CAPITULO XIV. «SHADOW», ¿DONDE ESTAS?

Como de costumbre, aquella mañana Johnny se fue a la escuela después de decir adiós a «Shadow», que le acompañó hasta la puerta de la finca.

—Cuando vaya a hablar con esos gitanos me lo llevaré conmigo —le había dicho al chico su padre—. La presencia de «Shadow» y de «Rafe» no les envalentonará precisamente.

—Compadezco al que tome a broma a uno de nuestros perros pastores —contestó Johnny—. ¡Adiós, papá! ¡Hasta luego!

Después de haber pasado la mañana en el colegio, Johnny emprendió el regreso a su casa. Miró atentamente por los alrededores, por si veía a Tom, el jovenzuelo que le había estado esperando por allí día tras día, sin más propósito que el de importunarle. Pero aquél había recibido ya una buena lección y cuando pasaba por casualidad junto a Johnny ni le miraba siquiera.

El chico se había figurado que «Shadow» le saldría al encuentro… El perro pastor sabía cuándo volvía su amo y siempre que podía iba en su busca. Nada más divisarle desde la puerta de la finca partiría disparado, como una exhalación, saliéndole al paso.

—Juzgando por la alegría que «Shadow» experimenta al ver a Johnny, cualquiera diría que nuestro chico ha estado ausente un mes —decía la madre de aquél.

Pero aquella mañana no descubrió el menor rastro de «Shadow» Johnny estaba sorprendido. ¿Se encontraría su perro trabajando en las colinas, con los otros? No lo creía… Para el pastor aquella era la temporada más tranquila del año. «Rafe», «Dandy» y los demás podían hacer desahogadamente la tarea que les fuera señalada entonces.

—¡Qué raro! —exclamó Johnny, contrariado—. «Shadow» siempre acostumbra a salirme al encuentro. ¡«Shadow»! ¡«Shadow»! ¿Dónde estás?

Johnny silbó. Su padre le había enseñado a emitir un penetrante silbido que se osa en todas partes dentro de los límites de la granja. «Tinker», «Dandy» y «Bob», alejados de la casa lo oyeron.

—Están llamando a «Shadow» —manifestó «Bob»—. ¿Dónde se habrá metido?

—«Rafe» me dijo que el granjero le había encargado que vigilara a los gitanos, por si éstos hacían algún daño —declaró «Tinker»—. Pero esa gente se ha marchado ya. ¿Adónde se habrá ido nuestro amigo? Esta mañana no le he visto por aquí.

—Se habrá ido detrás de los gitanos, para comprobar si era verdad que abandonaban de una vez la finca —opinó «Dandy».

Johnny se adentró en la casa. Su madre andaba ocupada, haciendo un poco de mantequilla.

—¡Mamá! ¿Dónde está «Shadow»? —inquirió—. Esta mañana no ha salido en mi busca.

—¿No? —preguntó la buena señora, sorprendida—. Bien. Yo ignoro donde se encontrará en estos momentos. Tu padre me dijo que le había dejado frente al campamento de los gitanos, vigilando a éstos. Se llevó consigo a «Rafe» y a «Shadow». Pero al regreso vi que venía con el primero tan sólo. Dentro de unos minutos estará aquí, para comer. Pregúntale a él. ¡Oh! No estés preocupado. Es muy probable que «Shadow» esté en las colinas, jugando con los otros perros.

—No, estoy seguro de que no… Cuando no trabaja, «Shadow» no deja de ir en mi busca ni una mañana, mamá.

—Se encontrará todavía en el sitio en que acamparon los gitanos, entonces.

—Quizás. Sin embargo, allí no se ve ningún carromato. Todo parece indicar que esos individuos se han ido. Mamá: ¿me dejas salir, a ver si lo encuentro?

—Ahora no. Tenemos que comer. Mira, aquí tienes a tu padre.

—¡Papá! ¿Dónde está «Shadow»?

—Le dejé custodiando a los gitanos —explicó el hombre—. ¿Aún no ha vuelto? Bueno, como los gitanos se han marchado, «Shadow» no tardará en llegar. Concedí de plazo a esa gente hasta el mediodía y hace una hora descubrí sus carromatos, que se alejaban de la finca.

A Johnny el corazón le dio un salto. Si aquella pandilla se había ido, ¿por qué había de seguir «Shadow» en el campamento? Y si no era así, ¿dónde pararía?

—Mamá: solo quiero acercarme al sitio en que estuvo esa gente, con objeto de comprobar si el perro continúa allí. Es posible que crea que debe permanecer en ese lugar hasta que papá le dé la orden de retirarse. Ya sabéis que es muy fiel.

—Y más inteligente que todo eso —apuntó el granjero—. Una vez desaparecidos esos bribones no esperes que «Shadow» se quede en ese sitio. Lo más lógico es pensar que se haya ido, emprendiendo el regreso. Tal vez se haya entretenido por ahí.

—He estado silbándole, papá —manifestó Johnny, desconsolado—. De encontrarse a una milla, de distancia de aquí, como máximo, me habría oído, acudiendo enseguida. Algo malo debe haberle sucedido.

—¡Tonterías! Dentro de unos minutos estará restregando sus hocicos contra la puerta de este cuarto. Siéntate y come.

—Por favor: permíteme primero acercarme al lugar en que estuvieron acampados los gitanos —rogó el chico, a punto de echarse a llorar.

—No —dijo su padre—. Ya dispondrás de tiempo de sobra después para eso. Vamos, no seas niño.

El pobre Johnny no tuvo más remedio que sentarse a la mesa, empezando a comer, para lo cual hubo de hacer un esfuerzo. No podía tragar nada. Intentó obedecer a su padre pero entonces sintió una incontenible náusea. Su rostro adquirió una alarmante palidez.

—¡Johnny! ¿Qué te pasa, hijo mío? —le preguntó la madre—. ¿Es que no te encuentras bien?

—No muy bien —repuso el chico con sinceridad—. No puedo comer, mamá.

—Bueno, pues no comas.

Johnny depositó en el plato el tenedor y el cuchillo que tenía en las manos. Luego se levantó, saliendo de la casa. Sintiose mejor una vez se vio al aire libre.

—«Shadow»: tú siempre lo adivinas cuando a mí me ocurre algo malo —dijo en voz alta—. Pues bien, has de saber que a mí me pasa lo mismo contigo. Y casi estoy seguro de ello ahora… Tú te encuentras en algún aprieto.

No es posible que por tu propia voluntad estés tanto tiempo alejado de mí. ¿Dónde estás, «Shadow»? ¿Dónde estás?

Pero Johnny no llegó a percibir el esperado rumor de unas menudas pezuñas al deslizarse por los guijarros con que estaba empedrado parte del patio. Tampoco llegó a sus oídos ningún ladrido procedente de las colinas. Por allí no se veía otro animal que la vieja «Jessie», la madre de «Shadow». «Jessie» se acercó al chico, lamiéndole cariñosamente una pantorrilla.

—¿Sabes tú acaso, «Jessie»/ adonde se ha ido «Shadow»? —inquirió Johnny angustiado.

Se encaminó al prado en que habían estado los gitanos. Tardó unos diez minutos en llegar allí. No encontró a nadie en el lugar. Todos los carromatos habían desaparecido. En el piso quedaban únicamente las huellas dejadas por sus ruedas.

Johnny recorrió todo el paraje. Vio el sitio en que los ingratos visitantes habían encendido una hoguera. Encontró unos papeles sucios y dos o tres botes de conservas abiertos. Pero, nada… Ni el menor rastro de «Shadow».

El chico prosiguió su paseo y de repente se detuvo, mirando atentamente algo. Junto a sus pies vio una piedra y pegados a ella ¡unos cabellos! Johnny la cogió, examinando éstos.

«¡Son de “Shadow”!», pensó. Sintiose inmediatamente deprimido. «Los de mi perro son así: amarillos y castaños. ¡Qué hombres más perversos! Papá dejó a “Shadow” aquí, para que vigilara a esa gente. Uno de los gitanos debió arrojarle esta piedra. Seguramente le dejó sin sentido…»

Johnny contemplaba la piedra como si no acertara a dar crédito a lo que sus ojos estaban viendo, a lo que acababa de ocurrírsele. Pero, no. Estaba en lo cierto, probablemente. Las piernas le flaqueaban, como si no pudieran sostenerle ya. El chico no tuvo más remedio que sentarse en un tronco derribado que había por las inmediaciones. Cerca de aquél divisó un pedazo de carne.

Johnny procedió también a su examen. ¿Y por qué no habrían engullido aquella carne los perros de los gitanos, que siempre solían estar medio muertos de hambre? Acercose el trozo a la nariz, oliéndolo. Percibió un tufo muy extraño…

«Apuesto cualquier cosa a que esta carne está envenenada», se dijo el chico. «Esto revela unas intenciones en los gitanos peores aún. Supongo que atarían a sus perros para que no osaran comérsela. La dejarían luego ahí confiados en que alguno de nuestros perros darían buena cuenta de ella, con lo cual el que fuese no tardaría en morir. ¡Oh, “Shadow”! ¿Dónde estás? ¿Te habrán obligado esos individuos a irte con ellos?»

Johnny se sentía muy apenado. No sabía qué hacer… «Esta tarde yo no voy al colegio», se dijo. «Intentaré descubrir el paradero de esos gitanos. ¡Iré tras ellos! He de enterarme de si han raptado a “Shadow”. He de salvar a mi perro. No sé cómo me las arreglaré para salirme con la mía pero no te preocupes, “Shadow”: ¡yo te salvaré!»