CAPITULO VII. EN LOS CONCURSOS DE PERROS PASTORES

«Rafe» había llegado donde estaba su oveja antes que los otros, remontando la pendiente rápido como una exhalación. Los otros perros (en número de cinco), eran también muy veloces. La oveja asignada a «Rafe» pastaba tranquilamente en aquellos momentos. Al acercársele el perro levantó la cabeza, alejándose unos pasos. «Rafe» la rodeó, acosándola, logrando en seguida que emprendiera el descenso.

Idéntico fue el proceder de sus competidores con las otras ovejas pero hubo dos de éstas que se marcharon por donde no hubieran debido irse. La de «Rafe» bajaba con bastante rapidez, con el propósito de quitarse de encima aquel perro que se había pegado materialmente a ella.

Uno de los otros perros intentó forzar la marcha de su oveja y entonces, ésta, asustada, dio la vuelta, volviendo sobre sus pasos.

—¡Oh! ¡«Paddy», «Paddy»! —gritó su propietario—. La has hostigado demasiado, ¿no lo ves?

«Rafe» proseguía su avance, sin la menor vacilación, al mismo ritmo. La oveja que guiaba descendía rápidamente, nada asustada, decidida, simplemente, a deshacerse de su atacante. Y «Rafe» llegó a la meta un minuto antes que los demás animales. Acompañó a la oveja hasta un corral, dejándola encerrada en él.

Johnny no paraba de dar gritos, desbordante de alegría. ¡Bien por «Rafe»! Ya había conquistado otro premio. ¡Bien por «Rafe»! «Tinker» y «Dandy» empezaron a ladrar, hasta enronquecer. La gente aplaudía al ganador de la prueba. «Rafe» hizo oscilar modestamente su rabo, yendo en busca de su amo.

—¡Cuánto alboroto por nada en realidad! —ladró, dirigiéndose a «Tinker»—. ¡Una cosa que hacemos todos los días!

—Sí, pero es que tú la hiciste mejor que los restantes perros —objetó «Tinker», orgulloso de su compañero—. Bueno… Va a comenzar a disputarse la última prueba. En ella participamos «Dandy» y yo.

Una tras otra, así fueron celebrándose las distintas* demostraciones. Las ovejas tenían que ser acorraladas en un punto, por ejemplo, para ser conducidas luego a otro. En ocasiones, los perros pusieron de relieve sus extraordinarias condiciones trasladándolas de un redil a otro. A veces era utilizado un perro. También solían emplearse dos. Era curioso ver a aquellos aplicados afanosamente a su tarea, mirando de soslayo, los ojos vigilantes, a sus competidores, meneando sus colas como si se hicieran señales, ladrando a escasos intervalos, laborando con tesón y esmero.

«Tinker» y «Dandy» no brillaron precisamente en la prueba. En el redil que les había tocado en suerte habían tropezado con una oveja rebelde que se empeñó en no seguir a sus compañeras.

Johnny gimió:

—¡Qué lástima! —Señalando a un lado, añadió—: Esa oveja ha estropeado toda su labor. Van a quedar clasificados entre los últimos.

—La culpa no es suya —manifestó su padre—. Esa oveja no está en condiciones y se muestra terca a más no poder. Cuestión de mala suerte para «Tinker» y «Dandy», que saldrán perjudicados. Sin embargo, hay que decir en su honor que extreman sus esfuerzos para quedar lo mejor posible.

«Dandy» y «Tinker» regresaron algo avergonzados al terminar la prueba. Pero el padre de Johnny les pasó la mano por el lomo repetidas veces, diciéndoles:

—No habéis ganado pero vuestra actuación ha sido muy buena.

Estas palabras tuvieron la virtud de animarles y al cabo de unos minutos sus colas oscilaban alegremente. Estaban pensando en la siguiente competición ya.

—Desde luego, aquí se han juntado hoy muchos perros de calidad —declaró el granjero, como si resumiera sus impresiones sobre cuanto había estado viendo allí desde su llegada—. No había visto unos animales más rápidos que los de este año, tan bien entrenados… Fíjate, Johnny… Fíjate en ese perro que «trabaja» en compañía de otro. ¡Si sólo le falta hablar! ¿No te das cuenta de que parece pasarle instrucciones sobre cuanto ha de hacer su compañero? Y éste obedece, sencillamente. A todo esto apenas han ladrado una vez o dos.

Mediada la jornada, todos se pusieron a comer. ¡Lo que disfrutó Johnny, sentándose en la verde hierba, comiendo bocadillo tras bocadillo de queso y tomate, bebiendo la limonada hecha en casa por su madre, que resultaba dulce y fuerte a un tiempo! Su madre se reía.

—Johnny, Johnny… No sé cómo puedes seguir comiendo. Yo creo que has engullido ya tu buena docena de bocadillos.

—No… Han sido quince. Los conté… ¡Oh, mamá! ¿Es que ya no quedan?

—Bueno, hijo, ahora habrás de prometerme que te detendrás en los veinte. Mira. Aquí tenemos un pastel. Deja sitio en tu estómago para un trozo.

—¡Oh! Dispongo de sitio en abundancia, mamá —repuso Johnny—. Siento casi tanta hambre como cuando empecé a comer.

El pequeño grupo había tomado asiento sobre el césped, colocándose al sol, disfrutando de la leve brisa que soplaba en aquellos parajes. A lo lejos se divisaba una fina línea azul: el mar. A Johnny le hubiera gustado hallarse más cerca de éste, a fin de darse un baño.

Los perros se habían tendido encima de las cálidas hierbas. Estaban fatigados. Sabían, sin embargo, que aún habían de enfrentarse con otras pruebas, de manera que procuraban recuperar sus fuerzas. «Dandy» fue el primero en cansarse de aquella inmovilidad. Era el más inquieto de todos y jamás podía permanecer inactivo mucho tiempo.

Poniéndose en pie, abatió la cabeza, lanzándose tras un rastro que acababa de olfatear.

—¡«Dandy»! ¡No vayas a alejarte mucho! —gritó el granjero—. Dentro de poco reanudaremos las competiciones del día.

«Dandy» movió la cola por toda respuesta. Sabía perfectamente que su ausencia no se prolongaría. Empezó a descender por la pendiente. A «Shadow» le hubiera gustado acompañarle… Pero no quería separarse de Johnny. El joven perro se sentía feliz. La experiencia de aquel día le parecía muy divertida. Era grande… ¡Pensar que llegaría él mismo a tornar parte en todos aquellos animados concursos!

Sonó el timbre que anunciaba el comienzo de la primera prueba de la tarde. El granjero se levantó, mirando hacia el fondo de la elevación.

—¿Dónde se habrá metido «Dandy»? —inquirió—. Ya debiera haber vuelto. ¿Le ves tú, Johnny?

El chico paseó la mirada por la multitud que se agitaba cerca de ellos, integrada por personas y perros. Pero sus juveniles ojos no lograron descubrir a «Dandy».

—Voy a buscarlo —anunció—. Acompáñame, «Shadow».

Alejáronse los dos de allí. «Shadow» olfateó el suelo, localizando el rastro de «Dandy». Johnny se dio cuenta de esto y le siguió. Llegaron al pie del promontorio, alcanzando la carretera, dando por fin con el desaparecido.

¡Pobre «Dandy»! Avanzaba cojeando visiblemente por el camino. Mantenía levantaba una de las patas delanteras y daba la impresión de hallarse muy apenado.

—¡«Dandy»! ¿Qué te ha pasado? —inquirió Johnny, disgustado. Arrodillose, cogiendo con toda suavidad entre sus dedos la extremidad lastimada—. ¡«Dandy»! ¡Pero si tienes esta pezuña aplastada! ¡Y veo sangre aquí! ¿Qué has hecho?

El perro lanzó un gemido. «Shadow», entristecido, lo escuchó. Al llegar a la carretera una motocicleta se había precipitado sobre él, atropellándole. ¡Pobre «Dandy»! Ya no podría volver a tomar parte en ningún otro concurso.

—¡Oh, «Dandy»! La prueba más importante de la jornada no tardará en comenzar —señaló Johnny, enormemente contrariado—. Es esa en la que participan equipos constituidos por tres perros. ¡«Dandy»! ¡«Dandy»! ¿Por qué te habrás buscado esto? ¡Lo has echado todo a perder!

La cola de Dandy no podía estar más abatida. La herida le dolía y le disgustaba pensar en su ausencia de las pruebas, ahora segura. Johnny se lo llevó hasta un arroyo de las cercanías, lavándole la extremidad afectada. De momento sólo podía hacer esto por el perro.

Emprendieron los tres el camino de regreso. El granjero les vio acercarse, frunciendo el ceño al observar la acentuada cojera de «Dandy». Examinó atentamente la pata de éste.

—En un par de semanas no podrá hacer nada —manifestó el padre de Johnny—. La herida no es grave pero sí basta para impedirle tomar parte en el resto de las competiciones. ¡Y pensar que yo había puesto toda mi ilusión en que mis tres perros participaran en la prueba por equipos!

«Shadow», entristecido, abatió su rabo. Pero de pronto su corazón empezó a latir más deprisa que nunca. Era que el chico estaba diciendo a su padre algo de positivo interés para él.

—¡Papá! ¿Por qué no permites que «Shadow» sea el tercer miembro de nuestro equipo? Ya sé que todavía es pequeño y que no posee todavía los conocimientos de los otros pero ten en cuenta que es muy inteligente y veloz. Hará lo que los otros perros le indiquen. Sé que lo hará. ¿Verdad, «Shadow»? ¿Verdad, amigo?

¡Naturalmente que sí! ¡Huesos y galletas! «Shadow» apenas podía creer lo que estaba oyendo. ¡Ah! Pero el granjero no le permitiría jamás que participase en una prueba de tanta importancia como aquella.

El padre de Johnny examinó atentamente a «Shadow». Y éste levantó la vista, confiado, listo para hacer exactamente lo que le mandaran. «Tinker» ladró. «Rafe» hizo lo mismo. Los dos perros no tenían inconveniente en dar aquella oportunidad a su camarada.

—Pues… Bueno, ¿por qué no intentarlo? —dijo el granjero finalmente—. ¿Qué puede pasar? ¿Que perdamos la competición? Yo siempre he participado en esta con tres buenos perros y en tres ocasiones me he llevado el premio a casa. Esta vez no será nuestro pero podré decir que no dejé de presentarme…

«Shadow» estaba tan alegre, tan excitado, que no podía mantenerse quieto un instante. «Rafe» y «Tinker» le dirigieron unas breves palabras.

—Lo único que tienes que hacer es vigilarnos atentamente —le indicó el segundo—. Con un guiño a tiempo te señalaré donde quiero que vayas situándote. Un movimiento de mi rabo te dirá si debes tenderte y esperar o acudir en nuestra busca para ayudarnos. Acostúmbrate a utilizar tu cerebro, tus rápidas patas, tus ojos y tu sentido común.

—Procura superarte, cachorro —le recomendó «Tinker»—. No ganaremos el concurso pero llevaremos a cabo una buena exhibición.

Llegó el momento de actuar. «Shadow» formó junto a «Tinker» y «Rafe». Estaba a punto de reventar de tanto orgullo como sentía. Los tres perros habían de trasladar un gran rebaño desde un corral a otro situado en el extremo más alejado del campo. Luego habían de dividir el rebaño en dos y hacer regresar a los miembros de uno al primer corral. El granjero se les acercó. Tenía que darles las órdenes oportunas a su debido tiempo pues por muy inteligentes que fueran los animales necesitaban de las indicaciones de su amo.

El padre de Johnny dio la primera voz. Los perros se separaron. «Rafe» entró en el corral. «Tinker» se apostó a la entrada del mismo. «Shadow» se había instalado no muy lejos, listo para desempeñar su papel.

«Rafe» sacó a las ovejas rápidamente. Estas se apretaban unas contra otras, asustadas, excitadas. Tendían a esparcirse por el campo. Pero «Tinker» se encargaba de impedírselo. Corría de un lado para otro, incansable, manteniéndolas juntas, en tanto que «Rafe» se situaba detrás, azuzando a las que a toda costa querían dispersarse.

«Shadow» se tendió en el suelo. Aún no le había llegado el turno. No debía interferir la actuación de sus compañeros, ni atraer la atención de las ovejas. Una o dos de éstas no tardaron en escaparse del rebaño y entonces «Shadow» saltó a una señal de «Tinker». Su trabajo consistía en obligar a regresar al grupo a las rebeldes. Debía impedir a toda costa que una sola de las componentes del rebaño se apartara de éste.

¡Con qué ardor trabajaba «Shadow»! ¡Cómo corría! No perdía de vista a las ovejas. Pero es que además estaba atento a las señales de «Rafe» y «Tinker». También miraba al granjero, esperando sus órdenes. Con su clara y juvenil mente, servida por unas patas ágiles y una vista muy aguda, se hacía cargo de todo. ¡Y cómo disfrutaba!

Los tres perros condujeron su ganado a la parte alta del campo. Les fue fácil hacer entrar a las ovejas en el corral que había allí pues en aquellos momentos los animales se habían dado cuenta de que los tres perros trabajaban perfectamente compenetrados. En consecuencia, no tenían más remedio que obedecer. El granjero se quedó en la puerta del corral.

Entonces agitó un brazo. «Rafe» y. «Tinker» penetraron en el recinto para dividir el rebaño en dos. Se enfrentaban con una tarea difícil… Y a «Shadow» le pasaba lo mismo. ¡Tenía que agrupar a todas las ovejas que sus amigos estaban obligando a salir del corral!

La labor del joven perro fue maravillosa. «Shadow» se sentía cada vez más seguro de sí mismo. Sabía exactamente qué era lo que «Rafe» y «Tinker» querían cuando daban un resoplido. Jamás se había sentido más feliz que en aquellos instantes.

La mitad del rebaño inicial emprendió el regreso al primer corral bajo la mirada vigilante de «Tinker» y «Rafe». «Shadow» se encargó de contener a las ovejas que se habían quedado en el segundo. Esto era fácil. No tenía más que tenderse serenamente en el suelo, sin descuidarse un momento.

La multitud que presenciaba su labor aplaudió y vitoreó a los tres inteligentes canes. Luego, todos los presentes vieron a otros grupos de perros repetir su hazaña. Pero, no cabía la menor duda, ¡«Rafe», «Tinker» y «Shadow» habían sido los mejores!

—Esos tres perros han estado trabajando como si fueran uno solo —manifestó el juez del concurso al tiempo de poner en manos del padre de Johnny una gran copa de plata—. Jamás antes de ahora tuve ocasión de ver un grupo tan compenetrado.

«Shadow» estaba desbordante de gozo y orgullo. En cuanto a Johnny… Tan contento se encontraba que, de pronto, descubrió que su cara se hallaba humedecida por las lágrimas, diciendo, enormemente sorprendido:

—¡Oh, mamá! No es que esté llorando pero es que me siento tan feliz que me es imposible evitar esto.

Su madre le abrazó y después hizo lo mismo con «Shadow».

—Los dos os merecéis esta alegría —manifestó—. ¡Vaya con «Shadow»! ¿Quién hubiera dicho que aquel travieso cachorrillo que eras iba a transformarse en un perro pastor de concurso?