El cachorro de Jessie aprendió muchas cosas, que fueron enseñándole los perros de la granja, mayores que él. «Dandy», «Tinker», «Rafe» y «Bob» le explicaron lo que tenía que hacer para acorralar al ganado, para conducir a sus componentes adonde era forzoso que fuesen y cómo había de proceder para forzar a las ovejas extraviadas a regresar con sus compañeras.
Pero el pastor no permitía que el trabajo principal radicara en «Shadow», quien, a su vez, ansiaba exhibirse ante su amo, Johnny, y los otros perros, con el afán de demostrar su inteligencia.
—¿Por qué no he de ocuparme yo solo de agrupar el ganado? —aulló «Shadow» cierta mañana—. Sé muy bien qué es lo que tengo que hacer. Yo podría, sin ayuda de nadie coger a este gran rebaño y trasladarlo a los pastos cercanos… Pero estoy seguro de que ni «Bob» ni el pastor me dejarían que hiciese tal cosa.
—Ten paciencia —le recomendó «Tinker»—. Es posible que pienses que lo sabes todo pero si es así estás equivocado. Tú no serías capaz de conducir este ganado a los pastos más cercanos sin nuestra ayuda. «Shadow», eso que has dicho es una tontería.
«Shadow» acabó enfadándose. Decidió esperar, a ver si se le presentaba una oportunidad que le permitiera demostrar a Johnny y a los otros perros cuan inteligente era.
Una tarde, cuando regresaba de dar un agradable paseo en compañía de Johnny, el perro advirtió un pequeño rebaño de ovejas en la ladera de la elevación que se había separado bastante de las restantes. Observólas atentamente. Poseído por una gran agitación, sus ojos se dilataron…
«¡Fíjate, fíjate en esos animales!», se dijo «Shadow». «¡Se han escapado! Los otros perros no se han dado cuenta. ¿Dónde se habrán metido?».
Se aproximó a aquel punto para ver qué era lo que sucedía. No logró localizar a «Dandy». Se habría marchado a alguna parte. «Bob» se hallaba tendido a la sombra de la casita del pastor, no muy lejos de su amo, con los ojos abiertos y las orejas empinadas. Lanzó un gruñido al descubrir a «Shadow» y éste huyó precipitadamente entonces. «Bob» le había inspirado siempre un miedo terrible.
«Tinker» arañaba la tierra alocadamente, en tomo al agujero de una madriguera y no hizo el menor caso de «Shadow». «Rafe» dormía tranquilamente, tendido al sol.
«¡Vaya un panorama!», pensó el hijo de «Jessie», desconcertado. «Esas ovejas se han escapado del rebaño, instalándose ahí arriba porque así se les ha antojado. Podrían perderse… ¡Y ni uno solo de los perros se ha dado cuenta de ello!».
«Shadow» se quedó quieto un momento y mirando a «Rafe» se preguntó si debía despertarlo o no. Luego se le ocurrió una gran idea.
—¡Huesos y galletas! He aquí la ocasión que yo esperaba encontrar para demostrar de lo que-soy capaz. Ahora mismo voy a hacer bajar a esas ovejas de las alturas, para obligarlas a que se reúnan con las demás.
Nada más pensar esto, «Shadow» echó a correr por la verdosa ladera, en dirección al pequeño grupo de ovejas que pastaban tranquilamente en un punto bastante alejado de aquel en que se hallaba el resto.
«Antes de hacer nada pensemos un poco», se dijo «Shadow» al deslizarse por la abertura. «Es ahora cuando debo planear mi trabajo, lo que he de hacer para intentar que se reintegren al grupo principal. ¿Habrá en esa otra cerca algún boquete? Tiene que haberlo para poder entrar ahí…».
«Shadow» empezó a correr a lo largo de la valla. Al final de ésta descubrió una menuda abertura. Imaginóse que debía ser la misma utilizada por los animales para huir.
«¡Perfectamente! Ahora los agruparé en un periquete, llevándolos adonde debieran estar».
Lanzóse muy decidido sobre las ovejas. Estas parecieron quedar muy sorprendidas al verle. «Shadow» recordó que era siempre más conveniente no abusar de los ladridos, con objeto de que ellas no se asustaran demasiado, pues en tal caso se corría el peligro de que ya, alocadas, no se prestasen a nada.
Inició una serie de simulacros de ataques contra unas y otras. Finalmente, uno de los ejemplares más hermosos del grupo empezó a avanzar por donde «Shadow» quería. Los otros animales le siguieron. «Shadow» alcanzó a la primera oveja, encaminándola hacia el boquete. Aquélla no lo vio, pasando de largo.
La irritación que se apoderó de «Shadow» fue grande. Entonces intentó obligar a otro de los animales a que se deslizara por la abertura. «¡Qué estúpidos!», pensó. «Verdaderamente, constituye un hecho de maravilla el que sepan comerse la hierba. ¡Atrás, atrás! Pero, ¿es que no habéis visto todavía el agujero de la cerca, tontas?».
Por fin, una lo descubrió, deslizándose por el mismo, muy asustada. A aquélla siguió otra, y otra… Pero las restantes se esparcieron por los alrededores, rehusando seguir el camino señalado por la primera de las compañeras. El enojo de «Shadow» crecía por momentos y en su furia intentó morder a una de las ovejas en las patas, una cosa que le habían advertido que no hiciese nunca.
El perro acabó tendiéndose en el suelo, extenuado. ¡No sabía hacer aquello! ¡No podía con las ovejas! ¡Le faltaban facultades!
—¡Demonios! —exclamó luego—. Y, ¿adonde habrán ido a parar las ovejas que salieron de aquí? Será mejor que les eche un vistazo.
Se deslizó por el boquete, iniciando la búsqueda de las tres ovejas. Al parecer cada una se había marchado por su lado. Acercó los hocicos al suelo, husmeando… Sí. Una se había ido por aquí, la segunda por allí, y la otra había seguido otro camino distinto.
Lanzóse tras la primera oveja, abatiendo la cabeza. El animal se había dirigido inmediatamente a la cumbre del promontorio… ¡pasando al otro lado!
—¡Qué bestia más estúpida! —comentó «Shadow», indignado—. No es de extrañar que los perros hayamos de dedicarnos a cuidar de las ovejas. Y si no fuese así, ¿qué sería de ellas?
Echó a correr ladera arriba, continuando su avance hasta llegar a la cara opuesta. Repentinamente descubrió a la que buscaba, pastando tranquilamente en una zanja cubierta de frescas y verdes hierbas. «Shadow» estaba tan irritado que se fue directo a ella, ladrando con todas sus fuerzas junto a una de sus orejas. La oveja, espantada, dio un salto y sin cesar de balar emprendió veloz carrera, hacia la base de la colina.
—¡Vuelve, necia, vuelve! —ladró Shadow—. ¡No es por ahí por donde debes ir! ¡Oh! ¡Vuelve, vuelve! ¡Aún tengo que encontrar a tus compañeras!
Pero la oveja se hallaba demasiado asustada para obedecerle, pese a que el perro logró alcanzarla y situarse delante de ella, efectuando denodados esfuerzos para obligarle a emprender el regreso. El animal se daba cuenta de que «Shadow» era poco más que un cachorro y no se sentía nada intimidada por él. Continuó, por tanto, obstinada, su avance y ahora fue el perro quien empezó a sentirse amedrentado.
«¿Qué podría hacer yo? Será mejor que vaya en busca de cualquiera de los otros perros —pensó “Shadow”—. ¡Huesos y galletas! ¿Por qué me empeñaría desde el principio en hacer este trabajo yo solo?».
Dando media vuelta, se dirigió a la cumbre del altozano. Dejando la misma atrás se encaminó al sitio en que viera a «Tinker» y «Rafe». El primero estaba sentado y daba la impresión de hallarse bastante confuso. «Rafe» se había despertado y permanecía atento, con las orejas empinadas. Los dos perros presentían que algo andaba mal. Bob gruñía tras la casa del pastor.
—¿Qué pasa, joven cachorro? —ladró «Rafe»—. ¿Qué has estado haciendo?
—¿Y cómo sabes tú que he estado haciendo algo? —aulló «Shadow»—. Bueno… Tienes razón. He intentado conseguir que aquellas ovejas que se encuentran agrupadas en aquel pequeño pasto se reunieran con las del rebaño principal. Me extrañó que ninguno os dierais cuenta de que se habían separado…
«Bob» se les acercó en aquel momento corriendo, con las orejas muy echadas hacia atrás. El mestizo miró a «Shadow».
—Permíteme que te diga que esta mañana recibí órdenes de mi amo de separar unas ovejas de otras —explicó el recién llegado—. Esa es la causa de que los animales estén donde están… Pero, ¿es que tú te figuras que nosotros no nos hubiéramos dado cuenta de eso en el caso de que se hubiese tratado de una escapada de las ovejas que custodiamos?
—¡Oh! —gruñó el pobre «Shadow», consternado, pensando que había hecho el mayor de los ridículos—. Lo siento, «Bob», pero… la verdad es que yo he estado probando a juntar esos animales con los otros y tres penetraron en la finca vecina por un boquete de la cerca y…
Los tres perros se quedaron rígidos, inmóviles, contemplando aterrorizados a «Shadow».
—¿Qué dices? —rugió «Rafe»—. ¿Dónde paran esas tres ovejas? ¿Conseguiste que volvieran a reunirse sin novedad con las otras? ¡Habla! ¿Qué ha sucedido?
—No sé qué ha podido ser de dos de ellas —aulló en respuesta «Shadow», con el rabo más abatido que nunca—. Emprendí la persecución de la tercera y no pude hacerla volver. Se encuentra en la otra cara de la ladera. Vine a veros para pediros que me ayudaseis.
Sin perder un minuto, «Bob» ladró unas cuantas órdenes a sus dos compañeros y el grupo inició una loca carrera. «Shadow» marchaba detrás, haciendo los máximos esfuerzos para que sus camaradas no le tomasen mucha delantera. Pero, al fin y al cabo era solamente un cachorro y se sentía terriblemente fatigado, de manera que llegó mucho después que los otros a la cumbre del promontorio.
«Bob» descendió a toda velocidad… «Rafe» hacía lo mismo en distinta dirección y «Tinker» rodeaba un macizo rocoso para localizar a una de las extraviadas ovejas. El pequeño «Shadow» acabó quedándose solo. Permaneció un rato sentado, con las orejas gachas y la rosada lengua fuera de la boca en casi su totalidad. Sentíase enormemente desgraciado.
—No soy tan inteligente como me creía —aulló, entristecido—. ¿Qué dirán los otros perros cuando vuelvan?
Cuanto más pensaban en esto menos le gustaba la idea que le había asaltado. Por último decidió levantarse y comenzó a descender por la ladera, encaminándose a la granja. Antes de llegar a ésta se encontró con «Dandy», quien regresaba de un largo paseo que había estado dando por su cuenta.
—¿Qué te pasa, cachorro? —le preguntó el enorme perro pastor, sorprendido, pues había visto en seguida que «Shadow» caminaba con el rabo entre las patas, la punta del cual asomaba casi bajo su vientre.
«Shadow» le refirió el episodio.
—Ya ves que he caído en desgracia —se lamentó al final del relato—. Ahora marcho en busca de Johnny, antes de que «Tinker», «Rafe» y «Bob» puedan contarle las cosas más horribles de mí.
—Si haces caso de mis consejos esperarás en lo alto de la colina para escuchar lo que ellos digan —manifestó «Dandy»—. No se saca nada bueno de rehuir las situaciones embarazosas, joven cachorro. Serás valiente, ¿verdad?
«Shadow», siempre con el rabo caído, reflexionó un momento. Luego volvió sobre sus pasos.
—Tienes razón, «Dandy» —contestó—. No está bien que me marche ahora. Al fin y al cabo yo tuve la culpa de lo ocurrido y debo dar la cara.
—Eso es —aprobó Dandy—. Te acompañaré.
«Bob», «Rafe» y «Tinker» se habían hecho con las tres ovejas, a las que estaban obligando a pasar por la abertura de la valla en el instante en que los dos perros se unieron a ellos.
—Uno de nosotros habrá de quedarse aquí mientras buscamos al pastor para que repare esta tronera —declaró «Bob»—. En cuanto una oveja descubre un pasadizo como éste no para hasta que se cuela por él y sus hermanas se obstinan en seguirla. ¡Tú eres tan tonto como ellas, «Shadow»! Ésos animales fueron traídos aquí para que pastaran tranquilamente y tú te empeñaste en enseñarles un agujero por el cual podían escapar. ¡Qué buenos servicios vas a hacer cuando seas mayor!
—Si te pareció que algo no marchaba bien, ¿por qué no nos lo dijiste? —inquirió «Rafe», enojado—. Supongo que te imaginas ser tan inteligente que no necesitas de nadie para hacer las cosas. ¡Qué estúpido!
—¡Hala, hala! ¡A jugar con las gallinas! —le dijo «Tinker».
—Sí, vete a bañarte en el estanque, en compañía de los patos —medió «Rafe»—. Para eso sí que sirves. ¡Mira que llamarse a sí mismo perro pastor! ¡Un gato hubiera mejorado tu trabajo!
Para un perro era horrible verse obligado a oír esto. El pobre «Shadow» se sentía angustiado. Con el rabo entre las patas, como antes, empezó a descender por la ladera. Luego, Dandy habló por él.
—Bueno, puede que sea de veras un necio pero hay que reconocer que, al menos, ha sabido aguantar vuestra reprimenda. Huía cuando tropecé con él… No obstante, volvió para enfrentarse con este chaparrón de denuestos. Hay que convenir en que «Shadow» es valiente, «Bob».
Los tres perros guardaron silencio unos minutos. Después, «Rafe» le dijo al cachorro:
—Mañana, si quieres, puedes acompañarnos y así te enseñaremos cómo se domina un rebaño en marcha. Pero no vaya a ocurrírsete hacer nada por tu cuenta. Habrás de esperar a que te digamos que sabes ya cuanto hay que saber.
Cuando se encaminaba lentamente hacia la granja, «Shadow», por efecto de estas últimas palabras, se sentía ya más animado.
«¡Qué dura lección he aprendido!», pensó el cachorro. «De una cosa me alegro mucho, sin embargo: de haber sacado el debido fruto de ella».