«Shadow» se había convertido en un perro gigantesco, de bellísimo cuerpo. Su cabeza se veía finamente trazada y el pelaje, en ella, brillaba. Siempre tenía las orejas empinadas. Su frondoso rabo estaba siempre dispuesto a moverse nerviosamente.
Johnny poseía muchas cosas pero «Shadow» constituía su principal motivo de orgullo.
—¿Te gusta más «Shadow» que tu nuevo tren de cuerda? —le preguntó al chico Harry, extrañado.
Harry no tenía ningún juguete como aquel y juzgaba el tren y las vías férreas correspondientes a Johnny algo único.
—Pero, ¿cómo se te ocurre hacerme una pregunta tan tonta? —inquirió Johnny, obligando a «Shadow» a que se le acercara un poco más—. «Shadow» es una cosa viva y puede jugar conmigo. Me quiere y yo le quiero a él. Un tren no tiene vida y aunque este juguete me gusta mucho no me es posible llegar a tomarle cariño. ¿Es que tú no quieres a tu perro, Harry?
—Bueno, la verdad es que en nuestra granja no hay uno que pueda considerarlo mío —respondió Harry—. Tenemos en ella muchos perros pero a mí todos me parecen lo mismo.
—Hazte de uno que sea tuyo exclusivamente y luego ya me dirás lo que piensas de él. ¡Hombre! ¡Pero si yo no sabría hacer nada sin mi «Shadow»! ¿Verdad que a ti te pasa lo mismo, amigo mío?
«Shadow» movió el rabo a una velocidad notable. Le alegraba que Johnny le necesitase. Desde luego, él tampoco comprendía la vida sin su amo.
«Shadow» era ahora el más inteligente de los animales que había en la granja, trabajando con el ganado. El pastor siempre le estaba elogiando.
—«Rafe» es una maravilla —decíale aquél al granjero—. «Dandy» resulta tan rápido como el viento. El viejo «Bob» hace prodigios también; entiende todas las palabras que oye… Y nunca he tenido un perro más fuerte que «Tinker». Ahora bien, ese «Shadow»… ¡Es un perro extraordinario! Tiene usted que ir a verle trabajar con las reses, señor. Le causará una gran sorpresa.
El granjero decidió, seguir la indicación; del pastor y éste hizo que «Shadow» mostrara sus habilidades. Le ordenó recoger a una oveja, que el perro trajo enseguida. Luego, Andy le mandó llevarla a una arboleda que no quedaba muy lejos. «Shadow» se plantó delante de él, con un palmo de lengua fuera, la cola oscilando incansablemente, brillantes sus limpios ojos…
—¡Adelante, «Shadow»! —gritó el pastor—. Seguramente creerás que me he vuelto loco esta mañana, mandándote hacer todas estas cosas solo para que te exhibas… Has de comprender, sin embargo. Es que me siento muy orgulloso de ti.
«Shadow» se llevó la oveja a la arboleda señalada, devolviéndola después al rebaño. Y a todo esto el animal no se había asustado lo más mínimo. Tal era la mejor cualidad del hermoso perro pastor. Hacía con las reses lo que quería, las obligaba a ir de un lado para otro, conforme a las órdenes que le habían dado, pero con él no se asustaba ni el más pequeño de los corderos siquiera.
—Resulta que he olvidado mi pelliza en el otro lado de la ladera —dijo el pastor al granjero, sin mirar a «Shadow», que se le había acercado en solicitud de nuevas órdenes. El animal movió el rabo…
—¡Qué fastidio! —exclamó Andy, dirigiéndose al dueño de la finca—. Y el caso es que necesito esa prenda.
«Shadow» salió disparado como un rayo. El granjero miró sorprendido al pastor.
—¿No habrá querido usted darme a entender que «Shadow» se ha ido con la intención de traerle la pelliza solo por haber oído sus palabras, verdad? —inquirió el padre de Johnny, atónito—. ¡Si ni siquiera llegó usted a mirar al perro!
—Ya le indiqué que a «Shadow» no es preciso decirle nada… Suele adivinar los propósitos de uno y enseguida obra en consecuencia. Ya verá… Dentro de unos minutos estará de vuelta llevando esa prenda en la boca.
Efectivamente, al poco apareció «Shadow», tal como anunciara Andy. ¡Pero no había tardado ni dos minutos!
De un salto se plantó ante el pastor, depositando la prenda de éste a sus pies.
—¡Fíjese qué detalle! —hizo observar Andy al granjero—. Antes de sujetar la pelliza entre sus dientes ha tenido la precaución de enrollarla. Es decir, que oportunamente se dio cuenta de que de otro modo hubiera tenido que traerla arrastrando, cosa que le impediría correr. Ya se lo dije: no hay otro perro como este.
El granjero se sentía tan orgulloso de «Shadow» como su hijo y el pastor. Cuando visitaba a los granjeros vecinos hablaba interminablemente de «Shadow» y pronto éste se hizo famoso en aquellos parajes.
Lo que le sucedió al perro no mucho después fue debido a esto…
Repentinamente hizo acto de aparición en aquella zona campesina una tribu de gitanos. El jefe de éstos pidió permiso al padre de Johnny para acampar en un prado situado en las proximidades de una corriente de agua.
El granjero se negó a ello.
—No —respondió—. La última vez que permití a una tribu de gitanos que acampara en ese sitio sus miembros me robaron las gallinas y pegaron fuego a una empalizada. Lo siento pero no pueden quedarse ahí.
El gitano que había ido a hablar con el granjero refunfuñó, irritado, mirando a aquél con gesto agrio. Era un individuo moreno, de rizados cabellos, muy negros, y ojos brillantes. En las orejas llevaba unos anillos de oro. Dio media vuelta, alejándose sin pronunciar una palabra.
Pero aquella noche, cuando Johnny paseaba en compañía de «Shadow» por los alrededores de la finca, aquél divisó cinco o seis carromatos que se estaban instalando en el sitio prohibido.
—¡Eh! —gritó Johnny, indignado—. ¿No les dijo mi padre que no acamparan ahí?
—¿Es esta tierra suya? —preguntó uno de los gitanos, simulando una gran sorpresa.
—¡Usted sabe muy bien que sí! Les conviene marcharse del prado cuanto antes. Mi padre acostumbra a no echarse atrás cuando dice una cosa.
El gitano se aproximó a Johnny. Fruncía el ceño. Su rostro no era nada tranquilizador. «Shadow», en tono amenazador, gruñó.
El hombre se detuvo.
—Le conviene no acercarse más —le advirtió Johnny— «Shadow» se le echará encima si continúa avanzando.
El gitano fijó una atenta mirada en el animal. Sus ojos centellearon.
—¿Es ese el perro del que todo el mundo habla por aquí? —inquirió.
—Es posible —asintió Johnny—. También usted hablará de él si sus colmillos llegan a hundirse en una de sus pantorrillas. A «Shadow» no le agrada la gente como usted. ¡Quieto, «Shadow», quieto!
El perro había saltado en dirección al hombre, que retrocedió rápidamente.
—Llama a tu perro, muchacho. Le mataré si me ataca.
—«Shadow» no morirá ciertamente a manos de un gitano —replicó el chico desdeñosamente—. Es demasiado rápido. Ahora vale más que levanten el campamento y se marchen de aquí antes de que se entere mi padre.
El hombre refunfuñó nuevamente, retrocediendo poco a poco, no sin mirar con atención a «Shadow», a medida que se alejaba, varias veces. Johnny silbó, llamando a su perro, y los dos regresaron a la granja.
—Papá: esos gitanos acamparon por fin en nuestras tierras —anunció el chico a su padre—. Les dije que se fuesen. El gitano con quien hablé fingió ignorar que se trataba de los terrenos de la finca.
—De acuerdo. Mañana lo sabrán perfectamente si siguen ahí.
A la mañana siguiente los gitanos continuaban acampados en el mismo punto. El granjero fue a hablar con ellos, haciéndose acompañar de «Shadow» y «Rafe».
—Antes de mediodía se habrán marchado de aquí, ¿estamos? —les dijo—. ¿Me han entendido bien?
—Sí —repuso el hombre con quien hablara Johnny—. Pero se arrepentirá de esto.
—Piensan causar algún gravé daño antes de irse, ¿no? ¡Conozco perfectamente a los gitanos! Bueno, pondré a alguien de guardia. ¡Ustedes sí que |o lamentarán si se atreven a saquear alguno de mis almacenes o se dedican a romper las vallas!
Lanzó un silbido, llamando a «Shadow», que se colocó a su lado de un salto.
—¡Quédate aquí de guardia, «Shadow»! —le ordenó—. Procura impedir que esta gente cause daños en la finca.
«Shadow» levantó la cabeza, contemplando la faz de su amo, en la que sorprendió una grave expresión. Sabía muy bien cual era su misión. Movió rápidamente el rabo. Estaría a la altura de aquélla. ¡Que intentara algún gitano atacar la propiedad de su amigo Johnny! Quienquiera que fuese el agresor habría de contar con «Shadow».
El granjero se alejó de allí en compañía de «Rafe». «Shadow» se sentó en las inmediaciones de los carromatos. Nada escapaba a sus vivaces ojos. Contempló a los sucios gitanillos, los malolientes vehículos, las ropas tendidas en cuerdas de los acampados, a medio lavar, el fuego que habían encendido aquéllos, en el que una vieja había puesto una olla, de la cual salía un olor muy rico, El gitano se acercó a la anciana, cruzando con ella unas breves palabras. La mujeruca asintió, mirando a «Shadow».
Aquel individuo le acababa de ordenar que envenenara un trozo de carne que luego sería arrojada al perro. Se deslizó la vieja en el interior de su carro, volviendo a aparecer luego con una botella en las manos. Acercose al fuego y valiéndose de un afilado palo extrajo de la olla un trozo de carne de conejo. Después vertió unas gotas del líquido que contenía la botella en el mismo. A continuación depositó en el suelo la carne, dejándola allí unos minutos.
Al arrojársela luego a «Shadow» la vieja esperaba que el perro se lanzase sobre aquel «suculento» bocado. Pero «Shadow» no hizo el menor movimiento. No aceptaría ningún obsequio que procediese de los enemigos de su amo. Ni siquiera volvió la cabeza para husmear la carne.
—No hay nada que hacer —comentó la vieja—. ¡No ha llegado ni a mirarlo!
Entonces el gitano miró a su alrededor, cogió una piedra, la primera que encontró a mano, y se la arrojó con todas sus fuerzas.
El perro en aquellos momentos se había distraído contemplando los juegos de unos gitanillos. Por tanto no pudo escabullirse con la precisión con que lo habría hecho de haber visto al gitano en el instante de agacharse.
La piedra fue a darle en un lado de la cabeza. Era de buen tamaño y el perro rodó por el suelo inmediatamente, medio atontado. Sintió que un invencible sueño se apoderaba de él. No podía hacer el menor movimiento. La cabeza le dolía terriblemente. Finalmente dio un gran suspiro y cerró los ojos.
Ahora no tenía ningún mérito que el gitano se acercase al animal puesto que el pobre «Shadow» no podía hacer nada para defenderse.
—¡Rápido! ¡Rápido! ¡Aprovechando que se encuentra así metedlo dentro de un saco! —ordenó el gitano a la vieja.
Acudieron varios hombres más corriendo y al cabo de unos segundos el enorme perrazo era introducido en un gran saco, de fortísimo tejido.
El gitano que parecía ser el jefe ató la boca de aquél con otro trozo de cuerda y ayudado por otro de los suyos condujo al pobre «Shadow» a uno de los carromatos. Una vez le hubieron lanzado dentro se apresuraron a cerrar la puerta del vehículo.
—¡Y ahora, en marcha! —ordenó el gitano de los pendientes—. Le dije al granjero que se arrepentiría de echarnos de aquí. ¡Ya lo creo que se arrepentirá! Por ese perro puedo obtener una suma nada despreciable.