CAPITULO III. «SHADOW» Y LOS OTROS PERROS

En la granja había muchos perros. Estaba «Jessie», la madre de «Shadow», que guardaba la casa y el patio. Y también «Tinker», «Rafe», «Dandy» y «Bob», todos ellos perros pastores, a excepción de esté último, un mestizo. Tratábase de un animal de extraño aspecto, dotado de una cabeza muy grande, largo cuerpo y frondosa cola. Era fuerte y de rápidas patas. Su pelaje, rizado, presentaba manchas negras y castañas.

«Shadow» temía a «Bob». Este no tenía nada de juguetón y gruñía en cuanto veía al hijo de «Jessie» por sus inmediaciones. Pertenecía a Andy, el pastor, y vivía con él en la pequeña casa que había en la ladera de un promontorio. Los otros perros paraban dentro de la granja pero acompañaban a menudo a Andy, a fin de ayudarle a cuidar el ganado.

Tinker era un perro amigo, cuya cola no descansaba un instante y acercaba los hocicos a la mano del primero que le hablaba. «Shadow» le quería mucho y acostumbraba a unirse a él siempre que podía.

—Estás haciéndote mayor —le dijo «Tinker» a «Shadow»—. Es hora ya de que aprendas algo.

—He aprendido muchas cosas —respondió «Shadow»—. Soy un perro muy inteligente. Eso es lo que dice Johnny.

«Tinker», bromeando, se lanzó sobre su amigo, derribándole. «Shadow» intentó escabullirse pero el otro le sujetó por el cuello, inmovilizándole.

—¡No eres tan inteligente como tú te crees! —exclamó «Tinker»—. Cuando un perro se lance sobre ti no debes volverte como lo has hecho. Tienes que esperar de frente su ataque.

Se les acercaron «Rafe» y «Dandy», moviendo sus colas. Uníales a todos una buena amistad. Rafe era un ejemplar maravilloso de perro pastor y había ganado muchos premios en diversos concursos por su habilidad gobernando el ganado. Dandy también tenía buenas cualidades pero había adquirido el mal hábito de vagabundear por los parajes cercanos a la granja, cosa que había suscitado más de una vez la indignación del propietario de aquella.

Los tres perros iniciaron una lucha entre ellos, sin cesar un momento de gruñir, pretendiendo cada uno clavar sus colmillos en las gargantas de los otros. «Shadow» no perdía detalle de la escaramuza.

—Dejadme entrar en el juego —les pidió, deseoso de comparar sus fuerzas con las de aquellos grandes animales.

«Rafe» y los otros, comprensivos, le permitieron que les diera algún que otro restregón en las orejas.

—Dentro de poco tiempo serás un animal fuerte —le dijo «Dandy», quitándoselo de encima—. A partir de hoy cada día te enseñaremos una cosa ¿Por qué no te vienes con nosotros mañana, cuando salgamos con los rebaños?

—Ahora, ten cuidado con «Bob» —advirtió «Tinker»—. Ese no tolerará que le gastes ninguna broma. Si te dice que hagas algo sigue sus indicaciones.

«Shadow» se marchó corriendo, en busca de Johnny.

—¡Uf! —ladró—. Mañana me voy con los otros perros. ¿Qué te parece eso, Johnny?

—Me parece, sencillamente que eres el perro más maravilloso del mundo —respondió Johnny, acariciando la cabeza del animal.

Al día siguiente, en efecto, «Shadow» salió de la granja, en dirección a la casita del pastor, en compañía dé «Tinker», «Rafe» y «Dandy». ¡Huesos y galletas! ¡Pero que engrandecido se sentía al avanzar entre unos ejemplares tan notables de su especie! Le costaba trabajo mantenerse a su altura, porque le superaban en rapidez, haciendo, sin embargo, lo que pudo para quedar en buen lugar.

—Escuchadme ahora —dijo «Tinker»—. Las ovejas están hoy en esas dos elevaciones pero el pastor quiere que se desplacen hasta el promontorio vecino. Ese va a ser nuestro trabajo, de momento.

—¿Qué hemos de hacer entonces? —inquirió «Shadow»—. ¿Ponernos simplemente a la cabeza de ellas y guiarlas hasta allí?

—¿Habéis oído? —exclamó «Bob», que se encontraba al lado y parecía de mal humor, pues estaba convencido de que él solo era capaz de realizar tal trabajo, no necesitando la ayuda de los restantes perros—. ¡Qué estúpido! ¡Vamos, vamos, prueba a ver si puedes llevar a las ovejas adonde quieras nada más que con ponerte a la cabeza de ellas! ¡Ordénales que te sigan!

—Está bien, está bien, «Bob» —repuso «Shadow», que se sentía seguro de salir airoso de aquel trance.

Había oído afirmar que no había ningún animal más estúpido que la oveja. Bien. Por necias que fueran cabía pensar que se decidirían a seguir a un perro que pensaba conducirlas; únicamente hasta el promontorio cercano.

Así pues, «Shadow» se alejó de sus compañeros meneando nerviosamente la cola. «Bob» se sentó, observándolo atentamente con la boca entreabierta y la lengua fuera. Los otros tres perros se pusieron a correr por los alrededores, husmeando pero tampoco perdían de vista a «Shadow». Sabían perfectamente qué era lo que iba a suceder.

«Shadow» se acercó al grupo de ovejas más próximo ladrando.

—¡Vamos! ¡Seguidme! Os voy a llevar a una ladera en que la hierba es más verde y fresca. ¡Qué contrariedad!

Los animales, nada más verle, huyeron corriendo. ¡Oh!

«Shadow» les siguió a toda prisa.

—¡No os asustéis, estúpidas! ¡Esperad un momento! ¡Escuchadme!

Las ovejas continuaron corriendo y pronto todo el rebaño hizo lo mismo. Había logrado espantarlas a todas. Luego apareció el pastor, que acababa de salir de su casa y empezó a dar gritos, dirigiéndose al perro de Johnny.

—¡Eh, tú! Pero, ¿qué estás haciendo? ¡Deja a esos anímales en paz! ¿Y tú eres un perro pastor? Pues si te comportas siempre así de poco nos vas a servir. ¡«Bob»! Conduce al ganado hacia ese sitio. Haz que se estén las ovejas quietas hasta que yo esté preparado para llevarlas al otro punto.

«Bob» salió disparado. Primeramente se acercó a «Shadow», obligándole a alejarse con el rabo entre las patas. Aquél sentíase dolido. Marchó inmediatamente en busca de «Tinker».

—¿Por qué se ha enfadado el pastor? —le preguntó—. ¿Por qué me ha atacado «Bob»? ¿Es que no hice lo que debía?

—Tú fíjate en «Bob» —le recomendó «Rafe».

Los cuatro perros estudiaron atentamente las idas y venidas de aquél. «Bob» rodeó el rebaño, avanzando sobre cualquier oveja que intentaba separarse del grupo, retrocediendo a veces para situarse más estratégicamente. No tardó así nada en formar un grupo muy numeroso y después, corriendo de un lado para otro, consiguió fijar el ganado donde le habían dicho. Por fin se plantó frente a las ovejas, sin perder de vista a éstas al tiempo que se mantenía atento, con los oídos, a cualquier nueva orden que podía salir de los labios de su amo.

—Estupendo, «Bob» —comentó el pastor.

El perro correspondió a la frase de aquél con un movimiento del rabo.

—¿Has visto cómo ha procedido «Bob»? —le preguntó «Dandy» a «Shadow»—. No puedes pedir a las ovejas que hagan esto o aquello. Tienes que forzarlas. Aquéllas son tan estúpidas que lo único que se les ocurre es echar a correr y tu trabajo consiste en obligarlas a correr en la dirección que tú deseas, sin asustarlas demasiado, lo justo tan sólo.

—«Bob» es muy inteligente —manifestó «Shadow»—. ¿Qué vamos a hacer ahora? ¿Llevaremos el rebaño a la otra colina?

El pastor gritó, volviéndose hacia los perros:

—¡«Rafe», «Tinker», «Dandy»! ¡Vamos! ¡Ayudad a «Bob»! Llevad el rebaño al otro promontorio. Pasad por el puente a la otra orilla del río…

Andy señalaba con el bastón mientras hablaba. Los perros se dispusieron a obedecer sus indicaciones, ansiosos por iniciar la tarea. «Bob» se plantó junto a los pies del pastor, paseando la vista por los perros. «Shadow» comprendió que allí era el jefe del grupo.

No tenía más que lanzar un ladrido para que los otros le entendieran. «Rafe» marchaba detrás del rebaño. «Tinker» se había apostado en las inmediaciones del puente para asegurarse dé que todas las ovejas enfilaban el mismo. «Dandy» se repartió con «Bob» el trabajo de mantener el orden entre las últimas.

El pastor penetró en su cabaña. Sabía que podía confiar enteramente en sus perros.

«Shadow» marchaba al lado de «Dandy». Este le dijo: —No te separes de mí ahora—. El animal jadeaba. —Haz lo que me veas hacer a mí. Nuestra misión es mantener a estos estúpidos seres reunidos, para conseguir que salgan de esta finca, ladera abajo, en orden… «Bob» se encarga de ese lado. Nosotros nos ocuparemos del opuesto. Tan pronto veas que una oveja se separa de las demás, lánzate a toda prisa sobre ella y oblígale a volver a su sitio.

¡Santo Dios y qué instantes más ajetreados vivió entonces el pobre «Shadow»! Las ovejas, tontas como siempre, se obstinaban en deshacer el gran rebaño. «Shadow» les perseguía, colocándose delante de ellas, forzándoles a retroceder. Tan excitado estaba que hasta su ladrido parecía más fuerte.

—¡Basta! —ordenó «Bob»—. Ladramos solamente cuando es necesario. Si tú llegas a asustar a estos animales de verdad entonces se esparcirán y nos veremos en un grave aprieto para conseguir volver a reunirlos. Y si tanto trabajo te cuesta callarte lo mejor que puedes hacer es regresar a la granja.

«Shadow» se sintió avergonzado. Él no quería volver a la granja, a vivir con las gallinas, los cerdos y los patos. Le gustaba más correr por allí, bajo el sol, acompañado de los otros perros, ya crecidos, en posesión de una gran experiencia. Por consiguiente, no volvió a ladrar más, pese a que sentía muchas ganas de hacerlo.

Los tres perros no tardaron en alcanzar el objetivo perseguido. Las ovejas iban desfilando por las estrechas planchas del puente, donde «Tinker» vigilaba. Aquéllas, no obstante, se mostraban reacias y hacían cuanto podían para escabullirse por la orilla de la corriente. Pero «Tinker» no estaba dormido precisamente. Y cuando, tras alguna resistencia, las ovejas que encabezaban un grupo de disidentes acababan por obedecer las otras las seguían dócilmente.

—A estos animales les gusta seguirse unos a otros —comentó «Dandy» con una mueca que permitió a sus amigos ver su blanca dentadura.

Al principio. «Shadow» pensó que «Dandy» le miraba desafiante pero luego, al ver el plácido movimiento de su rabo, comprobó que se había equivocado, correspondiéndole con una señal idéntica.

—Fíjate en eso: si consigues que una o dos ovejas marchen por donde tú quieres puedes estar seguro de que las restantes obrarán igual —manifestó «Dandy».

—Ya lo había observado —contestó «Shadow»—. ¡Mira! ¡Una oveja que está remontando la orilla!

Echó a correr, cortándole el paso a la fugitiva, que se volvió hacia el puente para reunirse con sus compañeras.

—¡Muy bien! —aplaudió «Dandy».

«Shadow» se sintió tan orgulloso que por culpa de un falso movimiento estuvo a punto de caer al agua.

El ganado se fue acercando a una valla. «Rafe» y «Bob» marchaban detrás. «Tinker» y «Dandy» cuidaban de que las ovejas no se esparcieran pues todas habían de pasar por una abertura existente en la cerca.

«Shadow» prestó a «Dandy» toda la ayuda que le fue posible. Los animales empezaron a pasar en buen orden al otro lado de la finca en que se encontraban.

—Vete con ellos, cachorro, a ver si eres capaz de lograr que no se separen —le indicó Dandy.

«Shadow», pues, saltó por la abertura también, rodeando con nerviosos desplazamientos el rebaño, a fin de que en éste imperara el orden, en atención a su amigo «Dandy».

El trabajo resultaba, bastante duro porque el rebaño era grande y no bien «Shadow» acababa de hacer entrar en razón a una oveja se le escapaba otra más lejos.

¡Y cómo resoplaba y jadeaba! Era que no estaba acostumbrado a un trabajo tan rudo. «Dandy» se había apostado por las inmediaciones, contemplando atentamente los esfuerzos que realizaba su amigo. Todas las ovejas se encontraban ya de aquel lado y cada vez era más difícil barajarlas.

Se les acercó «Bob».

—¡Alto! ¿Qué estáis haciendo? No hay por qué agrupar a estos animales ahora. Debéis dejarlos en paz, que pasten tranquilamente.

—De acuerdo, «Bob». Le dije a «Shadow» que lo hiciera solo por ver si era capaz —ladró «Dandy»—. Deja a esas ovejas, «Shadow». Te has portado muy bien.

—¿También a ti te parece que lo hice bien, «Bob»? —inquirió el aludido, verdaderamente ansioso por oír una frase de elogio en boca del gruñón mestizo.

—No lo has hecho demasiado mal —contestó «Bob», echando a correr en dirección al pastor, que subía por la ladera, contento de que los perros hubieran cumplido la misión que les había confiado.

—¡No lo he hecho demasiado mal! —aulló «Shadow», encantado, moviendo la cola a mayor velocidad que nunca—. ¡Lo ha dicho «Bob»! Me voy. Tengo que decírselo a Johnny. ¡Qué alegría le voy a dar!

Y «Shadow», el pequeño «Shadow», echó a correr ladera abajo, con la lengua fuera. Su menudo corazón latía aceleradamente, a consecuencia del puro gozo que sentía.

—¡Johnny, Johnny! —aulló—. ¡No lo he hecho mal! Eso es lo que «Bob» ha dicho… ¡Ah! Y llegará un día en que seré mejor que él.