Madrid, septiembre de 177…

¿SABÍAIS, amigo mío, que el duque de Alba, quizá la figura más destacada de la nobleza española, ha enviado también veinte luises de oro para contribuir a vuestra estatua? Siempre que tiene ocasión y que se halla entre personas de bien, el duque habla con gran reverencia de vos y no le importa proclamar que conoce muy a fondo vuestras obras. Su rancio abolengo le pone (¿por el momento?) a resguardo de las represalias clericales.

Me parece muy adecuado que os levanten estatuas, siempre que no sea a caballo. No soportaría veros ecuestre… Yo os representaría sentado ante vuestra mesa de trabajo, pero no escribiendo sino tomando una taza de café mientras charláis con algún visitante. En bata, claro, y con la cabeza cubierta por ese gorro de lana al que todos los que han tenido la suerte de veros personalmente nunca dejan de referirse. Sólo para los ignorantes resultaríais así demasiado burgués: los demás sabemos que tal es la imagen del nuevo héroe moderno, esgrimiendo su afilada ironía y blandiendo la pluma en el doméstico campo de batalla donde ha de decidirse la suerte de nuestro siglo.

Pero vuestro verdadero monumento no lo harán ni Pigalle ni Houdon; su materia no será el mármol ni el bronce. Vos mismo os lo habéis levantado, con vuestro talento y abarca ya muchos volúmenes. Yo tengo la suerte de disfrutarlo una y otra vez en mi gabinete, mientras espero esos otros pequeños bustos epistolares que me hacéis el honor de enviarme. No os quiero en estatua; os querría en carne, hueso y voz: pero me conformo teniéndoos por escrito. Por cierto, la letra de las cartas que me enviáis es muy bella, firme y regular; como difiere de los trazos de la firma, supongo que no es de vuestra mano. Os honra, en cualquier caso, porque tiene la misma claridad y elegancia que vuestro pensamiento.

Durante vuestra estancia en Prusia os dedicasteis a componer obras históricas y creo que habéis proseguido luego esa tarea. Sin embargo, yo no conozco ninguna de ellas, ni siquiera El siglo de Luis XIV, del que tanto he oído comentar. Francamente, me aburre la historia. Todo son matanzas llamadas hazañas, expolios denominados conquistas, alianzas presentadas como matrimonios e insubordinaciones de la plebe tituladas revoluciones. Me interesa tanto la vida de los grandes hombres como vos o mister Newton cuanto me fastidia la epopeya de los rebaños nacionales y sus pastores, que suelen ser también sus matarifes. Por favor, decidme si me equivoco pero seguid amándome aunque así sea.

CAROLINA