CAPITULO IX. «SHADOW» Y EL CAZADOR NOCTURNO

A la llegada de la primavera «Shadow» era un perro ya completamente desarrollado. Todavía se tenía a veces por un cachorro juguetón y gustaba de saltar alrededor de Johnny y bromear con él como cuando contaba seis meses de edad.

—¡Basta ya, «Shadow»! —le gritaría el chico en algunas ocasiones—. No vuelvas a soltarme las cordoneras de los zapatos. Pero, ¿es que no te das cuenta de que eres ya un perro hecho y derecho?

Los otros canes trataban a «Shadow» todavía igual que si fuese un cachorro. «Rafe» y él se revolcaban mutuamente por el suelo. «Shadow» era más fuerte que «Tinker». A «Rafe» le enseñaba a veces, de broma también, los dientes, en el transcurso de fingidas luchas.

Un día vieron todos que el padre de Johnny, a juzgar por la grave expresión de su rostro, parecía preocupado.

—¿Qué ocurre, papá? —le preguntó el chiquillo, sorprendido—. ¿Ha enfermado alguna de nuestras vacas?

—No. Pero Gregory, nuestro vecino, me ha informado que anda por estos parajes un merodeador nocturno.

—¡Oh! —exclamó la madre de Johnny—. ¿Les ha pasado algo a nuestras ovejas?

—Hasta ahora no. Sin embargo, Gregory me dijo que dos de las suyas murieron anoche y una de ellas quedó tan malherida que esta mañana ya no contaban con que se salvara.

—¡Oh, papá! Espero que el desconocido atacante sea capturado pronto. ¿De quién se trata? ¿De un lobo?

—Yo no diría eso. Desde que me establecí aquí no he visto ninguno… ¡Y estoy en este lugar toda mi vida! No… Lo más probable es que el agresor sea un perro de una clase u otra.

—¿Existe alguna posibilidad de que sea capturado?

—Habrá de ser capturado y muerto a tiros. Un perro con tales hábitos puede causar en un rebaño más daños que nadie en el espacio de unas cuantas noches. Bien. Confiemos en que no se acerque a nuestras reses. Lo mejor será que tomemos las medidas necesarias para que nuestros perros hagan compañía a «Bob».

«Shadow» escuchó todo esto, experimentando una gran sorpresa. A él le extrañaba que un ejemplar de su especie se cebase en las ovejas que normalmente se dedicaba a proteger. En efecto, por ley natural, ¿no eran ellos los guardianes de los rebaños? «Shadow» no sabía que en algunas granjas se criaban perros para otros fines, aparte del de prestar ayuda a quienes las explotaban. Echó a correr, yéndose en busca de sus amigos.

—Vosotros qué creéis, ¿se trata de un perro o de un lobo? —les preguntó.

—¡Oh! Es un perro, con toda seguridad —respondió «Bob», mostrando sus amarillos dientes—. ¡Cómo me gustaría cogerlo! Un perro que se convierte en asesino demuestra ser una criatura muy perversa.

—¿Queréis que llegada la noche establezcamos un servicio de vigilancia? —propuso «Shadow»—. ¿Qué te parece si te hago compañía, «Bob»?

—Me parece bien —repuso el aludido—. Nos mantendremos atentos a lo que pueda pasar, distribuyéndonos por los alrededores, a ver si descubrimos a ese criminal.

Así pues, por espacio de varias noches, los perros se pasearon por los campos cercanos, con las orejas empinadas, atentos al menor ruido. Pero lo único que oyeron fue el canto de los ruiseñores y el ululeo de alguna que otra lechuza.

El desconocido atacante no descansaba. De las granjas más cercanas llegaron noticias de aquél… Algunas ovejas habían sido heridas, varios corderos habían desaparecido. Todo el mundo empezó a sentirse inquieto. La gente se esparcía por la campiña llegada la noche. Los hombres iban armados con escopetas y palos. No obstante, siguieron sin ver nada…

—Es un animal muy astuto —opinó «Rafe» cierta mañana—. Nunca visita dos veces la misma granja. Debe darse cuenta, indudablemente, de cuándo es vigilado. Nosotros continuaremos intentado localizarlo.

Y eso hacían cada noche. Más adelante Johnny les notificó que en el curso de siete días el misterioso perro no había vuelto a dar señales de vida ni a atacar, por tanto, ningún rebaño.

—Papá dice que debe haber caído en alguna trampa o quizás lo haya matado su propietario —explicó Johnny—. Sea como sea, tú, «Shadow», te vienes a dormir conmigo esta noche. Desde que te pasas las noches correteando por ahí te estoy echando de menos, amigo mío.

Por consiguiente, aquella noche «Shadow» se instaló en su sitio de siempre, en la parte inferior del lecho de Johnny, durmiendo profundamente. Por la mañana, sin embargo… ¡Qué susto tan tremendo recibieron!

El perro asesino había entrado en los corrales de la granja, matando a tres ovejas. Habíase llevado, además, un cordero y mordido a dos reses. «Shadow» oyó verdaderamente aterrorizado aquella noticia.

El padre de Johnny estaba blanco como la cera y preocupadísimo. Las reses constituían uno de los ingresos más saneados de la granja y su desaparición o muerte afectaba directamente a la economía de la finca.

—Ese animal ha venido a hacer acto de presencia la misma noche en que suspendimos la vigilancia —gimió el hombre—. Pues bien. Esta noche saldré armado con mi escopeta, aunque ya me figuro que no se le ocurrirá repetir su hazaña tan pronto.

«Shadow» fue a ver a los otros perros para informarles acerca de lo sucedido. Estaban enterados ya. No en balde habían salido con el pastor.

—No oímos el menor ruido en toda la noche —manifestó «Rafe», que parecía bastante avergonzado.

—Yo permanecí al lado de mi amo, el pastor, y no vi, oí ni olí nada —declaró «Bob»—. Ese perro es de lo más astuto que he visto en mi vida. Tiene que haberse deslizado hasta aquí como una sombra para llevar a cabo su censurable tarea, esfumándose a continuación. ¡Oh, si pudiera atraparle!

«Shadow» escuchó estas palabras en silencio. Había empinado las orejas para que no se le escapara ninguna. Miró a «Rafe».

—El amo asegura que ese perro no visitará la granja dos noches seguidas —manifestó—. «Rafe»: ese animal no ha estado todavía en la granja de los Willow. ¿No crees que sería una idea excelente vigilar la misma en lugar de quedarnos aquí? Con dos que nos marcháramos habría bastante. Los otros tres se quedarían con el pastor y el granjero.

Los perras mas viejos miraron atentamente a «Shadow». «Bob» movió el rabo.

—Valdría la pena intentar eso —contestó—. Yo, «Tinker» y «Dandy» nos quedaremos aquí, con el granjero y su escopeta… «Rafe» y tú exploraréis los alrededores de esa granja. Es probable que lleguéis a sorprender a ese indeseable.

Presa de la mayor excitación, pues, aquella noche «Shadow» abandonó la granja para ir en busca de «Rafe». Este le esperaba con el rabo en alto, alegre ante la perspectiva de pasarse toda la noche cazando. Los dos perros empezaron a correr. Parecían dos sombras. La granja de los Willow quedaba a mucha distancia, hacia el Oeste. Sin embargo, ésta, para los veloces animales, no significaba nada.

Por fin llegaron a la meta propuesta de momento. «Rafe» dijo a su camarada suavemente:

—Ahora, «Shadow», habrás de andar con cuidado. Es posible que el dueño de esta granja esté despierto, esperando sorprender al cazador nocturno, escopeta en ristre. Podría pensar que somos uno de nosotros el que él aguarda. Supongo que no querrás que te acribillen a balazos, ¿verdad? Métete en una zanja, la primera que encuentres, desde donde puedas ver lo que te rodea, y permanece en ella como un árbol caído, completamente inmóvil.

«Shadow» obedeció. Decidió ocultarse detrás de un seto. Venía a ser éste un buen observatorio, desde el cual divisaba una enorme extensión de campiña, iluminada en aquellos momentos por la luz de la luna. Y sin embargo a él nadie podía descubrirlo. Pegose al suelo, permaneciendo tan quieto que un escarabajo empezó a trepar por su lomo, confundiéndole, quizás, con una pequeña elevación del terreno.

«Rafe» había desaparecido. Estaría escondido también, vigilando. «Shadow» empinó las orejas, escuchando atentamente. Sus hocicos se movían inquietos al aspirar los olores nocturnos. Estuvo así dos largas horas. Luego se sintió cansado, aburrido por la prolongada espera. Hacía un poco de frío y «Shadow» añoró las cálidas mantas de la cama de Johnny.

Parpadeó. No había ni que pensar en dormir. Fijó su mirada en las ovejas que se encontraban en el extremo opuesto de aquel campo. Algunas de ellas se habían tendido. Otras estaban de pie, pastando apaciblemente. Unos cuantos corderos habíanse situado junto a sus madres y dormían.

De pronto, las ovejas empezaron a dar señales de agitación. Parecían asustadas. Se separaron siguiendo diversas direcciones. Los corderos balaron. «Shadow» se puso en pie de un salto. ¿Qué ocurría?

En un abrir y cerrar de ojos, «Rafe» se plantó a su lado.

—¡Está aquí! —gruñó el perro—. ¿No le ves? Allí… ¡Se dispone a atacar a una de las ovejas!

«Shadow» miró hacia donde le había dicho su compañero, estremeciéndose. Entonces divisó una gran sombra gris oscuro que se deslizaba silenciosamente entre las reses. Parecía un lobo. ¿Sería un lobo, en realidad?

—Ahora escúchame —dijo «Rafe»—. Hemos de unir nuestras Fuerzas para atacar a ese asesino. Se mostrará tenaz y feroz pero no podemos dejarle escapar. Nos morderá, si puede, pero es preciso hacerle frente, «Shadow». Tú vete por ahí; yo avanzaré por el lado opuesto. Procura actuar con resolución. ¡Ya verás cómo nos hacemos con él!

Los dos perros se separaron. «Shadow» corrió junto al seto, abandonándolo al llegar a las inmediaciones del lugar en que se encontraba el animal. Saltó sobre éste exactamente en el mismo instante que «Rafe». Los dos hincaron sus colmillos en el blando y peludo lomo en que aterrizaron. Las ovejas, aterrorizadas, empezaron a dispersarse.

El cazador nocturno era un enorme ejemplar de Alsacia. No era de extrañar, pues, que «Shadow» le hubiera creído un lobo, ya que tenía aspecto de tal. Revolviose con un fiero gruñido cuando se vio atacado por los dos perros. Se inició entonces una terrible lucha que las ovejas presenciaban poseídas de un incontenible pánico.

«Shadow» recibió un mordisco en el cuello. «Rafe» fue herido en la cabeza y en una pata. Pero no por eso los dos pensaron en apartarse del alsaciano. Al revés… Pegáronse materialmente a él, mordiéndole sin piedad, deseosos de vengar la muerte de las reses de su amo.

A pesar de tenérselas que haber con dos enemigos él solo, el enorme perrazo consiguió quitarse a aquéllos de encima, dando luego un gran salto y perdiéndose en la noche. «Shadow» intentó seguirle pero se hallaba extenuado. Tuvo que tenderse un momento en el suelo. «Rafe» no podía correr a causa de una de las heridas recibidas.

—Se nos ha escapado —gruñó «Rafe», lamiéndose la extremidad afectada por la lucha—. Mira, «Shadow». Debieras seguir su rastro, para averiguar donde se oculta. Si logras descubrir su guarida es posible que podamos llevar al granjero hasta ella y eso será su fin.

El pobre «Shadow», fatigado, sangrante, hizo un esfuerzo para ponerse en pie, lanzándose tras el rastro del alsaciano. Esta labor no le resultaba difícil porque el camino de su poderoso adversario había quedado señalado con su propia sangre. Desde luego, había logrado huir pero no sin sufrir antes un terrible castigo.

«Shadow» siguió el rastro a lo largo de cuatro millas… Había llegado al término del mismo. El alsaciano tenía su refugio en una abertura escondida tras unos espesos matorrales. Introdújose en ella para lamer sus heridas. «Shadow» no se detuvo ni un instante una vez realizado el descubrimiento. Echó a correr en dirección a la granja, marchando en busca de Johnny.

Y el chico adivinó inmediatamente qué era lo que le pasaba. En el momento en que el sol se elevaba en el horizonte aquél lavaba cuidadosamente las heridas de su fiel «Shadow». Luego fue a buscar al padre.

—¡Papá! Estoy seguro de que «Shadow» ha estado luchando con el animal que mató a nuestras reses.

—Y «Rafe» también —respondió el granjero—. Pero debe habérseles escapado ese bandido.

—Papá: «Shadow» quiere que le siga —dijo Johnny, muy formalmente—. Yo creo que ha descubierto donde está el cubil de esa fiera.

—Este perro es más inteligente que algunas personas —comentó el granjero, satisfecho, cogiendo su escopeta—. Vámonos, «Shadow». ¡Nosotros te seguiremos adonde nos lleves!

Y «Shadow» les llevó al sitio en que el gran alsaciano se encontraba lamiendo sus heridas. Esto significaba su muerte, como ya indicara «Rafe». La escurridiza sombra ya no tornaría a deslizarse entre el ganado, matando, hiriendo o asustando a aquél. Los corderos podrían descansar de nuevo tranquilamente al lado de sus madres.

—¿Verdad papá que «Shadow» es el mejor perro del mundo? —inquirió Johnny, orgulloso—. ¿Verdad que sí, papá?

—Bueno, ahora que «Rafe», «Tinker» y «Dandy» no me oyen te diré que sí, que no existe en el mundo un perro superior a él —contestó el granjero, riendo—. ¿Tú qué piensas de esto, «Shadow»?