XXXIII. DONDE MIL CAMINOS SE HACEN UNO

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LA ÚLTIMA FRONTERA. SEGUNDA PARTE

«Con sacrificio es posible que el logro sea escaso,

pero sin él es seguro que nada se consigue».

ANÓNIMO.

AHÍ ESTABAN. ETERNAS, COMO LA GRAN MURALLA QUE SEPARABA EL MUNDO DE LO DESCONOCIDO…

Gigantes, altivas y omnipresentes. Las cimas del ‘Ghar’Ghassam, los Grandes Hielos. Como un segundo horizonte se extendían de este a oeste todo lo que la mirada daba de sí las costas de uno y otro lado del mundo. Más allá de su impenetrable y ártico confín, la nada, el vacío, lo inexplorado. Aquellas cumbres glaciares eran el fin de todo lo conocido. Sus inescrutables almenas, ninguna alma había cruzado. De lo que se escondía en aquel infierno gélido y desolado, ningún hombre podía saberlo. El mundo acababa en sus faldas y lo hacía en un último milagro. En un bosque cuya mágica calidez hacía brotar la hierba en sus aledaños azulados y muertos. Era el reino de los elfos de linaje más ancestral. El sagrado dominio de los Ürull, los elfos de cabellos de escarcha. Se deslizaba a orillas de los Grandes Hielos hasta perderse en la inmensidad del horizonte como la última expresión de la vida antes de la impenetrable muerte blanca. El caudal de afluente más emblemático del Ycter, aquel río del Espejo, el Sÿr Sÿrÿ, no era más que un cristal helado que serpenteaba ante ellos. Detuvieron los caballos exhaustos, sobrecogidos por el espectáculo que se alzaba ante sus miradas como una expresión magnánima de los dioses creadores. Aspiraron el aire afilado y cortante de las últimas latitudes como si ellos fuesen las únicas criaturas vivas capaces de hacerlo en aquellas soledades. Desmontaron solo para rendir pleitesía a la última morada. Incluso Sorom se sintió profundamente conmovido. La dureza del viaje había valido la pena. Tan lejos parecía quedar entonces el día de su partida.

Desmontaron sobre la espesa alfombra de nieve con los primeros árboles del Fin del Mundo a sólo unos metros. El tupido manto helado perdía su fiereza conforme se aproximaba a la muralla de altas y arcanas frondas. Dejaba ver la húmeda y fresca hierba que crecía verde y vigorosa bajo ella. Nueve jinetes emprendieron la marcha desde la Ciudad del Estandarte cruzando la Ultima Barricada y resultaban docenas los que culminaron el viaje hasta aquella encrucijada del mundo, donde mil caminos se hacían uno. Junto con el pendón de Barkarii ondeaban las armas de Torvos y Morkkos, las insignias de los Tabannos del Othâmar y la resistencia en el exilio de los Galladianos del Media-Kürth. Se sumaron también los pabellones de Vorgos, Terkos, Irios y Vodkanos.

—¿Y qué haremos ahora, amigos del Guardián del Conocimiento? —Preguntó uno de los abanderados.

—Plantaremos los estandartes frente a Sÿr Sÿrÿ y los elfos blancos acudirán —aseguró Ariom desmontando de su formidable corcel.

—¿Y si no lo hacen? —preguntó Sorom con malicia—. ¿Asaltaréis los bosques?

—Los Ürull tienen honor, Sorom. No como los perros a los que sirves. Acudirán.

sep

Muchas jornadas antes de aquel encuentro…

Los dos jinetes rastreadores enviados para verificar el terreno regresaron atravesando las rachas de viento que soplaban desde el norte. Sumaban ya algunas jornadas de viaje, atravesando los aledaños de una zona en guerra y debían extremarse las precauciones para la pernocta. El resto de la pequeña expedición esperaba al resguardo de unos árboles altos en aquella tundra desangrada.

—El viento sopla fuerte desde los confines de Valhÿnnd, señor, pero hemos encontrado huellas de cánidos que se adentraban hacia el noroeste.

—Perros —confirmó el monje muy serio.

—¿Jinetes de lobos en estas latitudes, Venerable? —preguntó el lancero un tanto extrañado con la respuesta.

—No son jinetes, Ariom, sino Lobos Espectrales. Los usan para rastrear a largas distancias. No comen, no se cansan, no les afectan las inclemencias del clima puesto ya están muertos. Pero atacan y son feroces como una manada de coyotes cualquiera. Es posible que su base se halle lejana de estas posiciones pero deberíamos dormir con un ojo abierto esta noche y doblar las guardias. Sobre todo deberíamos tener bien vigilado a nuestro invitado —añadió desviando la mirada hacia el félido prisionero, metros más atrás—. Si los lobos lo detectan, los nigromantes del Culto sabrán que nos acompaña.

La noche fue especialmente ruda sin el tenue paliativo de la hoguera y sin poder conciliar el sueño. Con todo, no hubo incidente y cuando a la mañana siguiente los vientos se calmaron las estribaciones montañosas del Macizo del Caos estaba a un golpe de lanza.

—Allí se levanta la primera línea de defensas, señor —avisaron los barbaritas. Ariom se tornó hacia aquellos hombres.

—Alzad bien el estandarte y haced sonar el cuerno cuando tengamos las atalayas a la vista. No quisiera que nos confundiesen con sus habituales visitas. Apretad el paso. Tras esa línea estaremos seguros.

sep

Los elfos llegaron. Apenas las últimas reservas de carbón para las hogueras se habían vuelto brasas sobre las gruesas losas de piedra que les servían de sustento cuando sus figuras apolíneas se dejaron ver entre la espesura y atravesaron sus límites para recibirles. Apenas eran una docena de jinetes… ¡pero qué jinetes! ¡Qué sublime estampa atravesaba el Fin del Mundo para recibir con la misma frialdad ártica de aquellas tierras a cuantos pabellones y hombres se daban cita ante sus árboles! Ninguno de los bárbaros allí presentes había contemplado jamás, ni siquiera entre la bruma o la distancia a un elfo Ürull. Sus expresiones abandonadas, subyugadas a la innombrable belleza de aquellos seres lo decía todo. Habían oído decir que de toda la numerosa y exquisita prole de Alda, aquellos eran príncipes entre los suyos. Lo eran por su ártica hermosura que rivalizaba con la de dríadas y Dioses. Lo eran por su apostura que no encontraba adversario ni siquiera entre los reyes de antaño. Lo eran por la sofisticación y profusión en el detalle de las vestiduras y aditamentos con los que se cubrían… Habían oído muchas cosas de aquellos elfos irreales que se denominaban con toda justicia «La Sublime Raza», pero ninguna respondía la verdad como lo hacía estar allí y verlos por los propios ojos. Ahí estaban los Señores del Fin del Mundo. Todo lo demás, sencillamente, sobraba.

No llevaban pendones ni emblemas, ni acaso los necesitaban para advertir quiénes eran y de dónde venían. Tan sólo eran media docena… pero todo el mundo sabe que los elfos nunca son los que parecen. Uno de ellos se adelantó y lanzó una mirada tan gélida como los vientos que surcaban aquellos parajes a la variopinta selección de hombres que se reunía a las puertas de un bosque perlado de inviernos. Se detuvo en las marcas de Ariom, como si no lograse entender qué hacía un elfo deshonrado acompañando a los humanos del valle, pero su rostro apenas delató aquel fugaz pensamiento. Luego les brindó una suave reverencia inclinando levemente su cabeza coronada de escarcha. Con la voz más armónica nunca surgida de una garganta, aquel adalid de los Ürull se dirigió a los congregados.

Ishmant dio un paso al frente. Su dominio del idioma del Sÿr Sÿrÿ no resultaba igual que el que poseía de la lengua de hielo de los enanos. Apenas si se defendía en rudimentos y frases de protocolo, pero decidió tener algún contacto con él cuando se forzó al destierro. Por aquel entonces no sabía si alguna vez tendría que usarla.

—Sublimes hijos del Fin del Mundo. Soy Ishmant Arck Muhd, Señor del Templado Espíritu de los monjes Tamy’Kurawa. Quienes me acompañan representan a la Confederación de Tribus. Venimos hasta vosotros, hasta los bosques donde muere el mundo, para pedir audiencia en los Salones Boreales. Decid «al Más Sublime» Ysill’Vallëdhor que hago este ruego en nombre de Rexor, el Guardián del Conocimiento, cuyas Cámaras protegéis en este bosque… donde todo acaba y todo empieza.

sep

Mucho antes están las raíces…

Antes…

El bramido del cuerno despertó el mundo en derredor al ritmo de la galopada. Desde las atalayas se daba orden de bajar los puentes levadizos sobre aquellos mares de estacas que eran las defensas y fosos astados que protegían la entrada al valle entre los apretados farallones del Macizo del Caos. Los cascos herrados volaron sobre ellos salvando aquella siembra de maderos afilados donde tantos otros habían perecido. Apenas al otro lado, las bestias frenaron su acometida y pronto fueron rodeados por docenas de enormes hombres barbados que daban la bienvenida a los emisarios del Estandarte.

—Emisarios de la Última Frontera. Cruzan los valles hasta el Fin del Mundo.

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Ishmant trató de no alargar la recepción más de lo necesario y se apresuró a entregar el salvoconducto y el sello de Karamthor a aquellos hombres de frontera. Enseguida las órdenes fueron y vinieron en cuanto se comprobó la naturaleza urgente que les había movido hasta allí. Se les entregaron caballos de refresco, comida y agua en abundancia y se les conminó a cruzar la vanguardia y hacer noche en Kalaha’, la primera ciudad libre tras las líneas de empalizada. Con los ánimos renovados marcharon las millas que les separaban y alcanzaron la población.

Fueron recibidos con entusiasmo y gratitud por parte de aquellos veteranos hombres y por primera vez en muchos años los ojos envejecidos de Ishmant y Ariom encontraron humanos libres, niños, hombres de todas las edades. Aquella visión les pareció un anacronismo cruel de la historia. Campos de labranza sembraban el perímetro de aquel cúmulo de casas de madera y aspecto empobrecido pero lleno de dignidad. Se entrevistaron con el jefe de la aldea. La mayoría de la población pertenecía a la casta de los Irios. De esta tribu era el jefe de su aldea que confirmó la pertenencia a ella de la mayoría de las poblaciones cercanas al valle defendido.

—Irios, en su mayor parte. Pero hay restos de Marvos, Terios y algunas aldeas de Sendones. Todos bajo estandarte Irio ¿Quién lo hubiese dicho? ¿Hay algo más que este viejo pueda hacer por vosotros?

—Toda ayuda es bien recibida. Nuestro viaje es duro y nuestra empresa no puede admitir demora.

—Quizá si los Irios supiésemos exactamente que pretende el Estandarte puede que nuestra ayuda fuese aún más adecuada.

Cuando el jefe supo de la naturaleza de la misión insistió en que dejaran sumarse a la expedición a uno de sus hombres que llevara con él el Blasón de Armas de la tribu. Ni Ariom ni Ishmant encontraron objeción alguna… y aquella decisión marcaría una pauta que se repetiría allí donde hacían escala. Después de aquel estandarte llegarían otros. Conforme avanzaron por las Soledades del Ycter al buen ritmo que le procuraba el relevo en los caballos y las vituallas que generosamente apostaban las tribus, más y más abanderados se sumaban a la cabalgada. La noticia de que emisarios de Estandarte cabalgaban a pedir audiencia al Señor del Fin del Mundo corrió por aquellas desoladas planicies, refugio de la esperanza, como un caudal tras el deshielo.

—Entramos en tierras de Punkos y Ruhanos.

—Excelentes jinetes, hermanos. Si también ellos suman sus emblemas, sus caballos marcarán la diferencia.

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Cuando la apresurada expedición alcanzó las cimas del KaräVanssär, los míticos montes del Dragón, último bastión rocoso después de cruzar el Gran Espejo del Ycter, varias delegaciones de tribus aguardaban interceptar a los emisarios para pedirles sumar sus estandartes.

—Jinetes Vorgos. Llevan emblemas de los Terkos, los Torvos y los Morkkos.

—Han debido hacer muchas millas.

—Nuestra presencia en estas fronteras corre aprisa, guerreros.

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El hecho era que las noticias corrían más rápido que sus esforzados corceles. Para asombro de todos, nadie parecía querer quedarse al margen de la iniciativa de Barkarii. Conforme ganaban millas, más y mejores eran los recibimientos. Más y más estandartes se sumaban a la propuesta impulsada desde la Torre de Marfil. Nadie hubiese apostado por semejante éxito cuando una vez dejaron atrás la Última Frontera.

—¿Sois los emisarios del Estandarte? ¿Los que buscáis audiencia con el príncipe de los elfos árticos?

—Lo somos.

—El estandarte de la confederación de Gallad en el Exilio apoyará vuestras voces… aunque nada saquemos del concilio Boreal.

—Con vosotros nuestra voz se hace más audible. Incluso en el corazón de los elfos del Fin del Mundo, hermanos. Bienvenidos a las filas.

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Assäldushannär, la Ciudad Boreal se abrió como los brazos de una amante solícita para recibir a la cansada hueste de emblemas humanos. Aquel capricho de cristal resultaba una de las ciudades más antiguas no sólo del mundo élfico, también lo era de todo el Mundo Conocido. Último recuerdo de los días de gloria de la dorada edad de los elfos, cuando sus bosques cubrían toda la faz de la tierra y su civilización refinada y elegante dominaba las cuatro partes del mundo. Antaño sus ciudades se levantaban sobre tierra firme y no sobre los árboles del bosque. Sólo ella y las ciudades de los elfos escintos del Sändriel hundían sus raíces en la hierba como todas las ciudades élficas antes de la Escisión. Sus altísimos edificios y la sofisticación de sus diseños y ornamentos les hacían con justicia valedores de ser reconocidos como Príncipes entre los elfos. Aquellas pervivencias del pasado hacían que los Ürull fueran considerados en el espectro político elfo como gloriosos vestigios ancestrales. No en vano, resultaban los únicos en mantener con vida la institución principesca, abandonada desde los días de las Élfidas. No obstante, a diferencia de los autodesterrados linajes que pueblan el paraíso flotante del Sändriel, los Ürull lograron conservar intacto su predominio y autoridad. De tal manera su voz es altamente tenida en cuenta en todos los Concilios elfos donde siempre son invitados. El Príncipe del Fin del Mundo goza de un prestigio y majestad como pocos patriarcados y siguen siendo objeto de la más alta admiración y respeto entre los suyos.

Ishmant lo sabía, como tampoco lo dudaba Ariom que siempre se sintió profundamente fascinado por la cultura de aquellas «lanzas de escarcha». Por eso eran muy conscientes de cuánto se jugaban con aquella visita. Si ganaban la voluntad del «Sublime entre los Sublimes», si el Príncipe del Bosque donde el Mundo Muere era convencido de la urgencia de entrar en la guerra, quizá la balanza se desequilibrase al fin y otros jardines le siguiesen. Pero no eran menos conscientes de que en aquel mismo campo de batalla se habían estrellado una y otra vez a lo largo de la historia los más altos dignatarios. Si había alguien capaz de volver la mirada ártica de los elfos a las soledades del Espejo donde los últimos hombres libres morían en silencio, ese era Rexor, el Guardián del Conocimiento. Pero primero, debía ser, entonces, hacerle saber que su presencia era necesaria en el último confín.

Debían contactar con él y reclamarle.

sep

Las gigantescas puertas del Salón Boreal se abrieron para ellos pero sólo la Guardia Danzante, la élite de la infantería empuñando sus afamadas «gemelas de escarcha[15]» y sus artificiosas armaduras de combate, la auténtica guardia pretoriana del Sÿr Sÿrÿ les esperaba escoltando al primero de los Delfines, el Senescal Valhiannd’Härumm. Ishmant imaginaba que el Príncipe no se dignaría a recibir en primera instancia aquella delegación llegada por sorpresa y que, posiblemente, se verían relegados a tratar con sus subalternos, pero agradeció que fuese el Gran Senescal Blanco y no cualquier otro dignatario menor quien los recibiese.

—Esta delegación de hombres de las Tribus ha cabalgado duramente por las estepas nevadas para llegar a vuestros ojos y oídos. Pero su presencia solo responde al firme convencimiento de que todos sepan que apoyan y desean este encuentro. No soy yo quien debe reunirse con el «Más Sublime» sino el Guardián. —Valhiannd’Härumm quedaría un tanto perplejo observando al leónida que les acompañaba.

—El Custodio del Conocimiento… ¿No os acompaña?

—Debe ser convocado «Primero entre los Delfines». Y debo rogaros vuestra colaboración. El Guardián se encuentra en el alcázar de Tagar donde existe uno de los seis «Círculos base» que le comunican con la antesala de las Cámaras que este bosque milenario esconde de los ojos mundanos. Concededme un halcón. Un halcón diestro y veloz con el que reclamarle ante los ojos del «Más Sublime» y nuestro viaje no habrá sido en vano.

El Senescal pareció quedar en un trance, preso de una extraña disyuntiva.

—¿Quién es este personaje que traéis encadenado?

—Su nombre es Sorom y sirve a la Sombra de Belhedor. Debe ser puesto de inmediato bajo los ojos de la guardia donde nada pueda ver ni escuchar hasta que el Guardián llegue.

—Lo que pedís es extraño y sólo el «Más Sublime» puede consentir a ello.

—Lo entendemos, Primero entre los Delfines —añadió haciendo una reverencia.

—Tendréis su respuesta en breve. Mientras tanto, vos y los vuestros sois invitados de honor en estos bosques.

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Ishmant aguardaba en profunda meditación en la recargada estancia que aquellos elfos le habían preparado. Más allá de las grandes ventanas ojivales las privilegiadas vistas de la noble ciudad se desplegaban ante unos ojos centrados en equilibrar su alma. Un melodioso campanilleo le advirtió que alguien se encontraba tras la afiligranada madera de la puerta. Era uno de los muchos y recargados emisarios del Príncipe, acompañado de escolta. El monje abrió los ojos despacio y se irguió de su compleja posición.

—El Más Sublime Ysill’Vallëdhor os recibirá ahora. —Ishmant tomó la noticia con sorpresa y recogió con diligencia algunas cosas antes de abandonar la estancia y dejarse guiar por las impertérritas lanzas que escoltaban al chambelán hasta una de las torres del palacio. El salón en el que acabó su serpenteante periplo tenía un labrado arco de entrada pero carecía de puerta. En su interior había algunos nobles elfos, miembros de la Guardia Danzante y una figura que le daba la espalda cuyo fasto y dignidad ensombrecían las lanzas de Yelm que penetraban por las ojivas de la pared. Vestía, sin duda, atavíos de príncipe como ningún príncipe vistió jamás. Larguísimos vuelos y augusta factura. Sus largos cabellos blancos se recogían en estilizados peinados. La voz del «Más Sublime» se escuchó antes de que su hermosa faz se mostrase ante los ojos del monje guerrero.

—Ishmant Arck Muhd, Señor del Templado Espíritu, diestra del Guardián… he oído por sus labios de tu lealtad y destrezas. Me siento honrado de tu presencia en estos salones inmortales. —Entonces se volvió e Ishmant descubrió ante sí la más bella y equilibrada presencia elfa que jamás antes hubiera contemplado. Ysill’Vallëdhor era sin duda el Príncipe de todos los príncipes. En su sangre fluía la sangre dorada de un linaje ancestral. El Señor del Fin del Mundo hizo un gesto desganado con sus manos y un elfo cetrero le acercó el halcón diamante con mejor arquitectura que se puede imaginar. Su porte parecía indigno de un animal y ni siquiera necesitaba caperuza sobre sus ojos para mantener la quietud y la compostura. La bella rapaz miró al monje como si tras sus ojos hubiera un ser inteligente y estuviese a punto de iniciar una conversación con los presentes.

—Este es Illisänndÿll, la Pluma Afilada, Barón de los Halcones Diamante, mi mensajero personal que ahora pongo a tu servicio. Su naturaleza es en parte mágica. Encontrará al Guardián allá donde se encuentre. ¿Traéis el mensaje? —Ishmant tardó en reaccionar hechizado por las enigmáticas presencias de aquellos dos príncipes. Entregó el fino pliego de pergamino al asistente que ya alargaba su mano para tal fin. Este lo presentó ante el Príncipe tras una reverencia. Ysill’Vallëdhor lo plegó y colocó en una pequeña cánula sujeta a una de las garras del noble animal antes de devolvérselo a su cuidador. Entonces se abrieron las ventanas y aquella fabulosa ave desplegó sus alas.

—Vuela, Illisänndÿll. Y trae contigo al Custodio…

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Aquellas alas como velas de navío se agitaron con fuerza. La rapaz, blanca y soberana como el diamante que le daba nombre, alzó su vuelo desde la torre y se elevó sobre los tejados de aquella ciudad boreal a los pies de la muralla del mundo. Pronto los inmaculados edificios quedaron reducidos a una gema impoluta entre el océano de esmeralda y marfil del Sÿr Sÿrÿ, cuyas frondas pasaron raudas bajo la estela afilada de aquella saeta…

Y acabó el bosque y comenzó la extensa alfombra blanca que tapizaba las tierras del Ycter.

Y así, a vista de pájaro se fueron sucediendo los días y las noches. Illisänndÿll dejó atrás los Montes del Dragón y la espejada superficie helada del río Ycter para entrar en sus Soledades, donde las tribus humanas plantaban sus últimas ciudades libres y dejaban ondear sus estandartes…

Y se sucedieron los campos de labranza.

Y los bosques de la tundra helada y sus ganados y aldeas…

Y los Pilares del Mundo estuvieron a su altiva mirada. Allí se concentraban las fuerzas de vanguardia y las defensas humanas salpicando de fosos de estacas, bosques de lanzas y de las jaurías de hombres del norte que las defendían…

y las Columnas del Mundo quedaron atrás.

Los ojos rapaces divisaron entonces las primeras columnas negras, los puestos más avanzados de la sombra y la devastación que les rodeaba. Se reunían en número pero las cimas de los enanos de hielo las mantenían vigiladas. Al Este, abrazando la costa, muy lejos quedaba Barkarii, con sus impresionante anillos defensivos, con su poderosa armada protegiendo la bahía.

Y aquella fue la última vez en la que los estandartes humanos se lanzaron al viento ante sus ojos de halcón. Tras ella sólo el ’Säaràkhally’ se agitaba a los cielos con desprecio.

Y voló más al sur y pasó el caudal del Berserk, antaño tierras libres.

Y se internó en el valle del Morkkos donde la marea negra lo cubría todo y todo lo reducía a cenizas. Columnas y columnas de soldados y bestias se sumaban desde muchos puntos donde cientos de plazas fuertes los recibían en sus inhóspitos brazos.

Pero nada detuvo su avance. Siguieron pasando los días y con ellos sus estrelladas noches. Gallad se dejó ver un instante, contaminada por la garra de Belhedor en el estuario del Galio, que como una arteria envilecida mandaba cauce arriba y sin descanso más y más soldados que nutrían la infestación del Morkkos. A su vera, el reluciente jardín del Issyll’Thalasis que pronto no fue sino otro fugaz recuerdo más…

Y su vuelo se custodió entonces por la recia Espina del Ycter donde enanos de muchas poderosas castas levantan sus monstruosas ciudades-montaña desafiando al viento y a la tierra.

Y al otro lado, la Gran Cordillera donde la hueste de Toros Z’oram ya no estaba.

… Y prosiguió su inquebrantable aleteo hacia el sur, hacia las tierras del Nevada donde el Othâmar conecta su garganta con el mundo a través de los Cinco Ríos y sus Cinco Reinos Élficos que son uno solo. Sobrevoló las copas de aquel vasto jardín segmentado por los ríos que le daban nombre hasta que todos sus cauces se mezclaban en el lírico Uriel’Val que dejaba los bosques tras de sí para peregrinar por las antiguas tierras del imperio destronado. Illisänndÿll siguió la estela plateada desde las alturas y allí donde su caudal viraba vertiginosamente hacia el este para iniciar lento su declive hasta la muerte en el mar, «La Pluma Afilada» tornó su vuelo hacia el Nwândii, atravesando antiguas comarcas imperiales hasta que la visión de las gigantescas columnas del Ghar’al’Aasâck le advirtieron de la cercanía de su objetivo.

Así se aproximaría a sus nobles cimas a través de las abandonadas tierras de labranza del viejo imperio.

Y encontró en su camino la ciudad de Tagar, diezmada e infestada de bestias y orcos donde una columna de jinetes parecía iniciar su camino hacia el reino enano.

Y pasó el bosque a los pies de Tagar y ascendió obligado por la elevación de las crestas de los desfiladeros.

A lo lejos, un fortín blanco le esperaba agarrado a las escarpaduras de la montaña como un molusco de mar en el acantilado.

Y divisó una torre altiva coronada de almenas a la que se aproximaba con rapidez.

Entonces, su vuelo se hizo más delicado buscando las rachas de viento para planear en círculos hasta que sus garras se posaron en la roca más alta de la construcción. Lanzó una mirada hacia abajo, hacia la nevada superficie de la plaza de armas de aquel fortificado alcázar. Allí, junto a un hermoso corcel blanco, divisó dos figuras pequeñas desde las alturas que le miraban con asombro: un elfo de dorados cabellos y un Hombre León. De su garganta surgieron un par de graznidos. Los ojos de la rapaz y el leónida se cruzaron durante unos instantes.

El viaje había concluido.

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Les esperaban desde hacía días. El príncipe Ysill’ lo había dispuesto todo para que el Guardián del Conocimiento recibiese una cálida bienvenida. En la vasta sala del Espejo les aguardarían los músicos más virtuosos de la corte entonando las melodías de bienvenida al visitante con sus complejos y exóticos instrumentos de cuerda. Al final de la sala, dominada por aquel gran espejo circular, aguardada la figura embozada de Ishmant. A Ariom no le habían permitido la entrada. Aquel espejo, receptor del «Círculo Base» comenzó a brillar y el reflejo inconmensurable de la sala dejó de existir. Su superficie se volvió líquida y ondulante. Las gargantas de los elfos iniciaron la melodía de voz. El huésped viajaba.

Entonces dos figuras atravesaron aquel estanque vertical agarrados por las manos. Uno era un coloso hombre león. El otro un joven humano de largos cabellos arena y signos de estar aún algo turbado por el sorprendente viaje que acababa de realizar. Uno de los elfos se aproximó a la pareja.

—Ärhandu’hel, Yaavharä-Idrissïll, Bienvenidos al corazón de Sÿr Sÿrÿ, morada de los Ürull, Señores del Fin del Mundo.

Alex parpadeó incrédulo observando el inmenso escenario que le rodeaba. Entre aquella vasta y hermosa estructura divisó a lo lejos una silueta que le resultó familiar. Su corazón le dio un vuelco al reconocer a su dueño. Sin duda, resultaba la última persona que esperaba encontrar allí.

—¡¡Ishmant!!

sep

Se había hecho la noche en aquellas latitudes cuando Rexor e Ishmant gozaron de la oportunidad de cruzarse la información que con tanta urgencia le había forzado a reunirse de aquella súbita manera en el otro extremo del mundo. La gentileza de los elfos les había procurado una confortable sala y obsequiado con la luz y la calidez de una estilizada chimenea que repartía su acogedor vapor desde sus elaborados perfiles. Sobre la mesa algún exquisito ágape que ninguno llegó a tocar y unas elegantes copas regadas con el mejor vino de Voria de las bodegas privadas del Príncipe. Rexor se mostraría consternado de que sólo el lancero y él les recibiesen en el fastuoso salón de los Ürull.

sep

—No quise decirles a nadie que tú firmabas el mensaje hasta no conocer los motivos que requerían mi presencia aquí —manifestó el leónida con semblante abatido—. Hice bien. Se habrían forjado falsas esperanzas. —Ishmant entrevió el dolor en las palabras de Rexor a través de la apagada expresión de su rostro.

—No temas por ellos. Siguen vivos, Poderoso —le aseguró en un inclinar de sus pupilas—. Pude sentir sus auras brillando cuando sumergí mi cuerpo en los trances a la espera de la muerte o el milagro, mientras bogamos a la deriva por las Aguas del Espejo. —Rexor no pareció reponerse ante la confesión del monje.

—Si vosotros habéis aparecido aquí, Allwënn y los humanos pueden estar en cualquier parte. La última vez que hablé contigo aguardarías a que los asuntos se calmaran en la aldea de los medianos. Ahora me reclamas desde el confín del mundo. —El monje asintió con la cabeza. En efecto, habían sucedido demasiadas cosas desde aquel último encuentro. Ishmant narró entonces apresuradamente cómo persiguieron la carreta hasta Aldor y cómo el Culto lanzó un señuelo por tierra y por mar hasta que sus destinos se cruzaron de nuevo en la siempre sensual ciudad de las Bocas del Dar.

—Lo cierto es que nunca supimos a ciencia cierta dónde se encontraban los humanos pues ninguno encontró oportunidad de comprobarlo antes de que embarcaran. Aún no puedo explicarme cómo Allwënn y el Shar’Akkôlom consiguieron mantenerle la pista a los engendros. El séquito del Culto fue interceptado por los piratas de Keomara. Así fue que la ladrona acabara sumándose a nuestras filas. —Rexor abrió los ojos como si una idea profunda hubiese cruzado su cabeza y luego lanzó un mesurado sorbo a su copa de vino.

—Es increíble cómo el vínculo que les une despierta después de los años. Nuestros pasos nos llevaron hasta Robbahym. Se hace llamar «La Legión» y su aspecto ha cambiado mucho desde aquellos días pasados. Comandaba una compañía de gladiadores. Toda ella se sumó a la causa. Aunque no son muchos, son espadas tan diestras y leales a su capitán como una compañía de Auras Imperiales[16]. Ahora se encuentran en el alcázar, con los refugiados de Lem. Abrí el Círculo para ellos. Sólo hace dos jornadas eran las únicas espadas exceptuando a Gharin con las que podía contar. Celebro vuestra fortuna con la ladrona, sólo espero que no se trate de un espejismo en la lejanía.

—¿Robhyn también? —se sorprendió el monje—. El Círculo los está llamando. Pronto estará completo.

—Ya nunca lo estará, Ishmant.

—No pierdas la esperanza, Poderoso. En Barkarii escuché rumores sobre un Estandarte de los toros. Dicen que había logrado reunir las tribus y pensaba en sumarse a la contienda. Debería tratarse del Asta de Dragón. Él se marchó con esa tarea sobre sus hombros. Quizá lo haya conseguido después de todo.

—Si el Asta del Dragón… —dijo el sabio leónida mesándose el mentón— ha reunido a las tribus, son muy buenas noticias sin duda, Venerable.

—Pero te adelanto acontecimientos, Poderoso —intentó encauzar el adusto monje la conversación de nuevo—. Debo hablarte de las razones que me han llevado a incumplir mi promesa de reunirme contigo en el alcázar.

Rexor se recostó en el sinuoso respaldar de su asiento a la espera de aquellas noticias. Ishmant narró entonces con todo lujo de detalles toda aquella conversación con el rey de Barkarii en su centro de mando. Habló de cómo y dónde se situaban las defensas humanas, del poder y despliegue de la flota de la Ciudad Estandarte unida a la Armada de los enanos de Valhÿnnd y de sus planes de ataque. Y lo más importante, del constante reforzamiento de las legiones en el Valle del Morkkos.

—Karamthor cree que estarán en disposición de romper el frente de defensa en los Pilares del Mundo cuando se retiren los hielos al final del invierno, sino antes. La Última Barricada no aguantará, por eso les propuse parlamentar con los elfos del Fin del Mundo. La situación es delicada, Poderoso. —Rexor le observaba con gesto preocupado. Hasta la fecha, ningún jardín elfo había encontrado motivos para sumarse a un conflicto que les parecía ajeno—. El rey ya me advirtió de lo complicado que resultaría implicar a los elfos y tampoco supo concretarme cómo reaccionarán los enanos si los elfos deciden intervenir… pero tal como se presentan los acontecimientos necesitamos todas las fuerzas para evitar que todo acabe antes de empezar. Pero si el príncipe ’Vallëdhor acepta, su influencia hará que otros le sigan. Entonces podríamos darles la fuerza y tiempo necesarios a la armada para tomar Gallad y les embolsaremos por la retaguardia. Las Tribus apoyan esta medida. Hay al menos treinta delegaciones esperando tu parlamento con el Príncipe de los Ürull.

Rexor seguía pensativo pero se incorporó de su asiento y comenzó a pasear por la habitación lentamente. Ishmant le seguía con la mirada.

—Tu análisis de la situación es digna de un mariscal imperial, Venerable, pero Karamthor el Blanco tenía razón en sus reservas. Los elfos serán reacios a combatir fuera de sus bosques en una lucha que creen de otros y los enanos recelarán de la ayuda elfa si esta llega a producirse. No consentirán que cobren protagonismo a estas alturas de la resistencia.

—Pero no hay muchas alternativas y ambos escucharán al Señor de las Runas.

—En mis planes no estaba ganar esta guerra por las armas… y probablemente no la ganaremos.

—Pero existe una posibilidad por remota que sea de diezmar el frente mejor dotado del Culto. Debemos aprovecharla, Poderoso.

—Tus palabras son sabias, Venerable, pero los acontecimientos se precipitan a un ritmo difícil de asimilar.

—Hay más, Poderoso. Algo que no te he contado aún y que vuelve más delicada nuestra situación.

Rexor detuvo su deambular para volverse hacia aquel maestro de los Kurawa.

—Habla, amigo mío. —Ishmant respiró hondo.

—Ariom y Allwënn fueron descubiertos en su barco. En él viajaba un Cardenal del Culto que respondía al nombre de ‘Rha.

—¡’Rha! Donde ese canalla se encuentre, será donde el Culto quiera hincar sus fauces más profundamente. Es el perro de Velguer, una de las Lunas del Conclave y dicen que Lord Velguer es mano derecha de Ossrik en los asuntos más turbios. Esos asuntos turbios suelen estar relacionados con nosotros. A él le encomendaron la tarea de robar el Sagrado donde toda esta historia comienza a salir a la luz. No me sorprende en absoluto que le hayan rescatado para intentar detenernos. Y donde está Velguer… está también Sorom.

—Lo estaba, Poderoso. Sorom le acompañaba. Tenían orden de entregar los humanos en la Ciudad Imperio. —Rexor se frotó el rostro cansado con ambas manos.

—Sorom y ‘Rha trabajando a las órdenes de Velguer. La historia se repite. El Culto nos sigue de cerca mostrando sus mejores cartas. En aquella ocasión contábamos con una Virgen de Hergos. ¡Cómo añoro su presencia en estas tormentosas circunstancias que nos abaten! Nuestra causa dispondría entonces de una poderosa aliada. —El leónida volvió a sentarse después de lanzar un poderoso suspiro—. ¿Cómo lo descubrieron?

—La arrogancia y los modales de ese Sorom le perdieron. Creyéndose ganador les invitó a su camarote y allí la habilidad del Shar’Akkôlom supo sacarle alguna información.

—Entonces, es cierto. El Culto busca a nuestros humanos. Eso solo puede significar que nuestra elección es la correcta. Si ambos hemos sido atraídos hacia el mismo lugar es que ambos hemos leído e interpretado del mismo modo las señales. Ossrik quiere a nuestros humanos porque sabe que ellos pueden sellar su final. Las noticias no son tan graves, Venerable. Son las mejores que podías darme en estos momentos de incertidumbre.

—Eso no es todo, Poderoso. Ariom se interesó por los engendros, por su papel en las filas del Culto. —Rexor cambió su expresión. Fue consciente de que se había alegrado demasiado pronto—. Aseguran que no les sirven, tan solo son aliados. Les han prometido revivir a su Señor. —Entonces el gesto de Rexor se volvió aún más oscuro y sobrecogido que cuando penetraron por primera vez en aquella cálida sala.

—¡Maldoroth!

—Si, Poderoso, Maldoroth, el Príncipe Desollado, «quien fue corrompido el primero». Aquel que bebió por primera vez la sangre de la misma Esencia de la Oscuridad, a quienes los Jerivha derrotaron al principio de las Edades.

—Maldoroth… —repitió el Señor de las Runas consternado—. El Sagrado corrompido les ligó al demonio Némesis, el Exterminador, a quien colocaron en la vanguardia de sus ejércitos y reunió bajo su influencia a todas las razas del caos. Ahora despertarán al Desollado. Con él, su reino de terror no encontrará fronteras… y Sorom les llevará hasta él.

—Sorom está en nuestro poder. —Rexor dio un fuerte respingo y parpadeó ante aquella revelación.

—¿Repite esas palabras, Venerable? —Le preguntó no demasiado seguro de haber escuchado bien.

—Sorom está aquí, en este palacio. Cayó en el ataque corsario. Ha estado en nuestro poder desde entonces. Ahora descansa custodiado por los elfos en una de sus celdas.

—Sorom… ¿aquí? —Rexor había quedado derrotado con aquella revelación y los agudos sentidos del alma de su acompañante le revelaron que aquella estupefacción iba más allá de la sorpresa.

—¿Quién es realmente ese Sorom, Poderoso? Asymm’Ariom me relató los asuntos del sagrado pero he pasado suficiente tiempo con ese personaje como para advertir que no resulta sólo un adversario más. Hay demasiada similitudes entre vosotros como para pasar desapercibidas. El pueblo de los Leónidas, ni tan siquiera los félidos en su conjunto, sois número suficiente como para tener la fortuna de encontrar a dos ejemplares tan lejos de sus dominios. Él parece tu siniestro alter ego. Poderoso… ¿hay algo que desees compartir conmigo?

Rexor ya no se maravillaba de las excepcionales dotes del Maestro de los Maestros. Respirando hondo y aceptando su derrota se decidió a revelar lo que tan secreto había mantenido todo este tiempo.

—Lo que adviertes es cierto, amigo mío. Algo más que la raza nos une a Sorom y a mí. No me siento orgulloso de cuanto voy a confesarte pero es la verdad. En otro tiempo sólo Äriel conocía mi secreto. El propio Sorom se lo revelaría en circunstancias poco afortunadas y ella lo ocultó incluso a sus más allegados… y así deberá seguir siendo.

Ishmant le dedicó un profundo asentimiento. Su secreto iría a la tumba con él.

—Sorom es… mi hijo.

Al monje se le secó la saliva en la boca.

—Cometí un error con él que aún todavía estoy pagando. —Ishmant quiso decir algo pero un gesto de Rexor le detuvo—. Es mi misión como Guardián del Conocimiento entrenar a un sucesor que me sustituya cuando me sienta cansado de cargar con esta pesada tarea. Mi condición me hace inmune al paso de los años pero estoy obligado a renunciar a esta condición antes o después. Para ello debo legar mis conocimientos y el título de Guardián a un sucesor como mi maestro hizo conmigo y su maestro con él desde el principio de los tiempos. Una vez creí que mi hijo respondería bien a ese perfil. Me dejé arrastrar por mis sentimientos. Me cegué a ellos cayendo en lo que tantas veces me advirtieron que no debía ocurrir. Tarde comprendí que Sorom tenía una naturaleza egoísta… que buscaba el poder y la inmortalidad a través de los artefactos del pasado, del conocimiento. El conocimiento es el arma más poderosa que existe. El conocimiento provee poder, capacidad de manipulación, soberbia, deseos incuantificables de gloria y riqueza si se cultiva desde el egoísmo. Me equivoqué. Había creado un monstruo y debía resarcirme. Mi deber implicaba que debía poner fin a la vida de Sorom para proteger los secretos que había compartido con él. Le repudié y busqué su muerte… pero sólo llevé la muerte a quienes tenía alrededor. Por ese error perdí a su madre y a todos cuantos habían tenido relación con él. Me convertí en un asesino, Venerable. Yo les maté. Pero él consiguió escapar y esconderse e hizo de aquellas muertes un gasto inútil. Provocó en mí un dolor inenarrable que aún hoy no he podido superar. Más tarde supe que vendía sus habilidades como Buscador de Artefactos pero no logré dar con él hasta los sucesos del Sagrado. A partir de entonces, el Culto encontró muy útiles sus habilidades y conocimientos… y él encontró al fin la vía para adquirir ese poder y gloria con la que siempre había soñado al tiempo que competía contra mí y mis intereses.

—Lo que me cuentas, resulta increíble, Poderoso.

—Lo que te cuento no debe salir de esta habitación… jamás.

sep

Rexor bajó pensativo aquellas escaleras acompañado por un par de escoltas Danzantes. El pasillo donde morían aquellos escalones se encontraba bien iluminado y una nutrida representación de aquella infantería de élite custodiaba las puertas que se abrían a ambos lados. Quienquiera que pretendiese entrar o salir de allí sin premiso no iría a otro lugar que a su tumba y con seguridad lo haría en varias partes. Los soldados que le acompañaban le condujeron hasta una de las muchas puertas que se levantaban allí. La escolta que la protegía se echó a un lado. Uno de aquellos soldados realizó un elaborado movimiento de manos y en la madera se hizo visible un símbolo antes ausente que brilló con intensidad antes de volver a apagarse en el anonimato. Rexor supo que la guarda que protegía la entrada estaba abierta. Con un gesto de su cabeza el soldado elfo le indicó que podía pasar.

—Armad la guarda de nuevo cuando entre. Os haré una señal cuando quiera abandonar la celda —dijo a los soldados. Aquellos asintieron con un imperceptible movimiento. Rexor respiró hondo antes de entrar. No tenía la menor idea de qué iba a acontecer en el interior de aquella estancia.

Empujó la puerta suavemente y penetró en una sala que nada tenía que ver con una celda al uso. Bien iluminada y elegantemente amueblada parecía más un estudio que un lugar de confinamiento. Sentado en un recargado asiento se encontraba Sorom con mucho mejor aspecto que cuando llegó. Sus ropas parecían haber padecido mucho pero sus cabellos lucían limpios y recogidos en aquellos peinados que tanto gustaban al oscuro leónida. Cuando vio penetrar a aquella adusta figura abrió los brazos en toda su extensión y esbozó una satírica sonrisa.

—¡Rexor! Bienvenido a mi humilde morada. Perdona el desorden, no te esperaba… ¿Has venido a matarme tú mismo? —Rexor quedó de pie, en silencio, rumiando sus pensamientos. Al fin se dirigió a él.

—Hola, hijo mío.

—¿Hijo? Vivir para ver. —Sorom plasmó una mueca de sonrisa en su rostro y carcajeó débilmente—. Así que ahora somos padre e hijo. ¿Es alguna treta tuya o sólo una burda comedia para hacer más amable este tránsito? —Rexor no le contestó y se mantuvo sereno.

—¿Puedo sentarme? —Le indicó señalando una silla vacía separada de la suya por una gruesa mesa de madera.

—Por favor —suplicó aquel con grandilocuencia, adornando su ruego con un amplio gesto—. Estás en tu celda. —Rexor tomó asiento muy despacio y quedó mirando a aquella criatura, salida de sus carnes, que se había convertido en su enemigo. Le observó durante largo tiempo hasta que su acompañante pareció impacientarse con el silencio.

—Veo que ya no llevas el colgante de mamá. ¿Qué pasa? ¿Su recuerdo te mortificaba? —Rexor sintió cómo aquella provocación le contaminaba el alma pero se mordió sus iras. Llevándose su mano al pecho desnudo notó la ausencia de la joya a la que se refería Sorom.

—Tuve que venderla a unos enanos por un pasaje de barco. —Al rostro del otro félido regresó la mordacidad.

—¡Oh! Menudo disgusto…

—No bromees con ese tema, Sorom. Te lo suplico. No puedes imaginar con cuánto dolor me desprendí de ella.

—Me conmueves el alma, padre. Tú siempre tan dispuesto a sacrificarte por un bien mayor. Debo confesar que te envidio. Yo nunca he sido capaz de ello.

—Ya basta, Sorom —le reprendió con dureza el Señor del Conocimiento—. He venido para hablar de Maldoroth.

—Oh, vaya… y yo que pensaba que tendríamos una de esas largas charlas que nunca tuvimos —respondió con un disipado tono afectado. Rexor reaccionó colérico golpeando la mesa y alzando sus descomunales dimensiones de la silla donde se alojaban.

—¡¡He dicho que basta!! ¡Tuvimos esas charlas! Sólo que tú nunca las escuchaste —rugió y en su rostro se atisbó el animal que llevaba dentro. Tan agresiva resultó su mirada que incluso Sorom se sintió peligrar ante ella.

—¡Este es el padre que yo recordaba, sin duda! Han durado poco las buenas maneras, por lo que veo. Celebro encontrarte. —Rexor trató de calmarse y regresó a su asiento de nuevo.

—Ahora me responderás… ¿Qué sabes de los planes de Belhedor? —Sorom jugó a que la presencia omnipotente de su padre no le intimidaba y se recostó sobre el respaldar con aire desganado.

—Así que tus amigos ya se han ido de la lengua. ¿Dónde está la cortesía? ¿Ya nadie guarda un secreto?

—No juegues conmigo, Sorom. Te he hecho una pregunta. —La mirada de Rexor no había perdido intensidad.

—No tengo por qué responderte, Rexor, y lo sabes.

—No saldrás de aquí, hijo, te lo aseguro. Más vale que me ayudes y no hagas que me arrepienta de dejarte vivir.

—Esa era la misma seguridad que yo tenía cuando me dejé embaucar por el Shar’Akkôlom y apenas horas más tarde daba con mis huesos en una celda de la que aún no he salido. —Rexor relajó su expresión y le mantuvo la mirada durante unos momentos que parecieron interminables.

—No te dejes engañar. Tus huestes negras no llegarán hasta aquí, te doy mi palabra. —La expresión en los ojos de su hijo advertían que aquel no compartía aquella generosa visión—. Y si en algún momento tengo aunque solo sea la duda de que eso no será así, vendré aquí y acabaré contigo con mis propias manos. Así que ahora, cuéntame lo que sabes. —Sorom quedó midiendo la dimensión de aquella amenaza y en su cabeza sus cálculos le hicieron dudar.

—¿Qué quieres saber, padre? —le anunció con arrogancia y violencia en su tono de voz—. El todopoderoso Guardián del Conocimiento pidiendo ayuda a su desviado hijo… pensé que no viviría para verlo. ¿Qué deseas saber, padre? Yo tengo tus respuestas y tú nadas en el vacío de la ignorancia. Que buscan despertar a Maldoroth… ¿Acaso vas a decirme que no lo sospechaste cuando aparecieron en escena los engendros de Neffando?

—¿Con qué propósito? —Sorom adoptó una expresión incrédula.

—¿Con qué propósito imaginas? Con el propósito que mueve al mundo. Con el propósito que todos buscan y tú te empeñas en ignorar: Poder, poder… sólo poder. Poder para aniquilar a tu adversario. Poder para imponer tus deseos. Poder para obligar a otros a hacer lo que no quieren. Poder, poder, poder. El mismo poder del que una vez gozó el Imperio y sus emperadores. Poder para devolver el dolor que sus inquisidores sembraron sin que les temblara la mano. ¡El Culto y sus deseos de venganza son creación vuestra!

—¡¡No involucres a nadie más en esto!! No oses comparar. No pretendas justificar…

—¡No me interesa justificar, padre! Ya se encargarán los cronistas oficiales de hacerlo, como en su momento lo hizo tu vanagloriado Imperio.

—Justificas tu propia ansia de poder, Sorom. Colaboras con ellos sólo por tu propia parcela de poder… nada más.

—¿Poder? —Sorom se dejó caer en su asiento como si hubiese escuchado una irreverencia propia de un crío—. ¡Poder! Ya pasé esa época, padre… el poder es un estado pasajero. Mira a tu alrededor. ¿Dónde está ahora el poder de los emperadores? Ceniza, sólo ceniza. Tal vez el Culto alcance sus objetivos, pero otros llegarán algún día y se lo arrebatarán también a ellos. No, padre. Ya nada me importa el poder. Mis aspiraciones son mucho más mundanas y también más elevadas. Hoy sólo me importa sobrevivir, entender y aceptar el tiempo que me ha tocado vivir. No pretendo mucho más.

Rexor se volvió a levantar furioso.

—¡¿Qué clase de advenedizo crees que soy, Sorom, para creer tus palabras cuando tus acciones siguen desequilibrando la balanza?! —Sorom también alzó la voz.

—¿Y qué, si en su momento decidí apostar por otro? ¿Y qué, si decidí que ya estaba harto de que tus Emperadores se jugaran el mundo en una partida de Quast? Cansado de que avasallaran y pisotearan cuanto les venía en gana enarbolando la bandera de las libertades. ¿A cuántos pueblos tiranizaron ellos con su peculiar idea de la libertad?

—¡¡Y por eso dejas que otros se tomen la venganza. Que exterminen inocentes!!

—¡¡¿Quién es inocente, padre?!! —bramó el furioso hijo—. ¡¡Nadie es inocente!! ¡Ni tú, ni yo! Ni quienes engordaron bajo la tiranía que tu Imperio impuso a otros, ni quienes lo harán ahora con el nuevo poder. ¡¡Yo no he creado ningún monstruo!! Lee esos malditos libros de historia que con tanto celo escondes a los ojos del mundo. Lee entre las líneas y descubrirás que el monstruo ha ido creciendo poco a poco, alimentado de odio y resentimiento. ¡El monstruo estaba ahí! Yo solo le he ayudado a abrir la puerta. Asume tu propia responsabilidad en todo esto, porque yo asumo la mía. —Sorom volvió al sitio fatigado y se llevó una mano al rostro—. Toda esta conversación vacía me mortifica enormemente —añadió con un tono de voz cansino y quebrado. Rexor quedó por un instante pensativo.

—Si es cierto que te sientes responsable… —le diría ahora con un tono de voz más relajado— ayúdame a pararlo. Aún estamos a tiempo. Contigo nuestra causa ganaría un poderoso aliado.

—¿Nuestra causa? —Sorom se revolvió en su asiento hastiado. Aquella proposición ya la había escuchado con anterioridad y ni por boca de su padre le parecía más convincente—. ¿No has escuchado nada, padre? ¿No lo quieres entender? Tu causa, no es mi causa. Ayudarte… ¿a qué? ¿A volver a retornar el poder del Imperio? ¿A sentar en su trono a un nuevo tirano que perpetúe la historia hasta ahora? No, gracias. Prefiero dejar las cosas como están. Sé que el cambio no es lo que yo esperaba cuando todo esto se inició… pero tu alternativa no me convence en absoluto. El mundo se ha purgado y mañana otros purgarán el que surja de todo este caos. Así funciona el mundo.

—Los emperadores no siempre fueron justos —confesó Rexor con cierto poso de melancolía—. Y la sociedad que abanderaban cometió muchas injusticias. Quizá todo esto sirva para poder corregir errores. Pero si el Desollado despierta… Maldoroth les proporcionará más poder del que nunca tuvieron. Sólo se habrá expulsado unos tiranos para colocar a otros en su lugar. ¿Dónde está la regeneración entonces, Sorom?

—¿De tu Advenido, quizá? —Rexor creyó palidecer—. Sí, padre, en tus filas tampoco saben guardar un secreto. Estás tan ciego que ni siquiera puedes ver lo obvio. La regeneración ya se está produciendo, lo cual no implica que el resultado vaya a gustarnos. Pero tú sigues poniendo tus esperanzas en los textos proféticos. Si fueras capaz de apartarte por un solo instante de tu visión del mundo serías consciente de lo equivocado que estás. —Sorom guardó silencio de inmediato, pero Rexor captó enseguida aquel desliz.

—¿Qué ibas a decir? —preguntó Rexor con firmeza—. ¿Por qué estoy equivocado?

Sorom se atrincheró en una negativa.

—¡¿Por qué estoy equivocado?! —El tono se endureció una vez más— ¡¡¿Qué sabes de las profecías que yo no sepa?!! ¡¡Habla!!

—Todo está escrito, padre. Pero tu enfoque predispone tu lectura… como otros antes que tú.

—¡¡Habla claro maldita sea!! Hay muchas vidas en juego. —En su desesperación, Rexor llegó a prenderle de las ropas y zarandearle con violencia. Pronto se dio cuenta de su actitud y controlando su ira, le soltó la presa—. Siempre conseguías hacerme perder el control, hijo. Aún sigues conservando esa extraña habilidad.

Sorom, de regreso a su asiento, se recolocó con gestos cuidadosos sus arrugadas ropas.

—No puedo esperar de ti ninguna colaboración más… ¿verdad? —Rexor obtuvo el silencio por respuesta—. Lamento que te sitúes al lado de esos fanáticos. Adiós por el momento, hijo mío. —Rexor se dio la vuelta y golpeó la madera de la puerta para avisar de su intención de salir. Sorom se hundió en la silla resignado.

—Si sirve de consuelo, no ha sido tan terrible, padre. La última vez juraste matarme. Sales de aquí y yo sigo con vida —dijo retornando a sus labios aquella libidinosa ironía del principio. Rexor se volvió para mirarle por última vez.

—No puedo asegurar cuánto tiempo más vivirás, hijo —le confesó amargamente. Sorom le enfiló directamente a los ojos.

—Mataste a tu esposa, mi madre, y a muchos de tus más queridos por proteger un conocimiento que debería ser patrimonio de todos. ¿Tan estricto es tu sentido del deber que me matarías, aún hoy, también a mí, a tu único hijo, la única familia que te queda por salvar secretos que unos pocos poderosos decidieron esconder del mundo? —La puerta se abrió pero Rexor no la cruzó. Se volvió despacio para responder a aquel prisionero.

—Con todo mi dolor… sobre todo hoy. Si ello contribuye al bien general, lo haría.

Padre e hijo se fundieron en una intensa mirada, aunque en ella no había duelo, solo amargura y resignación. Sorom rompió la tregua.

—¿Quién es el fanático, padre?

La puerta se cerró tras él.

espada