«Shadow», el cachorro de perro pastor, se estaba convirtiendo poco a poco en un animal de gran tamaño, fuerte. Era un hermoso ejemplar de su raza, dotado de un bello pelaje, enormes ojos castaños y una cola que parecía montada sobre un muelle. ¡Tal era la flexibilidad con que oscilaba constantemente!
Se había hecho tan grande, pesaba tanto ya, que Johnny se vio obligado a prohibirle que siguiera acostándose sobre sus pies.
—¡Experimento la misma impresión que si tuviera encima de mí un elefante! —le dijo a «Shadow», quien, inmediatamente, se puso a mover el rabo con tal fuerza que la cama empezó a estremecerse.
—Yo creo que «Shadow» tiene que dejar de dormir donde ha venido haciéndolo hasta ahora —declaró la madre del chico.
Ahora bien, Johnny armó tal alboroto con respecto a esta cuestión y «Shadow» se mostró tan disgustado que ya no volvió a hablarse más de aquel asunto y los dos siguieron compartiendo el mismo lecho, igual que antes.
A medida que avanzaba el verano los grandes perros pastores iban mostrándose cada vez más excitados. Pronto se celebrarían las demostraciones en que aquéllos participaban y el amo se proponía entrenar a algunos con ese fin.
«Tinker», «Rafe» y «Dandy» fueron los escogidos. «Bob» tenía demasiado mal genio para que figurase entre ellos. A veces atacaba a los perros desconocidos, sin previo aviso, y como en los concursos actuaban ejemplares que él no había visto jamás, el granjero había decidido prescindir de ese componente de su jauría. «Bob», por tanto, se quedó con el pastor, para ayudarle en Ja tarea de custodiar el ganado. El perro no parecía muy afectado por esta decisión. Le gustaba más ocuparse de las cosas que entendía más adecuadas para los de su especie.
El granjero no andaba exageradamente preocupado con los detalles del adiestramiento de sus tres perros. Sabía que no se les exigiría más que aquello que hacían a diario, esto es, acorralar al ganado, conducirlo a un sitio previamente designado… En fin, lo de siempre.
—Cronometraremos su actuación —dijo el padre de Johnny a éste—. Los que tarden menos tiempo en cumplir la misión que se les haya asignado serán los vencedores. Bien. Yo estoy dispuesto a enfrentar mis perros con cualesquiera que se presenten al certamen. «Rafe» lleva ganados ya muchos premios y supongo que repetirá sus hazañas.
«Shadow» escuchó atentamente a «Tinker» con ocasión de explicarle éste el mecanismo de los concursos. ¡Cuánto le hubiera agradado a él participar también en alguno!
—Es emocionante a más no poder —manifestó «Tinker»—. Solemos irnos todos en un carro que nos conduce a la ladera de un promontorio cercano a la vecino ciudad. Estas pruebas se celebran siempre allí. En ese sitio puede uno ver perros procedentes de todo el país. He de decirte que algunos de ellos son famosos, ¡palabra!
—¡Ya lo creo! —afirmó «Rafe»—. Allí podrías ver, por ejemplo, a «Jack», el perro que ha ganado más copas que nadie en nuestro país. Más que yo, incluso. Si algún día te asomas al cuarto de estar de nuestra ama verás las copas que me han concedido en varios concursos. Todas ellas se encuentran colocadas en el interior de una vitrina dé cristal. El amo está muy orgulloso de poseerlas.
—¿Y por qué no te han dado esos premios a ti, que eres el que los ganaste, «Rafe»? —inquirió «Shadow»—. ¿No te hubiera gustado comértelos?
—Naturalmente que no —replicó el aludido—. Esas copas son de plata. Pero, ¡qué criatura eres, «Shadow»!
—¿Va mucha gente a presenciar las pruebas? —quiso saber «Shadow».
—¡Centenares y centenares de personas! —declaró «Rafe», orgullosamente—. Debieras oír a la gente cómo nos aplaude, cómo nos vitorea. Es nuestro día el del concurso, nuestro día de veras. ¡Te quedarías asombrado al ver la velocidad con que movemos los rabos! El mío acaba tan cansado al fin de la jornada que luego apenas puedo hacerlo oscilar levemente.
—¿Crees que me será posible verte a ti y también a «Tinker» y «Dandy»? —preguntó «Shadow» ansiosamente—. ¿Va a ir Johnny? ¿Me llevará con él?
—¡Oh! Seguro que te llevará si va —contestó Rafe—. Te servirá de mucho presenciar las carreras y demás competiciones, «Shadow», porque llegará un día en que seas mayor y entonces quizás seas capaz de ganar un premio en los concursos. Pero antes de que llegue esa fecha debes practicar mucho, ser muy obediente y emplear tu destreza y tu fuerza, por entero, para realizar el trabajo que te asignen.
—Y ten cuidado con lo que haces en esta semana o la siguiente —le advirtió «Tinker»—. A ver si no te dejan ir a que veas cómo ganamos nuestros premios.
La actuación de «Shadow» a lo largo de los días posteriores fue sorprendente. ¡Seguro que en todo el mundo no existía un perro más obediente que él! Estaba en su sitio antes de que le llamaran. Sabía lo que Johnny deseaba antes de que éste abriera la boca. Incluso hizo esfuerzos por vencer su manía de dormir sobre los pies de su amo, arduo empeño porque a él le agradaba estar en contacto con el chico de un modo u otro.
Por todo esto puede adivinarse la complacencia con que oyó las palabras que una mañana le dijo el granjero a su hijo:
—Bueno, hipo, puedes llevarte al cachorro contigo. Es un buen perro y no nos dará quehacer. Algo aprenderá de lo que vea allí.
Johnny estaba contento. Llegada la Gran Mañana aquél cepilló esmeradamente a su perro.
—Vas a disfrutar mucho, «Shadow» —le dijo al perro—. La prueba más importante será aquélla de la tarde en que cada granjero presenta tres canes… Ya verás con qué maravillosa precisión actúan juntos «Tinker», «Rafe» y «Dandy», en un campo desconocido, con ovejas que no han visto nunca, delante de centenares de personas.
—¡Uuuuf! —respondió «Shadow», desbordante de alegría, incapaz de mantenerse quieto un momento.
Luego echó a correr en busca de «Bob». Este no asistiría a las competiciones y pretendía dar a entender que las mismas le tenían sin cuidado.
—¡Bah! ¡Los concursos! —gruñó—. ¿Quién se molesta en prestar atención a esas tonterías? ¿Es que no basta con que todos nosotros hagamos nuestros habituales trabajos día tras día en estas laderas? ¿Hemos de exhibirlos forzosamente ante las mujeres y los hombres que quieran mirarnos? Esto de no ir a los certámenes es lo mejor que haya podido pasarme… Porque la verdad es que, de suceder lo contrario, no hubiera tardado en demostrarle a «Rafe» que era capaz de llevarme todos los premios.
—Estás enfadado porque no vas, «Bob» —limitó a subrayar «Shadow», atajándole.
«Bob» se arrojó en dirección a él. Pero el cachorro ya se había alejado… «Bob» se lanzó entonces en su persecución, con la intención de castigar al osado. Con gran sorpresa por su parte, ¡hubo de reconocer que no podía darle alcance! «Shadow» se mantuvo en cabeza en todo momento. Daba igual que el otro llevara a cabo expertas maniobras para ponerse a su altura. «Bob» no logró acortar la distancia que le separaba de su antagonista.
Por fin decidió sentarse. Tenía la lengua fuera. Jadeaba. «Shadow» imitó a «Bob», procurando que mediara entre los dos una prudente separación. Observaba atentamente a su adversario para ver si pensaba emprender la caza de nuevo.
—Corres mucho, cachorro —dijo «Bob» por fin—. Jamás he tenido esa resistencia de que haces gala tú. ¡Te estás haciendo mayor! Ven… No voy a hacerte nada. Vámonos. Vete en busca de Johnny si no quieres quedarte en la granja.
Esta advertencia le hizo el mismo efecto que si le hubieran colocado alas en las patas. «Shadow» descendió por la ladera veloz como el viento. No parecía tocar el suelo. «Bob» se quedó ahora más retrasado todavía que antes. El viejo perro se le quedó mirando, nostálgico, pensando en que él también, años atrás, había corrido de aquella manera, con la velocidad del viento. ¡Qué hermoso era ser joven, ser fuerte!
Johnny silbaba, llamando a «Shadow» cuando éste entró en el patio.
—¡Vamos, «Shadow»! —gritó el chico—. Todos estamos listos ya. Ha llegado la hora de partir.
El carromato de la granja sería el vehículo utilizado para realizar aquel desplazamiento. Allí estaba el granjero; «Bess», la vieja yegua; la madre de Johnny, cargada con un enorme cesto que contenía la comida necesaria para todo el día, pues los viajeros iban en plan de excursión. Johnny, de puro contento, tenía el rostro muy encarnado. Pero, ¿es que había algo mejor que ir a un concurso de canes pastores, en un día tan hermoso como aquél, en compañía del propio perro de uno? ¡Nada, nada en el mundo era comparable a esto!
La vieja yegua avanzaba lentamente por la polvorienta carretera. Corrían los últimos días de agosto. Todo se veía reseco. Divisábanse rojas amapolas en las cunetas y numerosas florecillas, muchas de ellas tan azules como el firmamento. Johnny las contempló atentamente, como hacía todos los años. Formaban parte de aquella grata y espléndida jornada.
Invirtieron dos horas en salvar ja distancia que separaba la granja del lugar en que solían celebrarse los concursos de perros pastores. Calentaba excesivamente el sol pero a modo de compensación soplaba una suave y fresca brisa. La madre de Johnny se apeó del carromato, siempre con su inseparable cesto. El chico la miró. Estaba hambriento.
—¿No es la hora de comer todavía, mamá? —le preguntó.
—¿Qué dices, Johnny? ¡Si sólo son las once! —respondió la buena señora.
Luego, como viera la cara de disgusto que había puesto el chiquillo, introdujo la mano en el cesto, sacando algunas de las galletas que había confeccionado en casa para aquella ocasión.
—¡Toma! —le dijo—. No he visto nunca a nadie que, como tú, esté comiendo a todas horas, de día o de noche.
Johnny echó a andar seguido de «Shadow». El perro pastor estaba tan excitado al percibir aquella diversidad de nuevos sonidos y olores, al ver tantas cosas, inéditas para él, que su rabo no paraba de moverse. Estaba sediento y su amo le condujo hasta la orilla del río, en cuyas aguas «Shadow» manoteó un poco.
—¡Hola, Johnny! —gritó una voz entre la multitud que paseaba por aquel lugar—. ¡Johnny! ¡Qué perro más majo, chico! Es «Rafe», ¿verdad?
—No. «Rafe» está con mi padre —replicó Johnny, muy orgulloso—. Este es «Shadow», mi perro. En realidad no es todavía más que un cachorro pero da la impresión de haber alcanzado casi el máximo desarrollo.
—Desde luego, es un buen ejemplar —declaró el granjero que había llamado al chico—. Avísame cuando quieras venderlo, Johnny.
—Eso es algo que no haré nunca —repuso el muchacho riendo. «Shadow», enormemente satisfecho, movió la cola.
Pensó que, en efecto, su amo no le vendería nunca a nadie, de igual manera que él no habría dado jamás a Johnny por nada del mundo. ¡Como si hubiese alguien capaz de vender a los seres amados!
«Shadow» vio muchos perros, en su mayoría participantes en los concursos. Se trataba de ejemplares magníficos, de fina estampa, fuertes, resistentes, inteligentes, leales… Todos estaban ansiosos por hacer gala de sus habilidades. «Shadow» habló con algunos de ellos adoptando una humilde actitud, impulsado por la esperanza de aprender cosas nuevas.
Ellos movían sus rabos al ser interrogados. Veían en «Shadow» a uno más. Ya se figuraban que andando el tiempo aquél participaría en los concursos.
Fue aquel, un paseo (el que precedió al comienzo de las pruebas), que resultó muy interesante. Johnny enseñaba su perro a todos y de no haber aprendido «Shadow» a mostrarse sencillo tras aquel rato se hubiera transformado en un fatuo. Tales fueron los elogios que oyó.
Luego «Shadow» marchó en busca de «Rafe», «Dandy» y «Tinker».
—Hola, cachorro —le saludó el primero, saltando sobre él y comenzando a jugar con el recién llegado—. Esta mañana tienes el mismo aire que si fueses el rey de los perros. No vayas a creértelo, ¿eh?
«Shadow» se puso en pie y se sacudió el polvo, que impregnaba desde hacía unos segundos su pelaje.
—Estamos de acuerdo, «Rafe». Ya sé que no lo soy. Pero estimo que es un motivo de contento y no pequeño pertenecer a un amo que piensa tan bien de mí como Johnny. Claro, no valgo mucho comparado contigo, «Tinker» o «Dandy». Bueno. Os prometo ladrar con todas mis fuerzas cuando salgáis victoriosos de fa& pruebas. ¡No tardaréis en comprobarlo!
—Conforme, joven cachorro —contestó «Rafe»—. Ahí tienes el timbre que ha de anunciar el comienzo de la primera competición. Yo participo en ella. Es de velocidad. ¡Y tú sabes cómo corro yo!
El padre de Johnny silbó para que fuera hacia él «Rafe», que obedeció inmediatamente. El perro quedó instalado en la meta de salida. Había de enfrentarse con otros seis animales.
—Espero que «Rafe» gane —dijo Johnny, saltando a causa de la emoción—. ¡Animo, Rafe! ¡Corre todo lo que puedas!
Sonó un silbido. Cada granjero hizo una breve señal a su perro. Los animales salieron disparados como una centella, remontando la ladera. Ofrecían un espectáculo magnífico, por su velocidad, por sus graciosos movimientos. Al llegar a la oveja que, respectivamente, les había sido designada, la rodearon, forzándola a seguir el camino que ellos le iban marcando.
—¡Animo, «Rafe»! ¡Más aprisa, «Rafe»! —gritó Johnny, entusiasmado.
—¡Uuuf! ¡Uuuuf! ¡Uuuuf! —resoplaron «Shadow», «Dandy» y «Tinker».
Y «Rafe» avanzaba más y más, separándose progresivamente de sus adversarios.