AMIGO mío, las páginas que me habéis enviado y que acabo de leer —aún guardo húmedos los ojos— me han emocionado tanto como cualquiera de vuestras tragedias y me han entretenido no menos que uno de vuestros cuentos filosóficos. Pero la referencia a los relatos orientales que hacéis en su última parte me ha recordado uno de mis deberes maternos que estoy deseosa por cumplir. Me encargo personalmente de que mi hijo Francisco no descuide la lectura en francés de obras literarias de calidad y cuyo disfrute comprensivo esté al alcance de sus años. Creo hablar sin pasión de madre —aunque no niego que la siento— cuando digo que es un muchacho intelectualmente muy despierto. Hemos leído juntos más de una vez los relatos de Las mil y una noches traducidos por Galland y me asombra lo atinado y a veces pícaro de sus comentarios infantiles. Creo pues que ya tiene edad para dar un paso más allá y leer al más grande de sus contemporáneos.
Mi desazón estriba en que no sé cuál de vuestros cuentos poner primero en sus manos. ¿Quizá la preciosa crónica de Zadig, que es una de mis favoritas? ¿O Micromegas, cuyo tono fantástico sin duda atraerá su atención, tan amante de portentos como la de cualquier otro niño? La única que descarto para comenzar es Cándido, pues creo que hay que haber vivido al menos un poco los sinsabores del mundo para apreciarla en su alto y sutil valor. Aunque de todas formas Cándido es un relato sobre el que hay que volver una y otra vez. Yo lo releo anualmente o siempre que la existencia me agobia y conturba en exceso; cuando lo concluyo, respiro y pienso: «¡Bien, el camino vuelve a estar despejado!». También podría indicarle la lectura de El ingenuo, pues mi Paquito es como ese joven indio hurón a la vez torpe y bienintencionado que ha de afrontar la civilización con todos sus engaños tan deliciosos como crueles. En fin, nadie más indicado que vos para despejar mis dudas. ¿Por cuál de vuestros cuentos le haré comenzar? Desde luego espero que los lea y relea todos muchas veces, como yo misma hago. Pero el primero ha de tener la emoción de un descubrimiento esencial, como la noche que nos iniciamos en los secretos del amor. Aconsejadme. Sea cual fuere el que decidáis recomendarme, lo pondré en manos de Francisco con la alegría teñida levemente de envidia que se siente al proporcionar a un ser querido una nueva fuente de placer.
CAROLINA