Había llegado la tarde del sábado. Johnny no tenía que ir al colegio y pensó en subir a High-Over-Hill en compañía de unos amigos a coger nueces.
—¿Cómo va a ir andando hasta allí? —objetó su madre.
—Le pediré la bicicleta prestada a Will —repuso Johnny—. Tú sabes que aprendí ya a montar. ¡Oh! Déjame ir, mamá. Nos vamos a divertir mucho.
Su padre apartó la vista del periódico que estaba leyendo.
—High-Over-Hill es un lugar peligroso —manifestó—. Me acuerdo de que tu tío se cayó desde lo alto de aquél siendo aún un niño. Si vas habrás de prometerme que te situarás en la zona oeste. Ahí no hay novedad.
—De acuerdo, papá —respondió Johnny, radiante—. Entonces, ¿me das permiso para que le pida la bicicleta a Will?
—Sí, siempre que te propongas cuidarla, procediendo a una detenida limpieza de la misma al regreso. Siempre que pidas una cosa prestada deberás devolverla limpia y en perfectas condiciones.
—¿Puedo llevarme a «Shadow»?
—No. «Shadow» tiene trabajo esta mañana con el ganado. Además, no quiero que vaya desde la granja hasta High-Over-Hill corriendo por esas carreteras. Está demasiado lejos.
—¡Si a «Shadow» eso le tiene sin cuidado! —exclamó Johnny, entristecido, porque no le agradaba la perspectiva de privarse por un día de su compañía—. A «Shadow» le gustará ir conmigo de excursión. Deja que él también haga fiesta hoy, papá.
—«Shadow» está trabajando ya —replicó el granjero, señalando con un movimiento de cabeza hacia la ventana.
Johnny se asomó por aquélla. Desde luego… A cierta distancia pudo divisar a «Shadow», que corría con los otros perros de un lado para otro, separando al rebaño, formando pequeños grupos de acuerdo con las órdenes que recibían del pastor. Algunas reses iban a ser llevadas al mercado aquel día.
Johnny calló. Le habían enseñado desde bien pequeño a no discutir las órdenes de sus padres. Pensó en procurarse primero la bicicleta de Will. Luego subiría hasta la ladera en que estaba «Shadow» trabajando y le explicaría que era imposible que hicieran la excursión juntos.
Will era uno de los obreros de la granja. Le prestó la bicicleta muy a gusto porque sabía que el chico era muy cuidadoso. Johnny comprobó los frenos, le dio las gracias a su amigo y montó en el vehículo. Alejose rápidamente de la granja, por el sendero que conducía a la colina en que el ganado pastaba.
«Shadow», alborozado, salió dando saltos de alegría al encuentro de su amo. Por supuesto, había visto ya por la mañana al chico, por haber pasado la noche en su cama, como siempre. Al oír al pastor, que silbaba llamando a los perros, «Shadow» había lamido apresuradamente la faz de Johnny, abandonando la habitación. Pertenecía al hijo del dueño de la granja pero no tenía más remedio que trabajar para comer, exactamente igual que «Tinker», «Rafe» o «Dandy».
—«Shadow»: voy a estar fuera el resto del día —le anunció Johnny—. Voy a coger nueces.
«Shadow» paseó la mirada por Johnny y la bicicleta. Sabía muy bien lo que el chiquillo quería decirle. Agitó la cola gozosamente. ¡Con lo que 4e gustaba a él pasar el día en compañía de su amo, correteando por el campo!
—No te muestres tan complacido por este motivo —le atajó Johnny—. He de salir sin ti. No puedes venir conmigo hoy, «Shadow». Me he acercado aquí para decirte adiós. Estaré de regreso a la hora del té.
«Shadow» abatió su inquieto rabo. Este se había quedado paralizado de repente. Johnny le dejaba allí… Miró al chico con ojos súbitamente entristecidos.
—No me mires así, «Shadow», porque de lo contrario no seré capaz de irme. Papá dice que tienes que trabajar hoy. Por eso no puedes venirte conmigo. Pero no te desanimes… Te prometo que estaré de vuelta a la hora del té.
«Shadow» hizo oscilar su rabo un poquito. Lo indispensable. Estaba muy triste… Pero él no iba a impedir que su amo pasara un día feliz. El pastor silbó, llamando a los perros. «Shadow» tenía que marcharse. Lamió la mano de Johnny y ladró deseando a éste que se divirtiera. Inmediatamente se unió a «Tinker» y «Rafe».
Johnny montó en la bicicleta. Pronto se unió a sus amigos.
—¡Un hermoso día! —aulló Ronnie.
—¿Qué os habéis traído para comer? —inquirió Harry—. Yo llevo en mi mochila bocadillos de jamón y un gigantesco trozo de pastel de chocolate.
—¿Os habéis traído cestos para guardar las nueces que cojamos? —preguntó Johnny—. Yo tengo uno. Espero que podamos llenarlo. Buscaremos a ver si damos con algún avellano. A mi padre le gustan las avellanas con locura. Acostumbra a comerlas con sal.
Los muchachos continuaron avanzando, muy contentos. El camino hasta High-Over-Hill era largo, pero es que aquél era el sitio más indicado para lo que querían hacer. Por allí había centenares de nogales.
Uno de los chicos tuvo un pinchazo en la rueda trasera de su bicicleta. Los demás se dispusieron a ayudarle. Johnny halló los elementos necesarios para la reparación en una carterita que llevaba la bicicleta de Will. No tardaron más que unos minutos en reanudar la marcha.
Otra vez empezaron a charlar animadamente y a dar gritos. Cuando llegaron a la meta de su viaje saltaron de sus bicicletas y dejando éstas en el suelo echaron a correr en dirección a los árboles.
—¡Dios mío! En mi vida había visto tantas nueces juntas —exclamó Harry ansiosamente—. Fijaos en ellas. ¡Son estupendas! Cojamos algunas ahora para la comida. Después ya nos aplicaremos a la tarea de llenar nuestros cestos.
Los chicos se aferraban gozosamente a las ramas que veían más cargadas de fruto. Luego se sentaron, abriendo sus paquetes, llenos de bocadillos, de hermosos trozos de pastel. ¡Y cómo disfrutaron! También se habían llevado refrescos… Luego dieron buena cuenta de sus nueces. Harry había tenido la previsión de incluir entre sus efectos un cascanueces, previsión que todos elogiaron. Pero varios de los excursionistas, chiquillos de excelente dentadura, prefirieron partir el sabroso fruto con las muelas.
—Haced lo que queráis —dijo Harry, utilizando su pequeño cascanueces—, pero yo usaré este chisme. No quiero poner en peligro mis dientes, no muy sanos en realidad, según dice mi madre.
Una vez hubieron comido, los muchachos cogieron sus cestos y se aplicaron animadamente a la tarea de llenarlos. Algunos de ellos se habían procurado unos palos largos con un gancho en el extremo, gracias a los cuales podían llegar a las ramas más altas.
Harry subió a la cumbre de la elevación. A los pocos minutos daba una voz a sus amigos.
—¡Eh! ¡Subid todos aquí! Aquí hay unos árboles estupendos. ¿Qué os parece si acabásemos de llenar nuestros cestos con estas nueces?
Pero los otros chicos andaban ocupados con los otros árboles, de manera que Harry acabó por reunirse con ellos. A Johnny se le había ocurrido una idea magnífica. No disponiendo de palo alguno, había arrimado la bicicleta al tronco de uno de los nogales, empinándose a continuación sobré el sillín del vehículo, gracias a lo cual quedaban a su alcance las ramas más altas, las más cargadas de fruto.
Cuando hubo terminado su labor, dejó la bicicleta allí, subiendo a lo más alto del cerro. Deseaba, simplemente, contemplar el panorama que se divisaba desde aquel sitio, en la vertiente opuesta. Y, desde luego, una vez allí escudriñó en los árboles que Harry viera. Había ramas tan cargadas de fruto que aquéllas se doblaban bajo su peso, llegando casi a tocar el suelo. La ladera era muy inclinada y nadie se había atrevido a correr ciertos riesgos para alcanzar las nueces en cuestión. Juzgó que había centenares y centenares de ellas.
Johnny olvidó que sus padres le habían dicho que no cogiera nueces en la parte opuesta de la ladera que los chicos iban a visitar. Los ojos le brillaban al pensar en la posibilidad de llenar otro cesto hasta el borde con frutos de enorme tamaño. Entonces empezó a descender por la empinada pendiente del promontorio. Acaba de descubrir, además, unos cuantos avellanos.
La tierra parecía deshacerse bajo sus pies. Rodaban piedras y más piedras cuesta abajo cada vez que se movía. Luego resbaló, asiéndose con todas sus fuerzas a unos hierbajos. Pero para éstos su peso era excesivo y no hizo más que arrancarlos. Johnny quedó tendido cuan largo era y en esta posición fue bajando, notando bajo su cuerpo el brusco contacto de las piedras mientras intentaba aferrarse a los arbustos que veía a su alcance, siempre sin el menor resultado.
Llegó al fondo de aquel cortado de pronto, dando con la cabeza contra una piedra, tras lo cual se quedó inmóvil, con los ojos cerrados. No había dado ningún grito, a causa de hallarse demasiado asustado, de manera que los otros chicos no se dieron cuenta de lo que acababa de ocurrir.
Harry y el resto de los excursionistas seguían cogiendo nueces. Los muchachos se habían extendido por el otro lado de la elevación y nadie echó de menos a Johnny. Pensaban que se hallaría en una parte u otra, entre ellos. Solo cuando llegó el instante de emprender el regreso notaron su falta.
—Son las cuatro —dijo Harry—. Será mejor que nos vayamos ya. Cojamos nuestras bicicletas. De todos modos ya no tenemos donde guardar más nueces. ¡Llevamos los cestos y los bolsillos llenos a más no poder!
Así era. Todos estaban muy contentos. Habían pasado una tarde magnífica. Cogieron las bicicletas y se encontraban a punto de montar en ellas cuando Harry, mirando sorprendido a su alrededor, preguntó:
—¿Dónde está Johnny?
Johnny, ciertamente, no estaba allí. Harry gritó: —¡Johnny! ¡Johnny! ¡Que nosotros nos vamos ya! ¡Date prisa!
Nadie le respondió a estas palabras. Luego, Ronnie, no menos asombrado que Harry, declaró:
—Debe haberse marchado a su casa porque la bicicleta no está aquí. Habrá querido adelantarnos.
—Puede que no andes equivocado —repuso Harry—. ¡Qué cosas se le ocurren a Johnny! Bien podía habernos esperado. Vámonos. Tenemos que apresurarnos.
Los chicos se alejaron carretera adelante silbando y charlando, ignorantes de que la bicicleta de Johnny se encontraba bajo un árbol, donde él la dejara. Tampoco sabían que el chico estaba tendido, con los ojos entornados, en el fondo de High-Over-Hill. Ninguno pensó en que podía haberle sucedido algo malo. Nadie había imaginado tal cosa.
¿Nadie? Sí. Había alguien que se hallaba profundamente preocupado: «Shadow». Este amaba tanto a Johnny que presentía cuando las cosas marchaban mal para su amo… Y el pobre «Shadow» se encontraba sentado allí, en la granja, aguardando a un chico que no llegaba. ¿Qué le habría pasado?