CAPITULO XI. EL GRAN «SHADOW»

«Shadow» continuaba sentado, esperando a Johnny, con la mirada puesta en la carretera, por donde había de aparecer su amo. Se le acercó «Rafe».

—¿Qué te ocurre? ¿Por qué has abatido tu rabo? —le preguntó.

—No estoy tranquilo —replicó «Shadow»—. Presiento que le ha sucedido algo malo a Johnny. ¡Estoy seguro de que es así!

«Rafe» comprendió qué era lo que «Shadow» quería decir. Miró también hacia la carretera.

—Tal vez no tarde en llegar —declaró—. Puede ser que su bicicleta haya sufrido una avería.

—Johnny no debiera haberse ido sin mí —dijo «Shadow»—. Estando a su lado puedo cuidar debidamente de él.

«Rafe» se sentó junto a «Shadow», para hacerle compañía. Al poco acudió «Dandy». Los tres perros guardaban silencio… Luego, a las cinco, vieron a la madre de Johnny/ que se asomó a la carretera para comprobar si su hijo se había quedado por allí, entretenido.

—¡Johnny, Johnny! —llamó la buena señora.

Apareció WiII, que llevaba una horca al hombro.

—No creo que el señorito Johnny haya regresado todavía —dijo—. Me comunicó que me devolvería la bicicleta tan pronto volviese, ya que yo iba a necesitarla esta noche… y aún no le he visto.

—¡Oh! ¿Qué habrá sucedido? —inquirió la madre de Johnny, preocupada—. Son más de las cinco y Johnny me prometió estar de vuelta antes de esa hora.

«Shadow» se aproximó a la mujer. Levantó la vista hasta ella. En sus ojos supo leer la madre de Johnny algo inconfundible.

—¡Ah! De manera que tú también estás inquieto, ¿eh? ¿Qué le ha sucedido a Johnny, «Shadow»? ¿Serías capaz de dar con él?

«Shadow» ladró, lanzando a continuación un gemido. ¡Ah! Seguro que jamás le había interesado una cosa tanto como aquélla.

Corrió en busca de «Rafe».

—¿Dónde para High-Over-Hill, «Rafe»? —preguntó a su amigo—. Johnny se fue hacia allá. ¿He estado yo alguna vez en ese sitio?

—No —respondió «Rafe»—. Sin embargo, ¿recuerdas aquel lugar en el que un día nos hicimos cargo de un puñado de reses pertenecientes al granjero Langdon? Pues High-Over-Hill queda un poco más lejos… Podrás verla nada más rebasar la granja. Es una gran elevación…

—Sabré localizarla —contestó «Shadow», convencido—. No obstante, ¡eso está muy lejos, «Rafe»! Adiós, amigo mío. No sé siquiera cuándo estaré de vuelta.

«Shadow» se puso en marcha. No se fue por el camino que había seguido Johnny con sus amigos, no. «Shadow» conocía todos los atajos existentes en las colinas. Corría. Su olfato percibía los familiares olores del conejo y el zorro, de la comadreja y la liebre al paso… ¡Cuánto le hubiera gustado entonces oler también a Johnny!

La distancia hasta la granja de Langdon era enorme, a pesar de los atajos. Pero «Shadow» no pensó en ningún instante en el cansancio que sentía. Y sin embargo había trabajado duramente aquel día. Sólo pensaba en Johnny. Tenía que encontrarlo. Estaba convencido de que su amo había sufrido algún percance. Algo debía haberle ocurrido.

Por fin llegó a la granja de Langdon. Se estaba ocultando el sol tras la línea del horizonte en aquellos instantes. No tardaría mucho en oscurecer. «Shadow» apretó el paso, dejando la granja atrás. No se atrevía a seguir el atajo que cruzaba la finca por temor a que los perros de ésta se arrojaran sobre él. Ningún perro consiente la presencia de otro en sus dominios si no media el permiso del amo.

Más adelante divisó High-Over-Hill, perfilándose sobre el fondo cada vez más oscuro del firmamento. «Shadow» redobló sus esfuerzos para ir más deprisa. El instinto le decía que Johnny debía encontrarse allí.

El perro empezó a ascender por una de las laderas de la elevación. De repente sintió que el corazón le latía con más fuerza. ¡Acababa de percibir el olor de Johnny! Su amo había pasado por aquellos parajes.

«Shadow» husmeó los troncos de varios árboles, localizando a los pocos minutos la bicicleta del chico, apoyada en uno de ellos. La olfateó cuidadosamente. Luego buscó en el suelo las huellas de los zapatos de Johnny. Encontró muchas por diversos puntos. «Shadow» las siguió… Seguían una ruta ascendente, en dirección a la cumbre.

Llegó así al punto desde el cual Johnny había iniciado el descenso y más adelante a aquel en que el chico resbalara, empezando a caer… La brisa le permitió aspirar el olor de Johnny con tanta fuerza que «Shadow» levantó la cabeza, ladrando:

—¡Johnny! ¡Estoy aquí!

Una débil voz le contestó desde el fondo de la elevación del terreno:

—¡«Shadow»! ¡Oh, «Shadow»!

El perro comenzó a bajar a saltos. Las piedras que rodaban junto a sus patas le tenían sin cuidado. Sólo una cosa llenaba su corazón y su mente: había encontrado a su querido amo. ¡Johnny! ¡Johnny!

Unos segundos después, «Shadow» se encontraba al lado del muchacho, lamiendo sus manos, su rostro, sus piernas, todo lo que de él hallaba a su alcance. Gemía mientras hacía esto y Johnny le pasó los brazos alrededor del cuello.

—¡Oh, «Shadow»! Estoy herido… ¡Qué miedo he pasado aquí, solo! ¡Oh, «Shadow»! ¡Cómo deseaba que vinieses en mi busca! ¿Cómo te las arreglaste para encontrarme? «Shadow», «Shadow», ¡no te apartes de mí!

El perro se sentó junto a Johnny. Sentíase feliz ahora que había encontrado a su amo. Pero también estaba preocupado. ¿Cómo podría ayudar al chico sin dejarle allí aunque sólo fuese unos minutos? Tenía que irse para requerir el auxilio de alguien. No obstante… Johnny estaba asustado. La cabeza de aquél sangraba. «Shadow» le lamió la herida, para limpiársela. El chico se aproximó más al perro, buscando su calor ya que sentía frío.

«Shadow» sé, le acercó más. Dábase cuenta de qué Johnny se recuperaba lentamente, con su proximidad. Esto era una buena señal. Cada vez reinaba una oscuridad más intensa. «Shadow» escuchó la rítmica respiración de su amigo y comprendió que se había dormido. Quizás ahora se le presentase la oportunidad de marcharse para ir a la granja de Langdon en demanda de socorros.

Alejose lentamente… Johnny, extraordinariamente fatigado, había conciliado el sueño. «Shadow» dio un rodeo, adentrándose en la granja vecina, la más cercana, al menos, al lugar del suceso. Los perros de la finca se pusieron a ladrar, furiosos. El dueño salió de la casa para ver qué era lo que pasaba. «Shadow» echó a correr hacia él, tirándole de la chaqueta con los colmillos cerrados como una tenaza sobre una de las puntas de aquélla.

El granjero abatió su linterna, viendo entonces con toda claridad a «Shadow».

—¡Pero si es «Shadow», el perro de Johnny! —exclamó, muy confuso—. ¿Qué has venido a buscar aquí, «Shadow»?

Este ladró, echando a correr en dirección a la puerta del recinto. El granjero comprendió inmediatamente que el perro quería que le siguiera. Volvió a la casa y se puso una pelliza. Luego echó a andar detrás de «Shadow».

—¡No corras tanto! —le ordenó—. ¡Yo no puedo ver el camino como tú!

Pero «Shadow» estaba impaciente. Deseaba regresar cuanto antes al lado de Johnny. ¿Y si éste se había despertado, viéndose entonces de nuevo solo? ¡Qué impresión recibiría entonces!

«Shadow» y el granjero no tardaron en llegar al sitio en que se quedara Johnny. Este se despertó, estremeciéndose. La luz de la linterna del hombre le deslumbró. Luego lanzó un gemido. La cabeza le dolía terriblemente.

—Bueno, muchacho, al parecer has sufrido una mala caída, ¿eh? —dijo Langdon—. Te llevaré a mi casa. Tu perro fue a buscarme. ¡Ah! Este «Shadow» es una maravilla.

—Fue él quien me encontró —le explicó Johnny—. No puede usted imaginar la alegría que sentí al oír sus ladridos. Jamás podré escuchar una música más agradable…

Langdon se llevó el chico a la granja. La mujer de aquél lavó la herida de Johnny, vendándole el tobillo, que se había dislocado. A continuación telefoneó a su madre para darle cuenta de lo sucedido.

—Esta noche se quedará aquí —le anunció—. En este momento se encuentra perfectamente. Sólo se ha hecho una herida sin importancia en la cabeza y tiene un tobillo hinchado. También está aquí «Shadow».

—¿«Shadow»? —inquirió la madre del chico, asombrada—. ¿Cómo puede ser eso? ¡Si hoy no salió con Johnny!

—Fue el perro quien le localizó bajo High-Over-Hill —aclaró la señora Langdon—. El animal vino en busca de mi marido y así fue como recogimos al pequeño. A «Shadow» no le falta más que hablar como nosotros.

—¡Vaya con nuestro querido «Shadow»! —exclamó la madre de Johnny con los ojos llenos de lágrimas—. No podríamos pasar sin él.

El chico pasó, pues, la noche en la granja de los Langdon, durmiendo en la habitación de los huéspedes. «Shadow», como de costumbre, se acomodó sobre sus pies. Era la primera vez que el perro dormía en una casa que no era la suya, pero esto le tenía sin cuidado con tal de no separarse de su querido amo.

Al día siguiente Johnny fue llevado a su granja. Su madre, emocionada, le abrazó. El padre hizo lo mismo y el chico les, explicó cómo había ocurrido todo.

—Te desobedecí, papá —agregó al terminar su relato—. Pero no era ese mi propósito. Olvidé lo que me habías dicho sobre la conveniencia de no acercarme a la parte más empinada de la cumbre. Por mi imprudencia he sido castigado. Y de no haber mediado «Shadow» sólo Dios sabe lo que me hubiera pasado.

—Este «Shadow» es magnífico —comentó el padre de Johnny acariciando al animal—. He conocido pocos perros como éste. «Shadow»: té doy permiso para que abandones tu trabajo por dos o tres días, para que puedas hacer compañía a Johnny, mientras éste se recupera del susto sufrido y de la herida. Cuidarás de él, ¿verdad?

¡Naturalmente que cuidaría de su amo! No había en el mundo otra cosa que hiciera más a gusto que aquélla.