no supe adivinar qué era lo que te pasaba. ¡Qué tonto he sido!

Johnny se volvió para marcharse con «Shadow». Pero su tío, de pronto, le llamó.

—¡Eh, Johnny! Deja lo del helado para más adelante. Tengo que ir a ver unos cerdos. Cuida del ganado un rato más, ¿quieres? Enciérralo en ese corral. Dentro de unos minutos estaré de vuelta.

Así, pues, no podría irse de allí con «Shadow». Johnny, consumido por una gran ansiedad, blanco como la cera, concentró su atención en las ovejas. Menos mal que su tío se había alejado con objeto de charlar con otro granjero acerca de unos cerdos que deseaba adquirir. Gracias a esto no notó nada anormal en el chico.

Johnny obligó al ganado a entrar en el pequeño corral. Las ovejas se acomodaron en aquél pacientemente, restregándose unas contra otras. En el mercado se oía un concierto a base de mugidos de vacas, balidos de ovejas, gruñidos de cerdos y cacareos de gallinas. Habitualmente, aquel ambiente atraía a Johnny. Ahora, sin embargo, se hallaba demasiado avergonzado y triste para gozar del familiar espectáculo.

Habría de decirle a su tío que faltaba un cordero. El chico se volvió para dirigir unas palabras a «Shadow»… Pero el perro se había ido. No consiguió localizarle por ninguna parte.

—¡«Shadow»! ¡«Shadow»! —gritó Johnny.

«Shadow» no podía oírle. Se había marchado en busca del cordero extraviado. El perro se había dado cuenta en el preciso instante de que en su pequeño rebaño no iban todos los animales con que salieran de la granja, pese a no ser capaz de contarlos. Al saber que faltaba uno había rodeado al grupo, husmeándolos a todos. Entonces advirtió leí ausencia del cordero en aquellos momentos se hallaba extraviado.

Oyó al tío Harry cuando llamaba a su sobrino y vio a éste haciendo entrar a sus ovejas en un corral. Adivinó que el muchacho se quedaría allí hasta que volviese su tío.

«Tengo que arreglármelas yo solo entonces para buscar a ese cordero», pensó «Shadow».

Se deslizó por entre la gente, que atestaba aquel lugar, dejando atrás a los cerdos, las pacientes vacas, a las gallinas y los patos, todos ellos en sus respectivos recintos.

El perro echó a andar por la carretera que conducía al mercado. No pensó en ningún instante que el cordero pudiera hallarse por las inmediaciones de aquel lugar. Estaba seguro de que el animal había desaparecido mientras Johnny y él comían. Sin embargo, marchaba mirando a todas partes, atento a los menores ruidos, con las orejas bien empinadas, por si el cordero en último término había estado siguiendo al rebaño.

No descubrió la menor huella de aquél, llegando así, no mucho después, al punto en que se detuvieran. Husmeó por los matorrales vecinos, esperando percibir un olor característico.

Sí que notó el que habían dejado tras de sí los animales. Pero él andaba tras otro más reciente, que podía decirle que el cordero había estado por allí últimamente o vagando por los alrededores.

Se acercó a todos los matorrales y arbustos, husmeando afanosamente. Nada. No dio con ningún rastro. Por fin percibió el olor de un cordero… ¿Se trataba de uno de los tres que habían llegado al mercado con el rebaño o del que echaran de menos?

«Shadow» prosiguió la búsqueda. Luego olió un rastro que conducía lejos del lugar en que se detuvieran. ¡Esta era, quizás, la pista que tenía que seguir!

Y la siguió. De esta manera volvió a la carretera. Aquí «Shadow» miró a todas partes, desconcertado. Aquél era el paso obligado de muchas reses diariamente. «Shadow» vio las huellas de muchísimas pezuñas en el polvo del camino. Su perplejidad se acentuaba.

«Esas no son nuestras ovejas», se dijo. «Ellas huelen de otro modo. Y sin embargo el cordero llegó hasta aquí, mezclándose con las que encontró al paso. Entre los demás olores, el suyo es inconfundible.»

El perro no sabía qué hacer. El rebaño al cual se había incorporado el cordero había desfilado en dirección opuesta, alejándose del mercado en lugar de ir hacia él. ¿Sería posible que el cordero se hubiese confundido de rebaño?

«Shadow» decidió seguir aquella pista hasta el fin. Por tanto continuó su marcha carretera adelante y después de tomar varias curvas se adentró en otra, yendo a parar más tarde a un cercado, en el que entró al ver que la puerta del mismo estaba abierta.

Efectivamente, allí se encontraba el rebaño cuyo rastro siguiera. Los animales pastaban tranquilamente. Y en un ángulo del recinto, solo, asustado, ¡descubrió al cordero extraviado! Lo que «Shadow» había pensado: habíase perdido mientras ellos comían, incorporándose posteriormente a un rebaño que pasaba por la carretera, creyendo que se trataba de aquél al cual pertenecía.

Había andado un largo trecho entre aquellos animales extraños no ocurriéndosele nada mejor de momento. Después se vio en un lugar que no le era familiar, junto a unas ovejas desconocidas, acabando por sentirse intimidado.

«Shadow» se le acercó. Husmeó un olor peculiar, muy conocido para él. El perro conocía el olor de cada una de las ovejas y corderos de la granja. Satisfecho por su hallazgo, comenzó a dar saltos en torno al menudo animal.

«¡Le he encontrado!», pensó. «Ahora debo conducirlo a donde se halla Johnny. Espero que no me vea el pastor de aquí. A lo mejor intentaba pararme. ¿Y dónde estarán sus perros? También ellos podrían hacerme la misma faena.»

En aquel momento se presentaron dos perros pastores.

Los dos marcharon en dirección a «Shadow» sin cesar de ladrar. Este se enfrentó con ellos, amenazador.

Detuviéronse al ver que el rabo de «Shadow» se movía con ligereza. Olieron al cordero. No les decía nada aquel olor. Entonces comprendieron. No se trataba de ninguno de sus animales. «Shadow» había entrado allí para recogerlo y llevárselo…

Así pues, no intentaron interponerse en el camino del perro de Johnny. Limitáronse a acompañarlo hasta la salida de la finca. «Shadow» estaba contento. No tenía ganas de habérselas con dos enemigos en aquellos momentos.

Guiando al cordero, pasó de la carretera secundaria a la principal. «Shadow» obligó a aquél a avanzar con rapidez. Deseaba reunirse con su amo lo antes posible. El cordero no había corrido nunca de aquella manera en toda su vida. El animal no comprendía la prisa de su compañero y guardián.

Pero «Shadow» sabía que Johnny le estaría esperando angustiado. El chico habría adivinado la causa de su ausencia, sin duda.

No se equivocaba. Johnny continuaba junto al corral en que había encerrado las reses, mirando a su alrededor, esperando ver aparecer de un momento a otro a «Shadow», preguntándose cuándo volvería su tío. Seguía viéndole en el lado opuesto del mercado, hablando tranquilamente con otro granjero. Los cerdos quedaban cerca de los dos hombres. El tío Harry había tocado con la punta de su cayado a varios de ellos. Estaba pensando en comprarlos.

«En cuanto regrese», pensó apurado el pobre Johnny, «habré de informarle acerca de la pérdida del cordero. Tengo que ser valiente y hacer frente a lo que venga. ¡Oh! ¡Cuánto me gustaría que “Shadow” encontrase a ese animal! Esto es difícil que ocurra, no obstante. El cordero está perdido y bien perdido.»

La charla de tío Harry con el otro hombre llegaba a su final.

—Dentro de media hora vendré a verle de nuevo —le dijo a su interlocutor—. Si le parece bien mi precio me quedaré con sus cerdos. Ahora tengo que ir en busca de mi joven sobrino, que hace rato que espera, con las reses que ha traído al mercado.

Johnny vio entonces que su tío echó a andar en dirección a él. Su corazón empezó a latir con fuerza. ¡Sobre todo al descubrir a «Shadow», que penetraba en aquel preciso momento en el recinto del mercado, llevando delante de él al cordero extraviado! Johnny apenas podía creer lo que estaba viendo. Sí. Era su cordero. No le cabía la menor duda. ¡Qué maravilla de perro su «Shadow»!

En el momento en que el tío Harry emprendía la vuelta «Shadow» empujaba el cordero contra las piernas de Johnny, quien se apresuró a abrir la puerta del pequeño corral. El animal se precipitó dentro, contento por hallarse otra vez entre sus amigos y para exteriorizar su satisfacción baló alegremente.

—¡Hola! —exclamó el tío Harry, sorprendido—. ¿Es que se había salido uno de los corderos, Johnny? ¿Están todos los animales, sobrino? Tu padre me comunicó que enviaba al mercado dieciséis ovejas y cuatro corderos. No los he contado al llegar. Veamos… Uno, dos, tres, cuatro corderos… Y una, dos, tres…

Sí, estaban todos los animales, afortunadamente. El tío Harry se preguntó por qué estaría tan colorado su sobrino y hablaba tan poco. Supuso que el chico se encontraba muy fatigado.

—Tu trabajo ha sido magnífico, Johnny —le dijo al muchacho—. Lamento haberte hecho esperar tanto tiempo. Dile a tu padre que dispone de un hombre para todo lo que necesite… Y ahora vete con toda tranquilidad a comprarte un helado.

Tío y sobrino sonrieron, contentos. El chico se fue. Pero, contrariamente a lo que su tío Harry pensaba, no se creía merecedor del helado. No se había portado tan bien como suponía su familiar. Había sido un descuidado. De no haber mediado «Shadow» se habría visto en grave aprieto.

El chico y el perro caminaban en silencio. «Shadow» se sentía avergonzado también. Era un fallo importante por su parte el momentáneo extravío de una de las reses del rebaño. «Shadow» se preguntó si Johnny contaría el episodio a alguien.

El chico se estaba preguntando lo mismo.

«Si callo nadie lo sabrá», pensó. «Papá confiará aún más en mí, juzgándome muy hábil e inteligente. Bueno… Ya veremos.»

Llegó a su casa fatigado y hambriento. Su padre se encontró con él en el patio.

—¡Hola, hijo! —exclamó—. ¿Qué? ¿Ha ido todo bien? ¿Entregaste el ganado a tu tío?

—Sí, papá —respondió Johnny, poniéndose muy colorado.

—Supongo que tu tío Harry se sentiría muy satisfecho de ti, ¿no? —dijo el granjero pasando uno de sus brazos por los hombros del muchacho.

—Sí, papá.

—Yo también estoy muy contento de ti, Johnny. Eres un chico excelente. A pocos chiquillos de tu edad se les podría confiar una punta de ganado con el fin de que condujeran éste al mercado, regresando más tarde sin novedad Esto ha estado pero que muy bien.

Tales palabras resultaban excesivas ya para Johnny. Este era un chico honesto y no quería verse ensalzado cuando en realidad había obrado negligentemente.

—No me hables así, papá —respondió—. Al llegar al mercado advertí la falta de un cordero… Esto fue culpa mía por no haber contado las reses al reunirías de nuevo, después de comer. De no haberme acompañado «Shadow». Quién se volvió para buscar esa res, me habría faltado un animal en el momento necesario, un animal que no hubiéramos podido vender. Lo siento, papá. Comprendo que no volverás a confiar en mí y lo encuentro justificado pero tenía que decírtelo.

—¡Claro que tenías que decírmelo, hijo mío! —respondió su padre dándole una palmada afectuosa en la espalda—. ¿Y por qué no? Otra cosa: ¿por qué había de perder la confianza en ti? Jamás me has inspirado tanta como ahora, como en este momento, en que acabas de facilitarme una prueba irrefutable de tu sinceridad. ¡Me siento verdaderamente orgulloso de ti! Pensaste que no disfrutarías con los elogios que yo te prodigase, por estimarlos inmerecidos, portándote como un muchacho valiente. Perfectamente, Johnny. Pórtate siempre así. Aquí tienes un chelín para que te compres lo que quieras. Es tu paga, por haber llevado esas reses al mercado.

—¡Oh, gracias, papá! —repuso el chico, radiante, al oír las palabras de su padre—. Eres muy bueno conmigo. Son pocos los muchachos que tienen la suerte de disfrutar de un padre como tú. Gracias por no haberme reñido. Jamás volveré a ser negligente.

—Lo sé —contestó el granjero.

Desbordante de satisfacción por tener aquel hijo tan amante de la verdad, que no había vacilado en defender en el caso del incidente del cordero extraviado, pese a que le perjudicaba, el hombre se fue a donde se encontraban los cerdos, para darles de comer y realizar otros trabajos semejantes.

—Escúchame, «Shadow»: no creas que voy a gastarme este chelín comprando cualquier cosa para mí —dijo Johnny—. Me lo gastaré en ti. Fuiste tú quien encontró al cordero. Vámonos… ¡Vas a disfrutar de la mejor carne que esté a la venta! ¡De toda la que nos den por este chelín!

¡Había que oír los ladridos de «Shadow»! La carne le gustaba con delirio… ¡Y cuánto le agradecía a Johnny aquella delicada atención!