11. La entrada en la guerra

El comienzo del cambio.

El segundo gobierno de Jefferson estaba terminando en el desastre. Entre el desamparo de la nación contra Gran Bretaña, el vergonzoso asunto de Burr y el total fracaso de la Prohibición, fue tan sombrío como luminoso había sido el primer gobierno.

Sin embargo, Jefferson podía haber tenido un tercer mandato si lo hubiese querido. Pero estaba cansado. Después de cuarenta años en la vida pública y ocho años como presidente, estaba tan ansioso de retirarse como lo había estado Washington. Por ello, dejó bien en claro que no se presentaría como candidato para un tercer mandato. Esta actitud y la negativa de Washington establecieron el precedente de un máximo de dos mandatos que iba a mantenerse por 132 años, aunque la Constitución no lo exigía.

Los republicanos se volvieron a Madison, arquitecto de la Constitución, fiel mano derecha y paisano virginiano de Jefferson, así como secretario de Estado durante los ocho años de la presidencia de Jefferson. George Clinton fue propuesto nuevamente para la vicepresidencia. Los federalistas se aferraron a Pinckney y King.

El resultado fue otra victoria republicana demócrata, pero por un margen reducido. Madison recibió 122 votos electorales y Pinckney 47, el 7 de diciembre de 1808, por lo que Madison fue elegido cuarto presidente de los Estados Unidos. Los federalistas obtuvieron ganancias en el Undécimo Congreso. Aunque su representación en el Senado no varió, doblaron su número en la Cámara de Representantes, que, sin embargo, siguió siendo demócrata republicana, por 94 a 48.

Pero los federalistas recuperaron fuerzas en Nueva Inglaterra, y algunos demócratas republicanos norteños, si bien no se pasaron a los federalistas, se negaron a apoyar a otro virginiano para la presidencia y votaron por Clinton (quien recibió seis votos electorales para la presidencia).

Era claro que la Prohibición estaba fortaleciendo a los federalistas y que esto no podía continuar. Por ello, el 1 de marzo de 1809, tres días antes de abandonar el cargo, Jefferson levantó la Prohibición para que Madison pudiese iniciar su gobierno sin ese impedimento. La prohibición del comercio con Gran Bretaña y Francia se mantuvo, pero los barcos americanos pudieron ir a cualquier otra parte que quisieran.

Madison siguió tratando de mejorar la situación en el mar mediante negociaciones, y al principio las perspectivas parecían esperanzadoras. El ministro británico ante los Estados Unidos, David M. Erskine, trató de llegar a un acuerdo y, en su entusiasmo, concedió más de lo que sus instrucciones le permitían hacer. Madison levantó gozosamente las restricciones sobre el comercio con Gran Bretaña, pero luego el gobierno británico repudió acremente el acuerdo de Erskine, y Madison, defraudado y confundido, tuvo que reimponer las restricciones.

Pero esas restricciones continuaron haciendo mucho daño y poco bien, de modo que el 1 de mayo de 1810 el Congreso intervino. Se aprobó una ley que permitía el comercio con Gran Bretaña y Francia, pero prometía que si cualquiera de estas naciones levantaba todas las restricciones sobre la flota americana, el comercio con la otra sería prohibido.

Fue un gesto bastante tonto, pues Gran Bretaña no cedería, mientras que si Francia lo hacía, puesto que sus restricciones eran de escasa monta, ello importaría poco.

Francia levantó las restricciones, o al menos pretendió haberlo hecho. Aunque aseguró a los Estados Unidos que ya no había restricciones, en la práctica las mantuvo. Madison, ansioso de obtener algún beneficio de las angustias diplomáticas de los Estados Unidos, aceptó el gesto de Napoleón y rápidamente prohibió nuevamente el comercio con Gran Bretaña, el 2 de marzo de 1811.

Para el público americano, Francia era conciliadora y Gran Bretaña intransigente, de modo que el sentimiento antibritánico siguió aumentando. El gobierno británico, por otra parte, que tenía una experiencia directa de la duplicidad napoleónica, no podía creer que Estados Unidos se hubiese dejado engañar. Los británicos pensaban que el presidente demócrata republicano sencillamente se dejaba llevar por su prejuicio profrancés y se negaron a levantar sus restricciones sobre los barcos americanos.

Esto fue desafortunado, pues los británicos estaban en condiciones de ser indulgentes. Napoleón se había envuelto en 1808 en una guerra sin posibilidades de victoria en España, y toda Europa se agitaba cada vez más bajo su dura dominación. Sin embargo, Gran Bretaña tenía su orgullo y aún abrigaba un ardiente resentimiento contra sus antiguas colonias, y no cedería.

Así, los sucesos empezaron a dirigirse implacablemente hacia la guerra.

Pero si Estados Unidos parecía inerme frente a Gran Bretaña y Francia, quedaba en pie el hecho de que estaba creciendo rápidamente. En 1810, el censo nacional demostró que la población del país era de 7.239.881 habitantes, unas dos veces y media mayor que cuando se había obtenido la independencia, en 1783.

Y no se trataba sólo de números. El carácter de la economía americana estaba iniciando un lento cambio en la dirección que Hamilton había esperado y ni Jefferson ni los demócratas republicanos podían hacer nada para detenerlo.

En 1789, un inglés llamado Samuel Slater (nacido en 1768) llegó a los Estados Unidos. Había trabajado en las fábricas inglesas que empezaban a utilizar la máquina de vapor para accionar artefactos que hilaban y tejían, reemplazando el más lento trabajo a mano. Este hecho señaló el comienzo de la «Revolución Industrial». Slater tenía los diseños de tales máquinas en su cabeza y en 1790 fundó una fábrica en Pawtucket, Rhode Island. Así llegó la Revolución Industrial a los Estados Unidos.

Oliver Evans (nacido cerca de Newport, Delaware, en 1755) construyó máquinas de vapor de alta presión ya antes de 1802, y con ellas se pudo construir una fábrica tras otra. Francis Cabot Lowell (nacido en Newburyport, Massachusetts, en 1743, y en homenaje al cual se dio nombre a Lowell, Massachusetts) construyó complejas tejedurías e hilanderías.

A partir de esos comienzos Estados Unidos se convertiría, un siglo y medio más tarde, en la nación industrialmente más avanzada que haya visto el mundo, proceso que, lenta pero constantemente, barrería la nación de los pequeños granjeros que Jefferson había idealizado.

Sin embargo, una consecuencia de la inventiva americana resultaría casi fatal para América.

Desde la Guerra Revolucionaria, la institución de la esclavitud se hizo cada vez más impopular y ganaba terreno la aspiración a hacerla ilegal. Hasta en el Sur, donde estaba la mayoría de los esclavos, había pocos apologistas de ella. El uso de esclavos no era muy rentable y constituía una vergüenza, considerando los elevados ideales democráticos de los demócratas republicanos del Sur. Y, en verdad, hombres como Washington y Jefferson, aunque poseían esclavos, detestaban la institución.

Uno de los cultivos importantes del Sur era el algodón, cada vez más solicitado por las fábricas de máquinas de vapor de Gran Bretaña, que empezaron a producir ropa de algodón barata en grandes cantidades. El paso más difícil era el de separar las fibras de algodón de la simiente. Era un trabajo espantosamente tedioso que se obligaba a realizar a los esclavos negros, pero que sólo podía hacerse lentamente.

La esposa de Nathaniel Greene, viuda del general de la Guerra Revolucionaria (que había muerto en 1786), vivía en Savannah, Georgia. Un día de 1793 recibió como invitados a algunos plantadores sureños que hablaban con vehemencia de esta dificultad. Estaba presente en esa ocasión un joven protegido de la señora Greene, Eli Whitney (nacido en Westboro, Massachusetts, el 8 de diciembre de 1765), un ingenioso inventor.

En pocas semanas construyó un sencillo cilindro claveteado que, cuando rotaba, enredaba las fibras y las separaba de las semillas mecánicamente.

Esta «desmotadora», que Whitney patentó el 14 de marzo de 1794, aumentó en cincuenta veces la cantidad de algodón que podía ser separado de las semillas. Inmediatamente fue posible aumentar la cantidad de algodón cultivado, pues todos los esclavos podían ser utilizados en los campos, sin tener que desperdiciar prácticamente a ninguno separando pelusas. Las plantaciones de algodón se expandieron, la esclavitud se hizo más rentable y toda oposición a ella gradualmente desapareció en el Sur. En verdad, los sureños empezaron a pensar que sin la esclavitud su economía se destruiría.

Así, estaba montado el escenario para la gran tragedia americana de la guerra civil de setenta años más tarde.

(Whitney no hizo dinero con la desmotadora. Era tan simple que cualquiera podía construirla, y Whitney comprendió la inutilidad de hacer pleitos por la usurpación de su patente. Se marchó a Connecticut, y allí, en 1798, se dedicó a la manufactura de armas de fuego. Lo hizo con precisión y fue el primero en fabricar partes tan iguales que cualquiera de ellas se adaptaba a cualquier arma. A la larga, esto fue más importante que la desmotadora).

La creciente iniciativa e inventiva de los americanos también contribuyó a neutralizar la debilidad inherente a la vasta extensión de territorio de la nación. Madison fue presidente de una nación con una superficie de 3.800.000 kilómetros cuadrados, mucho más grande que cualquier nación europea, excepto Rusia. En las condiciones de la época, el transporte y las comunicaciones por esas distancias subdesarrolladas eran tan difíciles que hacían razonable que aventureros como Wilkinson soñasen con separar partes remotas de territorio.

Pero el desarrollo se produjo rápidamente. La «carretera de peaje» había sido desarrollada en Gran Bretaña y, el 9 de abril de 1791, fue introducida en los Estados Unidos, cuando se inauguró una carretera de cien kilómetros entre Filadelfia y Lancaster. En 1810 había trescientas compañías constructoras de carreteras en el noreste, y también se construyeron canales (caminos para barcos, en realidad). Los hombres pudieron cada vez más desplazarse rápida y fácilmente, y con cada década que pasó disminuyeron los inconvenientes de la vasta superficie americana.

La nueva era de la máquina de vapor también se inició en el transporte. Ya en 1787, John Fitch (nacido en Windsor, Connecticut, el 21 de enero de 1743) había construido un buque de vapor en el río Delaware, y estaba en funcionamiento. La mala suerte lo llevó a la bancarrota, pero en 1807 Robert Fulton (nacido en el condado de Lancaster, Pensilvania, en 1765) tuvo más suerte en el río Hudson. El barco de vapor también estimuló el comercio interno.

Lejos, pues, de pensar que su vasto territorio era una debilidad, Estados Unidos buscó una expansión aún mayor. Por ejemplo, estaba la cuestión de Florida y la costa del golfo.

Al adquirir Luisiana de Francia, hubo considerable incertidumbre acerca de Florida. En 1810, lo que ahora llamamos Florida era la «Florida Oriental», mientras que la parte de la costa del golfo desde el actual límite noroccidental de Florida, al oeste del río Mississippi, era llamada «Florida Occidental». La cuestión era si una de estas regiones o ambas estaban incluidas en la compra de Luisiana. España sostuvo vigorosamente que ninguna de ellas lo estaba, pero Jefferson afirmó con igual vigor que Florida Occidental, al menos, estaba incluida, pues sólo con su inclusión podía la desembocadura del río Mississippi estar en manos americanas por ambas orillas. El 27 de octubre de 1810, después de que unos aventureros americanos invadieron desde el sur el territorio, Madison proclamó que la Florida Occidental formaba parte de los Estados Unidos. La parte occidental de esa región, la parte que ahora constituye la sección del Estado de Luisiana que está al este del río Mississippi, fue ocupada de hecho. La parte situada más al este quedó aferrada por España, que se mantuvo en su fuerte de Mobile, pero aun así el dominio americano sobre el Mississippi inferior fue total.

Recurso a las armas.

Los indios del territorio de Ohio observaban atentamente las crecientes tensiones entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Desde la batalla de los Arboles Caídos, la afluencia de colonos blancos había continuado constantemente y estaba claro que el movimiento no se de tendría hasta que toda la tierra fuera ocupada y todos los indios se hubiesen marchado.

Pero si había guerra, los indios podían contar con la ayuda británica. Con esta idea, un nuevo jefe, Tecumseh (nacido cerca de donde está ahora Springfield, Ohio, alrededor de 1768), se dispuso a presentar un frente indio contra los Estados Unidos.

En esto, contaba con la ayuda de su hermano, un jefe religioso carismático llamado «el Profeta». Ambos, actuando como líderes político y espiritual, respectivamente, estaban obteniendo considerables resultados.

El centro de su poder estaba en el territorio de Indiana, donde se hallaba «la Ciudad del Profeta». El gobernador del territorio desde 1800 era William Henry Harrison (nacido en el condado de Charles, Virginia, el 9 de febrero de 1773), cuyo padre, Benjamín Harrison, había sido uno de los firmantes de la Declaración de la Independencia.

Harrison emprendió la acción para frustrar los sueños de los indios antes de que se llevase a cabo la unión de las tribus. Por medios muy dudosos logró que gran parte del territorio indio fuera cedido a los Estados Unidos, en parte para limitar el territorio abierto a Tecumseh y en parte para provocar a los indios a una batalla prematura.

Con la misma idea en la mente, Harrison esperó a que Tecumseh se marchase al sur para tratar de obtener allí apoyo de los indios, y luego condujo una fuerza de mil cien hombres desde Vincennes, su capital, al norte, aguas arriba del río Wabash. El 7 de noviembre de 1811 llegó al río Tippecanoe, cerca de donde estaba situada la Ciudad del Profeta. Acampó allí con la convicción de que, ausente Tecumseh, el Profeta solo no podría resistir a los que instaban a atacar al ejército americano.

Los indios efectuaron una carga y, en los primeros fieros momentos de la batalla de Tippecanoe, los americanos retrocedieron y estuvieron a punto de ser rodeados. Pero, luchando duramente, rechazaron a los indios después de dos horas. Sufrieron doscientas bajas, pero destruyeron la Ciudad del Profeta antes de marcharse.

La batalla de Tippecanoe desbarató el plan de Tecumseh y lo obligó a depender totalmente de los británicos. Puesto que la guerra todavía no había llegado, esto significó que tuvo que esperar.

Como siempre, la noticia de una victoria sobre los indios fue recibida con desbordante entusiasmo. Se oscureció la pequeñez de la victoria y Harrison fue convertido en el héroe del momento. Como se difundió la creencia de que los británicos estaban apoyando a los indios, la batalla provocó un aumento aún mayor del sentimiento antibritánico.

El creciente ánimo belicista ya se había reflejado en la elección de mitad del mandato de 1810, en la que se eligió el Duodécimo Congreso. En este Congreso, los demócratas republicanos reforzaron su predominio en el Senado y se recuperaron de las pérdidas de 1808 en la Cámara de Representantes.

Lo más importante fue que en la elección del Congreso hubo una desaparición masiva de los viejos nombres que habían dominado, más o menos, el gobierno en los veinte años siguientes a la aprobación de la Constitución. Se votó a líderes jóvenes, para quienes la Guerra Revolucionaria era cosa del pasado y que no podían recordar. Habían crecido como americanos independientes y estaban llenos de sueños de poder.

Los del Norte estaban ansiosos de atacar y de apoderarse del Canadá, sosteniendo que mientras estuviese en manos británicas, sería siempre un arsenal donde los indios podían armarse y sentirse estimulados a hacer la guerra. Los del Sur tenían el mismo entusiasmo por adueñarse de Florida. Todos soñaban con mostrar a Gran Bretaña que no podía pisotear el honor americano.

Estos nuevos hombres fueron llamados sarcásticamente los «Halcones de la Guerra» por John Randolph (nacido en el condado de Prince George, Virginia, el 2 de junio de 1773), uno de los sobrevivientes de la era anterior. Era un demócrata republicano intransigente que había roto con Jefferson cuando éste no le pareció suficientemente demócrata republicano.

El miembro principal de los Halcones de la Guerra era Henry Clay de Kentucky, el primer hombre eminente en la política americana asociado a un Estado que no era uno de los trece originales. Sin embargo, había nacido en el condado de Hanover, Virginia, el 12 de abril de 1777. Era tal ahora la fuerza del sentimiento belicista que Clay fue elegido presidente de la Cámara de Representantes.

Pero los Halcones de la Guerra no siempre eran juiciosos en su fervor antibritánico. Tal era el caso del Banco de los Estados Unidos, cuyos estatutos de veinte años debían ser renovados en 1811. En general, había funcionado bien, pero era contemplado como un símbolo del federalismo y un instrumento del poder comercial. Además, unos dos tercios de sus valores estaban en manos británicas, lo cual hacía parecer, para un público cada vez más antibritánico, que el Banco era un instrumento en manos del enemigo.

Por ello, el Duodécimo Congreso se negó a renovar sus estatutos. En el Senado, la votación quedó empatada y el vicepresidente ejerció uno de los pocos privilegios de la vicepresidencia, el de votar para romper un empate en el Senado. Votó contra el mantenimiento del Banco. El cierre del Banco empeoró considerablemente la situación financiera de los Estados Unidos y lo hizo menos capaz de librar una guerra, que no era, desde luego, lo que ansiaban los Halcones de la Guerra.

Y otra dramática acción de guerra tuvo lugar en el mar. El barco de guerra británico Guerrière (palabra francesa que significa «guerrero») rondaba frente a la ciudad de Nueva York, haciendo requisa de marineros. El 16 de mayo de 1811 el barco de guerra americano President fue enviado para poner fin a esa situación.

El President divisó un barco de guerra que tomó por el Guerriére y lo persiguió. En realidad, el barco era el Little Belt, de sólo la mitad de tamaño del Guerriére y que no era rival para el President. Éste alcanzó al otro barco frente al cabo Charles, donde comienza la bahía de Chesapeake y hubo un combate. Muy superado en poder de fuego, el Little Belt fue puesto fuera de combate, con nueve muertos y veintitrés heridos. El President quedó indemne.

Para los americanos, esto les parecía sólo una venganza por el asunto del Chesapeake. Para los británicos se trataba de una cobardía yanqui, al meterse deliberadamente con un barco mucho menor. También el público británico empezó a estar sediento de guerra.

Los gobiernos de ambas naciones eran, en general, renuentes a recurrir a las armas, por popular que fuese esta acción. La larga guerra con Napoleón estaba empezando a afectar a los británicos. En 1811 hubo una seria depresión en Gran Bretaña, y el comercio americano podía haber sido sumamente útil, aun al precio de que se produjese una filtración hacia Francia. En cuanto a Estados Unidos, Madison hacía apresurados preparativos, ampliando el ejército y mejorando la armada. Sabía que pasaría mucho tiempo antes de que Estados Unidos estuviese realmente preparado para la guerra.

El resultado fue que Madison presionaba para que se efectuasen negociaciones y los británicos, aunque con renuencia, estaban llegando a la conclusión de que debían ceder algo. El primer ministro británico, Spencer Perceval, se dispuso a anular todas las restricciones sobre el comercio americano y a ceder en todas las demandas americanas, excepto en la delicada cuestión de las requisas.

Entonces intervino el Destino. El 11 de mayo de 1812, una persona mentalmente desequilibrada asesinó a Perceval, quien fue el único primer ministro británico asesinado en tiempos modernos. Durante un tiempo, el gobierno británico estuvo sumido en la confusión y no tuvo tiempo de examinar la querella con los Estados Unidos.

El retraso se produjo en un momento en que Madison ya no podía resistir las crecientes presiones en el Congreso y otras partes para que se hiciese una declaración de guerra. En aquellos días no había un cable atlántico ni manera alguna de enterarse del asesinato de Perceval antes de varias semanas, y por lo tanto no se comprendía el desorden que reinaba en Gran Bretaña.

Madison dispuso que los barcos americanos permanecieran en sus puertos para impedir su captura si estallaba la guerra; luego, el 1 de junio de 1812, envió un mensaje al Congreso pidiendo la guerra. El debate fue acalorado. Los Estados costeros de Nueva Inglaterra, así como Nueva York, Nueva Jersey y Delaware, fuertemente antifranceses y probritánicos, votaron contra la guerra, pero predominaron el Sur y el Oeste. La guerra fue declarada por 79 votos a favor y 49 en contra en la Cámara de Representantes, y por 19 a 13 en el Senado. Madison firmó la declaración el 18 de junio y, por segunda (y última) vez en su historia, Estados Unidos estuvo en guerra con Gran Bretaña.

Mientras tanto. Gran Bretaña se había calmado después del asesinato y nuevamente se abordó la cuestión de las restricciones comerciales a los barcos americanos. Todas las restricciones fueron levantadas el 16 de junio, y los últimos trámites parlamentarios sobre la cuestión fueron completados el 23 de junio.

Así, las noticias viajaron simultáneamente en ambos sentidos a través del Atlántico, y ambas partes se enteraron de que estaban en guerra por un asunto que ya había sido resuelto. Pero es difícil detener una guerra una vez que se ha lanzado el insensato grito de la defensa del «honor nacional». Estados Unidos ofreció declarar un armisticio si los británicos, además de lo que ya habían acordado, también renunciaban al derecho de requisa. Pero los británicos no estaban dispuestos a ello, por lo que subsistió un motivo de guerra, pese a todo.

Desastre y triunfo.

Los Estados Unidos parecían gozar de una considerable ventaja en la guerra cuando ésta se inició. La frontera con Canadá parecía ser el frente de guerra lógico, y en Canadá Gran Bretaña sólo tenía 7.000 soldados (incluidos 4.000 soldados regulares británicos) para proteger una frontera de más de 1.600 kilómetros de largo. La población canadiense, de sólo medio millón de personas, aún era de cultura acentuadamente francesa y no podía contarse con que se pusiera al servicio de los británicos. Además, los británicos, como en la Guerra Revolucionaria, tenían que reforzar sus tropas enviándolas a cinco mil kilómetros a través del Atlántico tormentoso. La situación de Gran Bretaña, por añadidura, era peor que en la Guerra Revolucionaria, pues la nación estaba desgastada por la guerra que había librado contra Francia durante veinte años, y tenía sus mejores tropas ocupadas en España. Aun su mayor arma, su dominio del mar, no iba a ser tan útil contra los Estados Unidos como contra Francia, pues los americanos habían construido una pequeña armada bien concebida y tripulada por hábiles marinos, algo que los británicos no sabían pero pronto descubrirían.

Pero las cosas no eran tampoco fáciles para los Estados Unidos. Aunque su población era quince veces mayor que la de Canadá y luchaba en su país, la parte más rica de éste, el noreste comercial, estaba tan radicalmente en contra de la guerra que se hallaban casi dispuestos a separarse de la Unión. Ni su potencial humano ni su dinero contribuían al apoyo de la guerra. En verdad, Nueva Inglaterra comerció con Canadá y Gran Bretaña durante toda la guerra y contribuyó abiertamente al esfuerzo bélico enemigo.

Lo peor de todo era que Estados Unidos empezó la guerra con un grupo de generales viejos y totalmente incompetentes, y con un ejército pequeño y prácticamente sin entrenamiento.

Pese a esto, Estados Unidos soñaba con victorias napoleónicas. (El ejemplo de Napoleón Bonaparte, que era un genio militar, inflamaba a todos los otros generales de la época, aunque pocos tenían tan sólo una décima parte de la brillantez que constituía el éxito de Napoleón).

Una triple ofensiva fue planeada contra Canadá al comienzo mismo de la guerra. Desde el lago Champlain, iba a haber un avance hacia Montreal y Quebec; desde el Niágara, un avance hacia el oeste; y desde Detroit un avance hada el este.

Mas por grandioso que pareciera en el mapa, era un plan imposible. Los británicos dominaban el mar y los Grandes Lagos, y el ejército americano era un conjunto de hombres no preparados bajo el mando de ancianos incompetentes.

El avance desde el lago Champlain, que era la parte más importante de la ofensiva, ni siquiera comenzó nunca. Requería soldados de Nueva Inglaterra, y los gobernadores de los Estados de Nueva Inglaterra sencillamente no contribuirían con hombres a lo que llamaban «la guerra del señor Madison». Sin el avance contra Montreal y Quebec, las otras dos puntas de la ofensiva carecían de sentido, pero fueron puestas en marcha lo mismo.

El general William Hull (nacido en Derby, Connecticut, en 1753) era gobernador del territorio de Michigan. Había combatido en la Guerra Revolucionaria, pero no tenía ningún talento militar. Tomó posiciones en Detroit, el 15 de julio de 1812, y se preparó (o al menos se supone que se preparó) para invadir Canadá. Pero fueron los británicos, bajo el mando de un jefe muy capaz, el general de división Isaac Brock, quienes tomaron la ofensiva.

El 17 de julio los británicos tomaron Fort Michilimackinac, en el norte de Michigan, sin ningún problema, y los indios del noroeste, convencidos de que los británicos iban a ganar la guerra, afluyeron a ellos y se levantaron contra los Estados Unidos. Los británicos otorgaron a Tecumseh el rango de general de brigada, y éste se dispuso a hostigar las fuerzas americanas.

Hull, con 2.200 hombres, trató de organizar su invasión y cruzó el estrecho hacia Canadá, pero pronto se halló en una situación apurada. Volvió a Detroit y se hundió en una inactividad paralizada. El 15 de agosto los británicos tomaron Fort Dearborn, que había sido construido en 1803 en el sitio de la actual Chicago, y sus auxiliares indios hicieron una matanza con muchos de sus defensores americanos.

El general Brock, después de asegurarse el noroeste, hizo formar a sus tropas (que no eran muchas), las condujo a Detroit y vistió a soldados sin entrenamiento con el uniforme de los soldados regulares británicos, para que su número pareciese más impresionante. Exigió a Hull la rendición, sugiriendo que los indios harían una matanza si se iniciaba la lucha.

Hull, quien tenía a su hija y sus nietos en Detroit, entre los 5.000 civiles que se habían reunido allí en busca de protección, estaba aterrorizado ante la posibilidad de tal matanza. Por ello, se rindió sin combatir y los británicos ocuparon Detroit el 16 de agosto.

Los intentos americanos de invadir Canadá a través del río Niágara fueron conducidos con igual ineptitud. Esta parte de la ofensiva estaba bajo el mando de Henry Dearborn (nacido en Hampton, New Hampshire, el 23 de febrero de 1751), quien había luchado en la Guerra Revolucionaria y había sido secretario de Guerra durante ocho años bajo Jefferson. Fort Dearborn recibió este nombre en su honor.

Dearborn era tan incompetente como Hull y sus mal entrenadas tropas no mostraban ninguna disposición para el combate. Muchos de ellos se negaron a luchar hasta cuando aquéllos que habían cruzado a Canadá estaban siendo derrotados ante sus ojos por un pequeño contingente llevado apresuradamente al lugar por Brock. Todo lo que podía considerarse una ganancia para los americanos era que Brock fue muerto en combate, el 12 de octubre, y los británicos no iban a tener otro comandante de su calibre durante el resto de la guerra.

Las noticias de la rendición de Detroit horrorizaron a los americanos. William Hull fue llevado ante un tribunal militar y condenado a la ejecución (aunque luego fue indultado en consideración a los servicios que prestó en la Guerra Revolucionaria), pero esto no mejoró la situación.

La moral americana habría caído peligrosamente si no hubiese sido por los asombrosos éxitos alcanzados justamente donde parecía que Gran Bretaña era más fuerte: en el mar.

Los barcos americanos, construidos en la época de la guerra naval con Francia, eran fuertes y estaban en buen estado para navegar, y se hallaban tripulados por hombres tan hábiles, al menos, como los de la armada británica. Estaban tan enmaderados que podían resistir cañonazos que hubieran destruido a todos los otros barcos del mundo.

El más famoso de ellos era el Constitution, cuyas partes metálicas habían sido hechas por el mismo Paul Revere. Se suponía que llevaba cuarenta y cuatro cañones, pero en realidad tenía cincuenta y cuatro y podía imponerse a cualquier barco de su tamaño en el mundo. Al mando del barco estaba Isaac Hull (nacido en Derby, Connecticut, el 9 de marzo de 1733). Era hermano menor del incapaz William Hull, y tan competente como no lo era éste. Isaac Hull había combatido en la batalla naval con Francia y había bombardeado Derna en apoyo de Eaton durante la Guerra de Trípoli.

El 18 de julio de 1812 el Constitution había eludido a una escuadra de cuatro buques británicos y el 19 de agosto se encontró con el Guerriére solo. Este barco había estado requisando marineros, y el año anterior el President no había logrado dar con él. Ahora, en un enfrentamiento de uno a uno, el Constitution se lanzó al combate. En el papel, el Guerriére era aproximadamente igual al barco americano, pero en realidad éste tenía mayor poder de fuego y mayor tripulación. En dos horas y media, el Guerriére fue acribillado hasta convertirse en un armatoste inútil destinado a hundirse, con setenta y nueve bajas, frente a catorce de los americanos.

Fue el Bunker Hill de la Guerra de 1812 y el combate marino singular más importante de la historia americana. Se produjo tres días después de la humillante rendición de Detroit, y los americanos necesitaban desesperadamente buenas noticias. En segundo lugar, la derrota de un buque británico en combate singular no tenía precedentes y fue tan humillante para Gran Bretaña como la pérdida de Detroit lo había sido para los Estados Unidos.

Más aún, la victoria del Constitution sobre el Guerriére sólo fue una de una serie de ellas. El 13 de agosto, seis días antes, el buque americano Essex se había apoderado del británico Alert. El 18 de octubre, el barco americano Wasp capturó al británico Frolic, a 1.000 kilómetros frente a la costa de Virginia, con diez bajas americanas y noventa británicas.

Al otro lado del Atlántico, frente a la isla de Madeira, el navío americano United States, al mando de Stephen Decatur, tomó el barco británico Macedonian el 25 de octubre, y lo llevó a New London, Connecticut, para que los desafectos habitantes de New London lo viesen y vitoreasen, pese a ellos mismos.

El 29 de diciembre, el Constitution, al mando de William Bainbridge (nacido en Princeton, Nueva Jersey, en 1774), en reemplazo de Isaac Hull, quien había sido relevado del mando a petición propia, destruyó al barco británico Java frente a la costa de Brasil, con 33 bajas americanas y 150 británicas. Fue por esta batalla por lo que el Constitution recibió su apodo de «Old Ironsides» [«Viejas Costillas de Hierro»], pues las balas de cañón rebotaban en él sin dañarlo, nombre que ha conservado desde entonces (pues el barco aún existe y es conservado como un inapreciable tesoro nacional).

El nuevo año no trajo alivio a la hostigada armada británica. El 24 de febrero de 1813 el barco americano Hornet, al mando de James Lawrence (nacido en Burlington, Nueva Jersey, el 1 de octubre de 1781), que había estado con Decatur en la destrucción del Philadelphia, hundió el buque británico Peacock frente a la Guayana Británica.

Por mucho que los británicos se dijesen a sí mismos que estaban luchando contra los americanos sólo con el dedo meñique de su mano izquierda y que la mayor parte de su energía se consumía en la guerra contra Napoleón, el primer medio año de guerra fue para ellos difícil de soportar. Todo el mundo podía ver que, barco por barco, los americanos eran superiores a los británicos y las potencias del mundo no podían por menos de hallar algo risible en el hecho de que el gran gallo de pelea de los mares fuese rechazado, con la nariz ensangrentada, por el gallito yanqui.

Pese a los meses de guerra, al desastre terrestre y el triunfo en el mar, la elección de 1812 se realizó como estaba prevista. Ahora votaban dieciocho Estados, pues la parte más meridional del territorio de la «compra de Luisiana», bien poblado desde los tiempos de los franceses y los españoles, entró en la Unión con el nombre de Luisiana. Fue el primer Estado formado por territorio situado al oeste del río Mississippi.

La elección de 1812 fue la primera realizada en tiempo de guerra en la historia de la nación y sentó un precedente. En todo el tiempo transcurrido desde la ratificación de la Constitución, las elecciones presidenciales cuadreniales y las elecciones bienales al Congreso nunca han sido suspendidas por ninguna razón, cualquiera que fuese la crisis. Ni ha habido nunca ninguna limitación formal al derecho de la oposición a hacer lo posible para destituir a los ocupantes de cargos, cualesquiera que fuesen los problemas que han aquejado a la nación.

Los demócratas republicanos nombraron candidato a Madison nuevamente, por supuesto. También habrían vuelto a nombrar a George Clinton, pero éste había muerto el 20 de abril de 1812; fue el primer vicepresidente que murió en el cargo. Los demócratas republicanos, conscientes de que su mayor debilidad estaba en el noreste, buscaron a un habitante de Nueva Inglaterra al que pudieran nombrar candidato. (Este tipo de «candidatura equilibrada» ha sido una característica general de la política americana).

Eligieron a Elbridge Gerry de Massachusetts, el más decidido demócrata republicano de la región. Acababa de cumplir su mandato como gobernador de Massachusetts, con lo que había añadido su nombre al vocabulario político de la nación. Cuando fue gobernador, había modificado los límites de los distritos legislativos estatales a fin de concentrar las poblaciones federalistas en la menor cantidad de distritos posible y obtener victorias demócratas republicanas en el mayor número de distritos posible. Algunos de los distritos tenían extrañas formas, por supuesto, y uno de ellos fue descrito como semejante a una salamandra [«salamander», en inglés].

«¡Una salamandra!» —gruñó el director de un periódico, el 11 de febrero de 1812—. Decid más bien una gerrymandra [«Gerrymander», en inglés]. Desde entonces, se ha usado en inglés el término «gerrymander» para describir la manipulación de límites políticos para favorecer a un partido.

Los federalistas, en un esfuerzo dirigido a aumentar su fuerza, decidieron nombrar candidato a alguien que no fuese de Nueva Inglaterra y no se identificase particularmente con la doctrina federalista. Los demócratas republicanos contrarios a la guerra de las regiones comerciales habían nombrado candidato a Dewitt Clinton (nacido en Little Britain, Nueva York, el 2 de marzo de 1769) para la presidencia, en oposición a Madison. Era el alcalde de la ciudad de Nueva York y sobrino del vicepresidente que acababa de morir. Los federalistas decidieron apoyarlo.

Como candidato a vicepresidente eligieron a Charles Jared Ingersoll (nacido en 1749), un federalista moderado de Pensilvania. Ingersoll carecía de toda importancia y fue la primera nulidad, pero no la última, que fue presentado como candidato a presidente o vicepresidente por un partido político importante.

Los electores votaron el 2 de diciembre de 1812, y Madison ganó por una mayoría similar a la de 1808. (Ningún presidente americano fue nunca derrotado en tiempo de guerra). Pero la victoria de 1812 fue regional. Madison ganó todo el Sur y el Oeste, pero arriba de la línea Mason-Dixon sólo ganó en Pensilvania y Vermont. Los federalistas ganaron en el Senado y la Cámara de Representantes. Los federalistas obtuvieron ganancias tanto en el Senado como en la Cámara. En verdad, su representación en la Cámara fue de sesenta y ocho escaños en el Decimotercer Congreso, casi el doble de lo que había sido en el Duodécimo. Sin embargo, los demócratas republicanos retuvieron el firme dominio de ambas Cámaras del Congreso.

En los Grandes Lagos.

El esplendor de las victorias americanas en el mar, en 1812, no disminuyó la abrumadora carga sobre los ejércitos americanos conducidos de manera incompetente. Peor aún, Gran Bretaña sintió aligerarse la carga que pesaba sobre sus propios hombros en 1813.

Justamente cuando se inició la Guerra de 1812, Napoleón se había marchado a Rusia. Muchos americanos pensaron que Napoleón se llevaba consigo el destino americano, y, en verdad, si hubiese obtenido la rápida victoria con que él soñaba y hubiese aplastado a la única potencia continental que aún osaba oponerse a él, muy probablemente Gran Bretaña se habría visto obligada a hacer la paz con los Estados Unidos en los términos exigidos por los americanos.

Pero no fue esto lo que ocurrió. Napoleón obtuvo victorias infructuosas en Rusia y se vio obligado a marcharse nuevamente por la nieve, dejando a todo su ejército detrás. Con esto, la fortuna de Napoleón decayó permanentemente. Ya no era un supergeneral, y las naciones europeas que había sometido empezaron a levantarse contra él. Gran Bretaña estaba aún profundamente implicada en los sucesos, pero la atmósfera de crisis había empezado a disiparse y pudo dedicar más tiempo a los fastidiosos americanos.

El 26 de diciembre de 1812 los británicos declararon el bloqueo de las bahías de Chesapeake y Delaware, y en la primavera de 1813 lo extendieron a todos los puertos americanos excepto los de Nueva Inglaterra. (No había ninguna necesidad de poner trabas al comercio de Nueva Inglaterra porque éste se desarrollaba, en gran medida, en beneficio de los británicos. Además, al dar a la región un trato especial, Gran Bretaña esperaba estimular a Nueva Inglaterra a que se separase de la Unión).

En general, el bloqueo británico se hizo cada vez más estrecho en 1813 y 1814. Los artículos se hicieron escasos en los Estados Unidos, los precios aumentaron y los hombres se quedaron sin trabajo. Las hazañas individuales de los barcos americanos continuaron (a un ritmo declinante) y los corsarios americanos capturaron más de 1.000 barcos mercantes británicos durante la guerra, pero esto contribuyó poco a disminuir la superioridad global (en número, si no en calidad) de la flota británica y a atenuar el hecho de que la costa americana estaba bloqueada.

Y hasta hubo derrotas navales que ensombrecieron aún más el cuadro.

El Chesapeake, que había sido víctima del ataque del Leopard en los años anteriores a la guerra, estaba ahora bajo el mando de James Lawrence, quien había tomado el Peacock a principios de 1813. El 1 de junio de 1813 el Chesapeake se encontró con el Shannon a cincuenta kilómetros del puerto de Boston. Los dos barcos estaban igualmente equipados en lo que respecta a cañones, pero el desafortunado Chesapeake tenía una tripulación bisoña que aún no estaba suficientemente entrenada.

Lawrence no podía avenirse a huir ante el enemigo y aceptó la batalla. No había esperanza. El Chesapeake fue arrasado por el cañoneo y en quince minutos sufrió 146 bajas, por 83 de los británicos. El mismo Lawrence fue mortalmente herido y, mientras era llevado abajo, dio órdenes entrecortadas de aumentar el fuego y seguir combatiendo. «¡No entreguéis el barco!», decía.

El barco fue entregado y los británicos lo llevaron a Halifax, pero la actitud profesional de Lawrence, que mientras moría pensaba en el barco y no en sí mismo, dio a su muerte un toque de brillo e hizo de él y sus últimas palabras una leyenda para la armada americana desde entonces.

¿Y qué pasaba en el noroeste? Después de la rendición de Detroit se produjo casi un vado americano en la región. La región situada al norte y al oeste del Estado de Ohio fue prácticamente abandonada y si le británicos no la ocuparon por la fuerza, la razón de ello residía en su propia debilidad numérica y no en nada que los americanos pudieran hacer.

En su desesperación, los americanos se dirigieron al único oficial del ejército que había ganado algún renombre en años recientes: William Henry Harrison, el héroe de la dudosa victoria de Tippecanoe. Se le dieron diez mil hombres a Harrison y se le ordenó que recuperase Detroit.

Harrison avanzó hacia el norte desde el río Ohio en el invierno de 1812-1813, en dirección a la zona donde se había librado la batalla de los Arboles Caídos cas veinte años antes. Se estableció al sur del lago Erie envió columnas hacia Detroit. Una de ellas, que se abrió paso en medio de un tiempo horrible, llegó a Frenchtown a unos sesenta y cinco kilómetros al sur de Detroit Nadie se preocupó en poner una patrulla nocturna, de modo que el contingente fue sorprendido por los británicos comandados por el coronel Thomas Proctor y barrido. Los americanos que no murieron fueron capturados.

Proctor y sus aliados indios conducidos por Tecumseh se dirigieron luego al sur, contra las fortificaciones de Harrison. Éste resistió durante la primavera y el verano de 1813, pero no tenía ninguna posibilidad de reanudar sus operaciones ofensivas mientras los británicos dominasen los Grandes Lagos. Los británicos podían embarcar hombres y suministros para Detroit y el oeste fácilmente, desde los centros de poder canadienses del este. En cambio, los suministros y refuerzos americanos tenían que avanzar penosamente por tierra, a través de vastas soledades.

Los americanos hicieron intentos de penetrar en el frente del lago más al este. El 22 de abril de 1813, unos 1.600 soldados americanos conducidos por el explorador Zebulon Pike se embarcaron en Sackets Harbor, en el extremo más oriental del lago Ontario, y navegaron por 250 kilómetros al oeste para desembarcar en York (en el sitio donde ahora está Toronto).

La expedición estaba bajo la dirección general de Dearborn, a quien se había ordenado avanzar hacia Montreal. Pensó, sin embargo, que si podía apoderarse de la fuerza naval que había en York, el lago Ontario quedaría bajo control de los americanos y el avance sobre Montreal sería más efectivo.

York, en verdad, fue tomada y fueron destruidos un par de sus barcos (Pike murió en el curso de la operación), pero los americanos no lograron tomar el control del lago. En cambio, algunos soldados americanos descontrolados incendiaron gratuitamente edificios del gobierno en York, sentando así un precedente para otros casos de destrucción inútil.

El grupo incursor luego retornó al este. Un segundo intento fue conducido por el coronel Winfield Scott (nacido cerca de Petersburg, Virginia, el 13 de junio de 1786), quien demostró ser un oficial americano competente, cosa rara en la Guerra de 1812. Cruzó el río Niágara el 27 de mayo de 1813, para hacer una incursión en Fort George, sobre la costa meridional del lago Ontario. Los británicos evacuaron el fuerte y se desplazaron al oeste. Los americanos los siguieron y en Stony Creek, a ciento quince kilómetros al oeste, los británicos se detuvieron. El 6 de junio, en la batalla de Stony Creek, Scott fue herido y puesto fuera de combate, y los americanos retrocedieron ante un número menor de británicos. La ofensiva no pudo proseguir.

Dearborn fue relevado del mando el 6 de julio y, cosa increíble, fue reemplazado por James Wilkinson, quien nunca en su vida había demostrado competencia en nada, ni siquiera en las traiciones que siempre emprendía. En ese momento, desgraciadamente, disfrutaba de cierta gloria, pues el 13 de abril había tomado Mobile de la débil dominación española y puesto en manos americanas todo lo que restaba de la Florida Occidental. (Fue la única ganancia territorial hecha por los Estados Unidos en la Guerra de 1812 y, paradójicamente, fue obra del mismo Wilkinson que durante tanto tiempo había tratado de desmembrar el territorio de la nación).

Se ordenó a Wilkinson que tomase Montreal y se planeó una ofensiva en dos frentes. Wilkinson iba a desplazarse aguas abajo del río San Lorenzo y otro ejército conducido por Wade Hampton (nacido en el condado de Halifax, Virginia, alrededor de 1752) avanzaría al norte desde el lago Champlain. Ambos generales eran incompetentes, y se odiaban uno al otro. No podía concebirse una receta mejor para el fracaso de un ataque en dos frentes.

Wilkinson descendió por el San Lorenzo hasta Chrysler’s Farm, a ciento cuarenta kilómetros al sudoeste de Montreal. Allí, una parte de su ejército fue derrotada por una fuerza británica considerablemente menor en número. Wilkinson rápidamente se retiró para pasar el invierno.

Hampton se desplazó al noroeste cautelosamente, fue derrotado por un pequeño contingente británico y pronto retornó a su punto de partida.

Como si esto no fuera suficiente, las tropas americanas se retiraron del lado canadiense del río Niágara en diciembre y juzgaron adecuado incendiar algunas aldeas en su retirada. Esto no tenía utilidad alguna; era sólo por hacer daño. El resultado era de prever. El 29 de diciembre de 1813 los británicos incendiaron Buffalo en venganza.

En lo concerniente a la lucha por tierra, pues, en 1813 no había ocurrido nada de lo cual alegrarse. Para los americanos había sido una serie de fracasos, y en Europa Napoleón había sufrido otras gigantescas derrotas, esta vez en Alemania. Se acercaba el momento en que Gran Bretaña podría dedicar toda su atención a los Estados Unidos.

En verdad, Estados Unidos tal vez habría tenido que aceptar una paz desventajosa en 1814 de no ser por un hombre, el comodoro Oliver Hazard Perry (nacido en South Kensington, Rhode Island, el 23 de agosto de 1785), quien ya había prestado servicios en el Mediterráneo. Sólo tenía veintiocho años de edad a la sazón, y es la primera persona nacida después de que el Tratado de París estableciese la independencia americana que figurará de manera destacada en este libro.

Se le asignó la tarea de arrancar el control del lago Erie a los británicos, para que Estados Unidos pudiese enviar suministros al noroeste. Llegó a Erie, Pensilvania, el 27 de marzo de 1813. No tenía flota. Esperaba el equipo necesario para la construcción de seis pequeños barcos, equipo que estaba llegando penosamente por tierra desde Filadelfia.

Con este equipo, y usando madera fresca, los barcos fueron construidos, bajo la arrolladora fuerza impulsora de Perry. Cuando Scott realizó su incursión a través del río Niágara, Perry logró llevarse algunos barcos más de Buffalo, el único resultado útil de la lucha en la región del lago Ontario.

Finalmente, Perry dispuso de una flota de diez barcos y el 2 de agosto entró en el lago, en busca de barcos británicos. El buque insignia de Perry era el Lawrence, así llamado en honor al capitán del Chesapeake, muerto dos meses antes. El lema «No entreguéis el barco» fue inscrito en la bandera de batalla del Lawrence.

Hasta el 10 de septiembre no se dio batalla. Perry se halló frente a seis barcos enemigos en Putin-Bay, en una de las islas situadas en el oeste del lago Erie, no lejos de donde las fuerzas de Hull estaban bajo asedio. Las dos flotas eran casi iguales en cuanto a número de cañones, pero los cañones americanos disparaban más rápidamente.

Las escuadras se bombardearon incesantemente durante tres horas. Los británicos se concentraron en el Lawrence, que fue acribillado; el 80 por 100 de sus hombres fueron muertos o heridos. Perry no podía observar la batalla desde su cubierta, de modo que subió a un bote abierto y fue llevado a otro barco, el Niágara, bajo una andanada de armas pequeñas. El éxito del traslado levantó el espíritu de los americanos y el combate siguió con mayor furia aún. Las pérdidas eran iguales por ambas partes, pero la escuadra británica fue obligada a rendirse. Todos los barcos británicos se entregaron, y Perry envió un mensaje a Harrison que es uno de los más famosos anuncios de victoria de la historia militar. Decía: «Hemos encontrado al enemigo y es nuestro».

La victoria americana en la batalla del lago Erie fue el Saratoga de la Guerra de 1812. Después de ella, fueron los americanos quienes podían ser fácilmente avituallados y reforzados, y no los británicos. Los británicos comandados por Proctor se vieron obligados a evacuar Detroit el 18 de septiembre, ocho días después de la batalla.

Harrison ahora pasó a la ofensiva. Llevó 4.500 hombres al norte, a través del lago Erie, y los hizo desembarcar en territorio canadiense. Los británicos se retiraron ante ellos y los americanos los persiguieron hasta que llegaron a un punto del río Thames situado a unos den kilómetros al este de Detroit.

Proctor se habría retirado aún más, pero Tecumseh, quien se había opuesto a la evacuación de Detroit y estaba furioso por la retirada, insistió en que se presentase batalla. Proctor cedió y, el 5 de octubre de 1813, se libró la batalla del Thames.

Fue la única victoria americana por tierra, debida particularmente al embate de la caballería de Kentucky bajo el mando del coronel Richard M. Johnson (nacido cerca de Louisville en 1780). Hubo menos de 60 bajas por ambas partes, pero casi 500 británicos fueron tomados prisioneros y, lo más importante de todo, el mismo Tecumseh fue muerto. (Johnson sostuvo que le había dado muerte por su propia mano).

La batalla del Thames puso fin a la guerra en el noroeste, aunque los británicos resistieron mucho más al norte de Fort Michilimackinac, y el oprobio de la rendición de Detroit por Hull fue más o menos vengado.